Capítulo 8

Crecí con la idea de que la única forma de mantenerme segura era tener el control. Esa era la razón por la que Nicolás me ponía tan mal, parecía ser la excepción a la regla. No cedía, escapaba de mis manos.

Necesitaba recupera el mando de alguna manera.

Después de analizar la manera en que me miró en la cafetería creí dar con su punto débil. Estando segura de que seguía la tendencia de todos los chicos, me propuse atacar con una de mis mejores armas.

Con las ideas clara llegué a casa temprano para prepararme. Lo bueno de estar siempre sola es que no debes rendir cuentas a nadie, lo malo... Es todo lo demás. Nada de preocuparme por padres que cuestionen mis acciones, ni siquiera cuando más deseo que lo hagan.

Eché la mochila en el sofá, acostumbrado a ese molesto silencio que pronto fue sustituido por mis pasos subiendo a toda prisa las escaleras. Como no habíamos acordado ninguna hora no podía perder tiempo. Así apareciera a las tres o cinco, necesitaba estar preparada.

Tacones, falda, secadora de cabello sobre la cama...

No había razón para que algo saliera mal, a excepción de ese inusual llamado a la puerta que llegó cuando apenas llevaba diez minutos bajo la regadera. Era esa clase de cosas inesperadas que anuncian un desastre. Resoplé de mala gana, aún con el agua nublándome la vista e intenté ignorarlo a sabiendas no de trataba de nadie importante. Nunca recibimos visitas.

Esperé pronto se marchara, pero me equivoqué. No cesó, el golpeteo continuó con tal insistencia que no me quedó de otra que salir de la ducha hecha un lío. Me puso a tropezones un short y la primera blusa que se me atravesó en el camino, que para mi desgracia era la que vieja camiseta que usaba de pijama, y bajé a resbalones con mis sandalias.

Solté una maldición al llegar viva a la primera planta, lamentándome por no tener alguien que nos ayudara en casa, ignorando la voz que me susurró la razón.

Abrí de golpe imaginando las palabras que le escupiría al inoportuno, pero lo único que salió de mi boca fue un quejido que representó las ganas que tenía de golpearme contra la pared. Era Nicolás.

Definitivamente cuando me propuse lucir irresistible no me refería a verme como un fideo hervido, con el cabello pegado a la cara y desarreglada. Ni siquiera fui capaz de hablar, balbuceé entre la rabia por ver frustrados mis planes y la pena de que me hallara en ese estado. Estaba seguro que cualquier otro me hubiera sacado una fotografía para difundirla en el colegio, mi imagen hubiera causado sensación, pero él se limitó a darme una sonrisa. Simple tranquilo.

—Hola —me saludó casual, ignorando mi cara de vergüenza que gritaba quería desparecer—. Perdón por llegar tarde —se disculpó. Apreté los labios para no soltarle que eso debió ser sarcasmo—. No estaba seguro de cuál camión pasaba por aquí y tuve que preguntar —me explicó acomodándose la mochila que resbalaba por su hombro.

Y de pronto el enfado se enfrió. Culpé a que se oyera tan sincero lo que me impidió cerrarle la puerta en la cara, exigiéndole se pasara otro día.

—De haber sabido que llegarías detrás de mí te hubiera llevado —mentí haciéndome a un lado, dándole el paso, porque no quedaba de otra que improvisar.

Claro que eso hubiera sido lo último que hubiera hecho. No tenía planes de que nos vieran juntos fuera de la escuela. Mi afectada reputación no aguantaría un golpe de ese tamaño.

¿Salir con Nicolás? No, gracias.

Cerré de un portazo antes de encontrarlo en el mismo punto, sin saber a dónde ir, pasando la mirada de un lado a otro. Parpadeé al darme cuenta estaba sonriendo de la nada, agité mi cabeza, concentrándome.

—Deberías sentarte —le invité señalando la amplia sala a un costado. Me siguió tímido, contemplando impresionado cada detalle de la decoración. Sí, la persona que diseñó cada espacio de la casa tenía un gusto privilegiado. Aproveché había mucho con que entretenerse para volver a encausar mi plan—. Tú quédate aquí, tuve una gran idea, no tardaré —le anuncié, intrigándole.

No le di tiempo de protestar antes de correr de vuelta a mi habitación. Con el tiempo en contra y a sabiendas estaba en casa cerré con seguro, para no arriesgarme a que el raro de la clase me espiara. No me fiaba de los críos con cara de inocentes, muchas veces son igual de enfermos que los gritan a los cuatro vientos su descaro.

Me vestí en tiempo récord, para no darle la oportunidad de hurgar mis cosas en mi ausencia, y delineé mis ojos con el propósito de que no pudiera apartarse de mí. El broche de oro fue el tono carmín que utilicé en mis labios, irresistible para cualquiera. El último vistazo que me di en el espejo confirmó lo tenía todo bajo control.

Bajé la escalera sin prisas, resonando mis tacones en las paredes vacías, para llamar su atención y me guardé una sonrisa cuando lo logré. Nicolás echó la cabeza atrás cuando escuchó mi llegado y la forma en que intentó disimular su interés me hizo la dueña del juego.

Falda azul ajustada, tacones y blusa sin mangas. No era un atuendo revelador, pero supuse que para un perdedor como Nicolás bastaría para provocarlo. No pensaba darle más.

—¿Tu novia no se molesta que estés aquí? —pregunté casual acomodándome el cabello mientras rodeaba el sofá donde estaba sentado para quedar frente a él.

Esperé que me escaneara de arriba a abajo, una mirada fascinada por mi aspecto, pero lo que recibí fue una risa tan genuina que me costó ocultar mi cabreo.

—No tengo novia —aclaró divertido. Aparte los labios para no contestar que no se necesitaba ser un genio para deducirlo—. Pero si la tuviera, no tendría por qué, estamos en un proyecto escolar —añadió como si fuera de lo más obvio.

Forcé tanto la sonrisa que me dolió la comisura de los labios.

—Nicolás, estaba pensando en lo que me dijiste sobre los folletos —cambié de tema para no mostrar una sola de mis inseguridades, deslizándome por la habitación—. Y creo que hemos pasado por alto el poder que tienen las redes sociales. Imagina hasta donde podríamos llegar si hiciéramos campaña por ese medio —alegué.

—Pero yo ni siquiera tengo Facebook.

—Pero yo sí, y no es por presumir, pero me sigue toda la escuela. Si queremos ganar primero deben saber que existimos —argumenté como si para ese momento alguien pudiera pasarlo por alto. El chisme de que éramos pareja se había extendido como pólvora—. Y qué mejor que una fotografía. Una imagen habla más que mil palabras. ¿Quién necesita un trillado eslogan cuando quedar en sus memorias por lo que realmente somos? —me expliqué esforzándome por sonar motivacional a sabiendas era débil a esa técnica—. Piénsalo, yo soy guapa y tú no estás mal —comenté disfrazando el halago. Él pasó sus dedos por su cabello, incómodo. Sonreí, me gustaba provocar eso en las personas, sacarlos de su zona segura—. Deberíamos sacarle provecho, sería épico.

—Vaya, nadie antes había usado la palabra épico en la misma oración con mi nombre —mencionó con gracia. ¿Por qué aquello no me sorprendía?—. Creo que es una buena idea —cedió al final.

Celebré a mis adentros, ni siquiera le di tiempo de dudar, tomé el celular de la mesita y me acerqué cautelosa hasta sentarme a su lado. Había salido con un par de chicos, coqueteado con más de los que pudiera recordar. Me gustaba ese juego de tiro y afloje donde todos es sonrisas y adrenalina, pero definitivamente con Nicolás las cosas no fluían del mismo modo. Él no ponía de su parte.

Ni siquiera la mejor actriz es capaz de fingir química donde no había ni una chispa.

Evitando verlo a la cara, extendí el brazo colocando la pantalla a una distancia prudente, y al encontrar su sonrisa tímida descubrí que no era la única que estaba tensa. La diferencia es que yo no podía errar. Nicolás ni siquiera se acercó temiendo cruzar una línea, se mantuvo en su sitio, estático, esperando fuera yo la que dictara cualquier instrucción. Admito que estudiando aquel nerviosismo, que limitaba sus movimientos, me pareció adorable, no sabía por qué. La incertidumbre me recordó no debía darme permiso de dejar muchas preguntas en blanco con tipos como Nicolás. Necesitaba actuar.

—Acepto que me equivoqué —comenté al aire. Ya no podía echarme para atrás—. No nos vamos tan mal juntos —añadí mirándolo con una sonrisa, poniendo mi plan en marcha.

Nicolás contrajo el rostro incrédulo, emoción que se transformó en sorpresa cuando dejé mi asiento para acortar la distancia entre los dos. Pasó saliva tenso cuando mi pierna rozó la suya, tuve la impresión que intentó justificarlo como un accidente hasta que mis ojos se clavaron en él con un brillo peculiar que gritó el siguiente paso.

Si no me hubiera besado el primer día me hubiera creído estaba a punto de sufrir un infarto cuando me incliné sin dejar espacio entre los dos, acorralándolo en el brazo del sofá. Estaba segura que podía percibir el aroma se mi perfume y un cosquilleo por el roce de mi cabello. Incluso cuando lo intentó su mirada concentró su interés en mi boca.

—¿Esto que tiene que ver con el proyecto? —balbuceó con tal torpeza que apenas pude entenderlo.

Sonreí obteniendo el efecto deseado. Recuperando el control me di permiso de estudiar su rostro de cerca. El parche le cubría buena parte de la cara, pero en el lado intacto se apreciaban unas bonitas pestañas y unos ojos vivaces. Sí, recorriendo el largo de sus cejas tenía que admitir que era lindo.

—Nada —murmuré suave, coqueta—. Esto es sobre nosotros —añadí en complicidad acariciando su hombro.

Él no contestó, dio la impresión no podía hacerlo. Sin embargo, cuando estuve a punto de tocar sus labios él echó la cabeza a un lado dejándome con un suspiro. Parpadeé sin entender su reacción. ¿Qué demonios acababa de pasar?

—Entonces creo que no —soltó de pronto, con cuidado me tomó de los hombros para alejarme. Se pudo se pie de un salto, ansioso de poner distancia.

—¿Qué? —susurré sin procesarlo. Estaba en blanco—. ¿Eres gay? —pregunté confundida porque no hallaba otra explicación. Él frunció las cejas ante mi comentario, pero eso no me dio respuesta—. Eso o virgen —deduje sin más opciones lógicas.

—Eso es personal —defendió receloso. Eso bastó.

—Definitivamente lo eres —concluí para mí.

—¿Por qué descartas que simplemente no quería besarte? —contraatacó.

La sola insinuación me puso la sangre a hervir.

—Tal vez porque fuiste tú el que me besó primero —le refresqué la memoria, señalándolo acusatoria para que no se hiciera el persignando conmigo.

Evadió la mirada, avergonzado.

—Y fui un error —decretó—. Nunca debí...

—¿Por qué lo hiciste? —le exigí, invadida por la curiosidad. No pudo reducirse a un impulso, tenía que haber una razón, necesitaba entender por qué en ese momento fue una buena idea y ahora no.

—Por idiota —resolvió contrariado.

—Dímelo —insistí molesta. Era mi derecho saberlo.

Nicolás se resistió, pero al final pareció darme la razón.

—Porque fui un cobarde —confesó suspirando, pasando su mano por sus cabellos—. En mi clase hay un grupo de chicos que me molestan porque no salgo con nadie y yo pensé que... —Calló, apenado—. Eres la chica más popular del instituto, imaginé me libraría de ellos si lograba demostrarles podía atreverme a intentarlo contigo...

Así que solo me había usado para librarse de sus problemas.

—Eres un imbécil —murmuré entre dientes. Igual que todos los demás.

—Lo sé, jamás debí hacer algo así —declaró arrepentido, como si con una simple disculpa pudiera borrar el mal rato—. En verdad lo siento, Jena —repitió, atreviéndose a tomarme de los hombros para mirarme a los ojos. Respiré hondo dominada por la furia—. Te pido perdón si te di alguna señal que pudo malinterpretarse y te lastimó...

—No hables como si estuvieras rechazándome —escupí soltándome de su agarre, indignada.

Pero el silencio entre los dos dejó claro la verdad. ¿Para qué mentir? Nicolás Cedeño, el perdedor del colegio, era el primer hombre en rechazarme. Directo al orgullo. Era lo más humillante de mi año, algo catastrófico teniendo en cuenta había estado repleto de episodios dignos de enmarcar.

—Lárgate de mi casa —escupí sin deseos de ver su cara. No lo soportaba un minuto más. Nicolás quiso hablar, pero no me interesaba lo que tuviera que decir—. ¡Que te vayas te digo! —repetí con menos paciencia, apuntando la puerta.

Nicolás suspiró, pero asintió sin protestar. Enfurecida tomé su mochila y se la lancé para que no se me acercara. Lo quería lejos de mí. Apresuré sus pasos hasta la puerta donde recibí una mirada lastimera antes de que se marchara. Muerta de rabia hice retumbar la madera por el portazo que pegué.

Un instante de caos que murió con un grito frustrado que escapó de mi pecho sin contenerme, en un mal intento por domar el huracán que estaba haciendo estragos en mi interior. ¡Odiaba a Nicolás con toda mi alma!

Desde niña me había aferrado al engaño de que nadie podría darme un no, que siempre sería yo la que decidiría la dirección en el tablero, y aunque siempre fui consciente era víctima de mi propia mentira, nunca me preparé para lidiar con la verdad. Durante años me repetí que no debía preocuparme, gozaba de la belleza, poder y dinero para conseguir o comprar el fervor de quien deseara, pero Nicolás había convertido en mi excepción.

Viéndolo en perspectiva la ira quedó sepultada por un extraño vacío, me sentí desarmada. Fue como si me hubieran despojado de mi escudo, ese que creí invencible y alguien había logrado perforar. No sabía cómo actuar. Y sin poder evitarlo, fallé en mi intento por mantener la ola de emociones dentro, liberando el nudo en mi garganta sin importar lo ridículo que resultara limpiarme las lágrimas por un tonto chico habiendo centenares afuera.

No era el rechazo lo que me había vuelto vulnerable, sino lo que significaba. Era el miedo porque había llegado el momento de aceptar que no todo mundo caería rendido ante el personaje que había creado. Tal parecía que no todo mundo se rendiría ante Jena Abreu, al menos no Nicolás Cedeño.

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