Capítulo tres: «Italia»
Las gotas de lluvia resonaban sobre la camioneta negra que los guiaba a la mansión de los Monti. Aquel vehículo había sido enviado a el aeropuerto para que los recogiera a él y su padre en cuanto llegaran.
Vio la hora en su celular, a penas eran las 7:00 pm; recargó la cabeza en el vidrio y se dedicó a observar el paisaje.
Si bien, junto con Londres y París, Roma mantenía una lucha por ganar el puesto de la ciudad más romántica de Europa y era de las primeras ciudades europeas que más visitantes atraía; debía admitir que él también quería asistir ahí, aunque no precisamente por las mismas razones por las que lo hacían.
Un portazo fue el que lo sacó de sus pensamientos y le indicó que habían llegado. Su padre, con la misma expresión seria de siempre, le hizo una seña para que bajara rápidamente del vehículo. Ya era hora.
Sus maletas fueron entregadas a algunas personas, sin embargo al ver que eran muchas cosas, él se ofreció a llevar las suyas; los sirvientes negaron pero ante tanta insistencia por el joven, terminaron accediendo.
Se detuvo a admirar la construcción, era grande, muy grande, incluso tal vez un poco más que la suya. Mordió el interior de su mejilla, no entendía porqué tanta necedad con conseguir más dinero del que ya tenían.
—¡Gabriel, amigo! —Saludó en un abrazo al mayor, un hombre de piel morena, vestido de traje negro—. Vengan acá adentro.
—Adrien. —Llamó Gabriel y su hijo no tardó en acudir. Los tres caminaron al interior de la casa en completa calma, únicamente el dueño de la misma era el que trataba de sacar plática.
—Creo que es hora de presentarles a mi familia —Dijo entusiasta al ver que un niño y dos mujeres –una muy joven aún– se acercaban a donde ellos—. Ella es mi esposa: Beata, y él es Alessandro.
—Mucho gusto —la señora estrechó su mano con la de ambos franceses, sonriente. Era castaña, esbelta, de ojos verdes y piel clara—. Alonzo me ha hablado mucho de ustedes.
—Y por último, mi pequeña princesa: Adrienna. —La chica apartó tímidamente un travieso mechón castaño de su rostro, dejando ver sus impresionantes ojos color turquesa.
—Es un placer conocerlos al fin —su voz era tan suave y delicada, el rubio tragó saliva, esa chica realmente era linda—, admiro mucho su trabajo. —pero no más que su Lady.
—Gracias señorita Monti. —se limitó a decir Gabriel, sonriendo ligeramente.
—Bueno, hija, ¿por qué no te llevas a tu futuro esposo a visitar la casa? Nosotros tenemos mucho de que hablar. —pidió el italiano, resaltando que pronto serían algo. Y vaya que esas palabras lo hacían volver a la horrible realidad. Adrienna asintió sonriente y entrelazó su mano con la del rubio, algo de lo que él se sorprendió y ella inmediatamente se arrepintió.
Justo detrás de ellos salió el hermano de la chica, también a petición de su padre, y se desvió al lado contrario corriendo pero no sin antes gritarles algo "inapropiado".
La de piel canela le lanzó lo primero que encontró en su bolso mientras, según el chico, le lanzaba maldiciones. Ambos estaban repletos de un color carmín en sus rostros, y si de por si el ambiente ya era incómodo antes, ahora eso lo volvía aún más.
Adrienna infló los cachetes y después de un largo rato, cuando creyó ya poder formular las palabras, al fin se dispuso hablar.
—¿Has venido antes? —el rubio negó varías veces y se recargó en una barda, mientras apreciaba el anochecer en Italia.
—Hace algunos años teníamos planeado venir mi madre y yo —se detuvo a recordar por algunos instantes y continuó—, claro que eso fue antes de que ella muriera...
—Lo lamento —se disculpó Adrienna, mordiendo ligeramente su labio inferior—, pero bueno ya que vas a vivir aquí por un buen rato, yo me ofrezco a ser tu guía en La Ciudad Eterna, obvio, si tú también quieres.
—Me parece muy buena idea tocaya, gracias. —Los jóvenes se quedaron un rato más sobre la barda, viendo caer el agua sobre el pequeño jardín que adornaba la parte de abajo. La expresión seria del chico le llamaba la atención a la veintiañera, se preguntaba qué era lo que pasaba por la mente de éste.
—Veo que tú aún traes cargando algunas cosas —interrumpió sus pensamientos la chica—, sí gustas puedo mostrarte tu habitación para que inicies a instalarte antes de que vayamos a cenar.
—Oh, te lo agradecería mucho, la verdad es que puedo parecer fuerte y guapo, y lo soy, pero estas cosas me pesan bastante. —Monti dejó salir una carcajada, vaya que ese hombre podía ser amable pero era algo vanidoso.
Le indicó que la siguiera y se adentró a varios pasillos, hasta que llegó a un cuarto azul grande, donde había una cama matrimonial y sobre la misma dos maletas negras. Aunque a decir verdad, a simple vista se notaba que ya estaba ocupado el lugar, no obstante, todo se encontraba en perfecto orden.
El rubio se giró hacia ella con un gesto de confusión y cuando iba a decir algo, la italiana lo calló.
—Eh... puedo explicarlo —se apresuró a gritar ella—, sé que esto será incómodo, yo tampoco estuve de acuerdo pero nuestros padres creen que será mejor que tengamos la misma habitación. ¿Par de viejos locos, no crees?
—Con que esto es de lo que me quería hablar él... —susurró para sus adentros. Esbozó una sonrisa e ingresó junto a la chica al cuarto—. No quiero incomodarte Adri, yo puedo dormir en el sillón. —ofreció señalando el grisáceo objeto.
—¿Cómo crees? no se vale que te ganes un dolor de espalda por noñerías. No hay problema por mí, puedes dormir aquí. —enunció mientras reía y tomaba asiento a un costado de la cama; sus palabras cobraron sentido en su mente y abrió sus ojos como platos—. No me refiero a que quiera dormir junto a ti, tranquilo, únicamente creo que si cada uno se hace mucho hacia la orilla no habría problema... —trató de explicar, disminuyendo cada vez más el tono de voz y confundiendo al Agreste a la vez que lo hacía reír.
Monti ayudó a desempacar a Adrien algunas cosas de sus maletas, entre tanto se fueron tratando de ir poniendo de acuerdo en cuanto al orden del cuarto y cómo se acomodarían para que así ambos pudiesen llevar la fiesta en paz.
[...]
—Creo que lo mejor sería que salieras a tomar un poco de aire. —sugirió Tikki, levitando hasta la cabeza de su portadora—. Comí muchas galletas y tengo la suficiente energía para que puedas durar bastante transformada.
—Gracias Tikki. —Marinette terminó de cepillar su cabello en una coleta alta y tomó a su kwami entre sus manos—. Me arrepiento de no haberme despedido de él tampoco, seguro piensa que soy una malagradecida.
—Tranquila Mari, te sentías mal con lo de Chat y...
—No, actúe como una niña pequeña, fui muy grosera con él. —la azabache comenzó a subir las escaleras que guiaban a su cama, sin embargo se detuvo en la última y exhaló—. Sí, creo que sí me haría bien salir.
—Ya sabes qué es lo que tienes que decir. —Avisó, pintando una sonrisa en su pequeño rostro.
—Tikki, transforme moi!
Una figura roja salió corriendo entre los tejados de París a toda prisa. El aire helado chocaba contra aquel cuerpo en movimiento aunque a éste le importaba en lo más mínimo.
La mujer quería desgastar toda su energía ahí y eso fue lo que hizo para poder desahogarse.
Cuando finalmente se cansó, se detuvo a descansar en lo alto de la Torre Eiffel para recordar cada uno de sus preciados momentos junto a su amado, cada una de sus batallas, cada una de sus victorias.
—¿¡Hasta cuándo volverá!? —Resonó en la ciudad—. Dime que todo ha sido una mentira. —exigió a la luna, quién la abrigaba con su luz azulada, protegiéndola.
Detestaba ese nudo en la garganta, el que asfixiaba cada que tenía oportunidad, así que se permitió llorar de nuevo.
Sabía que las palabras que le había dicho la noche anterior habían sido una completa farsa, lo conocía demasiado bien como para saber que mentía, aunque lo malo era que no sabía hasta dónde abarcaba la misma.
Todavía sentía su presencia junto a ella pero lo que más le atormentaba era la cruda realidad, el saberse sola, sin él, sin siquiera poder hacer algo para buscarlo.
Se sentía inútil, demasiado inútil al no poder ir por él, si supiera quién se encontraba debajo de esa máscara estaba segura de que le sería más fácil salvar su amor. Pero ahora sólo se tendría que conformar con los recuerdos y las enseñanzas que él le dejó, esperando por algo de lo cual no estaba segura que se cumpliría: su regreso.
Hola, les habla una Alejandra un poco deprimida.
Este capítulo lo venía planeando en mi mente desde que salí de con la psicóloga pero no había podido sentarme a escribirlo hasta hoy en la madrugada, sin embargo no sé qué me pasó que de pronto se me fue la inspiración al igual que la "felicidad" (larga historia), y así he estado todo el bendito día: van y vienen, van y vienen. ._.
Y para acabarla mis progenitores no me dejaban de presionar mientras escribía el capítulo así que... se me fueron muchas ideas gracias a eso... Otra vez...
Así que siendo sincera, no me convenció tanto el capítulo ¿Ustedes qué dicen, eh? ¿Qué tal les pareció está vez?
Ugh... Bueno, al menos mañana vuelvo a la escuela.
Gracias por leerme gatit@s, no olviden votar★ y comentar.
Hasta la próxima!
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