Capítulo 23: Déjame quererte.

El café se consumió como los recuerdos de Jill, quien después de un par de horas de reflexión, decidió volver a la habitación y continuar con su trabajo. Varios hombres del lugar no dejaban de admirarla; de camino a su habitación recibió miradas coquetas y cumplidos subidos de tono que la hicieron sentirse más que satisfecha con su apariencia. Tal vez lo mejor era terminar todo con Chris y continuar con su vida. Quizá debería dejarlo intentar algo con Sheva y probablemente ella le aceptaría una copa a Carlos Oliveira.

Abrió la puerta de la habitación y encontró al capitán sumergido en su concentración. No quiso interrumpirle, así que no habló ni hizo ruido. Se quitó los zapatos y encendió su portátil para continuar con la investigación. Al cabo de unas horas, Jill se sentía cansada y solamente había encontrado fórmulas químicas y casi nada de Wong. Quiso destensar el ambiente, así que intentó hablar con Chris.

—¿Has encontrado algo? —preguntó Jill.

—He visto distintos videos sobre algunas pruebas y experimentos que Kendrick hace en los sujetos. Todo es muy similar al Uroboros. No puedo encontrar nada que lleve a que Wesker es a quien le modifica el virus. Sin embargo, el último sujeto es el que me intriga.

—¿Por qué?

—¿Recuerdas que Kendrick mencionó un sujeto al que mantenía dormido en esa bóveda? Debe ser demasiado fuerte. No tiene nombre, o al menos no aparece. Llevo horas intentando descifrar la matrícula. Ningún reporte de John muestra en qué se basa para asignarles identidad. Lo curioso es que el sujeto de prueba tiene el virus T-Verónica, parece ser que lo tiene rezagado junto con otros que le han sido inyectados.

Jill se quedó pensativa intentando resolver el puzzle, pero nada se le venía a la cabeza. La información que Barry le había enviado tampoco le ayudaba demasiado.

—Kendrick mencionó que este sujeto le había sido entregado con sobremutaciones, lo que me hace pensar que muy posiblemente lleve mucho tiempo así. —dijo Jill.

—En la B.S.A.A. nadie ha respondido a la información. Creo que es un caso complicado. Bajaré al comedor, me muero de hambre. ¿Quieres ir? —preguntó Chris.

—No, gracias. No quiero causar molestias.

—Como quieras.

Chris salió de la habitación y se dirigió a la cafetería del hotel a buscar algo de comer, mientras Jill intentaba contener el estrés que le provocaba la indiferencia del capitán. Chris no demoró demasiado en ir por comida, como siempre, pidió algo de carne con verduras y un café.

Quiso subir a su habitación a comer y continuar trabajando. Jill sirvió un poco de agua en un vaso para ayudarse a pensar en cómo deshacerse de la tensión, así que decidió darse una ducha con agua caliente. Se quitó la ropa que traía puesta sin preocuparse de que la vieran, pues muy probablemente, Chris tardaría en llegar. Iba caminando tranquila hacia el baño, cuando de repente, el capitán abrió la puerta y con su comida en mano, se quedó perplejo al contemplar a Jill desnuda.

—¡Chris! —exclamó alarmada la rubia.

—¡Lo siento! Jill... yo... iré a comer abajo. —respondió Chris, tapándose los ojos.

—Descuida, ha sido mi culpa. Pasa, ya he terminado.

—¿No hay problema?

—No, adelante.

Chris no pudo ocultar lo mucho que aquella escena había provocado en él. Sentía mucha atracción por Jill, y verla así había detonado una bomba dentro de él. Se sentó en el sofá a terminar su comida, evitando pensar en aquella magnífica escena. Jill estaba en el baño, conmocionada por la excitación de aquél momento. El rostro de Chris no había expresado desagrado en absoluto, pero tampoco tenía la certeza de que se hubiera sentido atraído en ese momento. Esta vez había sido Redfield quién había tenido un severo escarmiento.

Chris volvió a trabajar, siendo indiferente ante la situación anterior y concentrándose en lo que debía hacer. No podía descifrar de quién se trataba el sujeto de experimentación, así que dejó de lado su portátil y cerró los ojos hasta que se quedó dormido. Como la noche anterior, tuvo pesadillas, así que se despertó en mitad de la madrugada sudando.

Jill ya estaba dormida. Él no quería despertarla, así que se levantó del sofá, tomó una cerveza del refrigerador y un cigarrillo de su mochila. Bebió y fumó tranquilo mientras veía dormir a la rubia. Se veía hermosa. Era perfecta. Y entonces recordó a su hermana, tomó su teléfono y le mandó un mensaje. Jill era la única mujer que conseguía volverlo loco, en todos los sentidos. La amaba, pero ella no del todo, y le mataba saber que nunca serían ser algo más.

Debía continuar con su vida, salir con más personas. Sheva era la única en la que podría fijarse, y es que ella se había mostrado cariñosa y atenta desde que llegó a la B.S.A.A. El comunicador de Chris comenzó a sonar y él contestó de forma veloz.

—Aquí Chris, ¿qué sucede?

—Chris, habla Quint. La B.S.A.A. ha monitoreado actividad en la fábrica. No había estado operando desde las 18:00 p.m. Quizá Kendrick esté utilizándola ahora. El equipo ha descubierto que los virus creados han sido a partir del virus T-Verónica. Podrían ser una amenaza letal y global si se continúan fabricando. Tenéis que destruirlos todos.

—Recibido. Iremos de inmediato a la fábrica.

—Es demasiado arriesgado, el equipo técnico echará un vistazo. Os mantendremos informados.

—Recibido. —cortó Chris.

—¿Pasa algo? —preguntó Jill, intentando despabilarse.

—Actividad en la fábrica. Seguramente Kendrick se encuentra trabajando en la mejora del virus.

—Perfecto, ya no podré dormir más.

—Yo tampoco, creo que hay suficiente trabajo para mantenernos despiertos el resto de la madrugada.

—Iré al otro punto estratégico del informe. Tal vez encuentre algo importante que pueda ayudar con la investigación. Vamos lentos y necesitamos avanzar.

—¿Vas a ir sola?

—Sí, ¿por qué?

—No dejaré que vayas sola. Iré contigo.

—No es necesario, Chris. Puedo arreglármelas sola perfectamente. Además, tienes mucha información por revisar. Barry nos ha dado un par de buenos elementos.

—Está bien.

Jill se levantó de la cama, y sin ningún tipo de consideración o pudor, se vistió frente al capitán, quien hacía lo posible por ignorar el cuerpo de tentación de la hermosa rubia. Guardó su equipo en una mochila discreta para no llamar la atención y salió del hotel sin despedirse de su compañero. Salir sola le haría bien, quería despejar su mente y sentirse útil como en los viejos tiempos.

Emprendió el camino hacia el bosque, en donde según el informe, se enviaban algunos cargamentos con virus. Estaba todo oscuro y hacía mucho frío. La linterna de Jill era discreta pero no de mucha ayuda, los árboles eran engañosos y la rubia ya había caminado en círculos un par de veces, hasta que finalmente distinguió unas cajas de madera rotas con la leyenda de "frágil" en ruso. Se estaba acercando, pero realmente temía comprobar que las sospechas que tenía sobre Albert Wesker fuesen ciertas.

Unos 300 metros adelante se situaba una cabaña que parecía haber sido construida recientemente. Caminó hacia ella y tomó su pistola con las manos, colocándola al frente, alerta de cualquier amenaza. Había una ventana por la que vio, solamente en medio del lugar, una mesa con platos y un par de tazas junto con una vela que apenas alumbraba. No había nadie. ¿Acaso el sitio había sido abandonado?

Rodeó la cabaña buscando cámaras de seguridad o algo que pudiera indicarle que había alguien más allí, pero no encontró nada. Estaba a punto de entrar al lugar, cuando de pronto, se escuchó un ruido igual al de un ascensor dentro de la cabaña. Jill se escondió detrás de un par de arbustos frondosos y vio salir a dos hombres armados, con gafas oscuras y un pasamontañas cubriéndoles el rostro.

No sabía si seguirlos, pero tenía que hacer algo. Decidió correr hacia la cabaña y subió a la plataforma, que pronto empezó a descender algunos metros bajo tierra. La rubia vio cómo el piso de madera cubría el terreno y cerraba la salida hacia la superficie. Llegó a un lugar que parecía ser un almacén, lleno de cajas de madera y papel de burbuja. Estaba oscuro. Tomó de nuevo su linterna y ésta reveló un pasillo largo que llevaba a un destino desconocido.

Con la mano derecha sostenía su arma y con la izquierda, la linterna. Caminaba despacio, intentando no hacer ruido y pasar discretamente. Al final del corredor había una puerta que llevaba a una habitación parecida a la recepción de un hospital, solo que todo estaba oscuro y muy desordenado.

Jill vió un ordenador y de inmediato accedió al sistema buscando el nombre de Albert Wesker; un resultado fue arrojado. Era un expediente, como si fuera médico. Tenía muchas características nuevas sobre el rubio, fotografías que no se atrevería a mirar hasta regresar al hotel, videos, historiales, etc. Tomó su USB y lo introdujo al puerto de la máquina para extraer toda la información posible.

Mientras esto ocurría, se dio cuenta de que había otra puerta. Ésta desprendía una luz tenue por debajo. Lo más seguro es que hubiese alguien ahí dentro, quizás se tratase de Wesker o en el peor de los casos, la muerte.

La memoria pronto hizo su trabajo, así que Jill apagó el ordenador y se dirigió hacia la puerta que desprendía la luz. Su corazón palpitaba demasiado rápido. Tomó su arma y, con la mano izquierda, comenzó a empujar la puerta, despacio, temiendo por lo que se encontrara detrás. Pero entonces, una personalidad misteriosa le tapó la boca y la rodeó con su brazo para evitar que ésta forcejeara y se le escapara de las manos. Se la llevó detrás del recibidor y esperó a que pasaran un par de hombres que iban hablando en ruso. Jill sintió un gran alivio, pero de igual forma le intrigaba quién pudiera ser aquél que la salvó.

—Jill, ¿acaso no tienes cuidado? —dijo Chris, quitándole la mano de la boca.

—¡Por Dios! Casi me matas del susto, ¿no entendiste que quería hacer esto sola? —respondió Jill, furiosa.

—Sí, pero no iba a dejarte. No quería perderte como la última vez. —las palabras de Chris hicieron que Jill esbozara media sonrisa. —¿Has descubierto algo?

—Wesker está aquí. Debe de estar detrás de esa puerta. Tenemos que ir allí y averiguar qué está tramando. En el ordenador vi que tenía asignado un número de habitación, no debe estar muy lejos. Debemos pasar encubiertos.

—De acuerdo. Iré detrás de ti.

Se levantaron del suelo y continuaron con la travesía. Abrieron la puerta y observaron de dónde provenía la luz. Era otro pasillo con lámparas colgantes ubicadas a cinco metros de distancia de la otra. Caminaron despacio, buscando cámaras o cualquier cosa que significara peligro.

Las puertas de las habitaciones tenían una pequeña ventanilla para mirar a su interior, pero nadie se detuvo hasta encontrar la habitación 341bis. Dentro de ésta se escuchaban voces que hablaban en ruso, Jill se decidió a abrir un poco la ventanilla y observar lo que había dentro.

Una silla de ruedas con un hombre de cabello rubio, los dos hombres armados con una jeringa enorme, una mesa con un ordenador gigante, un archivero, una bandeja con comida y varios cilindros con sustancias no identificadas.

Vio cómo los hombres inyectaban en el brazo de aquél tipo una especie de suero. Al terminar, los hombres lo cargaron en sus brazos, descubriendo un rostro quemado, pero jamás inconfundible. Wesker estaba vivo. Sus brazos tenían, todavía, restos del Uroboros, no podía controlarlos, pero el suero parecía hacer que se mantuvieran estables.

Sus piernas ya no existían, en su lugar había un par de prótesis que los dos hombres retiraron. ¿Es que eso era lo que había quedado de Albert Wesker? Era tan poderoso... tenía habilidades sobrehumanas, incluso podría haber jurado que Wesker tenía la habilidad de regeneración, pero ahora veía que únicamente quedaba un triste despojo de lo que conoció hace muchos años atrás. Ahora no cabía duda de que él estaba detrás de los actos ilícitos y dementes de Wong y Kendrick. ¿Qué le habían hecho? Cerró la ventanilla silenciosamente y le hizo una señal a Chris para salir de allí de inmediato y, sin ser vistos, lo consiguieron.

Regresaron al hotel y en la habitación, Jill le contó a Chris todo lo que había visto. Ambos pensaron y llegaron a la conclusión de que Kendrick trabajaba para idear o mejorar un virus que le devolviese a Wesker su vida y forma normal, seguramente para conspirar en otras cosas mucho peores.

Si bien era cierto que Wesker estaba vivo, ¿cómo diablos pudo sobrevivir al impacto de dos lanzacohetes dentro de un volcán? El Uroboros le habría permitido arrastrarse a la orilla del lugar, pero muy probablemente habría quedado demasiado débil cómo para poder regenerarse, por lo que sufrió quemaduras terribles que obligaron a los médicos que lo trataron, a amputarle las piernas para salvarle la vida, ya que retomando el momento, él estaba hundido hasta la cintura en la lava; pero aún así, ¿quién sabía que él se encontraba ahí?, ¿quién se atrevió a rescatarlo de allí?

Jill pensó en ello durante toda la noche. No pudo evitar llegar a la conclusión de que Ada Wong estaba aún presente en los planes de Albert, que ella estuvo detrás de todo aún a espaldas de Excella. Wesker no era ningún imbécil, y sabía que debía planearlo todo perfectamente bien, por ello no dudó en solicitar la ayuda de la intrépida Ada para que su plan no fracasara del todo. Probablemente ahora estaría buscando la forma de renacer para retomar sus planes de destruir el mundo con alguno de los virus.

La piel se le ponía helada con tan solo imaginarlo. Debían evitar a toda costa que Wesker lograse su cometido, y la solución más efectiva sería arrestar a Kendrick y a Ada, al igual que destruir la fábrica. Jill dio varias vueltas en la cama intentando dormir, pero no lo consiguió. Estaba por amanecer y Quint los tenía sin noticias de la actividad en la fábrica de anoche. La B.S.A.A. ya había sido notificada de que Albert Wesker seguía con vida. Habían descubierto el propósito de los planes del ex agente de Umbrella, pero aún no había indicaciones de cómo proceder. Sin nada que hacer, la rubia se sintió asfixiada. Miró a Chris tumbado en el sofá, durmiendo plácidamente y sin tener pesadillas.

Hacía un poco de frío en la habitación, así que se levantó de la enorme cama y ajustó un poco la calefacción. Sin hacer demasiado ruido, buscó algo para beber en el pequeño refrigerador y encontró la botella de champagne que el hotel había dejado como cortesía el día que llegaron. La tomó entre sus manos y sonrió para sí de forma burlona. Destapó la botella y sirvió un poco del líquido espumoso en una copa. Valentine no demoró demasiado en beber todo su contenido mientras que Chris seguía dormido. Se sentía un poco ebria, pero de buen ánimo, así que sacó un iPod de su mochila y puso un poco de música. Todo iba bien, hasta que el capitán inició con su episodio de pesadillas. Jill corrió hacia él para despertarlo y ayudarle a calmarse, hasta que el mayor de los Redfield logró abrir los ojos.

—Chris, ¿estás bien? ¿Quieres un poco de agua? —le preguntó rápidamente Jill, angustiada.

—No, no. Estoy bien. Solamente necesito ir al baño y despejar mi mente. —respondió el moreno, conmocionado.

—Chris, espera. Siéntate, por favor, hablemos de esto. Me preocupas, esto no puede ser normal... Necesitas ayuda.

—No necesito la ayuda de nadie, Jill. ¡Lo único que necesito es que me dejes solo! —exclamó Chris, furioso.

El tono de voz del mayor de los Redfield no le agradó en absoluto a Valentine, quien, un poco ebria, tomó valor y decidió ponerle un freno a la situación.

—¡Estoy harta de que me trates así!  Durante estos días que hemos estado aquí te has comportado como un imbécil. No tienes ningún derecho de tratarme de esa manera. He estado intentando arreglar las cosas contigo, pero tú eres demasiado orgulloso o demasiado estúpido por actuar como un adolescente mimado. Solo quiero que estemos bien, me importa una mierda si es Sheva la que te interesa ahora, ¡lo único que quiero es que dejes de comportarte como un idiota! ¿Te cuesta mucho trabajo ser amable conmigo? Aunque sea por simple cortesía. Estaremos aquí un par de días y no quiero que esto se convierta en el mismísimo infierno solo porque te sientas obligado a convivir conmigo. Después de esto probablemente nunca más nos vuelvan a dar una misión juntos, es más, probablemente hasta me olvide de todo lo que ha pasado entre nosotros. Esto se ha convertido en una mierda. No debí aceptar la misión. —respondió Jill, a punto de estallar en cólera.

—Si todo esto está sucediendo es culpa tuya, ¡solo tuya! ¿Quién te has creído? ¿Acaso crees que siempre voy a ser el mismo idiota que va a estar detrás de ti soportando tu rechazo? Te equivocas. Me he pasado la vida entera intentando que te fijes en mí o que tan siquiera te des cuenta de lo que siento por ti. Hemos sido compañeros durante años. Busqué tu rastro durante meses y aún así, al encontrarte, me atacas como un animal, soporté todo eso y más por traerte sana y salva a casa, ¿y qué me merezco? Nada. No estás obligada a quererme, ni nada por el estilo, pero es complicado cuando estoy enamorado de ti hasta la médula, ver cómo te restregabas cual zorra con el imbécil de Carlos Oliveira. Me hierve la sangre solamente de imaginar cuántas veces habrás querido acostarte con él, cuántas veces habrás salido con ese idiota, y él solamente tuvo que echarte una mano en Raccoon City, mientras que yo estuve como un loco rastreando pistas tuyas, pasé días intentando encontrarte, luché con Wesker y contigo, ¿para qué? He sido como un maldito perro detrás de ti. Esto es un asco. Estoy harto de ser rechazado. —Chris jamás había insultado a Jill de esa forma, y ella jamás habría imaginado que el mayor de los Redfield fuera capaz de decirle semejante cosa. La sangre le hervía y antes de derramar una lágrima, le soltó una increíble bofetada a Chris, quien solamente miró los ojos de la rubia con ira.

—Nunca más vuelvas a llamarme como lo hiciste. Jamás creí que tú fueras a insultarme de esa forma. ¡Te odio! No tengo idea en lo que te has convertido. Extraño al viejo Chris, aquél que era amable y gentil conmigo. Ahora no sé quién eres y después de esto no quiero volver a verte. Ya te he dicho que nunca he tenido nada con Carlos, y aunque lo hubiese hecho...  sería asunto mío, no tuyo. Yo no te he echado en cara aquella ocasión en la que en la fiesta de navidad te emborrachaste y te besaste con Jessica frente a mí, y eso que no vi cuando se acostaron. —dijo la rubia, empujando a Chris.

—Detente, Jill. No vamos a agarrarnos a golpes. Además, entre Jessica y yo jamás pasó nada más, te lo aseguro.

—¿Crees que no puedo defenderme? ¿Acaso crees que soy estúpida? ¡Maldita sea! Estabas tan ebrio que ni siquiera podías ponerte en pie. Ella se ofreció a llevarte a tu casa. —exclamó, empujando con más fuerza al capitán.

—Soy perfectamente consciente de lo que eres capaz, pero no voy a pelearme contigo, ¿de acuerdo? Estoy seguro de que no pasó nada. Incluso revisé las cámaras de seguridad para asegurarme de que no hubiese cometido ninguna estupidez. Te prometo que no ocurrió nada.

—Me importa una mierda si ocurrió algo entre ella y tú. Lo único que quiero es que por lo menos intentemos estar bien hasta que este martirio termine, luego, capitán Redfield, los dos podremos seguir con nuestras vidas; pero quiero pedirte, que después de esta misión jamás vuelvas a hablarme. No quiero que me dirijas la palabra, ¿lo has entendido? —dijo Jill, a punto de darle un puñetazo a Chris, quien gracias a sus buenos reflejos sostuvo con fuerza las muñecas de la rubia y la miró a los ojos.

Estaba increíblemente preciosa y sexi de esa manera. Sentía un profundo deseo de besarla desde esa mañana, así que la atrajo hacia él y le robó un beso. Jill se retiró de inmediato, intentando nuevamente abofetear a Chris, pero él retuvo las muñecas de la rubia y la besó con más fuerza. La rubia logró zafarse de la situación con gran habilidad, y con una patada, tumbó en el suelo al capitán, quedando encima del mismo y acorralándolo con bastante fuerza.

—Jill, detente. Es demasiado. —dijo Redfield, sin hacer esfuerzo alguno por levantarse del suelo.

—¿Ahora sí crees que es demasiado? Eres un imbécil. —dijo la rubia, mirando a Chris. Ahora que ella se encontraba sobre él, tenía más cerca su torso completo. Se quedó un rato en silencio mientras observaba lo perfectamente definido que estaba el abdomen del mayor de los Redfield. Estaba bronceado, con un poco de vello esparcido en ambos pectorales. Su piel parecía ser suave y en esa posición parecía más vulnerable que nunca. Sus impulsos la llevaron a inclinarse hacia el castaño para besarlo. Con cierta furia besó a Redfield, quien un poco incrédulo pero deseoso correspondió al acto de la señorita Valentine.

¡Maldita sea! El capitán era muy hábil en el acto, y fue entonces cuando Jill cayó en los encantos de su compañero. Los besos sabían a furia, desesperación y a mucho deseo. La respiración de ambos era acelerada, como si hubieran corrido una maratón. Las manos de Jill tocaban el rostro con barba de Chris, mientras que él se esforzaba por calmar a su "bajo" amigo, pero al final, no pudo, y la rubia sintió bajo sus pantalones el miembro viril del chico. Sorprendida, dejó de besarlo y lo miró a los ojos.

—Jill, lo siento... —se lamentó Chris. —Déjame ir al baño.

—No, está bien. —respondió Jill, con la respiración agitada y una mirada lujuriosa.

—¿Qué estás diciendo? —preguntó Chris, perplejo.

La rubia estaba deseosa y desesperada. Llevaba días babeando por el cuerpo tan ejercitado de Chris, y ahora, con todo lo que estaba sucediendo, no quiso dejar pasar la oportunidad. De manera atrevida se quitó la blusa de tirantes que era parte de su pijama, dejando al descubierto sus voluptuosos pechos frente al capitán, mientras él miraba incrédulo lo que sucedía. Estaba excitado; jamás imaginó que se encontraría en una situación como esa.

Ella se encontraba sobre el miembro de Chris, aún cubierto con la ropa interior. Se acomodó sobre los muslos de aquél Adonis, quedando justo frente a aquello que estaba buscando. De inmediato retiró la ropa interior del moreno y, sin pensarlo, introdujo en su boca ese pedazo de carne que la iba a volver loca. Chris no pudo evitar soltar un fuerte suspiro e inclinar su cabeza hacia atrás al sentir el contacto húmedo de la boca de Jill. Ella estaba imparable, succionaba fuerte y rápido, alternando el ritmo para que no terminase demasiado rápido. A veces lo mordisqueaba, lo cual le hacía gemir espontáneamente, correspondiendo al placer que la rubia le estaba proporcionando. Los dedos de Redfield arañaban con desesperación la alfombra de la habitación y sus pies se doblaban de puro placer. Estaba sudando y sentía que el clímax se aproximaba lentamente. Valentine disfrutaba demasiado al hacer sentir tal placer a su capitán.

Ella estaba muy excitada, pues Chris había encendido su cuerpo por completo, y desde luego que ella no iba a detenerse. De pronto, Chris empezó a suspirar más rápido y mordía su labio inferior tratando de no volverse loco, estaba a punto de correrse, pero Jill no iba a tener tanta piedad de él. Justo antes de sentir el orgasmo, la rubia se detuvo en seco y miró satisfecha al mayor de los Redfield.

—¿Qué pasa? —preguntó Chris, estabilizando su respiración.

—¿Acaso creíste que te merecías el cielo después de todo lo que me has hecho?

—Jill, yo... —trató de disculparse él.

—Aún puedes conseguir algo... —habló Jill, mirando pícaramente al capitán.

—Dime cómo.

La rubia se levantó del suelo, aún mirando a Chris. Ella, con afán de seducirlo, se quitó las bragas de encaje, quedando completamente desnuda y mostrándole al capitán su seductor cuerpo. Chris no podía creer todo lo que estaba viendo, quería hacer suya a Jill, pero ahora no sabía qué debía hacer para que lo perdonara, entonces al intentar levantarse del suelo, la rubia le detuvo con el pie y sonrió.

—Debes hacer lo que yo te diga.

—Lo haré.

Jill se había convertido en otra persona, alguien irreconocible que Chris jamás hubiera imaginado que existía en ella. La rubia siempre había sido decente y recatada, pero en ese momento parecía haberse transformado. A continuación, Valentine se sentó en el sofá donde Chris estaba durmiendo hacía apenas unos instantes, quedando justo al frente del castaño. Separó sus piernas, mostrándole al mayor de los Redfield la parte más íntima de su cuerpo. Sonrió, coqueta. Y con el dedo índice, le hizo un ademán, indicándole que se acercara.

Él, obediente, se levantó del suelo y caminó hacia Jill, quien, con el mismo dedo, le indicó que se pusiera de rodillas. Estaba suplicante, su mirada era una llena de deseo y pasión, mientras Jill disfrutaba del control que tenía sobre Chris. Ella tomó con sus manos el rostro de su compañero y lo acercó a sus labios menores, lo cual bastó para que el capitán entendiese lo que debía hacer. Él tomó las piernas de Jill y las subió al sofá, acercó con ayuda de sus poderosos brazos la cadera de la rubia y empezó a hacer su trabajo. Christopher Redfield no era un hombre precisamente delicado, por lo que no se limitó a iniciar despacio y luego, como muchos otros, rápidamente.

Él inició rápido y salvaje, no se detuvo ni un segundo, mucho menos al escuchar los gemidos que Jill emitía. Estaba extasiado, escuchar a la rubia lo hacía excitarse aún más, y aunque quisiera, su boca no podía despegarse de los labios de aquella hermosa mujer. Jill en verdad lo estaba disfrutando, pues no dejaba de gemir ni de apretar con sus manos sus voluptuosos pechos, escena que no pasaba desapercibida para Chris, y entonces, empezó a sentir cómo se acercaba la cima del placer, por lo que su respiración se hizo mucho más rápida. El capitán se dio cuenta de que Jill estaba a punto de correrse, así que no detuvo su lengua ni un minuto hasta que la rubia llegase al orgasmo. Sin embargo, el mayor de los Redfield no se detuvo todavía, por lo que varios segundos después, hizo que la señorita Valentine tuviera múltiples orgasmos. Al final, Chris se detuvo, dejando respirar un poco a Jill, quien se tumbó sobre el sofá intentando controlar su respiración.

—¿Vas a perdonarme ahora? —preguntó Chris.

—Tal vez. No lo sé.

—Quizá pueda convencerte.

—¿Ah, sí? ¿Cómo pretendes lograrlo?

Chris no dijo nada, solamente se levantó del suelo y con sus poderosos brazos cargó a Jill, llevándola a la cama. Ella se había quedado perpleja y no sabía cómo reaccionar, lo que, eventualmente le daba una ventaja al mayor de los Redfield, quien, deseoso de convencer a la rubia de que lo perdonase, separó las piernas de la hermosa mujer e introdujo en ella, su erección. Jill sintió la fuerza con la que Chris empezó a embestirla y sintió que le hacían falta fuerzas para resistir un buen rato, parecía ser que esta vez el capitán no tendría piedad de ella. Se acomodó en la cama, permitiendo que el castaño pudiera incluso también estar ahí y se sintiera cómodo, mientras ella envolvía con sus piernas la cintura de Chris y con sus brazos se aferraba a su ejercitada espalda. No quería armar un escándalo a las 5:00 a.m. y para calmar sus ansias de gritar, sólo se limitó a arañar con profunda desesperación la suave piel que cubría la espalda del castaño, quien no mostraba señales de dolor alguno, sino que parecía disfrutar del dolor que le provocaban las uñas de Jill, por lo que le motivó a llevar el ritmo un poco más intenso y mucho más placentero.

Jill buscaba la boca de Chris para besarlo. Él no le negaba nada durante el acto y cómo podía, correspondía a los ardientes y salvajes besos de la rubia. De vez en cuando se miraban a los ojos y ambos notaban una sensación diferente a la del sexo casual. No era precisamente deseo, Jill sabía que los ojos marrones de Chris siempre la habían hecho sentir como en las nubes, unas sensaciones demasiado fuertes que ella no logró comprender hasta mucho después de haberle conocido. Pero entonces, justo en el clítoris, ella empezó a sentir la aproximación del orgasmo; en sus fantasías más profundas estaba correrse al mismo tiempo que su pareja, así que resistió lo más que pudo hasta que notara que el capitán también llegaría al orgasmo, para lo cual, tuvo que esperar un buen rato. Justo cuando notó que Chris respiraba más rápido, ella comenzó a dejarse llevar, abrazándolo y atrayendo su rostro hacia su cuello para terminar juntos el acto.

—Jill, estoy por terminar... necesito que dejes que me retire.

—¿Estás loco? Vamos, hazlo más rápido, quiero correrme contigo.

—Muy bien.

Jill se aferró con más fuerza a la espalda de Chris, quien obedeció a la petición de la rubia, haciendo su trabajo más rápido. ¡Oh, Chris! Jill apretó con sus manos los glúteos de Chris, quien había terminado el acto dentro de la rubia y se había quedado tumbado sobre ella para recuperar un poco el aliento. La respiración agitada de ambos no podía calmarse, y el deseo de Jill tampoco. No quería detener el momento porque sabía que después de esa ocasión ya no habría ninguna. Cumpliría con su palabra de no querer volver a verlo después de terminar la misión. Levantó a Chris, arrojándolo a un lado de la cama y poniéndose de rodillas sobre ésta, lo contempló totalmente desnudo.

—Levántate. Todavía no hemos terminado. —ordenó Jill.

Aún incrédulo, Chris obedeció a Jill, quien se puso en su posición sexual favorita, la famosa "en cuatro", y de manera intrépida tomó el miembro del capitán y volvió a introducirlo en ella. El castaño inició suave, esperando las indicaciones de la rubia, quien cerraba sus ojos al disfrutar la sensación de la penetración. Pegó el pecho a la cama y elevó su cadera, lo que hizo que Chris sintiera todavía más placer y empezara a hacerlo más fuerte y más rápido. Si bien era cierto que aquella posición era la favorita de muchas personas, a Jill le permitía sentir de manera más profunda la penetración, mientras que a Chris le permitía sentir la fabulosa textura de las paredes del miembro de la hermosa rubia. Ella hundía la cara en el colchón para no gritar, pero aún así, sabía que necesitaría mucha rudeza para ello.

—Chris... dame una palmada en el trasero. —dijo Jill.

—Seguro... —Chris obedeció, pero no pareció entender del todo la petición de la señorita Valentine, así que lo hizo como si fuera a tratarse de un saludo amistoso.

—No, Chris. Duro.

—Pero Jill...

—Sólo hazlo.

Y entonces Chris, por fin, desató la bestia que llevaba dentro. Con sus manos golpeó el asombroso trasero de Jill una y otra vez, haciendo que su blanca piel quedara roja a causa de la fricción y que la rubia sintiera todo el placer que necesitaba. Después de eso, el capitán no necesitó más instrucciones, pues supo complacer las salvajes necesidades de aquella insaciable mujer. En distintas posiciones, aprovechó las ventajas que cada una de éstas le proporcionaba: besaba los preciosos senos de Jill, arañaba su espalda, apretaba sus glúteos y besaba su boca y cuello con pasión, mientras que ella miraba los hermosos ojos café del mayor de los Redfield, besaba su boca y su cuello, sus manos tocaban su hermosa espalda y sus bien ejercitados glúteos. Ambos lo estaban disfrutando demasiado. Al terminar, Chris se quedó acostado en la cama con Jill, quien, hechizada por el momento, abrazó dulcemente al capitán y recostó su cabeza sobre su pecho, cayendo rendida ante el cansancio como el mayor de los Redfield.

══════ ⋆★⋆ ══════

Y... ¡nuevo capítulo! ¡Al fin! Mis exámenes finales están llegando y no puedo escribir mucho, pero cuando empiecen mis vacaciones intentaré actualizar lo más rápido posible. 😊 He sido buena y espero haberos complacido a muchos con este capítulo...

¡Nos leemos pronto! <3

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top