Capítulo 27: Recuerdos.

Nueva York, 7:30 a.m.

La alarma de Jill sonó puntual. El sol comenzaba a salir y el clima era perfecto para salir a correr. La rubia se levantó de la cama, la ordenó y se vistió para salir a ejercitarse un poco. Se puso los auriculares y guardó su teléfono en el bolsillo de la sudadera. Inició el entrenamiento corriendo alrededor de la avenida en la que vivía ella y algún que otro miembro de la B.S.A.A, entre ellos, Chris Redfield.

Rogando a todos los dioses por no encontrarse con Chris, su lista de reproducción inició con la canción que más le recordaba al capitán: Every breath you take de The Police. Y entonces, el vocalista canta: Oh, can't you see you belong to me? Y a Jill le dio un vuelco en el corazón, pues junto con la letra y la melodía, Chris se encontraba corriendo al otro lado de la calle ¡Joder! Ambos se limitaron a mirarse y evitar un incómodo saludo. Salieron corriendo y para evitar más encuentros incómodos, la rubia decidió terminar su entrenamiento en casa y Chris ya se dirigía al gimnasio.

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Los ojos verdes de Rebecca se abrieron perezosos. El olor a mantequilla derretida había despertado su apetito voraz. Billy no estaba en la cama, pues él solía levantarse temprano para hacer ejercicio y preparar el desayuno. Becca se levantó de la cama y fue a la cocina a saludar a su marido, sonriendo, abrazó al fortachón por la cintura.

—Buenos días, dulzura.

—Buenos días, guapa. —respondió Billy.

—¿Qué hay para desayunar?

—Hay fruta, café, panqueques y huevos, ¿qué te sirvo?

—De todo, tengo mucha hambre.

—Lo sé, cariño, ¿cómo dormiste? Estuviste bastante inquieta anoche.

—Este embarazo apenas comienza y ya me está matando. —suspiró la bioquímica. —Incluso me duele la espalda.

—¿Necesitas un masaje?

—Sería excelente.

—Desayunemos, más tarde te daré un buen masaje. Estaba pensando en que podríamos salir a comprar un par de cosas para la habitación del bebé, ¿qué opinas?

—Ya hemos comprado lo necesario. Falta mucho todavía.

—Entonces vamos al cine, ¿qué te parece?

—Me encantaría.

Billy y Becky desayunaron a gusto y con calma. Limpiaron la cocina y fueron a su habitación, ambos dispuestos a bañarse. Rebecca se quitó su pijama con lentitud, mientras que Billy la miraba detenidamente con profundo deseo.

—¿No vienes? —preguntó Rebecca.

—Estás tan sexy...

—No lo creo. He subido bastante de peso.

—Eso no importa. Para mí eres perfecta.

—¿Ah, sí? —lo retó, acercándose a Billy de forma sensual y provocativa.

—Sí... — respondió Coen casi sin aliento. Rebecca tomó de la mano a su esposo y lo levantó de la silla, colocó las manos de su marido sobre su cintura y lo besó despacio.

—Cariño, podríamos lastimar al bebé...

—Tranquilo, no le pasará nada.

—Está bien...

Billy tomó en brazos a su bella esposa y la llevó hacia la cama, la acostó con cuidado y se quitó la camiseta. Si algo enloquecía a la doctora, era el tonificado abdomen de su marido y la mirada seria, pero encendida, del ex teniente. Él se acercó a besarla en la boca dulcemente y ella muy gustosa le correspondió. Después, Billy descendió hasta el cuello de su mujer y lentamente al resto de su cuerpo. Rebecca apretaba las sábanas y su respiración se tornaba agitada; podía sentir el calor húmedo en su vientre bajo. Él disfrutaba mucho de besar por completo el fino cuerpo de la doctora, su sentido del placer era más romántico y delicado, aunque Rebecca lo cambiara a algo más apasionado y salvaje. La boca del ojinegro llegó hasta la feminidad de su compañera y su lengua comenzó a trabajar lento y en círculos, mientras ella se retorcía de placer. Flexionaba sus piernas y acariciaba el abundante cabello negro de Billy.

Con el paso del tiempo, Rebecca sentía cómo el clímax se aproximaba, mientras su esposo disfrutaba de la vista que tenía desde aquél lugar, entonces, Becca soltó un fuerte gemido, evidencia de que había alcanzado el orgasmo. Intentaba reincorporarse, cuando de repente, sintió el miembro viril de Billy introducirse en ella. Arqueó su espalda de puro placer y después apretó el trasero de su marido y despertó la pasión. El agente inició las embestidas de forma salvaje. Duro. Rápido. Rebecca gemía y se retorcía de placer y a su marido le excitaba verla tan extasiada.

La señora Coen colocó a su marido debajo de ella, iniciando los movimientos que sabía que le hacían perder la cabeza al padre de su futuro hijo o hija. Fue solo cuestión de tiempo para que ambos alcanzaran el clímax y se quedaran recostados intentando recuperar el aliento.

—Te amo. —susurró él, besando la mano de su esposa.

—No tanto como yo. —le sonrió Becky.

—Deberíamos ducharnos, se nos hará tarde.

—Vamos.

El matrimonio Coen se dispuso a darse una buena ducha y arreglarse para su cita. Aprovecharon que Billy estaba en su día de descanso y la doctora entraba más tarde al trabajo. Salieron directamente hacia el cine, compraron todo lo que se les apeteció y disfrutaron de la función. Pasaron por el centro comercial a comprar ropa para Becca, pues pese a estar de cinco meses, su barriga ya empezaba a crecer y su ropa habitual ya no le quedaba.

Fuera de la casa Coen estaba estacionado un furgón rojo, cuyo piloto leía los estudios y publicaciones de la doctora Chambers. Su especialidad eran los virus y también lo que más le interesaba al lector. Tomó su PDA y escribió un mensaje listo para ser enviado.

"Objetivo localizado"

Arrancó el furgón y se perdió entre las calles de la localidad.

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Chris volvió del gimnasio agotado, buscó algo para desayunar y se sentó en el comedor. Devoró su desayuno y después se dio una ducha fría para vestirse y salir rápido hacia la B.S.A.A. Tomó su auto y condujo hasta la sede.

Entró a su despacho teniendo el presentimiento de que el día ya iba a ser pésimo. El lunes comenzaba de nuevo con la jornada de trabajo semanal. No es que hubiese tenido mucho descanso, pues después de la misión le habían asignado dos nuevos trabajos más. A resumidas cuentas, era un zombi andante sobreviviendo a base de cafeína.

Y sin esperarlo, la puerta de su oficina se abrió de golpe, haciendo que el capitán dejara todos sus pensamientos de lado. Claire parecía haberle cogido el gusto a presentarse así y que al moreno le dieran cuatro infartos en el proceso.

—Buenos días, mi capitán. Vengo a dejarte estas carpetas para que las leas y las firmes. Te traje tu favorito. ¿Qué tal va tu mañana? —le sonreía su hermana, dejándole una taza humeando café y dos carpetas encima del escritorio.

—¿Mi mañana? Estupendamente. —mencionó con ironía.

Claire observó a su hermano, una mirada fue más que suficiente para indicarle que algo no iba bien.

—Hey... —la pelirroja tocó su brazo cariñosamente, intentando atraer su atención. —¿Qué te pasa?

—Todo me pasa... todo. —suspiró frustrado.

¿Debía contarle a su hermana? Quizá si, quizá no.

—Cuéntamelo, sé que tiene que ver con Jill y te conozco como si yo misma te hubiera traído al mundo. —comentó la chica cerrando la puerta. Se acomodó, como de costumbre, encima del escritorio en frente del capitán, observando sus ojos color café, llenos de ¿tristeza? No lo sabía realmente.

—¿Te piensas que soy idiota? Sé que las chicas te han mandado a investigarme.

—Tienes razón, pero solo me preocupo por ti, tienes mi palabra de que no diré nada.  —le prometió la activista.

Chris, por lo general, no le contaba a nadie sobre sus aventuras sexuales, mucho menos a Claire, pero él sabía que al igual que Jill, su pelirroja era una mujer de palabra y que nada de lo que le dijera, sería revelado ante nadie.

—Está bien. Han pasado... cosas con Jill.

—¡Lo sabía! No me lo puedo creer, Chris. —sonrió ella muy entusiasmada, dando lo mejor de sí por parecer creíble.

—Mientes de pena, hermanita. Jill te lo ha contado, ¿no?

Claire asintió rendida; tenía que mejorar sus dotes de engaño.

—Ya lo suponía.

—Eso no es excusa. Quiero escuchar tu versión de los hechos. —bromeó divertida. —¿Hubo sexo apasionado?

—No pienso hablar de eso contigo.

—¡Vamos! Llevo años esperando esto, me lo debes.

—Lo hubo, pero las cosas están muy mal entre nosotros.

—¿La embarazaste? ¡Por fin seré tía! Habrá un mini Chris por la B.S.A.A. —bromeó la chica dando pequeños saltitos.

Se detuvo en el acto al ver la cara de espanto del capitán.

—Por favor, Claire, claro que no. Quítate esa idea de la cabeza. Teniendo en cuenta todos los experimentos que hizo Wesker en ella, la probabilidad de procrear es nula.

—Ya lo sé, bobo. Pero, ¿entonces que pasó?

—Pues... nos besamos y una cosa llevó a la otra, ya sabes... El problema es que ahora que nuestra relación ha cambiado ella parece no querer aceptar la realidad.

—No entiendo.

—Discutimos, y después nos acostamos, solo iba a ser sexo, quitarnos las ganas y ya está. Pero la realidad es que no puedo olvidarla. No puedo con esto, Claire, intento quitármela de la cabeza pero me es imposible, mientras que ella solo me evita. Su puñetera indiferencia me está matando...

—Chris... quizás lo mejor sea darle tiempo, creo que lo necesita, ya sabes cuánto ha sufrido desde lo de Wesker.

—Lo sé de sobra, Claire. Lo he sufrido con ella. Pero eso no justifica el que me trate como si yo fuera uno cualquiera.

—Sin embargo, tú has quedado con Sheva...

—Para tu información, solo fuimos a cenar, como amigos.

—¿Amigos como Jill, dices?

Redfield la miró con ojos acusadores, mientras Claire trataba de contener una pequeña carcajada.

—No, como amigos de verdad. —admitió refunfuñando.

—Entonces me quedo más tranquila. —bromeó la chica.

—Muy graciosa. —respondió tornando los ojos, mientras Claire hacía una especie de mueca divertida. —El problema es que ahora no sé qué se supone que debería hacer.

—Está claro, ¿no? Quieres a Jill y no a Sheva.

—Obvio que sí, pero Jill me ha pisoteado tantas veces que ya no estoy dispuesto a volverme a arrastrar más. Y si ella no tiene problema en rehacer su vida, pues yo tampoco.

—Sé que Jill no ha sido demasiado clara respecto a sus sentimientos. Pero tranquilo, la conoces bien. Sé que no está dispuesta a perderte, porque ella te ama, Chris, de verdad que lo hace.

La pelirroja hacía su máximo esfuerzo por consolar a su hermano, pero aquello no parecía tener resultados. Lo único que se le ocurrió fue abrazarlo.

—Ese es el problema, que no es capaz de admitirlo.

Chris se alejó de su hermana con el peor de los ánimos. Una vez que salió por la puerta del despacho Claire suspiró pesadamente; no podía evitar sentirse mal por su hermano. Verlo tan triste, tan frustrado consigo mismo... le sabía realmente mal. Entendía a Jill, conocía de los miedos de su amiga, de sus traumas, de que una mala decisión pudiera romperle el corazón a Chris... pero en el proceso, se estaban hiriendo ambos e indirectamente, ella ya estaba dañando al capitán con sus dudas y todo ese orgullo.

Ambos eran tan perfectos juntos, tan inseparables. Simplemente no lograba comprender la necesidad de estar peleando todo el rato. Si algo tenía claro la pelirroja es que el rencor y el orgullo entre los dos era una barrera que debían romper de inmediato. Hablaría de ello con ambos, y los haría entrar en razón de alguna forma, en especial a Jill.

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Barry se encontraba sentado en el sofá mientras escuchaba los terribles gritos y casi sollozos de su querida esposa que, por lo visto, pronto sería su ex esposa. A pesar de su traición, él no se arrepentía de absolutamente nada y si tuviera que volver a hacerlo, no dudaría ni por un segundo.

—No lo entiendo, Barry, yo lo hice todo por ti y tú solo andabas a escondidas con ella. —sollozaba Kathy mirando con rabia a Burton. —¿Lo que hiciste en verdad valió pena?

—Kathy, todo fue culpa de ella, me provocaba, me los ofrecía y yo no pude evitarlo. —se defendió un poco el hombre ante el vergonzoso descubrimiento de su esposa.

—A ti te muestran dos y ya te pones como un loco. No entiendo nada, yo lo he dado todo por ti, ¿y así me lo pagas? ¿No sirvió para nada todo el tiempo que tardaba en hacértelos? No, no me merezco esto. —dijo angustiada.

La mujer comenzó a llorar desconsoladamente. ¿Qué le diría a sus hijas cuando las viera? Ya se imaginaba diciéndoles: «vuestro padre me traicionó por otra». Y eso le destrozaba, ahora sí por completo, el corazón a Kathy.

—Es que, ella es distinta es... no sé cómo explicártelo Kathy, a pesar de que tú tengas más experiencia que ella, es muy distinta a ti, su delicadeza, sus manos... no sabes cómo me los hace, sus manos son tan suaves... —explicó.

—¡Encima me explicas cómo te los hace! No quiero escucharte más Barry Burton, sigue con tu puta dieta y sigue comiéndote a escondidas los sándwiches que Jill te prepara porque yo no volveré a prepararte la comida.

—No, por favor.

—Lo lamento, pero me traicionaste con un sándwich, me dijiste que los habías dejado y no era verdad... me mentiste.

—Perdóname, cielo.

—Vete. —le pidió sin más.

Barry se puso de pie, tomó sus cosas y partió en dirección a la B.S.A.A, muy apenado y, sobre todo, arrepentido por no haber seguido con su dieta y por haberse comido los sándwiches que Jill le preparaba ocasionalmente. Pero juraba cambiar por el amor de su esposa y madre de sus hijas.

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Afuera de la central había un gran alboroto con la prensa, lo que solo podía significar decir una cosa: O'Brian ya estaba de vuelta. Tenía una reunión urgente en unos minutos y, mientras tanto, caminaba absorto en sus pensamientos por los pasillos de la B.S.A.A, junto con las carpetas firmadas que le había entregado Claire. Ahora debía dárselas a Jill, ya que como capitanes siempre eran los últimos en firmar.

Jill. Tan solo de pensarla se ponía de mal humor. ¿Cómo había podido pasar todo aquello? Él tenía fe en que verdaderamente lo de ambos podría funcionar, siempre la había tenido. Siempre había sabido que le pasaba algo especial con aquella chica que conoció quince años atrás.

Su rechazo era algo que no lograba entender. ¿Por qué se alejaba de él? Sentía un vacío enorme. Ese vacío solo lo había sentido una vez, y fue por la misma persona; el día que a Jill se le declaró muerta el 23 de noviembre en 2006. ¿Increíble, no? Misma persona, diferente motivo. Quizá era como solía decir su madre: «los golpes del amor». Esa curiosa frase siempre se la decía al joven Christopher, y él solo se reía, creyendo que nunca le iba a pasar nada parecido. Ahora entendía el verdadero significado de la frase, pues él lo estaba sufriendo en sus propias carnes.

Cuando quiso darse cuenta, el área por el que caminaba estaba prácticamente desolada. No había guardias vigilando, los pasillos estaban vacíos y la sala en completo silencio. Retrocedió asegurándose de estar en la puerta correcta, pero unos brazos lo empujaron con fuerza contra la misma.

—¿Pero qué...?

Redfield difícilmente pudo distinguir algo, y sus reflejos funcionaron cuando se le lanzaron encima. El atacante trató de inmovilizarlo, pero él era más ágil y se le adelantó lanzándolo al suelo. Se le abalanzaron en la espalda y pudo identificar que eran tres. Uno intentó echarle mano a su arma, mientras el segundo lo agarraba para inmovilizarlo.

Inesperadamente se vio en apuros cuando trató de girar sobre su propio eje, quitándose a las dos mujeres de encima. Sin embargo, el tercero apareció mandándole dos rodillazos al estómago que hicieron que el capitán se arqueara. Las mujeres aprovecharon para empujarlo contra una silla mientras el tercero le enterró una mano en la clavícula, usando así una maniobra de inmovilización. El dolor se extendió de tal manera que todo su entorno le dio vueltas, haciéndole perder el conocimiento en segundos.

...

Abrió los ojos de golpe, la pequeña sala ya no estaba tan oscura. Había una bombilla con luz tenue, un escritorio a pocos metros y cinco figuras que no lograba reconocer. El capitán trató de mover las manos, pero fue en vano, pues las tenía esposadas a los barrotes de acero de una silla.

—Hola, Chris. —hablaron a su espalda.

Leon. Reconocería esa voz de creído en cualquier parte.

—Es obvio... pero permíteme reiterarte que has sido vilmente secuestrado con el fin de obtener información.

—Voy a suspenderos por...

Cortó sus palabras cuando las luces se encendieron y pudo distinguir las figuras de sus amigos Helena, Sherry, Rebecca, Leon y Claire. «Mierda, ¿estos eran los famosos interrogatorios?» Daba igual, pues el mayor temor del capitán era que su hermana se hubiese ido de la lengua.

—Sherry, cierra la puerta. —ordenó el ojiazul sin quitarle la mirada a Redfield de encima. Éste lo miraba aterrorizado.

La rubia acató la orden de inmediato.

—¡Joder, soltadme! —exigió el hombre. No le gustaba sentirse vulnerable, y mucho menos que lo sometieran.

—Muy bien, Redfield. No tienes escapatoria. —sonrió maliciosamente, caminando lentamente a su alrededor.

—¿Escapatoria? ¿De qué?

—No te hagas el idiota. Cuéntanos de una vez. ¿Qué pasó con Jill? —preguntó Helena sin darle vueltas al asunto.

—No pasó nada. —contestó muy serio. —Y os estoy dando ahora la oportunidad de soltarme por las buenas...

—No te creemos nada, Redfield. —murmuró Sherry.

—Me vale una reverenda mierda. Os estoy diciendo la verdad.

—Vamos, capitán. Cuéntanos algo creíble. —exigió Leon.

—Por Dios, Kennedy. ¿Tú también?

—Leon es nuestra nueva Jill. —sonrió orgullosa Birkin.

—¿Me estás diciendo que Jill es la cabecilla de vuestros interrogatorios? —quiso saber él con el ceño fruncido.

—Eso es información confidencial.

—Helena. —la llamó Leon, haciendo que la castaña le entregase algo en sus manos que Chris no pudo ver bien. —Christopher, esto que ves aquí, es tu coche teledirigido favorito de última edición. Si tú nos cuentas que pasó te lo devolveré, pero si no... —golpeó el escritorio. —Morirá.

—¿Esto es una broma? —inquirió Chris ante las amenazas.

—¡Silencio! —lo mandó a callar Kennedy.

—Escúchame, galán de telenovela de bajo presupuesto y de poco rating, se me está acabando la paciencia, ¿sabes? Suéltame de una vez o te juro que no vives para contarlo...

Leon soltó una carcajada, ignorando el comentario.

—Chicas.... —sonrió Chris, tratando de calmar la situación y a sí mismo. —Por favor, ¿podéis dejar de comportaros así? ¡Dejad de joderme con vuestras putas preguntitas! ¡Soy vuestro superior, me debéis un respeto! —gritó ya desesperado.

Las muñecas comenzaban a dolerle, pues por más que intentaba zafarse de las esposas, éstas no cedían.

—¿Qué pasa, Chris? ¿Estás nervioso? —indagó Rebecca.

—¡Maldita sea! ¡Dejadme de una vez! —Redfield trataba de mantener la compostura. Sabía que aquello no iba a salir bien, pues él no era de los que se dejaba quitar el control.

—No hasta que confieses. —demandó Kennedy.

—¡Claire! ¿Es que no piensas detener esto? —espetó mirando esta vez a su hermana. Los presentes ahora miraban a la pelirroja, pero ésta prefirió no hacer nada.

—Lo siento, Chris...

—¡Vamos, Redfield! ¿Quieres que rompa tu cochecito? ¿Lo quieres? ¿Sabes cuántos niños quieren este coche y tú lo desprecias? —insistió el chico, intentando jugar con la mente de Chris. Aunque al parecer no lo estaba logrando, pues solo lo estaba enojando más y ese no era su objetivo.

Redfield no aguantó más, se tragó el dolor y y forcejó con el acero insistentemente. Consiguió soltar las esposas y pudo percibir el miedo en la cara de todos cuando logró ponerse de pie destilando ira por los poros. La silla cayó y no les dio tiempo a inmutar palabra, pues estaba camino a la puerta.

—Vais a lamentarlo. —amenazó él antes de dar el portazo.

—Bueno... Pues tampoco ha ido tan mal. —bromeó algo divertida Rebecca tocando su vientre. —¿Qué opináis?

—Pues... no sé. —Claire se encogió de hombros.

—Oye... tú sabes algo. —la señaló Helena. —Larga todo lo que sabes pelirroja o la siguiente en la silla vas a ser tú.

—¿Qué? Claro que no, no me dijo nada. —negó la chica.

—Espero que sea así. —Harper la miró con ojos asesinos y Claire trató por todos los medios de ocultar su mentira.

—Bien, Chris... ¿No quieres hablar por las buenas? Pues hablarás por las malas. —espetó Leon con malicia.

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Chris salió del despacho en busca de algo de aire. Estaba cabreado, pero a la vez no. Parecía ser que Claire no había contado nada y, en el fondo, se lo agradecía mucho. Inspiró profundamente, lidiando con todas las sensaciones que le abarcaban. Pensó en un sinfín de cosas, pero recordó que no llevaba toda la prisa que debería para llegar a la reunión.

Se apresuró por las escaleras y entró con prisas al edificio de al lado para así dirigirse a la oficina del señor Frederick. Jennifer vio llegar al mayor de los Redfield y de inmediato lo hizo pasar. Dentro, discutían Jill, O'Brian y Frederick.

—Chris, qué bueno que llegas. —dijo Frederick.

—Lamento el retraso. ¿Qué sucede?

—He logrado extraditar a Wesker. Pero necesito que Jill y tú lo interroguéis para tomarle declaración y que posteriormente sea juzgado. —le explicó esta vez O'Brian.

—¿Nosotros? ¿Ahora somos detectives? —comentó Jill.

—Claro que no. Es solo que vosotros sois en quien más confiamos para llevar a cabo el trabajo, ya tenéis experiencia haciendo este tipo de cosas. Conocéis a Wesker mejor que nadie.

—Está bien, lo haremos. ¿Cuándo? —preguntó la chica.

—Mañana por la mañana. Wesker será ingresado en la cárcel de máxima seguridad hoy por la tarde.

—Estaremos allí a primera hora. —anotó Chris.

—La prensa está como loca ahí afuera. Quieren saber lo que sucederá con Wesker y Kendrick. —informó Valentine.

—¿Qué ha pasado con él? —cuestionó Redfield.

—Será juzgado en Rusia. Probablemente lo sentencien a muerte.

—Es un castigo muy insignificante. Merece pasar el resto de sus días tras las rejas, probando un poco del infierno que él le ofreció a muchas personas. —dijo Frederick.

—No podemos intervenir. Esperaremos noticias.

—Llamadme loca, pero capturar a Wesker fue demasiado fácil. Esto no me da buena espina.

—¿Se sabe algo de Wong? —preguntó el capitán.

—No. Aún no sabemos nada de ella, pero nuestra prioridad por ahora es Wesker. Hoy durante la tarde os enviaré el expediente para que podáis interrogarle con fundamentos sólidos. Si me disculpáis, es momento de hablar con la prensa y aclarar todas sus preguntas. —finalizó O'Brian.

—Iré a mi oficina. Tengo trabajo. —añadió Chris.

—Nos vemos más tarde. —se despidió la rubia.

Sin dirigirse la palabra, el dúo dinámico salió de la oficina principal y caminaron hacia su lugar de trabajo. Tomaron el ascensor y pronto se les unió la hermosa Sheva Alomar.

—¡Jill! —exclamó alegremente la morena. —Qué gusto me da verte, ¿cómo has estado?

—Sheva. —le sonrió Jill. —He estado bien, gracias, ¿qué tal tú?

—También he estado bien, un poco cansada. Aún no me acostumbro a Nueva York. Es una ciudad muy grande.

—Me imagino. Seguramente son ambientes muy distintos a los que estás acostumbrada.

—Demasiado, pero bueno. Creo que pronto terminaré por acostumbrarme y quizás acabe enamorada de este lugar. Siempre es mejor verle el lado positivo a las cosas.

—Me ha alegrado mucho verte. Bajo en este piso. Cuídate mucho. —se despidió la rubia.

—Nos vemos luego. —respondió Sheva. —Capitán. —lo saludó formalmente.  —Qué gusto me da verlo.

—Igualmente, compañera. ¿Tienes planes para más tarde?

—Estaba pensando en invitar a un hombre muy atractivo a comer hoy, ¿cree usted que él acepte mi invitación?

—Es probable que él quiera verla en el comedor a las 14:30.

—Lo veré ahí. —Sheva guiñó un ojo y salió del ascensor.

Chris caminó hacia su oficina y comenzó a analizar la propuesta de misión que le había llegado del despacho de Frederick. En América del sur se estaba dando una epidemia con el virus C. La misión, como siempre, era encontrar al responsable y eliminar a los infectados. Nada fuera de lo común. Esta vez iría solo, probablemente le asignarían un compañero. Saldría el jueves de madrugada. El móvil de Chris vibró, lo sacó de su bolsillo y miró el mensaje que le aparecía en la pantalla. Era de Claire.

—"Perdona por la encerrona. De haberlo impedido, habrían sospechado de mí. No he dicho nada. Te quiero."

El capitán era un cabeza dura, y también experto en reprimir sus emociones si era necesario, pero tratándose de su hermana, podía dejar de ser capaz de dejar a un lado las diferencias y demostrarle lo mucho que la quería, aunque su forma de demostrar las cosas fuera muy extraña.

—"No te preocupes, estás perdonada mini Redfield. Saldré de misión (otra vez) este jueves. Yo también te quiero".

Guardó su teléfono y continuó analizando los expedientes durante la mañana. Faltaban unos cinco minutos para la cita en el comedor con Sheva. Se levantó del asiento y salió de su oficina para dirigirse al lugar; para llegar ahí, tenía que pasar frente a la oficina de Jill. Justo en ese momento, un mensajero le entregaba un arreglo floral gigante, junto a ella estaba Burton leyendo la tarjeta y de pronto mencionó:

—Te las ha enviado Oliveira.

A Chris le hirvió la sangre al escuchar el nombre de Carlos y continuó con su camino, indiferente. Si Jill iba a jugar con eso de los celos, él haría lo mismo. Llegó al comedor y esperó en la entrada a la chica. Sheva llegó y saltó a los brazos de Chris, lo que le hizo recordar mucho a su pequeña pelirroja.

—¿Qué tal tu día?

—Una catástrofe, ¿qué tal el tuyo?

—Demasiado papeleo, pero todo bien, ¿vamos?

—Seguro.

Pasaron al comedor y se sirvieron de comer; eligieron una mesa y tomaron asiento.

—Saldré de misión el jueves a primera hora.

—¿A dónde?

—Hay problemas en América del sur.

—¿Ya te han asignado un compañero?

—Iré solo, al parecer.

—Voy contigo. Hablaré con O'Brian para que me asigne como tu compañera. Alguien tiene que cuidarte.

—Hey. —sonrió Chris. —Puedo hacerlo solo, ya soy un adulto responsable.

—Lo sé, pero aun así, me gustaría acompañarte.

—Está bien. Si O'Brian lo autoriza, me lo notificará de inmediato.

—Recibido.

Ambos siguieron comiendo, disfrutando de la compañía entre risas y miradas coquetas.

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Jill estaba en su oficina con Barry, analizando de arriba a abajo el regalo que Carlos Oliveira le había enviado.

—Pues son muy bonitas. —comentó Burton.

—Carlos nunca me había regalado flores. —respondió Jill, pensativa.

—Tal vez quiera una cita a la antigua.

—¿A la antigua? Carlos nunca ha sido tradicional.

—Quizá quiera formalizar algo contigo. Ya sois mayorcitos, ¿no crees? Si vuelve tantas veces, quiere decir que te ha elegido a ti.

—Esos son disparates, Barry. Esas cosas no existen.

—¿Qué dices de mí?

—Lo tuyo con Kathy es diferente.

—Todo el mundo puede encontrar a su verdadero amor, Jill. Podrías intentar algo con Carlos si es lo que quieres. La vida está llena de sorpresas y podría ser él tu pareja ideal.

—Qué cursi eres, con razón tu mujer te adora.

—Me temo que hoy no. —rió Barry. —Lamento decírtelo, pero ha descubierto el paradero de tus sándwiches.

—Oh, no... —la rubia soltó una carcajada. —¿Es en serio?

—Sí, los tenía guardados en la despensa. —le explicó negando con la cabeza. —Pensé que los había escondido bien, pero siempre se las ingenia para encontrarlo todo...

A continuación, Barry relató con detalle la discusión que había tenido hace unas horas con su esposa. Jill lo escuchaba atentamente, tratando de parecer seria.

—La verdad es que no me extraña, una mujer que sospecha de una posible infidelidad puede llegar a ser muy peligrosa. —ella habló con seriedad, pero sólo de imaginar el panorama se echó a reír.

Barry se vio contagiado por las risas de su amiga. Jill no podía creer que el haber preparado sándwiches para su amigo podía haber sido tan gracioso.

—Bueno, supongo que... no más sándwiches. —comentó Jill en cuanto su risa había cesado.

—Lamentablemente no, querida. —habló divertido.

En seguida, ambos se dispusieron a seguir con el trabajo. Barry había pasado un mal rato discutiendo con su esposa, pero al menos, ellos dos se habían divertido bastante.

Burton estaba por marcharse, pero antes de hacerlo, buscó la mirada de la bella mujer.

—Jill. —la llamó.

—¿Sí? —preguntó al escuchar su nombre.

—Recuérdalo, piensa bien cada paso que das. Si quieres ser feliz debes elegir de forma correcta.

Ella asintió, dedicándole una sincera sonrisa. Al fin y al cabo, Barry era lo más parecido que tenía a la figura de un padre desde hace muchos años.

—Debo irme, te veo luego.

—Saluda a Moira y a Polly.

—Claro.

...

Jill tomó su teléfono y le envió a Carlos un mensaje para agradecerle el detalle de las flores, lo guardó y continuó su trabajo. En un momento de inspiración, Jill observó nuevamente las flores que Carlos le había mandado y recordó con nostalgia la primera vez que Chris le había regalado flores. Era el cumpleaños número veintitrés de la rubia, ella sabía que el capitán había estado pasando por una fuerte crisis económica debido a que lo perdió todo en Raccoon City, pero fue el primero en darle un regalo y en felicitarla. Llegó al trabajo despeinado y con un ramo de rosas, sonrió y le dio un fuerte abrazo por su cumpleaños. Ella sabía que probablemente el mayor de los Redfield se quedaría sin comer ese día, pero a él no le importó con tal de dibujarle una sonrisa a la señorita Valentine. Eran las rosas rojas más hermosas y vivas que jamás nadie le había obsequiado. ¡Maldita sea! Chris... Ya estaba pensando en él de nuevo. ¿Por qué pensaba en él mucho más que antes? ¿Por qué ahora que había decidido no volverlo a ver?

Se levantó de su asiento y fue al comedor por algo de comida para saciar su apetito. Para su mala suerte, encontró a Chris comiendo junto a Sheva. Sintió un coraje profundo y el apetito se le esfumó de inmediato. Volvió a su oficina y después decidió pedir algo de comida china. Desganada y casi sin aliento, se apresuró a terminar sus tareas pendientes para poder salir de la oficina lo más pronto posible y evitar a toda costa al capitán. Tomó el expediente que O'Brian le había dado para interrogar a Wesker a la mañana siguiente y salió de la B.S.A.A. El ascensor estaba lleno, así que decidió tomar las escaleras y antes de que ocurriera otra cosa, bajó corriendo lo más rápido que pudo. Clive iba subiendo cuando se encontró a la rubia.

—¡Jill! ¿Tan pronto a casa?

—Sí. Ya he terminado todas mis pendientes.

—Vaya, tan rápida como siempre. Supongo que Chris ya te ha dicho que se irá de misión el jueves.

—No. —respondió Jill, en seco. Intentando ocultar su sorpresa. —Debe ser muy importante para que envíen a Chris.

—Lo es. Irá a Sudamérica. Hay una epidemia con el virus C. Necesitamos encontrar a los culpables y eliminar de forma discreta a los infectados. Esperamos que la operación sea un éxito. Sin duda alguna, lo estará respaldando el mejor equipo técnico del lugar en caso de cualquier emergencia.

—¿No le asignarán a un compañero?

—Sheva ha pedido ser enviada como su compañera, pero en esta ocasión necesitamos a alguien que conozca muy bien el terreno en el que nos estamos adentrando. Allí ya le han asignado a un agente especializado.

—Supongo que es un experto.

—Parece ser que lo es. Se trata de un tipo joven y hábil con las armas, algo así como...

—Como Nivans. —completó la frase.

—Sí.

—Bueno, espero que hayan dado en el blanco con el compañero de Chris. Si me permites, tengo que irme a casa. Necesito analizar el expediente de Wesker.

—Ve con cuidado, Jill.

Jill condujo de regreso a casa con mucha prisa. Quería encerrarse lo más pronto posible en su apartamento. Se sirvió una copa de vino y comenzó a leer el gigantesco expediente del ex capitán de los S.T.A.R.S. Todo lo que allí se encontraba, ella ya lo sabía de sobra, pues ya había cooperado con investigaciones previas y posteriormente con entrevistas después de haber sido rescatada por Chris en África. No pudo evitar pensar en lo sencillo que había sido capturar a Wesker. Si bien su condición les había facilitado las cosas, ella no podía creer que en verdad Ada Wong hubiera dejado que se lo llevaran. La espía asiática era buena con su trabajo y jamás había fallado, ¿acaso sería todo uno de sus trucos? Quizá todo era para desviar la atención del mundo entero y proceder, mientras tanto, con otro de sus terroríficos planes. O tal vez exageraba...

Jill estaba dándole demasiadas vueltas al asunto. Wesker por fin estaría tras las rejas y la paz volvería al mundo. Guardó el expediente y se recostó en el sofá para ver una película. La rubia no era una de esas mujeres que disfrutara precisamente de un romance como entretenimiento, pero algo estaba cambiando en ella. Tal vez, pudo haber sido porque el capitán le había roto el corazón y sus sentimientos se encontraban a flor de piel o porque sus hormonas premenstruales ya estaban haciendo su trabajo. Lloró como una magdalena toda la película y finalmente se quedó dormida.

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Mientras, Leon trabajaba arduamente en unos reportes. Había estado investigando a Ada Wong, intentando dar con su paradero en Rusia o, conociéndola, en cualquier otra parte del mundo. Junto con Jill, tenía el mal presentimiento de que la asiática estaba tramando algo. Tenían que deshacerse de Wong antes de que desencadenara otra catástrofe, pero ni si quiera sabían dónde se encontraba.

Suspiró intranquilo, mientras ojeaba la pila de archivos y fichas que había sobre su escritorio. Entre ellos, distinguió un sobre beige que de seguro Sam le habría dejado esta mañana. Parecía ser una invitación por el tamaño del paquete, así que, sin más preámbulos, rasgó el papel del contenido y vio, con aire pesado, una invitación de boda.

—"Por medio de la presente, tenemos el honor de invitarle a usted y a su apreciable familia a la boda de Michael Kennedy y Josefine Riddle. El evento se celebrará en la mansión Kennedy a las 17:00 p.m. el próximo viernes del año en curso..."

Parece ser que Michael se casaba de nuevo. La invitación contenía dos boletos, hasta parecía una burla de su hermano, quien sabía perfectamente que Leon llevaba solo bastante tiempo. Tomó el teléfono y marcó el número de su madre Grace, esperando que por una vez en su vida, le respondiera. Los tonos de espera comenzaron a sonar, y el agente esperaba impaciente por escuchar la voz de Grace.

—¿Residencia Kennedy? —respondió una voz masculina.

—Sí, Andrew, soy Leon. Quisiera saber si mi madre se encuentra en casa. Quiero hablar con ella de inmediato.

—Se encuentra en casa, señor. Disculpe un momento.

—Gracias. —Leon suspiró y con un poco de nervios, esperó que su madre no se negara a atender la llamada. Pronto escuchó la voz de Grace, quien, como siempre, respondió seriamente.

—Hijo.

—Mamá. Necesito saber por qué me han enviado una invitación a la boda de Michael. Es la quinta vez que se casa, ¿es que no puede vivir sin el matrimonio? Además, la última vez quedamos en no vernos a menos que fuera estrictamente necesario, ¿es que quiere burlarse de mí?

—Leon, cálmate. Yo fui la de la idea. Tú y Michael sois hermanos, no podéis estar peleados toda la vida. Es un momento importante en la vida de tu hermano y debes estar presente, además, hace mucho que no pones un pie en casa, no te he visto desde hace seis años. Me gustaría que vinieras, de verdad. Tu padre estaría contento de que vinieras, aunque fuera un rato. Está en ti la decisión, cariño.

—Gracias por tu apoyo moral, mamá. —dijo Leon en forma de despedida y cortó la llamada.

Aunque él no quisiera, sabía que su madre era su debilidad, y al final haría lo que fuera con tal de que ella fuera feliz. Dejó la invitación en una esquina del escritorio y se puso manos a la obra con el trabajo. Mientras lo hacía, recordó aquella escena con su hermano mayor en su boda número 4...

Leon vestía un elegante smoking para la boda de etiqueta de Michael. Estaba solo en una de las mesas designadas para los invitados y bebía un poco de champagne que un mesero le había ofrecido. Estaba serio. Miraba con frialdad a todos los invitados mientras sus padres brindaban con los recién casados. Michael ya estaba un poco ebrio y el ambiente no terminaba de gustarle a Leon. Estaba por irse del lugar cuando el brindis, junto con el clásico discurso, inició. Bernard Kennedy se paró frente al micrófono con una copa de Whiskey en la mano para iniciar su discurso.

—Buenas tardes a todos, queridos invitados. Es para mí un honor y un gran placer que nos hayan acompañado a la boda de mi hijo. Hace un par de décadas llegó a este mundo para llenarnos de orgullo a su madre y a mí. Como siempre, demostró ser el más capaz y disciplinado, hizo crecer la empresa a pasos agigantados y nunca me ha fallado, por eso hoy, quiero desearle la más grande felicidad del mundo. Querido hijo, que tengas un muy feliz matrimonio. Gracias por ser mi más grande orgullo y el mejor sucesor, ¡salud!— brindó Bernard. Luego, Michael, ya mareado, tomó el control del micrófono y comenzó a hablar.

—Gracias papá, creo que aquí todos sabemos que yo he sido siempre tu orgullo porque yo sí me dediqué al negocio familiar en cuerpo y alma. No pudiste escoger mejor sucesor, porque ¡queridos invitados! El imbécil que está sentado en la mesa de ahí...—dijo Michael, señalando al lugar de Leon. —Sólo se ha dedicado a traer problemas a la familia. De ser un exitoso empresario, prefirió volverse un miserable policía, porque, admítelo Leon, ¿qué te ha dejado ese maldito trabajo? Mírate, estás solo y amargado, mientras yo tengo todo lo que quiero. Eres un idiota. Debiste tomar el puesto que te ofrecí, pero preferiste ser un vago y un mediocre que no tiene vida fija... —y mientras Michael seguía hablando, Leon hacía lo imposible por mantenerse sereno y no alterarse demasiado, ya había lidiado con su hermano por años y podía tolerar sus humillaciones. —Mírate, ¿no te da vergüenza ser el verdugo de almas inocentes? ¿no sientes remordimiento por haber matado a tanta gente? Eres un sucio asesino.

El hermano mayor de Leon había tocado una fibra sensible en el corazón del agente. Él no había asesinado a nadie, él solamente quería salvar vidas inocentes. El rubio ardía de furia, así que se levantó de su mesa y quiso retirarse del lugar, sin embargo, su hermano lo detuvo en el acto y lo golpeó en la cara. Leon cayó al suelo y entonces, el fuego se hizo imparable. El agente sabía muy bien cómo defenderse, así que no le tomó demasiado tiempo darle una paliza a su hermano y dejarlo medio inconsciente en el suelo y él, sujetado por dos de sus tíos que había visto solamente un par de veces. Grace y Bernard se acercaron a verificar que Michael estuviera bien, mientras Leon contenía la rabia que le daba que sus padres no se preocuparan por él. Se zafó de los brazos de sus tíos y salió de la fiesta hacia un bar. Bebió todo lo que pudo y luego se fue a casa a pensar lo miserable que era su patética vida, después de todo, tal vez Michael tuviera razón y su vida de policía lo había vuelto un tipo solitario.

Alguien tocó la puerta de su oficina, interrumpiendo sus pensamientos.

—¿Puedo pasar? —dijo Claire, asomándose a través del hueco de la puerta.

—Por favor.

La pelirroja entró enseguida con un deje de preocupación en el rostro. Leon se mostró desconcertado cuando observó en sus manos un sobre con el sello de confidencialidad.

—Claire, siéntate. ¿Ocurre algo?

—No es extremadamente malo, pero sí. Verás, Chris me ha mandado a entregarte esto. Por lo visto, hay varios rumores de que hay problemas de suma gravedad en Ucrania. Como ya sabrás, aunque estés trabajando temporalmente aquí, aún así, debes atender las misiones de gran urgencia de la D.S.O. —Leon asintió; la visita de Claire lo estaba intrigando demasiado. —Parece ser que el gobierno se está involucrado con los terroristas ucranianos. Han robado información de importancia de La Casa Blanca. No me han comentado nada más, pero dentro del sobre tienes toda la información. Partirás el lunes de la próxima semana. —le explicó Claire, entregándole el sobre con fotografías y demás.

—Caray. —el agente sacó del sobre las hojas con el informe de la misión y los procedimientos. —Si estas noticias llegan a salir a la luz, caeríamos en un escándalo brutal que podría terminar con la destitución del presidente.

—Estoy de acuerdo. Realmente debería replantearse las medidas que está tomando, lleva pocos meses ejerciendo y ya se está ganando muchos enemigos. No necesitamos más ataques terroristas, el último casi nos cuesta la vida.

—Lo sé. —suspiró pesadamente. —Haré todo lo posible por evitar que eso ocurra. Espero que de una pieza.

—Pues claro que sí, te han enviado porque saben que eres el mejor agente de la D.S.O. Confío en que saldrás ileso.

—Gracias por los ánimos, preciosa. —le dijo sonriendo de oreja a oreja. Claire podía llegar a ser realmente dulce; era una de las tantas cosas que le volvían loco de la activista.

Redfield se ruborizó con su respuesta pues, por algún motivo, siempre que Leon le hacía cumplidos, sus mejillas no podían evitar tornarse de ese color. Evitó mirarlo directamente y, analizando su oficina, observó lo que parecía ser una invitación de boda en un lado del escritorio.

—Vaya... ¿Qué es esto?

—Me ha llegado esta mañana. Mi hermano mayor se casa. Puedes echarle un vistazo si quieres.

Claire se animó a leer la invitación. Miró a Leon en busca de información más detallada al ver que había dos boletos.

—Lo más probable es que no vaya. —comentó como si nada, encogiéndose de hombros. —Me ha enviado dos invitaciones. El muy cabrón tiene las pelotas reírse de mí.

—¿Por qué? —preguntó algo divertida.

—Michael sabe que no tengo con quien ir. He ido solo a sus últimas cuatro bodas. —explicó tranquilo, mientras Claire abría los ojos como platos. —Sí, cuatro. —reiteró al ver la expresión de la pelirroja. —Y en todas ellas se ha burlado de mí. No es que tengamos la mejor de las relaciones.

—Pues se acabó. ¿No has pensado en pedirle a alguien que te acompañe? No sé, algo así como... una novia falsa.

—No se me había ocurrido. —analizando la idea, acarició su barbilla. —Podría pedirle a Helena que me acompañe.

—No es necesario, puedo acompañarte yo.

El agente esbozó media sonrisa y se emocionó, ¿acaso Claire le estaba proponiendo ser su pareja en la boda?

—¿Tú? No me malinterpretes, estoy encantado con la idea pero, ¿no crees que a tu prometido le molestará?

—Jordan no tiene porqué enterarse. Está en Los Ángeles, trabajando. Mi amigo necesita una ayudita, y no veo que hay de malo en que te acompañe. Solo serán unas horas.

Leon volvió a celebrar aquella respuesta para sus adentros.

—No quiero que te metas en problemas por mí.

—No te preocupes por eso, será nuestro pequeño secreto.

—Está bien. Gracias por ofrecerte.

—No es nada. ¿Somos un equipo, no?

Leon estaba por responderle pero, de pronto, su dulce pelirroja, que sonreía abiertamente, cayó en cuenta de algo.

—¡Mierda! —maldijo ella.

—¿Qué pasa? —preguntó algo confuso.

—La boda es este viernes. ¡No tengo vestido!

—Por eso no hay problema, iremos de compras.

—Bueno, si me lo pones así... Acepto. —bromeó ella.

—¿Te recojo de tu oficina a las cinco?

—Lo esperaré con mucho gusto, señor Kennedy.

Y sin más, Claire se despidió del agente y se marchó tranquilamente del lugar. Sin saberlo, había hecho sumamente feliz a Leon.

El agente estaba flotando en una nube. Al fin tendría una oportunidad con Claire y, de paso, le cerraría la boca al idiota de su hermano. Muy contento, se dispuso a terminar todo el trabajo pendiente mientras aguardaba a su "cita".

...

La hora de salir llegó. Con ansias, Leon tomó las llaves de su auto y se dirigió a la oficina de Claire para ir a recogerla. Condujo hasta el centro comercial y, entre tantas tiendas, Redfield no tenía ni idea de a cuál entrar primero, pues los escaparates no mostraban nada que fuera de su estilo.

Leon, por otra parte, ya sabía a qué tipo de tiendas acudir, puesto que no tenía ganas de esmerarse demasiado en su aspecto para la boda de su hermano. Fue entonces cuando a la pelirroja le llamó la atención la tienda de Gucci, la cual tenía en el escaparate un precioso vestido largo color rosa viejo con un escote en v pronunciado y corte de princesa. Tenía algunos detalles en los hombros y adornos florales.

Aquel vestido se había robado por completo la atención de la activista de TerraSave y corrió a probárselo mientras el agente esperaba fuera de los probadores para darle el visto bueno. Después de una eternidad de cinco minutos, Claire salió del probador, mostrando el vestido de ensueño que había elegido. Leon y otros hombres que estaban en la tienda se quedaron embobados admirando a la hermosa mujer que portaba el vestido; parecía haber sido diseñado sólo para ella. Le quedaba perfecto, y su figura de diosa, quedaba enmarcada por el magnífico diseño del vestido.

—¿Qué opinas? —preguntó Claire.

—Te ves más que preciosa. Me encanta.

—¿Estás seguro? ¿No crees que es demasiado revelador? No quiero causarle una mala impresión a tus padres.

—Para nada, ese vestido te queda de maravilla. Además, es sumamente elegante. No encontrarás nada mejor aquí.

—Tienes razón. Me lo llevo.

—Claire, ¿has visto cuánto cuesta?

—Lo sé, no pudo haberme gustado si fuese barato. Para eso he trabajado toda mi vida. —dijo guiñándole un ojo.

La pelirroja salió con el vestido en la mano para señalarle a la señorita que la había atendido que se lo llevaría. Tomó su tarjeta de crédito y sin ningún problema, pagó el vestido y los zapatos de tacón a juego que las encargadas de la tienda le recomendaron. Ahora solamente faltaba el agente, quien después de ver el vestido tan fabuloso que Claire llevaría a la boda de su hermano, quería comprarse algo que estuviera a la altura de la mujer que le acompañaría.

Entonces, luego de dos largas horas buscando un traje adecuado, se decantó, gracias a la pelirroja y a su impecable gusto en ropa, por un atuendo de Louis Vuitton que combinaba perfectamente con el vestido de la dama.

Más tarde, subieron al auto del rubio y él condujo hasta un bello restaurante ubicado en medio del bosque. Al llegar al lugar, el rubio pidió una mesa para dos y el gerente del local les dio una mesa en la terraza. Frente a la terraza había un pequeño lago artificial rodeado de varios pinos y árboles muy verdes. Dentro del lugar olía a madera, café y canela. El mesero les ofreció la carta y mientras ambos decidían qué ordenar, la conversación inició. El agente ordenó por ambos un poco de fruta, chocolate caliente y los famosos waffles que le habían dado tanta popularidad al lugar.

Merendaron calmados y muy contentos de poder estar acompañados. Claire hacía muchos chistes buenos y Leon se reía con los gestos de la hermana del capitán Redfield.

Al terminar, pagaron la cuenta en conjunto y aún les quedaba el resto del día para estar juntos. Subieron al vehículo, y mientras Leon conducía sin rumbo aparente, Claire había iniciado una conversación muy interesante.

El rubio coqueteaba ocasionalmente con la activista y le daba la impresión de que ella parecía corresponderle indirectamente, pero lo que quería era mantener la cabeza fría para analizar las cosas a detalle y no hacerse simples figuraciones. Leon le contó sobre su vida amorosa, y un poco descaradamente, sobre el lado sexual. Le explicó incluso sobre su pasado con Ada Wong y cómo ésta se había marchado para, según ella, no volver más. Llegaron a tener algo, pero después de China, cualquier posible intento de retomarlo, se esfumó por completo. Claire se fijó en lo calmado que estaba el agente cuando le contó aquella historia tan amarga, lo que le hizo emocionarse por dentro cuando el agente le había explicado a detalle sobre el final de su "relación" con la engañosa espía. La menor de los Redfield habló también sobre sus romances y aventuras.

James fue su primer novio serio. Su compañero de clase era un tipo agradable y bastante inteligente, que aunque no tenía el cuerpo de Dios como Leon, era un tipo atractivo que sabía ganarse el corazón de cualquiera. Ambos salían de vez en cuando a cenar o a carreras de motocicletas, ya que Claire y él compartían el mismo gusto por el vehículo. Él fue el primero en su vida en muchos sentidos pero, por desgracia, sostener una relación adolescente no era tan sencillo e idílico como lo planteaban las novelas románticas luego de que concluyeran el último curso escolar y él fuese admitido en una prestigiosa universidad de la costa Este. Recién cuando ella cumplió 19 años terminaron su largo noviazgo y sus caminos jamás volvieron a cruzarse.

Lo de Neil fue más pasional. Nada más allá de la atracción física, sexo y el gusto compulsivo de Claire por el sexi trasero del miembro de Terra Save.

Jordan fue el definitivo, por decirlo así. Al poco tiempo de que él comenzara a trabajar en TerraSave ambos chocaron en una sala de reuniones, no más que para descubrir que después Claire se convertiría en su jefa.

Desde ese momento comenzó a conquistarla, se hizo amigo de sus amigos, estaba en los mismos sitios donde ella estaba, le mandaba chocolates, flores e invitaciones. Claire siempre lo rechazaba, sentía por él pero no se lo quería poner tan fácil, pues ella cargaba con ciertos miedos e inseguridades y, aunque lo deseaba, no quería abrirle su corazón a nadie tan fácilmente por temor a salir lastimada.

Pero más tarde se volvieron amigos. Hubo salidas al cine, al teatro, a patinar y Claire también le enseñaba la ciudad de Nueva York. Jordan se esforzaba todos los días por conquistar a la pelirroja con un detalle diferente. A día de hoy ya eran dos años de noviazgo, y ahora que se casaría con él, la idea le entusiasmaba, pero el hecho de tener a Leon tan cerca la volvía un mar de dudas y de sentimientos que ya no sabía cómo interpretar. Sabía que adoraba a su futuro marido, pero, ¿lo seguía amando igual que antes?

—Ahora dime, ¿cuál ha sido tu momento favorito de tu infancia?

—Aquella vez que papá decidió llevarnos a acampar. Mamá estaba de buenas y fue con nosotros. Fue el fin de semana más extraordinario de mi niñez.

—¿Qué ha sido de tu hermano?

—Digamos que le va bien.

—Casi nunca hablas de tu familia, ¿pasa algo?

—No me agrada mucho hablar de ellos.

—¿Por qué?

—Es complicado.

—Tenemos toda la tarde. —dijo Claire, sonriéndole de forma pícara al rubio. Leon miró a la hermosa Redfield; a ella no podía negarle nada. Suspiró y buscó por dónde comenzar.

Mientras seguía el camino que llevaba a la carretera, recordó el día en el que comenzó todo. Él tenía cinco años y su hermano mayor, doce.

—Recuerdo el inicio del verano...

El pequeño Leon acababa de llegar a casa. El colegio había terminado y, por fin, iniciaban las vacaciones. En sus manos llevaba una hoja de papel que quería mostrarle con urgencia a su madre. Bajó del auto y corrió al estudio a buscar a su madre, pero en su lugar, encontró a Mildred, la ama de llaves.

—Mildred, ¿has visto a mi madre? ¡Tengo una noticia! —exclamó Leon, con el entusiasmo de un niño emocionado.

Mildred lo miró con cierto pesar y respondió a la pregunta del pequeño.

—Se ha ido de viaje, pero me ha dejado esto para ti.

En el escritorio había una caja de regalo preciosa. Leon abrió la caja y descubrió el contenido de ésta: un hermoso auto de juguete a control remoto. El pequeño Scott no sonrió ni un poco. Él no quería más juguetes, pues tenía un baúl y un armario lleno de ellos, solo quería pasar tiempo con su madre.

—Gracias, Mildred. ¿Está mi padre en casa?

—Sigue en la oficina, me avisó que tardaría en llegar.

—¿Y mi hermano?

—Parece ser que está en su habitación.

—¡Bien!

Leon corrió a la habitación de su hermano Michael a mostrarle con entusiasmo aquella hoja de papel con un contenido que emocionaba al pequeño Scott.

—¡Michael, Michael! ¿Puedo entrar?

—No molestes, enano. Largo de aquí.

—Por favor, déjame entrar. Quiero enseñarte algo.

Michael, el hermano mayor de Leon, abrió la puerta de su habitación un poco molesto y miró a su hermano.

—¡Mira! Me han dado un diploma, ¡tuve el mejor promedio de la clase! —exclamó Leon, estallando en felicidad.

Michael miró anonadado el diploma de Leon, y sintió cierta envidia por el pequeño, pues había demostrado que era más inteligente que él, quien era el consentido de la familia y, por supuesto, no permitiría que nadie le arrebatara el trono, así que tomó el reconocimiento de su hermano y, lleno de rabia, rompió el papel en pedazos. Leon estalló en llanto y desesperación por no poder salvar la muestra de su gran esfuerzo durante todo el año; le pidió a su hermano que se detuviera, pero Michael hizo caso omiso y destruyó el diploma por completo. Al terminar, cerró la puerta en la cara del rubio, y como un cobarde, no salió de su habitación durante el resto del día. El pequeño Scott, aún con lágrimas en sus ojos, recogió cada pedazo de papel para proceder a unirlos con cinta adhesiva. Tardó toda la tarde intentando unir las piezas, hasta que finalmente lo consiguió.

Esperó despierto a que su padre llegara, hasta que escuchó su voz en el recibidor. Bajó corriendo las escaleras con su diploma hecho pedazos en busca de su progenitor.

—¡Papá, papá! —exclamó.

—Hola hijo, ¿qué sucede? ¿Qué haces despierto?

—Quería enseñarte esto.

—Ahora no. Estoy cansado.

—Papá, por favor. Te he estado esperando todo el día. No tardarás mucho.

—Está bien.

El señor Bernard Kennedy tomó con sus manos el destrozado reconocimiento de su hijo, lo observó rápidamente y lo regresó a las pequeñas manos de Leon.

—Muy bien, hijo. Mañana le diré a Candace que te envíe un regalo. Buenas noches.

El hombre subió a su habitación de inmediato y se encerró como cada noche. Leon esperaba ansioso el abrazo de su padre, pero éste decidió ser indiferente. Éste hombre era misterioso. Trabajaba durante largas horas y sólo llegaba a casa para dormir. Jamás estaba los fines de semana. El club era su segundo hogar. Casi no pasaba tiempo con sus hijos, y mucho menos con su esposa, la señora Grace Kennedy, una mujer hermosa pero de muy pocas palabras.

El origen de Leon era lo que parecía ahuyentar a sus padres de él. Michael detestaba a su hermano y manifestaba su odio cada vez que podía, dejándole cicatrices de por vida en la piel y en el corazón del pequeño. Cuando el señor Kennedy tenía vacaciones, aprovechaba para salir de viaje con su mujer y Michael, dejando al pequeño en internados de verano para "hacerlo un hombre" y que se acostumbrase a estar solo. Michael era el afortunado viajero que acompañaba a sus padres, alegando que él era mayor que Leon y que por ello debía acompañarles.

Cuando la señora Grace estaba embarazada de su segundo y último hijo, Leon, era la mujer más feliz del mundo. Se la pasaba imaginando cómo sería su bebé y cómo le llamaría. Amaba a su primogénito y a su esposo como a nadie en el mundo, pero todo se tornó oscuro cuando una noche, descubrió la traición de Bernard. Él llevaba años engañando a la hermosa Grace, pero aquella noche la evidencia era obvia. Llegó oliendo a perfume de mujer y con una prenda de ropa interior de su concubina en el bolsillo del traje. Grace cayó en depresión, tirándose en la miseria. Dejó de cuidar su embarazo, no comía nada en ocasiones y se la pasaba tirada en la cama días enteros.

Bernard estaba preocupado por su hijo y su esposa, se sentía culpable y arrepentido de lo que le sucedía a ambos, pero Grace no quería escucharle y mucho menos perdonarle. El embarazo se complicó y Leon nació prematuro, muy delgado y casi moribundo. Grace no quería ver a su hijo cuando llegó al mundo, y Bernard tampoco.

Entonces, así continuó siendo hasta que Leon decidió irse de casa a buscar una nueva vida. La idea de ser policía para nada agradaba a sus padres, pero él sólo buscaba un motivo para largarse del infierno que tenía por hogar. Su hermano Michael heredó la empresa familiar, por ello es rico y sigue manteniendo los gastos de sus padres, que se la viven viajando por el mundo y enviando postales de cortesía al rubio para excusarse de su indiferencia. En ocasiones llegaban con un par de regalos caros, y una que otra fotografía familiar, pero nada más. Él se rehusaba a pasar la navidad en la mansión Kennedy y prefería pasarla solo o en compañía de buenos amigos. Michael y Leon no tenían contacto en absoluto y por supuesto, Leon no aspiraba a ningún tipo de herencia. No quería limosnas.

La amargura con la que contaba esa historia, llenó con un par de lágrimas los ojos azules de Claire, quien le tomó de la mano y la colocó en su rostro, simulando consuelo. Leon se sintió un poco más libre en ese momento; ya era una carga menos en su alma. Nunca le había contado aquello a nadie, y definitivamente Claire sería la única que lo sabría.

—Lamento tanto que tus padres se comportaran así contigo... —respondió Claire. —Debió ser muy duro para ti.

—A veces creo que fue lo mejor. Después de todo aprendí a estar solo y no necesitar de nadie. No dependo de mis padres ahora, y aunque haya perdido contacto con ellos, no me arrepiento. Ha sido difícil verlos en las pocas reuniones familiares a las que he asistido. Se la pasan alardeando de los logros de Michael, y muchas veces me han llamado "Don nadie".

—¿Es que no saben que trabajas para la D.S.O.?

—No pretendo que lo sepan. Es mejor que se mantengan alejados de mi vida. Pero ya basta de hablar de mí, cuéntame cuál ha sido el mejor momento de tu vida.

—Vaya... no sé realmente cuál escoger. He tenido muchos momentos buenos a lo largo mi vida, pero creo que mi favorito fue cuando fui a mi primer concierto.

—¿A quién viste?

—¿No es obvio? ¡Queen!

—Cierto, cómo olvidar que es tu banda favorita. Debió haber sido increíble escuchar su música en vivo.

—Lo sé. Recuerdo aquél día como si hubiera sido ayer. —comentó Claire, quien se desabrochó el cinturón de seguridad, se recargó en la puerta del copiloto para mirar a Leon y acomodó sus piernas en el asiento. —Era el año 1995, cuando Queen estrenó la canción Made in Heaven...

Mágicamente, Claire se transportó a aquellas fechas en las que se anunciaba en la radio el próximo concierto de Queen. Era una tarde lluviosa y ajetreada, estaba en la universidad con su compañera de habitación. Ambas gritaron emocionadas porque disfrutaban de la misma música. Claire moría de ganas por ir a ese concierto, pero recordó, con pesar, que no contaba con el dinero suficiente.

Había ahorrado un poco de dinero para materiales y libros que necesitaba, Chris no ganaba muy bien, pero era suficiente para que ella siguiera con su carrera y él pudiera subsistir. Su trabajo en el ejército fue breve, y aunque éste le absorbiera la mayoría del tiempo, a veces Chris se ofrecía a entregar pizzas o propaganda, con tal de juntar la cantidad de dinero necesario para que su hermana siguiera con su sueño, aunque él no pudiera comprarse lo que necesitaba o quisiera. Su cumpleaños ya había pasado y ese día Chris fue a su universidad con un ramo de flores como obsequio de cumpleaños. Pasaron el día juntos y el mayor de los Redfield invitó a su hermana a una cafetería para cerrar con broche de oro. Aunque ordenó por ella y pelearon en el lugar, Claire se sentía agradecida por el detalle que tuvo su hermano.

Pensó que debía irse olvidando de su sueño de ir al concierto y enfocarse todo lo posible en sus estudios. Tal vez luego podría comprarse el álbum y hacer de cuenta como que fue al concierto, el cual era dentro de un mes. Toda la tarde la pasó con su amiga estudiando para un examen muy importante, así que se olvidó de ello por un rato. Cayó la noche sobre el campus universitario y los alumnos deseaban cenar. La pelirroja y su amiga bajaron al comedor del campus, pero Lindsay, la consejera del dormitorio, detuvo a la menor de los Redfield indicando que tenía una llamada en espera por parte de su tutor, de inmediato, corrió al teléfono. Se trataba de su hermano.

—¡Chris! —exclamó, contenta, la pelirroja.

—¿Cómo estás, pequeña? ¿Interrumpo algo?

—No, iba a cenar. Pero puedo esperar. Hay un par de amigas que pueden meterme a la fila sin ningún problema, pero cuéntame, ¿cómo estás?

—Estoy algo cansado, sigo en el trabajo pero quise llamarte para saber cómo estabas. Lamento no haberte llamado en toda la semana, pero las cosas por aquí están complicadas y no descanso mucho que digamos. Estoy pensando severamente en probar suerte en otra parte.

—Descuida, lo entiendo perfectamente. Chris, piénsatelo bien, creo que el trabajo en el que estás tiene muy buenas prestaciones y quizá lo necesites.

—Lo sé, pero he tenido un par de conflictos. Espero que pueda resolverlos pronto, pero como sea, ¿qué tal tu semana?

—Agotadora. He estado estudiando para los exámenes todos los días, yo tampoco he descansado mucho.

—¿Y las notas?

—Bastante bien. Creo que no te decepcionaré.

—Eso espero, Claire. No me parto la espalda para que desperdicies estas oportunidades. ¿Has oído que Queen estará en concierto?

—Sí, es emocionante. Pero no iré, por desgracia. El poco dinero que tengo ahorrado es para la universidad y no puedo darme el lujo de gastarlo en mí. Aprecio mucho lo que haces para que pueda estudiar. Donde quiera que estén, nuestros padres estarían muy orgullosos de ti.

—¿Eso crees?

—Claro que sí. Yo lo estoy.

—Con eso me basta. Espero poder enviarte el dinero que necesitas esta semana. Apuesto que con algo de suerte, lograrás reunir el dinero suficiente para las entradas. Cuídate mucho, Claire. Mantente alejada de los chicos y concéntrate en lo que importa. Debo irme, mi jefe necesita que termine el trabajo. Te veré luego. Te quiero mucho.

—Hasta luego, Chris. Te quiero.

Claire extrañaba mucho a su hermano, y odiaba que su más grande sueño, la mantuviera alejada de su única familia. El resto del mes, la pelirroja se la pasó estudiando y devorando los libros; esperando que tal vez, el dinero que Chris le enviaba semana con semana, le alcanzara para las entradas al concierto, pero al final del mes, descubrió que no podría asistir ni por un milagro. Pronto, abandonó la idea de ver a su banda favorita. Por otro lado, Chris se mantuvo en el trabajo aguantando los regaños de sus superiores y haciendo trabajo pesado. Administró su sueldo como cada semana para él y para su hermana.

El mayor de los Redfield era realmente ambicioso y muy persistente, así que de noche, empezó a trabajar por el día en bares, en restaurantes, discotecas y de más lugares en los que le pudieran pagar un poco más, sólo para cumplirle el deseo a su pequeña hermana. Se le veía cansado, las ojeras eran evidentes y su espalda le dolía a montones, pero él sabía que cada hora valdría la pena, hasta que finalmente consiguió el dinero y compró las entradas para el concierto. Seguramente su hermana se llevaría una gran sorpresa.

Faltando una semana para el concierto, Chris limpió su pequeño departamento para la llegada de su hermana, pues había concluido su año escolar y estaría con él durante sus vacaciones. Todo estaba listo para la llegada de Claire. El día de su llegada, Chris se levantó temprano para ir a por su hermana a la estación de autobuses. Fue de los primeros en llegar y al ver a la pelirroja, corrió a socorrerla con su pesado equipaje y la abrazó durante un largo rato porque la había echado de menos. Claire estaba emocionada por estar con su hermano, y aunque ya sabía que se avecinaban varias peleas, no le importaba. No podría separarse nunca de su hermano. Llegaron al departamento y conversaron un buen rato, rieron mucho y salieron a caminar. En el parque, Chris le compró a su hermana pequeña un helado y se sentaron a conversar.

La tarde pasó de prisa, Chris insistió en que debían dormir temprano con la excusa de que él se sentía muy cansado. La pelirroja no protestó y ambos durmieron varias horas durante la noche. Al día siguiente, Chris se levantó de la cama muy temprano para preparar el desayuno y cubrir su turno en el trabajo, mientras que su hermana seguía durmiendo. Se duchó y alistó para terminar pronto su trabajo y volver a casa a tiempo para ir al concierto. Tomó su chaqueta de la percha junto con las llaves del departamento y salió casi volando de allí.

Claire despertó a las 10:00 am. Vio el desayuno que su hermano había dejado para ella y con un poco de asco, se lo comió. Chris no era el mejor cocinero, pero hacía un gran esfuerzo por no arruinar el apetito de su hermana. Así que ella lo tomó por el lado amable y disfrutó de la primera mañana de vacaciones con Chris. Al terminar, se levantó de la mesa y se dio una buena ducha.

El departamento era pequeño y parecía un lugar espantoso, pues el mayor de los Redfield jamás tenía tiempo para arreglar el sitio y que pareciera algo más decente. En el armario había botes de pintura que el castaño habría comprado unos meses atrás, pero no había podido pintar el departamento, así que la pelirroja se puso manos a la obra y pintó los muros de la cueva de Chris. Antes de que dieran las 18:00 p.m. Claire había terminado de pintar y de hacer de comer para su hermano.

El castaño llegó a casa a las 18:30 pm. Hambriento y sudado, saludó a su hermana con entusiasmo.

—¡Claire, ya llegué!

—¡Genial! —dijo Claire al salir del cuarto de baño. Estaba secando su rojiza melena con la toalla, pues después de tanto trabajo, merecía refrescarse.

—¿Has preparado todo esto tú?

—Pues claro. Siéntate. Cuéntame cómo te fue hoy...

—Ah... —suspiró el castaño. —Es un asco, como siempre. Pero creo que podría haber sido peor. —Chris se sentó frente a la mesa y descubrió su plato. Era su comida favorita. Filete asado con puré de patatas y verduras salteadas. —Por Dios, Claire... mi comida favorita. Hace tanto que no comía algo así... Me muero por probarlo.

—Adelante. Yo te acompaño a comer, la verdad es que yo también muero de hambre. ¿Notas algo diferente en casa?

—Huele a limpio.

—¡No! —dijo Claire, riendo. —La he pintado al fin.

—Vaya —se sorprendió Chris. —Cómo me hacías falta. Gracias. Francamente no había tenido tiempo para darle una mano a este lugar. Se ve mejor de lo que pensaba.

—Los hombres sois un desastre, pero come, que nos aguarda un poco más.

Chris cortó su carne con el cuchillo y tomó con el tenedor una pequeña pieza, la introdujo en su boca saboreando cada bocado. No podía dejar de alagar el trabajo como cocinera de su hermana. Él amaba la comida de Claire y a ella le encantaba que su hermano disfrutara tanto de su comida, así sentía que podía devolverle algo de lo mucho que él había hecho por ella. El mayor de los Redfield no dejó huella de comida en su plato, casi lo limpió con la lengua, mientras Claire reía al verlo devorar su comida como un león.

—Oye, necesito que te arregles un poco. Iremos a un lugar importante. —dijo Chris.

—¿Ahora? Ya es tarde.

—Es necesario. Si no, ni siquiera te lo pediría. Anda, iré a ducharme. Cuando salga quiero que estés lista.

—Como ordene, señor.

La pelirroja se puso unos vaqueros, sus converse negras y una blusa de tirantes que su amiga le había regalado en el intercambio navideño. Cepilló sus dientes y su melena de fuego, se puso algo de brillo labial y rizó sus pestañas. Para cuando Chris salió de la ducha ella ya estaba lista. El mayor de los Redfield no había demorado nada en vestirse, así que a escondidas, sacó de los cajones los boletos del concierto y un poco de dinero, los escondió en su chaqueta y los hermanos partieron hacia el lugar del concierto.

El transporte había sido rápido y Claire ni siquiera se lo esperaba todavía. Todo el camino Chris intentó distraerla para que no se diera cuenta de a dónde irían. Al final llegaron al lugar donde sería el concierto tan esperado. Estando allí, Claire abrió los ojos como platos y saltó de emoción mientras su hermano le mostraba las entradas.

—¡Oh, por Dios! ¡Chris! Este es mi sueño hecho realidad. —exclamó, muy conmovida, la pelirroja. —No me puedo creer que hayas hecho esto por mí. Te quiero tanto... —dijo Claire, soltando una lágrima de esas que contienen varias emociones. Abrazó a su hermano mayor, quien respondió a la muestra de afecto y besó la frente de la activista.

—No es nada. Sabes que haría cualquier cosa por ti, pequeña. Anda, apresurémonos que no tarda en comenzar el espectáculo. Quizá quieras comprar un par de cosas.

Los hermanos Redfield caminaron para hallar la entrada al estadio. Chris vio un precioso chaleco rojo de piel con el nombre de la canción de Queen: "Made in Heaven", por lo que dedujo que a su hermana le gustaría. Ella saltó de emoción cuando Chris se lo compró y él, pudo darse el lujo de comprarse una chaqueta de piel color café, con el mismo diseño que el de su hermana. Aquella noche en el concierto de Queen fue inolvidable para ambos. Claire nunca olvidaría lo que su hermano hizo por ella, y él jamás olvidaría que a pesar de todas esas noches sin descanso, la felicidad de su hermana valía más que cualquier cosa. Estaba cumpliendo, con mucho esfuerzo, la promesa que hizo frente a la tumba de sus padres: cuidar de Claire.

—... y entonces, Chris y yo cantamos a pulmón el resto de la noche y al terminar el concierto volvimos a casa recordando lo genial que había sido verlos en directo. —terminó Claire, esbozando una radiante sonrisa para Leon.

—Guau... si no fueras tú la que me cuenta la historia, no me la habría creído. Chris parece un tío duro. —respondió Leon, sorprendido.

—Chris es un tipo duro, pero eso no quiere decir que sea una piedra sin sentimientos, aunque a veces se esfuerce por hacértelo creer. Supongo que si mi vida fue complicada, la de él fue el doble. Cuando murieron nuestros padres, él tuvo que afrontar la noticia e intentar suavizar las cosas para que yo no sufriera. Abandonamos la casa que había sido nuestro hogar y fuimos a vivir con los abuelos, quienes, además, no tenían el dinero suficiente para mantenernos, así que de vez en cuando, Chris lustraba los zapatos de hombres adinerados por unas cuantas monedas y ayudar a los abuelos. Cuidaba de mí aunque mi abuela estuviera conmigo. Luego, al fallecer los abuelos, descubrió que no habían pagado la hipoteca de la casa de nuestros padres, por lo que quiso enmendar la deuda, pero no pudo, así que perdimos la casa. Luego, embargaron la casa de los abuelos, nos echaron a la calle, y ahí entró Barry... un ángel. Se apiadó de nosotros y nos ofreció su casa por un par de meses, Chris le daba el 80% de su sueldo aunque Barry se rehusara de ello, y poco a poco, mi hermano consiguió un departamento un poco viejo, ya que no quería seguir como una "sanguijuela" en la casa de los Burton, y por eso se mudó; pero Barry, antes de irnos, le devolvió el dinero que Chris le daba como pago, y le dijo que lo usara bien. Con ese dinero, mi hermano pudo enviarme de vuelta a la universidad y comprar muebles para su departamento. Siguió trabajando para mí, porque no permitió que trabajara hasta que yo me graduara. Luego pasó lo de Raccoon City, y bueno, creo que te sabes el resto de la historia.

—Nunca me hubiera imaginado todo eso de Chris. No me malinterpretes, pero a simple vista, tu hermano no parece de ese tipo de personas.

—Nadie me cree nunca, pero es cierto. Es un gran tipo.

—Ya veo que sí. Seguro que no ha sido fácil haber pasado por tantos obstáculos en la vida y salir ileso de todos ellos.

—Chris tiene muchas cicatrices, y daría lo que fuera porque todas ellas desaparecieran. Lo único que quiero es que sea feliz.

—¿Crees que no lo es?

—Sí, pero... le hace falta ya sabes quién. Por eso, si estás pensando en sonsacarle algo... te pido por favor que no lo hagas. Está muy confuso con el asunto de Jill, y la verdad es que no sé muy bien cómo podría ayudarlos. Solo confío en que sean lo suficiente maduros como para admitir que quieren estar juntos y que se necesitan como el mismo aire.

Leon suspiró, miró a Claire unos segundos y dijo;

—Lo harán, Claire. Cuando de verdad amas a alguien, por más que intentes ocultarlo, es algo que simplemente no puedes remediar. Ese par ha pasado por demasiadas cosas juntos y, sinceramente, no creo que a estas alturas estén dispuestos a renunciar el uno al otro después de tanto.

Leon tardó en caer en cuenta de lo que había dicho. Se maldijo internamente, pero, en el fondo, se había quitado un gran peso de encima. Por el contrario, Claire parecía no haberse percatado del significado de sus palabras.

Claire tenía la mirada perdida, cómo si tratara de procesar lo que había escuchado. Segundos después, Redfield parecía haber salido de su leve letargo y, viéndose más segura de sí, le respondió:

—¿Tienes razón, sabes? Seguro que hallan la manera de arreglar su relación. Y mientras tanto, nosotros no podemos hacer nada, pues todo está en la decisión final de ambos.

—Así es. —respondió más tranquilo. —Y no te preocupes, dejaré mi plan de venganza a un lado, por ahora... Después de todo esto, hasta me atrevería a decir que tu hermano es un santo.

—Lo sé. Mis padres me dieron al mejor hermano mayor del mundo. —aseguró riendo. —A todo esto, ¿donde vamos?

—Iremos a Central Park.

—¿Qué hay en Central Park?

—El lago. He pensando en ir a pescar un rato y, si me dejas, invitarte a cenar a casa. Después podemos ir a comprar algo para acompañar la cena, ¿te apetece?

—Eso suena muy bien.

No demoraron mucho en llegar a su destino. Claire no sabía qué tan bueno era Leon pescando, pues su hermano mayor alegaba que era genial en ello y resulta que la pelirroja terminó haciendo todo el trabajo la última vez. Al menos Chris y Leon compartían otra cosa fuera de sus amigos los zombis. El rubio alquiló una lancha y un equipo completo de pesca para impresionar a la activista de TerraSave. La pareja se adentró en el lago para dejar que el agente hiciera su trabajo y demostrara su habilidad con la caña de pescar. En varias ocasiones se le escaparon un par de truchas y una más, se cayó de sentón en la lancha, lo que hizo que Claire riera a carcajadas y el menor de los Kennedy, también. La tarde iba bastante bien, ambos se estaban divirtiendo, pero a pesar de ello, Claire recordaba a su futuro marido. No quería creer que estaba engañándolo de alguna manera porque, no lo estaba haciendo. Su conciencia casi no la dejaba tranquila pero, aún así, no se limitó a divertirse con el guapo ex policía el resto del día.

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En alguna parte del mundo, 21:35 p.m.

El automóvil iba rápido en la carretera. El aire fresco de la noche revoloteaba su cabello y ella, inmutada, conducía hacia su indefinido destino. El ceño fruncido en su rostro reflejaba cierta molestia, su mandíbula estaba tensa y su corazón se sentía un poco roto. Su comunicador comenzó a sonar, seguramente era él. No quería contestarle, odiaba escuchar su voz seca y fría ordenándole su regreso. Ella tenía asuntos personales que no compartía, y es que en realidad no podía confiar en nadie, pero aún así anhelaba que alguien pudiera escucharle y ofrecerle un consejo, porque vaya que necesitaba un par para resolver su vida.

El comunicador no paró de sonar, hasta que finalmente, la paciencia se le agotó y respondió.

—¿Qué diablos quieres? —respondió de mala gana.

—¿Novedades? —dijo una voz masculina al otro lado.

—Sí, varias. ¿Cuál es el punto?

—Te necesito aquí. Este plan es de ambos, ¿recuerdas? No puedes abandonarme de esa forma, ni siquiera por tus asuntos personales. No me importa qué mierda tengas que hacer, pero debes estar aquí en máximo veinticuatro horas.

—Tengo una vida y asuntos que atender.

—No me digas que te has arrepentido.

—Tal vez. Si me sigues jodiendo con tu maldita insistencia, quizá abandone todo de una vez por todas.

—Eres una maldita perra sucia, has vendido tu alma al diablo por unos cuantos dólares y ahora te haces la recatada. Eso no va contigo. Vuelve ya de una puta vez.

—Cuando te enteres de lo que he visto, probablemente no necesites que regrese tan pronto. Te enviaré un informe por escrito. Te darás cuenta de que mi presencia en este lugar es más útil de lo que crees. Ahora, deja de joderme y búscate algo mejor que hacer. Estaré ahí cuando pueda.

Lanzó al asiento trasero el comunicador y continuó su viaje hacia un hotel. Pidió una habitación y se echó en la cama a escribir el informe sobre los avances. Estaba molesta y quería vengarse de la peor forma. Tenía el plan perfecto en sus manos, y con todos los detalles enviados al destinatario correcto, lograría sus objetivos sin error alguno. Pagará.

Terminó el informe y lo envió de inmediato. Ella sabía lo que estaba haciendo y al infierno al que estaba condenando a la felicidad, pero eso ya no le importaba. Estaba dispuesta a hacer lo que fuera para vengarse, si ella no era feliz, nadie más lo sería. Guardó su portátil en su maleta y salió a dar un paseo nocturno, antes de que su jefe llamara de nuevo.

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Nueva York, 22:30 p.m.

Toda la tarde fue entre charlas y bromas. Ambos lo habían pasado tan bien que, al caer la noche, ninguno se percató. Después de la grandiosa tarde de pesca, la pareja de amigos se marchó al departamento de Leon mientras escuchaban la banda favorita del agente: Backstreet Boys. Sonaba su canción favorita, Everybody, y él no pudo evitar subirle el volumen a los altavoces de su auto y emocionarse por el fantástico sonido de la banda. Más que la canción, a Claire le pareció una novedosa maravilla ver al agente vibrar al ritmo de la música; era una de las muchas facetas de Leon que casi nadie conocía y se sentía honrada de que él le mostrara poco a poco el resto de su enigmática personalidad. Cuando llegaron al departamento entre risas, tomaron la bolsa con los pescados y subieron hasta el piso.

—¡Vaya que fue una aventura! —exclamó Claire, entre carcajadas.

—Me alegra que te rías con mi triste desgracia. Al menos hemos conseguimos unas buenas truchas para la cena.

—Vamos, no fue tan malo. Fue una tarde bastante divertida, incluso hemos nadado con la cena.

—Tienes razón, aunque hubiera sido mejor si no me hubiera caído de culo de la lancha. —rió Leon con la ropa húmeda.

—No lo creo, esa ha sido la mejor parte. Hoy ha sido un día increíble. Fue una buena idea ir al lago, me he divertido mucho.

—Es un honor para mí hacer reír a la mujer más hermosa del mundo. —respondió Leon, coqueteando. Claire se ruborizó y se limitó a responder con un "gracias".

Ambos se miraron a los ojos y sonrieron al instante. No podían contener la felicidad que sentían y Leon, para disimular, cambió de tema.

—Ahora dime, ¿cómo se te antoja acompañar la trucha?

—No lo sé. Sorpréndeme.

—Muy bien.

Leon fue a cambiarse a su habitación para poder cocinar la cena. Claire estaba dispuesta a echarle una mano, pero éste se rehusó para poder sorprender a la pelirroja. Tomó varios utensilios de la cocina, verduras y especias que necesitaría para preparar la cena. La activista preparaba la mesa y veía un poco de televisión. Netflix tenía en su plataforma una fabulosa película de terror que le llamó la atención y la puso mientras esperaba a su amigo con la cena. El rubio se estaba esforzando muchísimo porque la cena quedara impecable y deliciosa, pero aun así, no demoró mucho y de forma breve, obtuvo su deliciosa cena.

Trucha a la mostaza. Con dos platos en las manos y mucha esperanza en su corazón, colocó la comida en la mesa para empezar a cenar. Ambos se sentaron en las sillas frente a la mesa y empezaron a devorar el delicioso plato que Leon cocinó con tanto esmero.

—Leon, está delicioso, ¿queda un poco más?

—Demonios... te he fallado. Ya no hay más.

—Es que aún tengo un poco de hambre, ¿pedimos pizza?

—Me parece bien. —dijo sonriendo y, tomando su teléfono, ordenó una pizza grande de pepperoni al departamento.

Finalmente, el repartidor llegó y Leon salió para recoger el pedido. El rubio y la pelirroja se sentaron en el sofá a devorar la deliciosa pizza. Claire se sentía muy a gusto con el agente a su lado, y él estaba extasiado con su compañía. Pusieron un par de películas para amenorar el ambiente y, entre escenas de miedo, el agente aprovechaba para acercarse un poco más a la pequeña Redfield. Al final, se despidieron amistosamente y Claire se marchó a casa.

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Bueno... después de meses por fin he conseguido actualizar. Lamento mucho la demora, pero los estudios me quitan demasiado tiempo. Igualmente, quería hacer un capítulo mucho más largo como recompensa. He querido volver al pasado y mostrarles una faceta nueva de los personajes, especialmente de Chris y de Leon. Espero que les haya gustado el capítulo.

¡Saludos! 💛

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