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Abrió de golpe los ojos de forma repentina, pudiendo solo mirar el blanco y deprimente techo de su habitación.
—Tsk...volví a despertar. —murmuró con fastidio para seguidamente levantarse poco a poco de su cama.
Estando ya sentada en ella y sin saber porqué, se quedó mirando fijamente como por medio minuto el suelo.
Luego de eso se dirigió al baño, hizo sus necesidades y se dió una larga ducha y lavó sus dientes. Al terminar se vistió con su uniforme escolar.
Tomó su mochila, su estuche, y salió de casa —la cuál se aseguró de cerrar bien—. Entonces comenzó a caminar de forma lenta hasta su instituto.
Las calles estaban algo vacías, solo alguno que otro adulto de su calle caminaba hasta su trabajo. Aún no se podían ver los estudiantes.
Y es que era muy temprano. Por fortuna o por desgracia la chica tenía el hábito de madrugar. Sin importar si era domingo, por alguna razón su cerebro decidía despertar justo a las 6:00am o poco antes.
Y claro, siendo la hora de entrada a clases las 8:00am, no era normal ver a chicos de su edad dirigirse desde a las 7:00am a la escuela, que por cierto, a paso normal quedaba como a ocho minutos de su casa.
Pero como se dijo, la chica iba a paso lento y no era la primera vez, de hecho, esa era su rutina. Calculando, acabaría llegando al instituto como en quince minutos.
«Mm...no, si me atropellaran por accidente no moriría al instante, o tal vez ni moriría solo quedaría paralítica.» pensaba de lo más casual, como si ir pensando su muerte fuera algo de todos los días y que todo el mundo hacía.
Al llegar a la escuela como era de esperarse esta estaba prácticamente vacía, solo algún que otro maestro o maestra caminaba por los pasillos.
Sin importarle mucho, fue a su aula y se sentó en su lugar —que si bien estaba a lado de la ventana que daba vista al patio, también era la primera de la fila—. Pensaba sobre muchas cosas, entre ellas y la principal: “¿Cómo moriré y cuándo?”
Los demás comenzaron a llegar y eventualmente las clases comenzaron.
Hasta que por fin llegó el descanso.
P O V ____:
Estaba como siempre en aquella silenciosa sala de música.
Solo yo ahí, pensando de más, porque parece que me odio a mi misma y me hago recordar cosas que no quiero.
Proto el sonido de mi fiel amigo, mi violín, termina con el silencio del lugar, inundando cada rincón con una triste pero tranquilizante melodía.
Una de las pocas cosas que de verdad amo, es tocar el violín.
Es como si pudiera expresar todo lo que siento a través de este y evitar las palabras, que tan mal se me dan; aunque sea un sonido que queda para mí misma.
Cuando estoy feliz, mi violín de la mano con la música están ahí para volver más grande mi alegría.
Cuando estoy triste, también están ahí para sobrellevar los momentos difíciles.
Si la ansiedad ataca, ahí están para sobrevivir a ella.
Sin duda, el violín y...la música en general: han sido y son mi soporte...hasta el final.
La hora del receso terminó y la joven tuvo que volver a su clase.
Al terminar, como de costumbre solo agarró sus cosas y salió de la escuela. No asistía a ningún club.
El camino era tranquilo, nada fuera de lo común.
Hasta que en medio de la carretera vio a un lindo gato negro. El problema era que estaba por ser atropellado.
Sin pensarlo mucho se lanzó por él tomando el mayor impulso posible con sus piernas para poder tomar al gato y alcanzar a llegar al otro lado se la calle.
Y lo logró. Hasta parecía irreal cómo en el aire tomó al animal en brazos y lo puso contra su pecho.
Aunque su caída no fue la mejor de hecho, pues, al tener que proteger al felino y a su violín —del cuál también tenía abrazado el estuche para evitar romperlo— cayó de espaldas fuertemente contra la banqueta.
Soltó un leve quejido cuando impactó en el suelo.
Casi pudo oír sus huesos tronar y ni hablar del terrible dolor que empezó a sentir.
«Ahg, por qué siempre acabo haciendo este tipo de cosas...yo solo quería que me atropellara también» pensaba ella aún tirada en el suelo, el dolor no la dejaba moverse.
En ese momento agradecía que siempre llevaba puesto un short bajo su falda, además de que sus medias eran largas y cubrían por completo sus muslos.
El gato por su parte comenzó a lamerle el rostro. Entonces ella entre quejas por la acción del pequeño, pudo leer "Peke J" en la placa de su collar.
Y justo en ese momento, pudo oír unas voces masculinas llamando al nombre del felino entre sus brazos.
Con dificultad volteó hacia su derecha, pues de ese lado sentía más las voces, que por cierto, parecían acercarse.
Hasta que parados junto a ella pudo ver a dos chicos; uno de ellos tenía un largo cabello negro bien cuidado, además de unos bonitos ojos color cobre que por alguna razón parecía todo un solo juego que lo volvían muy atractivo.
Mientras que el otro tenía el cabello rubio al parecer teñido, pues también se podía ver su cabello negro, le quedaba muy bien tal estilo. Además de que sus ojos turquesa eran como la cereza del pastel.
—¡¿E-estas bien?! —preguntó uno de ellos, el rubio. Quién por cierto enseguida suspiró de alivio al ver que Peke J estaba de lo más tranquilo.
«¿Le preguntaba al gato...?» pensaba la chica.
—S-si...solo que probablemente me hice mierda la columna. —comentó con un deje de gracia, intentando moverse consiguiendo solo hacer una mueca de dolor y hacer tronar algunos de sus tantos huesos.
—Vimos lo que hiciste ¡Fue genial! Aunque algo peligroso la verdad. —habló el chico de cabello negro.
—Te agradezco mucho por salvar a Peke J, enserio sentí que lo perdía. —dijo el rubio mientras tomaba en brazos al lindo gato.
—No hay de qué... —respondió ella desviando la mirada— Solo una cosa, ¿Me ayudan a pararme? Creo que se me torció el páncreas. —dijo con una leve sonrisa alzando sus brazos esperando que alguno la ayude.
Pero para su sorpresa, ninguno la ayudó, sino que directamente el más alto la alzó en brazos tal cual recién casada.
—Vamos al hospital. —fue lo único que dijo antes de comenzar a avanzar con rapidez.
El otro asintió pero antes de avanzar tomó las cosas de la chica. Luego los siguió.
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