Capitulo 28 Dos en uno


Horas después, Keisuke llegó a una gran casa: una lujosa mansión en las afueras de Nakagyō-ku que pertenecía a su primo Ryusei, un hechicero que, al igual que Keisuke, abandonó la comunidad al estar en desacuerdo con la división de aquelarres. Tras marcharse de Tokio, Ryusei dejó de practicar magia con frecuencia. Sin embargo, contrajo matrimonio con una hechicera también de Kioto. Después de varios meses pensando en su futuro y el de sus hijos, ambos comenzaron a trabajar en el hotel Hilton (él como recepcionista y ella como administradora). Se trasladaron a Kioto con una considerable suma de dinero, que invirtieron en el negocio de la hotelería, comenzando desde cero y alcanzando el éxito sin recurrir a la magia. Desde pequeño, Ryusei era hábil para los negocios y tenía amplio conocimiento en el tema. Llegó a tener una cadena de hoteles en varias ciudades de Japón y el resto del mundo, además de un par de casinos en Las Vegas (EE.UU.).

Ryusei recibió con gusto a su primo Keisuke, quien lo había llamado de camino a la capital de Kioto para pedirle alojamiento en uno de sus hoteles. Aunque Ryusei le ofreció hospedarse en su propia casa, Keisuke prefirió mayor privacidad. Por eso decidió reservar una habitación de manera particular en el gran Hotel Sato (apellido que ambos primos compartían: Keisuke por parte materna y Ryusei por parte paterna). En realidad, aquella mansión era un moderno hotel, pero la fachada tenía un estilo tradicional japonés que Ryusei había comprado y adaptado para ese fin.

Al llegar, Keisuke le explicó a Ryusei por qué Chifuyu parecía inconsciente, y una vez narrada la historia, el empresario de poca magia le ayudó a Keisuke a ingresar usando un hechizo de invisibilidad que ayudó a Keisuke y a Chifuyu a entrar al hotel sin ser vistos. Y es que, pese a que Ryusei ya no practicaba mucho la hechicería, no había perdido en absoluto sus habilidades, pues debía servir como entrenador para sus hijos.

Al llegar a la habitación, Keisuke dejó a Chifuyu sobre aquella gran cama matrimonial. Ryusei se encargó personalmente de reservarles la mejor y más cara habitación del hotel a su primo Keisuke y a su novia.

Tenía una antesala con un minibar en una esquina, repleto de toda clase de bebidas, tanto refrescos como bebidas alcohólicas. En una de las paredes había un home theater, en medio de la sala dos butacones pequeños y un gran sillón rodeaban una pequeña mesa de centro con superficie de vidrio. Estaba adornada con flores dentro de un florero y dos candelabros en las esquinas. En una esquina de la habitación se encontraba una cocina americana y, junto a ella, a unos pocos metros, una pequeña mesa redonda y dos sillas que componían el comedor. Al fondo de la antesala se encontraba una puerta que conducía al dormitorio. Dentro de este estaba la gran cama matrimonial con dosel, imponiéndose justo en el centro de la habitación. En la pared izquierda se hallaba el walk-in closet con espejo, que ni Keisuke ni Chifuyu utilizarían porque él no planeaba quedarse por mucho tiempo, así que aquel amplio espacio vacío solo sirvió para dejar las dos pequeñas maletas.

Desde el balcón del ventanal, la vista se desplegaba como un cuadro en movimiento, lleno de serenidad y detalle. Abajo, el jardín japonés parecía un oasis de calma, donde los árboles de sakura extendían sus ramas cargadas de flores rosadas, formando un suave techo natural que cubría parte del sendero de piedra. Más allá, el agua de las pequeñas fuentes brotaba en cascadas delicadas, su sonido suave llegaba hasta el balcón, acompañado por el canto lejano de los pájaros.

El estanque en el centro del jardín reflejaba el cielo y las ramas de los árboles, creando un efecto espejado que se entrelazaba con las flores que bordeaban la orilla, en colores tenues pero vibrantes. Las estatuas de dragones se erguían con elegancia entre el follaje, sus formas entrelazadas con la vegetación, mientras las pequeñas capillas de madera asomaban entre los recovecos del paisaje, ofreciendo refugios ocultos para la contemplación.

Desde esa altura, el jardín parecía un tapiz perfectamente tejido, cada elemento cuidadosamente dispuesto, pero sin perder su conexión natural. El aire era fresco, impregnado con el delicado aroma de las flores y el susurro de las hojas, creando un paisaje que invitaba al descanso y a la reflexión.

Por último, dentro del mismo dormitorio había un gran baño con jacuzzi, que tal vez tampoco se utilizaría.

— Te liberaré por ahora, compañero... quiero que descanses este cuerpo y acompañes a Chifuyu — le dijo Keisuke a Edward, dejándose caer sobre la cama al lado de Chifuyu. Y así, Edward recuperó su cuerpo, tomando todo control de este. Se estiró sobre la cama y, lejos de poder dormir, con tantas dudas en su mente, solo se quedó mirando al techo.

El avatar se preguntaba por qué Keisuke tenía el alma tan atormentada si el hechicero tenía todo lo que un hombre como él podía desear: una mujer que lo amaba, trabajo estable, una familia... un hogar y, lo más importante, sentimientos. Keisuke tenía todo lo que en realidad Edward carecía, incluyendo sentimientos, pues los avatares nacían sin ellos. No tenían humanidad, por lo que no conocían la culpa, no sabían lo que era amar u odiar; no sabían perdonar o pedir disculpas, no conocían la venganza ni el castigo. Todo lo que hacían era bajo las órdenes de su creador y no por voluntad propia. No conocían la vergüenza o el pudor. Simplemente, a los avatares no les importaba nada, ni siquiera si lastimaban a otros para conseguir lo que deseaban, porque tampoco reconocían el remordimiento o la culpa. No obstante, como le explicó Keisuke a Edward alguna vez, los avatares pueden activar su humanidad como un chip, y por lo tanto, sus sentimientos, pero de manera involuntaria. Estos aparecen cuando provocan alguna acción que los active, como la necesidad de proteger a alguien con su propia vida, las ganas de estar cerca de una persona sin dañarla, o la necesidad de dañar a otros por el bien de alguien más. Edward jamás había sentido algo así hasta que conoció a Chifuyu. Al principio, pensó que se trataba de la empatía que obtuvo al nacer, que todo lo que sentía —el hecho de querer probar su alma pura y no poder hacerlo realmente— era porque si le hacía daño a ella, se haría daño a sí mismo, o porque simplemente se trataba del amor que Keisuke sentía hacia la mortal, y este, al estar dentro de su cuerpo, le transmitía esas sensaciones al avatar. Pero no. Edward era inteligente y muy pronto se dio cuenta de que, si bien ambos compartían un solo cuerpo, los dos tenían forma de pensar, actuar y sentir de manera diferente. Por lo tanto, lo que Edward sentía por Chifuyu era algo suyo, no de su progenitor. Este último no se había dado cuenta de eso, pero sí lo sospechaba.

— Quisiera conocer tu dolor... quiero saber por qué me obligaste a matarte.

— «Y yo solo quiero olvidarlo» —dijo el hechicero dentro de la mente del avatar— «pero está bien, ya que somos uno ahora... tienes derecho a saber». — Entonces, muéstrame. — «Cierra los ojos, te dejaré entrar en mis recuerdos».

Edward cerró los ojos y, muy pronto, sintió que, sin moverse, viajaba a través de su mente y la de Keisuke, fusionándolas una con la otra. Así, los recuerdos de su progenitor se convirtieron en los suyos.

Se vio parado en la puerta de una cafetería, observando a Keisuke a lo lejos, con su antiguo look: cabello largo, pantalones de jeans gris oscuro, una camiseta gris, una chaqueta de mezclilla color negro sin mangas y una muñequera de cuero en su brazo izquierdo. Conversaba amistosamente con uno de sus alumnos, un muchacho delgado, de cabello un poco largo y castaño, con una pequeña cola de caballo a la altura de la coronilla, que vestía como un hipster. El muchacho se había acercado a su profesor para consultarle sobre un tema que discutieron en clase el día anterior, ya que había faltado y necesitaba ponerse al día.

— Entonces, te explicaré después de clase lo que quieras saber, Yamagishi.

— Ok, gracias, profesor, se lo agradecería mucho de verdad

. — No te preocupes. Si necesitas ayuda... — Sí, yo no debí faltar ayer, profesor. Debo tener mi registro impecable si quiero conservar la beca.

— Pues, nos vemos más tarde, Yamagishi.

Un momento después, Edward se vio fuera de esa cafetería, en la salida de la clase de anatomía. Ya todos los alumnos se habían marchado, excepto Yamagishi y Keisuke, que quedaron en el salón. El hechicero se puso de pie tras un rato y se acercó al muchacho, mirándolo intensamente a los ojos.

— De ahora en más, tú eres N° 17 —le dijo mientras ponía sus manos sobre las sienes del muchacho.

— ¿Qué? —preguntó él, extrañado.

— Pon atención, Yamagishi, y mírame a los ojos —le ordenó Keisuke. El muchacho obedeció, algo confundido—. Sigue el camino de piedra, Yamagishi.

— ¿Qué camino de piedra? —preguntó el muchacho, un poco ido.

— El que está a tus pies —continuó Keisuke.

El muchacho agachó la mirada y, de pronto, en pleno salón de clases vacío, apareció un sendero, como si estuviesen en un bosque y no en el aula de anatomía.

— Ve, N° 17, camina por el sendero y entra en la casa.

Aquel muchacho solo obedeció, se dio media vuelta y comenzó a caminar por aquel camino que Keisuke creó jugando con su mente. Enseguida, el hechicero se acercó a Edward, quien, sorprendido, se dio cuenta de que lo que miraba era una especie de recreación de los hechos, utilizando los recuerdos de Keisuke. Este actuaba como uno de los protagonistas de su propio recuerdo en primera persona, y no acompañando a Edward como espectador en tercera persona.

— Ese muchacho fue el primero para mí —le informó a Edward mientras ambos observaban cómo aquel chico se alejaba del salón caminando lentamente, como si estuviese hipnotizado—. Su avatar no logró vivir por mucho tiempo... meses después de nacer, simplemente colapsó mientras le absorbía la energía a una chica.

— ¿Y qué le pasó al chico? —preguntó Edward, volteando hacia Keisuke.

— Creo que ya sabes la respuesta.

— El avatar le absorbió el alma —afirmó Edward.

— Tenía tanto por vivir... era uno de mis mejores alumnos. Habría sido un cirujano perfecto... y yo lo mandé a su perdición —añadió Keisuke con una voz ronca y melancólica—. Bueno, te veo en el siguiente recuerdo —añadió el hechicero, cambiando rotundamente su postura a una más fría y calculadora.

Edward, de pronto, se sintió nuevamente como si viajara sin moverse, y en un segundo se encontró en un cementerio. Un parque tranquilo, lleno de lápidas rodeadas de césped y estatuas de ángeles y cruces de mármol blanco. A lo lejos, una chica de unos veinte años, vestida de negro, sostenía grandes rosas blancas frente a una tumba. Ella estaba llorando, y sus lágrimas negras rodaban por sus mejillas, estropeando por completo su maquillaje. Edward advirtió cómo Keisuke se acercó a la joven en silencio por la espalda y posó su mano en su hombro, haciéndola sobresaltar.

— Lo siento —se disculpó Keisuke.

— ¡Keisuke! —exclamó ella, abrazándolo.

— Ya, ya, tranquila —dijo él en un tono suave, mientras le devolvía el abrazo—. Piensa que pasó a una mejor vida. — Desearía... desearía estar con él —dijo la muchacha entre sollozos. — No digas eso, Chiharu, a él no le gustaría escucharte decir esas cosas. — Pero es verdad... yo debí tomar su lugar, él me pidió que lo reemplazara y yo me negué. Soy una egoísta... y lo maté.

— Escúchame, Chiharu — dijo Keisuke, tomando a la chica por el rostro para mirarla a los ojos —, no fue tu culpa, tú no lo mataste. Lo asaltaron, y eso no es tu... — pero sus palabras se detuvieron, quedando inconclusas. De pronto, a lo lejos, unas cuantas tumbas más atrás de la chica, Keisuke vio a Kisaki. Entonces, el joven hechicero desvió un poco la mirada y volvió a posar sus ojos en la chica. No le hacía ninguna gracia hacer lo que estaba a punto de cometer —, pero tienes razón — dijo de pronto —, tú deberías estar en su lugar.

— ¿Cómo? — dijo Chiharu entre lágrimas. De pronto, se sentía confundida. Keisuke intentaba, de un rato a otro, decirle que la muerte de aquel hombre era culpa de ella.

— Debiste tomar su lugar... o al menos, acompañarlo — continuó Keisuke, mirándola a los ojos intensamente.

— ¡No, basta, basta, eso duele, detente! — gritó ella entre llantos mientras caía de rodillas. Keisuke se arrodilló junto a ella y nuevamente la tomó del rostro.

— Dijiste que quieres estar con él, ¿no? — le susurró entre dientes —. Puedes estarlo, Chiharu.

— ¿Cómo?

— Suicidio — respondió Keisuke sin quitarle los ojos de encima.

— Pero eso no me hará ir con él... me llevará al infierno.

— Ah, eso depende — dijo Keisuke —. Si realmente estás arrepentida de haberlo dejado solo, entonces estarás con él.

— No sé si pueda... mi familia...

Keisuke la miró a los ojos en silencio. Él estaba manipulando su mente, mostrándole lo horrible y desdichada que era su vida. En esa falsa ilusión que Keisuke le creó, los padres de Chiharu siempre la comparaban con su hermana mayor, la despreciaban y la miraban en menos, dándole a entender que ella ya no tenía una razón para seguir viva, que, si ella moría, a nadie le importaría porque Chiharu era insignificante.

— Lo mejor es... — comenzó a decir ella — que ya no exista más.

— Bien, Chiharu — dijo Keisuke —, porque nadie te echará de menos en esta vida, pero él... lo único que quiere es que lo acompañes en la muerte.

— No tengo idea de cómo debo hacerlo, Keisuke.

— Solo sigue ese camino y ve con él — Chiharu miró en la dirección que Keisuke le señalaba con la cabeza, donde Kisaki estaba parado. Pero Chiharu no veía al hechicero científico; en su lugar se encontraba su difunto amigo, al que mataron en el asalto del que tanto hablaban.

— Ve con él, Chiharu — insistió Keisuke. Ella se puso de pie y caminó hacia Kisaki, disfrazado de su amigo, entre las tumbas que conducían a aquel camino.

Keisuke le mostró unos cuantos recuerdos más a Edward y finalmente se vio nuevamente en la cama del hotel, mirando al techo con las manos detrás de su nuca. Keisuke se sentía desdichado de sí mismo por las cosas que fue obligado a hacer, pero Edward sentía que no se quedaba atrás. Él también se sentía desdichado y odiaba tener aquel sentimiento; él era el verdadero monstruo, no Keisuke.

«¿Ves por qué te pedí que me mataras?»

— De todas maneras, lo iba a hacer — respondió Edward despreocupado —, es mi naturaleza.

«Exacto».

— Pero, ¿por qué te sentías tan despreciable? ¿No pensaste en Chifuyu, Hina o en tu aquelarre?

— «Claro que pensé en ellos. La razón por la cual te pedí que me absorbieras la energía era solo para ganar tiempo y conjurar el hechizo de reencarnación en vida mientras me matabas. Así me quedaría por más tiempo en la Tierra... y lo cierto es que yo no quería morir aún, pero aquello era inevitable, ¿no?»

— Qué astuto — dijo Edward —. Y... ¿qué pasó con el avatar de Chiharu?

«El N° 20 aún sigue cazando por ahí, es uno de los mejores avatares que Kisaki ha creado... hasta que te creó a ti. Sin embargo, a partir de ella, todos los avatares han nacido favorablemente».

— ¿Eran al azar las personas que atrapabas?

«No, Kisaki suele encapricharse con ciertas personas, como con Chifuyu ahora. Les ve un gran potencial y luego le pide a su asistente de turno que los atraiga hacia él. Así hice también con el N° 22 y el N° 26. En total fueron diez personas las que cayeron en mi trampa: Yamagishi, Chiharu, Akane y Takemichi son algunos ejemplos. Eran personas que tenían mucho por qué vivir y luchar, con propósitos e ideales bien claros en la vida. Tenían potenciales que a Kisaki le atraían, como por ejemplo Akane, que era astuta, alegre y con un gran poder de liderazgo. Yo debí desmayarla usando el mismo hechizo que ahora usé con Chifuyu para llevársela a Kisaki. Eso pasó el día que ella se iba a Europa por unos días, al comienzo de este año. En cuanto a Takemichi, estaba recién llegando de los Estados Unidos el día que lo secuestré, haciéndome pasar por su compañero de trabajo. Lo capturé usando mi poder mental para que me siguiera a la casa de Kisaki. Él era un prodigio en matemáticas y llegó a Tokio para dar una charla motivacional a los alumnos de una universidad, no recuerdo cuál. En cuanto a los demás avatares, fue solo cuestión del destino. Víctimas de las circunstancias, tuvieron la mala suerte de toparse con un avatar en su camino que cazaba energía vital justo en aquel momento y fueron llevados hasta Kisaki, estando demasiado débiles para luchar por su vida».

— Entiendo... —respondió Edward en un tono ido—. Sí, lo recuerdo. Recuerdo cuando Kisaki me dio la instrucción de alimentarme de su energía, pero no al punto de matarlos. La verdad, al comienzo no entendía por qué me pedía semejante cosa; me dejaba insatisfecho —soltó una pequeña risita sarcástica—. Pero yo solo debía obedecer. Además... tú fuiste lo mejor que probé en ese momento.

— «Cuánto me alegra oír eso» —respondió Keisuke, también con sarcasmo.

— Es la verdad —añadió Edward.

— «Sé que la amas» —soltó de pronto Keisuke.

— ¿Disculpa?

— «A Chifuyu... sé que la amas, está claro que tu humanidad despertó».

— No sé de qué hablas.

— «No me vengas con eso, Edward; admítelo».
Pero el avatar no respondió. Se negaba a reconocer que él sentía cosas humanas, además de que sabía perfectamente que Chifuyu no le correspondería, y tampoco era correcto sentir algo por la novia de su progenitor. Quería pensar que la atracción que sentía hacia esa chica era solamente por lo atrayente que le resultaban su energía y alma pura.

— «Debes prometerme algo» —continuó Keisuke, sacando al avatar de sus pensamientos.

— ¿Qué quieres? —preguntó Edward, serio.

— «Ambos sabemos que, cuando cumpla mis asuntos pendientes, yo deberé irme al otro mundo. Prométeme que, cuando deje este cuerpo, la protegerás siendo tú mismo; no te hagas pasar por mí. Y, cuando me vaya, no la abandonarás. Te necesitará, y sé que tú también a ella».

— Pero me odiará... por ser quien soy. Ella te ama a ti... pero a mí, de seguro, me odiará cuando sepa la verdad.

«Con el tiempo, lo entenderá... Además, si supiera lo que tú ya sabes sobre mí, seguro pensaría que soy un verdadero monstruo».

— Pero aquí el monstruo soy yo.

— «No, es solo tu naturaleza» —le corrigió Keisuke.

— ...Y además —continuó Edward, ignorando el comentario del hechicero—, estás arrepentido por tus malas acciones.

— «Absolutamente, pero eso no me hace menos desdichado».

— Lo de Chiharu... Sé que tú no querías hacerlo, lo vi en tu mirada. Kisaki, Kisaki te obligó a eso; Kisaki te obligó a todas esas cosas.

— «Aun así, no tengo perdón».

— Pues, ella te perdonará —dijo Edward, volteando hacia el cuerpo inerte y dormido de Chifuyu—. Estoy seguro... Lo sé porque Chifuyu posee un alma tan pura, que no cabe el rencor en su ser. Es como aquella chica que encontré en el bosque... Alexiz.

Keisuke sonrió en la mente de Edward, y este lo notó, imitando el gesto del hechicero. Enseguida se produjo un breve silencio entre ambos, pero finalmente Keisuke lo rompió diciendo:

— «Aún no oigo tu promesa, querido amigo».

— Pues, sabes que no necesito prometértelo... lo haré con gusto.

Diciendo esto, Edward se puso de lado sobre la cama, mirando hacia Chifuyu, y finalmente decidió dormir para hacer descansar ese cuerpo tan agotado por aquel largo viaje. Además, no se había alimentado desde el día en que atacó al leñador, y estaba haciendo un enorme esfuerzo para no alimentarse del alma de Chifuyu o de cualquier persona que se le cruzara en su camino.

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