Capítulo 5
Ni siquiera podría llamar beso a ese fugaz roce que apenas duró un segundo. Tampoco sé si terminó a causa del empujón que le di o él se apartó por su propia voluntad, porque al contemplar su pálido rostro y la leve vibración de sus manos pensé que estabas punto de desmayarse. Fruncí las cejas indignada, sin lograr procesar del todo lo que acababa de pasar.
—¿Cómo te atreves, idiota? —le reclamé con el pulso acelerado, sentía el corazón en la garganta. Pensé que diría algo, se lo exigí, pero se quedó pasmado. Su intención quedaba en puros torpes balbuceos—. ¿Nadie te enseñó a pedir las cosas? —lo encaré.
Él chico cerró su ojo con fuerza, negando sin parar, como si se estuviera reprendiendo por dentro. Quiso acercarse, no sé con qué propósito, pero con un rápido ademán lo frené advirtiéndole que guardara su distancia si quería conservar los dientes. Jamás cometía el mismo error dos veces.
—Lo siento, lo siento —soltó al fin con tanto pesar que cualquier ingenuo se lo hubiera comprado. Yo no. Eso no fue un accidente—. No sé en qué estaba pensando... Bien, claramente no estaba pensando... —se dijo a sí mismo. Alcé una ceja ante su enredada explicación. Carraspeó al notar mi confusión—. Yo no quise... No debí... En verdad lo lamento mucho.
—Claro que vas a lamentarlo —murmuré entre dientes, señalándolo porque nadie cruzaba mi línea y decidía sobre mí. Estuve a punto de ponerle al tanto de su próximo castigo, pero maldije a mis adentros. No se me ocurrió nada. Seguía bloqueada—. Tú, atrevido de... —comencé al percibir esperaba mi respuesta. Plan que no llegaba. Imaginación, ¿dónde demonios estás cuando te necesito?
—¿Pasa algo malo?
Por primera vez agradecí la oportuna intervención de Camila que me regaló una excusa. No respondí, porque no sabía ni cómo resumirlo, preferí volver a centrarme en él para acabar de tajo con mi lío.
—Escúchame bien, tienes prohibido acercarte a menos de un metro de mí o te romperé la cara—remarqué dando un paso adelante. Él, en cambio, retrocedió asustado, asintiendo tantas veces le fue posible—. Y te aseguro que es mi es lo que menos te dolerá, no te van a quedar ganas de andar jugando al galán —destaqué para que se lo grabara bien en su cabeza—. ¿Quedó claro? —insistí harta de su tonto comportamiento.
—Mensaje recibido —respondió sin pensarlo, alzando las manos en señal de rendición.
Resoplé molesta dando por terminado el tema. Ni siquiera necesité empujarlo, él mismo dio un paso atrás atemorizado, abriéndonos camino a mí y a una curiosa Camila que le echó un último vistazo antes de alcanzarme a toda prisa. Yo estaba como alma que llevaba el diablo, no podía creer que un idiota fuera capaz de salirse con la suya a costa mía, que alguien se atreviera a besarme sin que yo lo quisiera. Maldito hijo de...
—¿Qué fue lo que pasó? —me interrogó Camila sin entender nada, ansiosa de detalles.
Pero no se los daría, no permitiría se deleitara con mis problemas.
—Nada, solo otro imbécil intentando hacerse el listo —resumí indiferente. Ella no lució muy convencida, pero no se atrevió a preguntar más, por si propio bien—. Mejor cuéntame qué era eso tan importante que querías decirme —le pedí.
Necesitaba distraerme, y ella era la persona indicada. Pronto me olvidó, comparado con sus chismes me dejó a un lado, con la impaciencia dominándola.
—Es sobre el reinado anual —cuchicheó con una sonrisita maliciosa. La miré confundida, no sabía dónde estaba lo mágico. Todo estaba escrito sobre la premiación—. Hoy se inaugurara la temporada —soltó emocionada, dando un par de brincos que no pudo contener.
—¿Qué? —murmuré aletargada—. ¿Por qué tanta prisa? Se supone que suelen hacerlo hasta a finales de octubre —expuse.
Aún faltaban dos meses, no tenía sentido empezar con tanta anticipación.
—Según me contaron este año cambiarán las reglas —añadió mirando a ambos lados comprobando que nadie la escuchara, aunque era consciente que entre tanto murmullo resultaba imposible oír su voz. Eso no decía nada. Le pedí más información, pero por el mohín que resaltó en sus labios entendí no la tenía. Suspiré frustrada, odiaba cuando cambiaban mis planes. Esa avalancha de sorpresas acabaría con mis nervios—. Lo único que sé es que este año será "más complicado" —adelantó.
Un año complicado, recordando las palabras de mamá sentí se abrió un vacío en mi estómago. No pude evitar repasar las últimas estaciones de mi catástrofe. Todo lo que creía seguro dio un vuelco de tuerca. Aranza, Ulises, el Reinado... Y en un impulso involuntario volví la mirada al punto donde había dejado al extraño, en el ya no había rastro de él. Tal vez debí escucharla, porque no estaba del todo equivocada.
El Reinado Anual tenía como propósito seleccionar una pareja de segundo grado que representara a la generación en su último año, no solamente siendo la imagen en los eventos, sino los que dieran la cara ante cualquier problema, lucha o idea. Además, de ayudar a los estudiantes de grados inferiores en su adaptación, incentivar su participación e impulsar las distintas actividades y clubes del colegio.
En resumen, una utopía. En realidad el único fin de ese reconocimiento era vanagloriarte de tu triunfo ante el resto de los perdedores con los que compartías aula.
Desde primer año, tras enterarme del concurso, me propuse coronarme. Tenía una adicción por ganar.
Así que tal como Camila adelantó las personas que dejamos nuestros datos fuimos llamabas después de la última hora al salón de eventos, una pequeña habitación donde se aprovechaban la oscuridad y el proyector para exposiciones.
Confieso que si existía un atisbo de inseguridad en mí lo eché a la basura apenas entré al salón, porque tras dar un fugaz vistazo a las personas esparcidas por la sala no encontré nada que pudiera quitarme el sueño. Ese premio era mío mucho antes de desear obtenerlo. Ellos también entendieron lucharían en vano porque noté algunas caras de decepción y fastidio mientras ocupaba mi lugar en primera fila. Supongo que cualquier otro hubiera sentido cierto dolor ante el rechazo, pero a mí por el contrario aumentó mi ego.
Mi padre solía decir que existen dos razones para despertar el odio del resto: o eres el causante de que se opaque su brillo o de sus pesadillas. Me había esforzado por ambas.
Aburrida estudié mis altos botines, esperando hasta que por la puerta atravesó el comité estudiantil, un grupo formado por alumnos destacados que estaban a punto de graduarse. En otras palabras, los que llevarían la batuta este año del evento, los culpables de mis nuevos problemas. Todos tenían ese aspecto de chicos ejemplares que avecinan conflictos.
—Vaya, es muy emocionante ver a tantas personas este año —comentó la más alta. Una rubia de ojos azules y mirada vivaz, si la memoria no me fallaba se trataba de la anterior ganadora.
Tuve que morderme la lengua para no contestar que evidentemente estaríamos saturados si no aplicaban filtros. Cualquiera sintiéndose un poco valiente podía participar. Cualquiera. Bastaba con colocar un nombre en una urna.
Bostecé mientras la veía acomodar unos papeles en la pequeña mesa al frente. Me reacomodé aburrida, preguntándome qué planeaba porque la lentitud de sus estudiados movimientos me dio una mala corazonada.
—Como muchos ustedes saben el reinado empezó con la misión de ayudar a la comunidad —inició con ese viejo cuento de amor y fraternidad que me daba tanta pereza. Revisé la hora en mi reloj—. He cierto que en años anteriores el objetivo se fue perdiendo —admitió—, pero nos hemos propuesto recuperar la verdadera esencia. Por lo que hemos decidido modificar algunas de las reglas —planteó con una sonrisa entusiasta.
Crucé mis piernas y agudicé mis sentidos, eso sí me interesaba. No es que fuera fanática de las ocurrencias de un grupo de idealistas, pero quisiera o no ellas tenían el mando. No podía darles material para que me restaran puntos. No podía perder.
—Contrario a ediciones anteriores, esta vez no seleccionaremos al rey y reina por separados, sino que trabajarán juntos durante todo el semestre...
—¿Qué? —murmuré porque había esperado otra clase de condiciones.
—Gracias por la pregunta, querida Jena —añadió con una sonrisa deseosa de soltarlo. Apreté los labios—. Creo que todos hemos visto el mismo escenario año tras año: ganan dos personas que no tienen ninguna relación, se conocen en plena coronación y no vuelven a dirigirse la palabra en lo que resto del semestre —relató.
Sí, ¿qué tenía eso de malo? Es un trabajo escolar, no un jodido matrimonio. Y en el caso de mis padres fue exactamente lo mismo.
—Pensamos que sería mejor trabajaran en equipo desde un inicio, como un proyecto en conjunto, buscando el bien común de la institución.
Rodeé los ojos fastidiada. Vaya tontería. Hablaban como si tuviéramos en nuestra manos el poder de cambiar el mundo en unos meses. Respiré hondo, mentalizándome a no perder la calma y mientras ellas parloteaban de sus inservibles reglas eché la cabeza atrás para estudiar al resto de estudiantes, intentando dar con el que mostrará mejores actitud para no ser una piedra en mi zapatos.
No vi nada destacable entre lo que había disponible, pero percibí un chico lindo que parecía encajar con el perfil que buscaba. Atractivo y con una buena sonrisa para que no estropeara mi fotografía final. Aún estaba estudiándolo cuando una voz detuvo mi análisis, dándome el tiro final.
—Y para estar todos en igualdad de condiciones hemos decidido escoger las parejas al azar —soltó emocionada.
Dejé caer la mandíbula horrorizada. Si algo había aprendido es que cuando se deja las cosas a la suerte siempre acaban de la peor manera. Dejé mi asiento sin contenerme, con el corazón latiéndome con fuerza en el pecho presa del coraje.
—No, no, no, eso es injusto —reclamé sin poder quedarme callada—. ¿No se dan cuenta que de ese modo lo único que hacen es afectar el rendimiento de alguien con potencial? —expuse.
—Todos tienen cualidades para ganar —argumentó.
—Ay, santo cielo —escupí cubriendo con mis manos mi rostro. Eso sonaba bien para una novela, pero en el mundo real no aplicaba. Hay gente que nació para triunfar y otros para vernos hacerlo. Apostaba que ni siquiera ella misma se tragaba ese cuento.
—Como está claro que esta competencia te tiene muy entusiasmada, Jena... —se burló de mi arrebato. Entrecerré los ojos con desdén sin hallar lo gracioso—. Empezaremos contigo —añadió, regresando al escritorio para barajear entre sus papeles. Abrí la boca dispuesta a protestar, pero la chica volvió a alzar la mirada al dar con lo que buscaba. Percibí un brillo malicioso en su mirada, no me equivoqué—. Jena Abreu —leyó despacio, torturándome. Por un instante el tiempo se detuvo. Sonrió—. Tu pareja será Nicolás Cedeño —anunció.
Fruncí las cejas, extrañada. Nunca había escuchado ese nombre en el instituto, pero a sabiendas debía estar presente me di la vuelta repasando a detalle a cada uno de los asistentes, buscando alguna pista que me ayudara a dar con el indicado, pero no hallé más que la misma expresión de dudas en todos.
Sentí una punzada en el pecho ante el mal augurio. En ese momento supe que había perdido el control de la situación, se me había escapado de las manos, pero incluso con todas esas señales de alerta jamás me pasó por la cabeza que reconocería al chico del fondo que se hizo notar cuando reunió el valor de ponerse de pie. Era él.
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