Capítulo 26: Vuelta a casa.

Y allí estaban, atentos a cualquier movimiento, mirada o sonrisa procedente de la pareja que ahora se acercaba hacia ellos. Claire no sabía qué pensar, Jill sonreía más que nunca, pues era obvio, hacía una semana que se había alejado de sus amigos y del trabajo. Sin embargo, Chris se mostraba demasiado serio, y eso todos lo pudieron notar.

Aunque su ánimo no fuera el mejor precisamente, Chris no pudo evitar sonreír ante el tacto de la pelirroja, el abrazo que le dio, lo hizo sentir como un niño al que su madre le daba amor cuando lo dejaba frente a la puerta del colegio.

—¡Hermanito! —la pelirroja se había lanzado a su brazos, y con sus piernas rodeó la cintura de su hermano, haciendo que él la cargara tal y como cuando eran pequeños. —Oye, ¿estás bien? —le susurró al oído, y él asintió cómo pudo.

—Lo estoy hermanita, no te preocupes por eso.

—Te he echado de menos. Ya tenía ganas de verte. —dijo Claire y, sin pena alguna, besó la mejilla de su hermano repetidas veces, haciendo que éste sonriera como nunca.

—Yo también te he extrañado mucho. —le respondió Chris, besando la frente de su hermana y dejándola en el suelo.

Chris, en seguida, se dio cuenta de lo mucho que había extrañado a su pelirroja. A pesar de que tan solo se había alejado de ella unos días, para él fueron como años.

Mientras que los dos hermanos Redfield conversaban tranquilamente, Jill decidió saludar a los demás y el primero en hacerlo fue ni más ni menos que el agente Kennedy.

El rubio se acercó hacia Jill y le dio un gran abrazo. La levantó del suelo, haciendo que ella patalease de felicidad.

—Te he extrañado, cara de sándwich. —la saludó riendo.

—Yo también, rubio oxigenado. —comentó Jill siguiéndole el juego. —Solo espero que durante mi ausencia mínimo te hayas besado con Claire.

Leon casi se atraganta con su propia saliva. Respiró tranquilo al comprobar que los hermanos Redfield no se habían percatado de nada. Por su parte, Jill sonrió bastante satisfecha al ver la reacción del agente por su comentario.

—Bueno Kennedy, suelta a la rubia. —dijo Sherry en tono burlón, consiguiendo que Leon la fulminase con la mirada.

El rubio dejó a Jill finalmente en tierra y ésta pasó a estrechar con alegría a la pequeña Birkin entre sus brazos.

Rebecca también decidió unirse a las bienvenidas, siendo la segunda en aferrarse a los fuertes brazos de Redfield.

—¡Chris, por fin estás aquí! ¡Cuéntamelo todo! —le gritó Rebecca en el oído, casi dejando sordo al pobre hombre.

El moreno únicamente ignoró la pregunta de su ahora embarazada amiga Rebecca y terminó con su abrazo.

—Por favor, calma. Recién llegamos y ya queréis saberlo todo. —les sonrió algo nervioso el capitán, intentando evitar dicho tema de conversación por todos los medios posibles.

Chris terminó de abrazar a su amiga y se acercó con una gran sonrisa hacia Billy, saludándolo de hombre a hombre. Finalmente, Chris y Leon se saludaron. Barry también recibió a los que eran como hijos para él muy alegremente.

Después de que las chicas se amontonaran junto con Valentine y la saludaran entre besos y abrazos, los presentes se dirigieron hacia la base central de la B.S.A.A.

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El almuerzo había resultado bastante bien, a pesar de la tensión que ya comenzaba a palparse entre Chris y Jill. Valentine hacía lo imposible por demostrar que todo iba bien pero, por dentro, estaba muy dolida. Fingir que todo estaba bien cuando en realidad nada lo estaba, la mataba...

Durante la comida se habían dedicado a tratar temas de importancia, desde el encuentro con Wesker y Wong, hasta el embarazo de Rebecca. Valentine y Redfield murieron de ternura al enterarse de la gran noticia y no tardaron en procesar su cariño hacia los futuros padres.

En el exterior de la cafetería, los Redfield, junto con Piers y Leon charlaban, aunque bueno, siendo exactos, Leon trataba de burlarse de Chris y, porqué no, sacarle información.

—Y bien, Chris... cuéntame. ¿Estuviste con tu amante Ester Oides? —se mofó Leon, haciendo una clara referencia a Jill.

—¿Y tú estuviste con Susana Oria? —le retrucó al instante.

—A decir verdad y, si me lo permites, Kennedy, yo más bien diría que ha estado con tu hermana. —comentó Piers con burla.

Claire, al escuchar tal comentario, se quedó boquiabierta. Apartándose de los tres hombres presentes, le dirigió una mirada nerviosa al rubio en busca de alguna respuesta, pero éste se encontraba igual o más sorprendido que ella.

Chris reaccionó de inmediato y su sangre comenzó a calentarse. El mayor de los Redfield se llevaba muy bien con el agente, pero la idea de que saliera con su hermana no le gustaba nada. La pelirroja se casaría pronto, y él mismo procuraría que nadie se entrometiese de por medio.

—¿Qué dijiste? —inquirió furioso el capitán.

—Ay Chris, eres un idiota. Evidentemente es broma. —Claire pronto salió a la defensa, en un intento de suavizar la situación. Por un instante quiso asesinar a Nivans de todas las formas posibles. Aunque, pensándolo mejor, aquello le causó cierta duda; ¿acaso la relación que mantenía con el agente era percibida de esa manera por todos sus amigos?

No, definitivamente no.

—Eso espero. —amenazó Redfield con un semblante serio.

Minutos después, Claire se marchó y se les unió Jill, que traía los últimos avances sobre el traslado de Wesker y los procedimientos correspondientes.

—Hey, Jill. —la llamó Rebecca. —Las chicas quieren verte,  ¿por qué no vienes a mi oficina?—le propuso sonriéndole.

Valentine miró con cara de circunstancia a Chris, bastante preocupada. La rubia era muy consciente de lo que vendría a continuación, y lo último que le apetecía en ese momento era hablar del tema.

—Gracias, Becca, pero en otro mome...

Rebecca no le hizo caso. La interrumpió para darle un tirón del brazo. Jill intentó zafarse del agarre, pero no pudo.

—¡Chris, haz algo! —suplicó Jill, aún resistiéndose.

—Ve, Jill. —le contestó indiferente el capitán.

"Cabrón", pensó. En el fondo, Jill sabía que era, muy a su manera, la forma de decirle que estaba resentido con ella.

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Luego de ser arrastrada por casi toda la central, Valentine accedió a entrar a la oficina de Rebecca, pero al abrir la puerta pudo distinguir a Claire charlando con Sherry encima del escritorio y a Helena revisando algo en su teléfono. Al entrar, todas las miradas presentes se centraron en Jill.

—Ay... ¿Por qué me miráis así? —preguntó algo inquieta.

—Tú sabes porqué te miramos así. —sonrió pícara Sherry.

—Sé que esto es un interrogatorio, y antes de que me hagáis cualquier pregunta estúpida... no ha pasado nada entre Chris y yo. —mintió rápidamente Jill, sin inmutarse.

—¿Nada? ¿ni esto? —cuestionó Birkin sin creérselo, mientras fingía darle besos al aire.

Jill negó con la cabeza.

—No ha pasado nada. ¿Tanto os cuesta creerlo?

—¿Segura, rubia? —preguntó maliciosamente Helena.

—¡Que no! —exclamó Jill ya algo irritada.

—No te creemos, Jill Valentine. Sabemos que no es verdad, no nos mientas. —la intimidó esta vez Redfield. —Confiesa.

—¿Es que ahora sois agentes del FBI?

—Jilliam Valentine, estuviste con Christopher Redfield, también conocido como: señor anabólicos, Hulk human...

—Suficiente, chicas. Me ha quedado claro, y ya os he dicho que no. —negó seriamente la rubia, cruzada de brazos.

Sherry estaba a punto de interrogarla de nuevo, pero Redfield la paró en su propósito, posando una mano sobre su hombro derecho.

—Se acabó el interrogatorio, ya puedes irte Jill.

Acto seguido, Valentine salió de allí como alma que lleva el diablo, dejando en la oficina a sus amigas.

—¿Por qué hiciste eso, Claire? —dijo Sherry fastidiada.

—No dirá nada, tranquilas. Estoy segura de que ella o mi hermano me lo contarán tarde o temprano... Seguro que sí.

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Chris estaba en su oficina redactando un informe sobre la reciente misión en Rusia, inconscientemente, esperaba nuevas noticias por parte de O'Brian. La taza de café humeaba, el reloj estaba detenido y la pila de archivos de su escritorio era gigante. Pensaba en qué iba a ponerse para su cita nocturna con Sheva, pues según el tiempo, parecía ser que las temperaturas serían bastante elevadas, y al capitán no le apetecía mucho ponerse unas bermudas.

Hacía mucho tiempo desde la última vez que salió con alguien, y eso lo ponía nervioso. No recordaba mucho sobre cómo tratar a una mujer y ahora que estaba tratando de evitar a las chicas, realmente no sabía a quién recurrir. Supuso entonces que debía actuar natural y no dejarse llevar por los nervios. Continuó con su trabajo para que el tiempo pasara más rápido y pudiera ir a casa a cambiarse.

Por otro lado, sus pensamientos eran bastante confusos. Su corazón le dictaba que lo correcto era hablar con Jill, intentar arreglar las cosas, a pesar de ser muy consciente de que no conseguiría nada. En cambio, su mente, le ordenaba que pasase página, que no se arrastrase más...

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Del otro lado del edificio estaba Jill charlando con Claire sobre la misión en Rusia, puesto que la primera charla con las chicas no había salido como la pequeña Redfield quería y necesitaba una respuesta creíble, algo había ocurrido entre esos dos pero, por alguna razón, ambos lo negaban.

—Bueno, cuéntame. Puede que a las otras hayas podido engañarlas, pero a mí no. Adelante, dispara. ¿Ha pasado algo entre vosotros? —preguntó muy emocionadamente Claire, tanto, que la sonrisa no abandonaba su rostro.

—Sí. —respondió Jill, frotándose la frente.

—Oh, por Dios. —Claire abrió su boca lo más que pudo, en un acto de completa emoción. —¡Por fin! Al final sí que voy a poder llamarte cuñada. —ella la abrazó muy contenta, pero Jill parecía estar en otra parte. —la activista le sonrió confusa. —Espera, ¿por qué no estás más... alegre?

—Porque no estamos juntos, Claire. Sí, nos hemos acostado. —confirmó finalmente. —Pero... las cosas no han terminado bien entre nosotros, eso es todo.

—Un momento, necesito un minutito para asimilar todo esto. —inquirió la activista, sentándose en uno de los sillones. —¿Me estás diciendo que mi hermano y tú habéis hecho guarrerías? —sonrió eufórica. —No puedo creerlo...

—Pues créetelo porque será la última vez.

—Pero, ¿porqué no estáis juntos ahora?

—Porque es muy complicado. Nos peleamos a cada segundo y discutimos por nada. Casi nunca estamos de acuerdo y él me trató como si yo fuera una prostituta.

—¿Qué? Chris no es de ese tipo de hombres, ¿o sí?

—¡Me reclamó lo de Carlos!

—Ya sabes cómo es mi hermano, Jill. Desde hace años Carlos y él no se llevan bien precisamente, y el motivo de ello eres tú. Chris es orgulloso, cabezota y extremadamente celoso, lo sé. Pero, al fin y al cabo, él y tú sois iguales.

—Puede que tengas razón, pero eso no justifica el haberme tratado de esa manera. Ahora mismo prefiero centrarme en otras personas, no sé, salir con alguien más y no tener que sentir la necesidad de estar discutiendo constantemente.

—¿Acaso estás pensando en salir con Carlos?

—Tal vez. No lo sé. Con él nunca hay algo claro, pero sí, me llama la atención. Es atractivo y me salvó la vida en Racoon City.

—¿Y qué más?

—Somos amigos y me lo paso muy bien con él.

—Sí, pero Chris ha estado contigo desde mucho antes. Arriesgó más veces su vida por ti y aunque no sea el mejor partido, siempre ha estado ahí para ti. Creo que has sido muy injusta con él. Además, ¿no ves que está loco por ti?

—¿En serio crees que he sido injusta?

—Jill, no le has dado ni una sola oportunidad.

—Probablemente sea mejor así. Estaba claro que no podría haber nada entre nosotros. Yo no forzaré nada. Debo mirar hacia adelante y darme la oportunidad con alguien más.

—Bueno. —suspiró Claire, mientras se levantaba de su sillón. —Tal vez debas pensarlo mejor. Podrías arrepentirte.

Segundos después, la pelirroja salió de la oficina de Jill para dejarla reflexionar sobre el asunto. Definitivamente lo necesitaba, y eso la menor de los Redfield lo sabía bien. No estaba dispuesta a permitir que ella y su hermano siguieran tan ciegos, más cuando, luego de haber estado tan cerca, ambos se hubiesen rendido tan fácilmente.

...

Aunque a Jill le pesara, debía admitir que Claire tenía razón. No había sido del todo justa con Chris, pero ya no había nada que hacer, pues todo lo que nunca tuvo principio, no podía tener un final. La rubia salió de su oficina a buscar a Jennifer, la secretaria de O'Brian, para saber noticias, pero él no había regresado aún. Todo parecía indicar que seguía arreglando la demolición del edificio en Rusia junto con la ONU. Wesker sería llevado a Nueva York para ser interrogado y, posteriormente, sería extraditado a Norteamérica para juzgarlo por sus múltiples crímenes, y a John se le juzgaría en Rusia, por ser su país de origen.

La tarde se basaba en reportes, archivos y un ánimo vigoroso en la B.S.A.A. Finalmente habían capturado al responsable de tantas catástrofes, pero Wong seguía libre, y eso no dejaba para nada tranquila a Jill, ni tampoco a Leon.

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Oficina de Jill, 16:47 p.m.

La puerta se abrió de par en par, acto que sorprendió a Jill. Lo último que esperó fue ver al capitán en su oficina. Allí estaba el responsable de todos sus pensamientos, ni más ni menos que Chris Redfield, que la miraba algo impetuoso.

—Chris, podrías llamar a la puerta. —le reprimió la rubia.

—No hay tiempo. —dijo decidido. Era ahora o nunca.

—¿Ha pasado algo?

—No, solo quiero aclarar las cosas.

—¿Qué cosas?

—Lo nuestro, Jill. No soporto que nos comportemos así, los chicos están empezando a darse cuenta y considero que si esto sigue así no va a acabar bien para ninguno de los dos.

—Chris, no...

—Déjame hablar, por favor. —la interrumpió, haciendo que la de ojos grises lo observara atentamente. Mientras tanto, Chris aprovechó para acercarse a ella todo lo que pudo.

—¿Qué es lo que te pasa? —preguntó Jill al ver la acción que había tomado el capitán. Ella ya intuía la respuesta.

—Tú me pasas, es que yo... no puedo estar sin ti, Jill. He intentado hacerme a la idea de separarnos, créeme, de hacer nuestro camino pero... no puedo, no quiero hacerlo.

—Esto no tendría que haber pasado. —suspiró Valentine, alejándose de él. —Chris, esto no... no es posible, tú y yo no podemos estar juntos, ya hemos visto cómo ha salido.

—Dame una razón, ¿porqué no podemos intentarlo?

—Porque no.

—Esa no es ninguna excusa.

—Escucha, Chris. Tú eres mi compañero, mi mejor amigo, y siempre lo serás. No te imaginas lo mucho que te quiero pero esto... no puede llegar a más, no funcionamos juntos.

—¿Que soy tu amigo? ¿Es una broma? Las cosas que hicimos no eran de amigos y lo sabes. Es más, si me quieres de amigo, ¿por qué te acostaste conmigo? Sabes que lo nuestro fue mucho más que sexo, fue amor, Jill. Explícamelo porque realmente no lo entiendo. Yo te amo con todo mi ser y lo daría todo por ti, lo sabes. —confesó. ¿Tú... me amas? —le preguntó acortando la distancia entre ambos. La tomó de las mejillas y miró con atención sus ojos grises, que lo miraban suplicantes y vidriosos. Valentine tomó aire y desvió su mirada del capitán. No quería llorar.

—Lo siento mucho.

—Jill, contéstame. —le pidió él con la voz quebrada.

—No puedo estar contigo, no puedo...

Jill no pudo más con la situación. Se moría por confesarle que ella también lo amaba, pero simplemente no fue capaz. Con todo el dolor de su corazón, posó una de sus manos contra su pecho y se separó del capitán. Tenía unas ganas inmensas de llorar y de correr a sus brazos, pero ella sabía que no podían estar juntos; se acabarían haciendo mucho daño, y eso era un riesgo que no estaba dispuesta a correr.

Aún tenía cosas que pensar. Valentine ya era conocedora de la cita de Chris con Sheva; lo había visto en uno de los mensajes de Redfield mientras dormía. El capitán le había confesado que la amaba, sí, pero esa misma noche estaría en los brazos de otra mujer, y Jill no dejaba de pensar en ello.

—Está bien. Haz lo que quieras, pero lo único que te pido, es que te olvides de mí para siempre. Desde ahora nuestra relación será estrictamente profesional. Chris Redfield para ti ya no existe, al igual que tú para mí. No quiero que me busques. —le advirtió muy enojado. La miró a los ojos con rabia por última vez y se fue de la sala dando un portazo.

En ese momento sintió dolor, muchísimo dolor. Jamás se había sentido así, ni si quiera a manos de Wesker. ¿Cómo podían haber cambiado tanto las cosas? Su relación había sido muy buena por lo general, desde China se volvieron inseparables, ¿pero ahora? Ahora todo se había ido a la mierda por culpa de sus malditos miedos e inseguridades.

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Chris ya estaba en su despacho intentando digerir la amarga despedida con Jill. Marcharse de su oficina fue cómo si se hubieran despedido para siempre, cómo si no fuese a verla más, y esa idea... en el fondo le aterraba.

Se sentó en el sofá y frotó su frente recriminándose, una vez más, haberle insistido tanto a la rubia. ¿Qué mierda de dignidad me queda ahora? La vida se le había ido deprisa intentando salvar al mundo y tratando de enamorar a Jill. El destino ya le había dejado claro que no podía estar más junto a la rubia y ya se estaba resignando. Suspiró fuerte, se cambió de ropa y fue al gimnasio a distraerse un poco.

El capitán Redfield no se dio cuenta de que había estado haciendo mal las cosas. El orgullo era parte dominante de su personalidad, y aunque Jill fuese igual, eso los alejaba mucho. Chris creía que siempre tenía la razón y muy pocas veces admitía sus errores, y eso sucedía también con Jill.

Él no era muy romántico y pocas veces tenía detalles románticos con ella, siempre le regalaba tazas, plumas, camisetas... ¿quién diablos le regalaba eso a la persona que le gusta? Varias veces Jill estaba ocupada y se veía obligada a rechazar sus invitaciones y Redfield no se lo tomaba muy bien precisamente. Jill cometió el error de no prestarle suficiente atención al mayor de los Redfield, ya que aún había muchas cosas por encima del castaño. La rubia no solía mostrarse demasiado afectuosa con Chris, aunque él si que lo intentara con ella. Todo eso, sumado su orgullo, echó a perder todas las posibilidades entre ambos.

A pesar de todo, él estaba dispuesto a darlo todo por ella, daría su vida si hacía falta. Había pensado en cancelar la cita con Sheva, pero ahora que Jill le había roto el corazón en añicos, no iba a tener ningún tipo de remordimiento...

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Tras pensarlo mucho, Jill cumpliría su promesa. Estaba decidida a no volver a establecer contacto con Chris, aunque eso sería prácticamente imposible al trabajar en el mismo sitio. Le sería muy duro verlo con otra mujer, alejarlo de su vida, pero ella sabía que era lo correcto, al menos por ahora.

Acto seguido, cerró los ojos y se recostó en uno de los sillones. Encendió su portátil y, tras mirar la bandeja de entrada de su correo, observó un nuevo remitente: Carlos Oliveira.

"Hola, preciosa.

Antes que nada, espero que te encuentres bien y que tu misión haya salido según lo planeado, estoy seguro de que sí. Ahorrando el clásico discurso, he estado acordándome mucho de ti estos últimos días y además, me parece que tú y yo tenemos pendientes unas copas. Quisiera invitarte a un bar para conversar un poco, ¿qué dices? Espero tener noticias de ti muy pronto. Si te interesa, llámame. Cuídate."

¡Carlos! Él siempre había sido un buen amigo, la clásica estrella fugaz en la vida de la rubia. Aparecía como por arte de magia cuando ella necesitaba un poco de distracción masculina. Sin dudarlo, Jill tomó el teléfono y marcó el número del galán. Sin obtener respuesta, decidió enviarle un mail para aceptar la invitación. Cerró la pantalla del portátil y lo dejó en la mesilla de al lado. Valentine suspiró pesadamente; solo de pensar en lo que tendría que afrontar durante los próximos días le supondría una pesadilla...

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Llegó la hora de salir de la oficina. Chris condujo de regreso a casa y buscó un atuendo más adecuado para su cita de por la noche con la chica más sensual de toda África. Tomó sus vaqueros azules semi ajustados, unos zapatos color café y su camisa de manga larga azul rey. Lucía bastante presentable, y junto a su loción Calvin Klein supo que había dado justo en el clavo. Ya casi era la hora, pero sentía que le hacía falta algo. Salió antes de casa y pasó por una floristería a por un ramo de rosas. Si bien había fallado con Jill en ese sentido, haría lo necesario por cambiarlo con Sheva.

Finalmente, llegó a casa de Sheva, bajó de su vehículo y tocó la puerta. Le temblaban las piernas y se sentía incluso nervioso. Alomar abrió la puerta y Chris quedó boquiabierto con tanta belleza africana. Tenía puesto un palazzo de short blanco que se amarraba al cuello y unos zapatos de tacón de color beige. Su maquillaje era muy sencillo y su cabello largo y abundante, estaba ondulado. Ella se veía hermosa.

—¡Chris! —saludó Sheva, mientras abrazaba al castaño.

—Sheva, qué gusto me da verte. Estás increíble.

—Gracias. —agradeció Sheva, algo ruborizada. —Tú también te ves muy guapo. ¿A dónde iremos hoy, capitán?

—Hay una terraza en donde sirven unos cortes de carne deliciosos, ¿te apetece ir?

—Suena estupendo, ¿nos vamos?

—Aguarda, olvidé darte esto. —dijo Redfield, extendiéndole un bello ramo de rosas rojas.

—Gracias, Chris. Son preciosas, pero no era necesario...

—Claro que sí, las flores siempre son un buen detalle. Lo hago con mucho gusto, te juro que no es ninguna molestia.

—¿Me disculpas? Voy a ponerlas en agua para que no se me mueran. —soltó una carcajada. —Te prometo que no tardo.

—Claro.

Chris esperó pacientemente a la morena, quien un par de segundos más tarde, salió gustosa con el mayor de los Redfield para iniciar con la aventura. Sonriendo, caminaron hacia el vehículo de Redfield, el castaño abrió la puerta del copiloto para que Sheva entrara y después se dirigió al asiento del piloto, dispuesto a conducir hasta la terraza.

Desafortunadamente, Jill iba en su automóvil pasando por la casa de Sheva, y vio, con mucho pesar, cómo Chris intentaba olvidarse de ella. Sintió un vuelco en el corazón y una patada en el estómago, tuvo un arranque de ira y por primera vez admitió estar celosa. Pisó el acelerador y se alejó de aquella escena. Llegó a casa furiosa y con ello, se animó a llamar a Carlos, quien respondió casi de inmediato.

—Jill, qué bueno escuchar tu voz.

—Hola, Carlos. ¿Cómo has estado?

—Bien, gracias. ¿Qué tal tú? Se nota que has estado bastante ocupada.

—He tenido mucho trabajo, pero estoy bien. Te he llamado por el mail que me enviaste.

—Entonces, ¿aceptas mi invitación?

—Seguro, ¿estás en la ciudad?

—Estoy cerca, ¿cuándo puedes?

—El finde que viene estoy disponible.

—Excelente, te veré en el restaurante de siempre a las nueve.

—Claro, hasta entonces.

—Cuídate, preciosa.

"Chris seguramente hubiera pasado a por mí", pensó. Para su mala suerte, estaba comparando a Redfield con Oliveira. Al menos Carlos solía ser más divertido y con él no peleaba casi nunca, siempre estaba de buenas y contaba muy buenos chistes. Jill suspiró, sabía que no era una buena idea comparar a ninguno de los dos hombres. Ella estaba enamorada de Chris, era consciente de ello, pero parecía ser que sus fantasmas y pesadillas le estaban ganando la batalla, y eso le impedía confesar que si que lo amaba.

Jill cerró los ojos intentando convencerse de que aquello era lo correcto, de que sería lo mejor para ambos. Sin quererlo, evocó todos los momentos por los que habían pasados juntos. Esos momentos tan únicos en los que solo eran ellos dos, trabajando como equipo. Pensó en aquella noche llena de lujuria que, sin duda, cambió algo en ella. Valentine estaba enamorada hasta la médula, y por mucho que quisiera darle la espalda, por mucho que quisiera convencerse de que lo mejor era tomar caminos separados, su corazón siempre seguiría latiendo y suspirando por él.

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Chris y Sheva habían llegado a la terraza para cenar. El lugar estaba casi lleno, pero por fortuna, Redfield hizo una reservación. Uno de los meseros llevó a la pareja hasta una mesa con vistas a la ciudad. Sheva quedó maravillada y Chris satisfecho por su elección. Se comportó como un caballero y acomodó la silla para su cita y posteriormente, él se sentó frente a ella. El mayor de los Redfield le dio un par de sugerencias a la morena para elegir el platillo que comería, y fue entonces cuando el mesero trajo la orden a la mesa, junto con un vino tinto perfecto para la ocasión.

La conversación era fluida y muy agradable, había risas y miradas coquetas por parte de ambos. Chris se dio cuenta de que tenía cosas en común con Sheva y por primera vez se sintió cómodo charlando con una mujer tan especial como lo era la señorita Alomar. Se veía muy hermosa y él no podía quitarle la mirada de encima. En medio de la locura, ambos se dejaron llevar por la emoción del momento y decidieron dar un paseo nocturno por la playa. Pagaron la cuenta y con Sheva a su lado, Chris condujo hasta el lugar del plan.

Al llegar, Sheva se quitó los tacones y Chris sus zapatos, le hizo un doblez a su pantalón y corrieron directamente al agua, haciendo una carrera entre ellos. Sheva era muy veloz y se le adelantó al capitán en medio de la risa, y él corrió detrás de ella para alcanzarla. Rodeó su cintura con sus brazos y se abalanzaron al agua del mar. Ambos rieron como locos y jugaron a salpicarse. Quien conociera a Chris, diría que hacía mucho tiempo que no se le había visto tan feliz. Después de un rato, salieron a la orilla y se recostaron en la fina arena de la playa, mirando hacia las estrellas.

—Sin ofender, creo que nunca me habría imaginado que fueras tan divertido. —comentó Sheva algo sorprendida.

—Es culpa mía. Me he pasado los últimos años tan sumergido en el trabajo que admito haber sido muy serio.

—No te preocupes. Aún así, muchas gracias por esta noche. Hacía mucho tiempo que no me lo pasaba tan bien.

—Lo mismo digo. Gracias por aceptar la invitación.

—Ya me la debías. —sonrió ella.

—Lamento haber tardado tanto.

—Siendo franca, no me hubiera molestado esperar un poco más. Siempre me has gustado, Chris. —le confesó Sheva, mientras Redfield se ponía nervioso por no saber cómo responder. —Ya somos adultos. —continuó explicando. —Y no espero que tú sientas lo mismo por mí, ni mucho menos, pero lo he pasado tan bien que creí que era el momento adecuado para decirlo. Sé que aún sientes algo por Jill, sin embargo, creo que podría existir una posibilidad.

—Sheva, yo...

—No respondas ahora si no estás seguro. Ven, vamos. Te invito un helado.

Para cerrar la noche con broche de oro, ambos fueron a por un refrescante helado. Se sentaron en una de las mesas de la heladería y nuevamente iniciaron una larga conversación.

—¿Qué tal está Claire? —preguntó Sheva.

—Bien, aunque no estoy muy seguro del todo. Ha estado trabajando mucho, y con la boda tan cerca la noto inquieta.

—Es de lo más normal, Chris. Son los nervios de antes de la celebración. Cuando mi hermana se casó, le pasó igual.

—Eso espero. Tengo miedo a que ella tenga dudas, o que se le estén pasando otras cosas por la cabeza, ya sabes.

—Lo entiendo. Pero, estoy segura de que si tu hermana de verdad ama a ese chico, tomará la decisión correcta. Ya queda muy poco para el evento, ¿tus padres estarán aquí?

—Ojalá pudieran hacerlo. —suspiró apenado el castaño. —Mis padres fallecieron cuando apenas éramos unos niños.

—Lo siento mucho. Yo... —se lamentó. —No tenía idea.

—Descuida, Sheva. De hecho, casi nadie sabe sobre el tema. No es que me guste demasiado que la gente conozca mi vida y la vaya comentando tan a la ligera.

—Debió haber sido muy duro.

—No tienes idea. Claire era tan pequeña y yo tan temeroso, que la vida empezó a ser cada vez más difícil. Los abuelos nos acogieron en su casa, pero no era lo mismo. Confieso que en ocasiones, todavía extraño a mis padres, más a mi madre. Claire y ella son idénticas, solo que mamá tenía los ojos verdes y mi hermana los tiene azules, como mi padre.

—¿Cuáles eran sus nombres?

—Edward y Emily.

—Son ambos muy bonitos, e inician con la misma letra, justo como los vuestros: Claire y Chris.

—Lo sé, es curioso. Eran muy buenos padres.

—No lo dudo. Han dejado en vosotros dos los mejores principios que un ser humano podría tener. Seguramente estarán muy orgullosos dondequiera que estén ahora.

—Ojalá así sea.

—Dime, ¿en dónde se encuentra vuestra antigua casa?

—En Denver, Colorado. Es un sitio bastante tranquilo. Ahí fue dónde crecimos mi hermana y yo.

—Suena acogedor. A veces yo también echo de menos a mi gente. Aquí es diferente a mi país, todo es tan urbano...

—Lo sé. A mí tampoco me gusta mucho la ciudad, pero el trabajo me pide que me quede en sitios así durante años.

—Necesitamos unas buenas vacaciones urgentemente.

—Desde luego. —rió él. —¿Qué planes tienes próximamente?

—No lo sé. Pensaba en, tal vez, viajar a finales de mes a casa, pero los vuelos están saturados desde que llegué, así que probablemente me quede en casa sin nada que hacer.

—¿Te gustaría venir a Colorado? Claire y yo hemos decidido celebrar mi cumpleaños en la casa Redfield.

—¿De verdad? Me haría mucha ilusión.

—Si quieres ir, te estaremos esperando. Podríamos irnos juntos o si quieres, puedo mandarte la dirección a tu P.D.A.

—Te avisaré pronto.

—Está bien. Por cierto, ya es algo tarde... —comentó Chris, observando su reloj. —¿No estás cansada?

—Un poco, hoy tuve mucho trabajo y un entrenamiento muy duro. Parece ser que la B.S.A.A. no tiene piedad de mí.

—¿Quieres que nos vayamos a casa?

—Sí, estaría bien.

—Vamos.

Aunque Sheva insistió mucho en pagar, Chris no la dejó. Le dio su tarjeta al cajero y cargó los helados en su cuenta. Pronto subieron al vehículo y el mayor de los Redfield condujo hasta la casa de su compañera para que pudiese descansar. Al llegar, él apagó el motor del auto, bajó de él y le abrió la puerta a Sheva, como un caballero. Caminaron hacia la puerta y allí se despidieron amistosamente.

—Gracias por acompañarme esta noche. Ha sido bastante agradable. Ojalá se repita muy pronto. —admitió Chris.

—Gracias a ti, espero lo mismo. No tardes mucho en volver a pedírmelo. —dijo Sheva, guiñándole un ojo al capitán.

—Lo prometo. —él sonrió. Se inclinó y besó la mejilla de Alomar, quien esbozó una sonrisa. Chris se dio la media vuelta y subió a su Lamborghini para regresar a casa.

Chris estaba muy feliz. La noche había sido un completo éxito y descubrió que Jill no era la única mujer en el mundo. Sheva era grandiosa y divertida, había mucha química entre ambos y solo había bastado una noche para entrar en confianza.

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Se vienen curvas, queridos lectores. Pero recordad que, después de la tormenta viene la calma... No he quedado muy contenta con el resultado de este capítulo, pero espero que a vosotros os haya gustado.

Nos leemos <3

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