Capítulo 33
La naturalidad con la que pronunció su nombre y ese toque travieso alarmó mis sentidos. Nicolás me soltó por inercia cuando mi enfado se diluyó por las dudas. Aranza sonrió triunfal, había picado el anzuelo. Quiso hablar, pero ella se adelantó.
—Jena, no intentes negarlo —retomó volviendo a capturar la atención del público, señalando las fotos a su espalda—, porque la persona que me lo dijo jamás me mentiría—presumió, paseándose por el salón—. Tú mejor que nadie lo sabes, Nicolás siempre habla con la verdad —declaró.
—¿Qué?
Fruncí las cejas, con la mente en blanco. Busqué una explicacion en su mirada, pero él solo la echó a un lado. Que solo obtuviera silencio ensanchó la sonrisa de Aranza y formó un nudo en mi estómago.
—No me digas que no le has dicho que somos buenos amigos, Nico —lo acusó, congelando la sangre en mis venas—, casi hermanos para ser exacta. Yo fui la que le enseñó la ciudad cuando se mudó hace años —me informó. Parpadeé incrédula. ¿Qué?—. Desde ese día supe que seríamos inseparables. Por cierto, ¿puedes creer que fui la creadora del club que te encargaste de difundir? —lanzó como si fuera una coincidencia divertida. Recordé las palabras de Nicolás, todo se volvió confuso. Era como si una mancha profunda ensombreciera el panorama. Él siguió sin mirarme—. Gracias por la publicidad. Aunque coincido con Camila, eres una pésima portadora del mensaje. Esa es la razón por la que Nicolás y yo decidimos darte una lección.
—Una lección... —murmuré, perdida.
—Jena, yo puedo explicarte —intentó acercarse, pero Aranza se lo impidió, dándole un pequeño empujón para verme directo a la cara. Ni siquiera luchó contra ella. Empezó a dolerme la cabeza.
—Ni te molestes, yo lo haré. Repito las palabras que usaste conmigo, Jena, ¿pensaste que te irías sin pagar la cuenta? —rememoró, riendo victoriosa—. No, el día que me humillaste frente a todos, me propuse que no descansaría hasta que fueras tú la que estuviera en el fango. Lo que hiciste no fue humano, destrozaste mi trabajo de meses —remarcó llena de rencor. Eran los mismos ojos cubiertos de lodo que me miraron hace meses. Otra emoción, igual de peligrosa, los llenó—, te encargaste de ensuciar mi nombre, inundaste mis redes de acoso, me vendiste como si fuera una cualquiera y yo no te había hecho nada —me reclamó, señalándome. Ahí, frente a mí, pude distinguir algunas lágrimas de impotencia—. Era inocente, pero de un día a otro no podía salir a la calle sin que me gritaran puta en cada esquina —me hizo saber el alcance de mis actos—. Compartiste el momento más bochornoso de mi vida, en el que me sentía tan desprotegida, por todas las redes. Quisiste hacerme pedazos, y lo lograste. ¿Te pusiste a pensar en el impacto que tendría? ¿En qué sentiría mi papá o mamá al verme? —me cuestionó. Me avergüencé al no tener respuesta, o al menos no la que me gustaría—. No, porque solo pensabas en ti.
Y no mentía, no me preocupé por su dolor porque creí que en el fondo lo merecía, nunca imaginé el daño que causaría en la gente que la amaba. Tomé la oportunidad de cambiar su vida, para mal, y lo hice.
—Habías aplastado a muchas personas en tu vida y ninguna fue capaz de darte la cara —destacó lo que no me dejaba vivir en paz—, pero no formaría parte de ese grupo. Quería venganza, quería que supieras lo que era ver tu vida hecha trizas —remarcó—. Para el mundo Jena Abreu era invencible, sin embargo, yo sospechaba debías tener una debilidad. Todos lo hacemos —concluyó de forma acertada—. Ulises la sabía. Estabas tan necesitada de amor, Jena. Ese era tu talón de Aquiles. La forma de acabar contigo era llegar a tu corazón —describió dando en el blanco—, una tarea que parecía imposible porque eras tan desconfiada.
Intenté ordenar las piezas, pero Aranza lo descartó, me explicaría paso a paso su plan, era su momento de gloria. Había esperado tanto para acabar conmigo. Ella no tuvo una oportunidad, ella la creó.
—Sabía que solo había una persona capaz de penetrar en tu escudo —dedujo dando un paso a un lado para que pudiera admirarlo con mis propios ojos. El resto sobró. Mi pecho se contrajo ante la primera puñalada—. Nicolás es la persona más dulce del mundo, tú lo dijiste, no podías ser indiferente a él. Así que le pedí un favor —me contó disfrutando de mi agonía—, uno que no me negó, después de todo, te odiaba igual o más que yo —presumió antes de caminar hacia él que mantuvo la mirada baja mientras lo rodeaba como si estuviera presumiendo su mejor trofeo—. Ambos encontramos la manera ideal de hacerlo. Para el mundo Jena Abreu era perfecta, pero yo sabía que no todo lo que reluce es oro, y decidí demostrarlo contigo.
Escuché el murmullo del viento impactar las ventanas, pero lo ignoré, igual que todas las alarmas.
—Así que le pedí a Nicolás que se inscribiera en el reinado y convencí al consejo de asignarlo como tu pareja. El resto fue pan comido —reconoció. Un leve temblor comenzó a sacudir mi pecho. No, no, no—. De hecho, fue mucho más sencillo porque pensé que gracias a su cercanía Nicolás podría encontrar algo para poner en jaque su reputación, pero terminaste enamorada de él y tú misma me entregaste todos tus secretos, te pusiste en charola de plata —se burló mirándome con lástima.
¿Todo fue una mentira? Nicolás intentó aproximarse a mí, pero no se lo permití. Apenas podía reconocerlo, era como encarar al mounstro escondido en el armario. Ese que oyes sin falta cada noche sin saber su forma, ahora podía verlo sin máscaras.
—Jena, solo necesito...
—¿Es verdad? —lo corté, sin deseos de escuchar sus excusas. Quería la verdad, así me aniquilara—. ¿Eres su amigo o no? —lo interrogué.
Hubiera dado mi vida a cambio de recibir un no, hubiera dado todo lo que tenía porque Nicolás me dijera que Aranza mentía, y aunque todas las pruebas lo apuntaran yo le hubiera creído a él, pero la mayoría de veces las cosas no son como uno las deseas. El alma se me hizo pedazos al comprender el significado de su pesado suspiro. De esos que dicen mucho sin hablar, de esos que arrancan el corazón. El mío dejó de latir un instante antes de empezar una violenta marcha.
El rostro arrepentido de Nicolás se ensombreció al distinguir mi profundo dolor, ni siquiera me preocupé por esconderlo. ¿Para qué? Me había drenado hasta la última gota de esperanza.
—Sí, pero... —intentó explicarme, pero Aranza fue más rápida. Más astuta. Más sutil. Más certera. No se equivocó en sus movimientos. Siempre lo fue, desde que se enredaba con Ulises a mis espaldas. No debí subestimarla. Bien dicen que quién menos lo esperes será el causante de tu derrota.
—¿En serio creíste que se enamoraría de ti, Jena ? —alzó la voz para que todos pudiera ser testigos de mi silencio. Viéndolo desde otro ángulo tenía razón, fui tan ridícula pensando alguien me amaría con todos mis defectos. Lo tuve claro desde que era una niña y por un instante me di permiso de soñar, ahí estaban las consecuencias de mi ingenuindad. Respiré hondo, esforzándome por aplacar el nudo en mi garganta—. La única razón por la que tenías tanta gente es por lo que podían obtener de ti. Nicolás también perteneció a ese grupo, se ganó sin esfuerzos un buen acostón y tus secretos sin demasiado trabajo.
Y aunque puse mi mayor empeño por mantenerme firme, la primera lágrima recorrió mi mejilla sin darle permiso. Es que no me cabía en la cabeza cómo pude ser tan tonta pensando que era especial cuando a él lo único que le importaba era venirle a contar todo a su fiel amiga. A la mujer que amaba. Quería que me tragara la tierra al imaginar cómo se burlaba de mí mientras le compartía mis miedos o ilusiones imaginando que él no los usaría para hacerme daño. Que él era diferente. Y al menos en eso no fallé. Él no era como el resto, Nicolás fue más sigiloso, más cruel. Nicolás no hizo un rasguño, él atravesó hasta el lugar más hondo para que no tuviera oportunidad de sanar. Tiró a matar, lo conseguió.
Porque cuando se inclinó para mirarme directo a los ojos, tomándome de los hombros, sentí que lo único que quedaba de mí era un cadáver. Un cadáver donde antes latía un corazón.
—Jena, necesitas tranquilizarte —me pidió Nicolás suavizando su voz. Cualquiera se hubiera creído el cuento de qué le preocupaba. Era un excelente actor, cuántas veces pensé que en verdad lo hacía. Apreté los labios para no soltar un sollozo frente a su mirada angustiada, hasta que caí en cuenta que el golpe del viento se había intensificado, parecía querer tirar las ventanas abajo. Por la forma en que nos miramos supe que pensaba lo mismo que yo, estaba perdiendo el control. Las pesadillas estaban volviéndose realidad—. Hey, tranquila, escúchame, ahora nada es más importante que tú. Necesito que respires, hagamos el intento, ¿de acuerdo? —me animó poniéndome el ejemplo, aspirando hondo, como si fuera una niña de tres años.
Aún así estuve a punto de imitarlo en un intento de aplacar el ritmo desesperado de mis latidos, parecían tener el propósito de hacer grietas en mi pecho para que mi corazón herido pudiera escapar.
—Por Dios, Nicolás —nos interrumpió Aranza a su espalda, escupiendome de vuelta en el presente. Él cerró los ojos frustrado. Comencé a tiritar como un cordero en la tormenta—. Ahora vas a fingir que te preocupas cuando te has pasado el curso entero burlándote a sus espaldas.
—¡Ya cállate, Aranza!
Era la primera vez que lo veía molesto, pero eso no menguó mi decepción, me solté de su agarre porque algo me decía que su enfado no se debía a que ella mentía sino a que ventilara la verdad.
—Nicolás estuvo contigo solo porque yo se lo pedí. Continúo contigo hasta el último momento para que pudiera cobrarme lo que hiciste. ¿Por qué crees que se esforzó en ganar? —alegó. Nicolás estrujó su cara entre sus manos sin poder defenderse—. Para que la caída fuera más grande. Quería que todos lo vieran.
—Ya, Aranza —le ordenó severo.
Pero ella lo ignoró, los ojos del instituto estaban puestos en mí. Me encogí asustada, la atención me abrumaba, no se parecía en nada con la que lidiaba. No había envidia, ni fascinación, ni siquiera misterio, en la mirada de todos había lástima y burla. Aranza celebró haber acabado conmigo.
—¿Qué se siente estar sola, Jena? ¿Qué se siente estar en el piso? ¿Qué se siente amar a alguien que solo se aprovechó de ti? —se vanaglorió de mi error. Quise cubrir mis oídos porque el sonido del cristal era cada vez más ensordecedor, podía notar el retumbar a la par de la sangre viajando en mis venas—. Pensaste que sería diferente, sí, estabas acostumbrada a jugar con las personas y esta vez los papeles se invirtieron. Amaste a a alguien que se rio en tu cara, confiaste en quien que te clavó un puñal, perdiste tu posición, tus privilegios, lo arriesgaste todo —describió mi tragedia, avivando mi desolación—, y no valía la pena. Porque tú no valías la pena, Jena —remarcó grabando lo que sabía mejor que nadie—. Y ahora mírate, todos hemos visto quien eres realmente —me mostró extendiendo sus brazos.
Vulnerable comencé a sudar frío. El estómago se revolvió a causa de los nervios, era una mezcla de pena, dolor, enfado y vergüenza. Me había protegido durante años, pero de nada sirvió. Ahí estaba, bajo los ojos del mundo que escaneaba cada punto débil y herida. Solo era cuestión de tiempo para sentenciar a la villana. El nudo en mi garganta se apretó a un paso tortuoso, dificultandome la respiración.
—Tú arruinaste mi vida, y yo arruiné la tuya. Una vez me dijiste que lo había perdido todo por un chico, te hice probar del mismo polvo, Jena —celebró, logró me tragara mis palabras. Maldije la hora en que los dos se interpusieron en mi cabeza—. Perdiste tu escudo por migajas de amor, y ahora todos pueden comprobar eres igual a tu madre —me acusó. La sangre cada vez viajaba más rápido. Más. Más. Podía escucharla en mi cabeza—, por eso tu papá se buscó una amante, por eso Ulises te abandonó y Nicolás solo jugó contigo, ¡porque no eres más que una maldición para quien se cruza en tu camino!
Aquel grito fue la gota que desató la tormenta. Todo pasó demasiado rápido para poder detenerlo, de un momento a otro, sin explicación, el suelo se sacudió en una oleada que casi nos derrumbó. El movimiento fue tan violento que apenas logré mantenerme en pie, los cristales que ante la presión se hicieron añicos no corrieron con la misma suerte. Los gritos se desataron por la fuerte corriente que penetró en cada rincón y alcanzaron el punto máximo cuando las luces comenzaron a parpadear.
—¿Qué demonios? —murmuró Aranza sin entender.
Con sus ojos clavados en las lámparas, fue un milagro lograra retroceder al tiempo en que una de ella, justo la que bailaba sobre su cabeza, se desprendiera. Se cubrió el rostro para que los cristales no penetraran en su piel.
Yo no reaccioné, me congelé en mi sitio estudiando el fugaz descenso, sintiendo los músculos paralizados, hasta que alguien me haló del brazo tirándome hacia atrás. Desperté con el estallido, busqué rápido quién me había ayudado, pero hallar a Nicolás empeoró la situación. En medio de la oscuridad, con mis ojos fijos en él retrocedí a tropezones. Era verdad, los papeles se habían invertido, ahora era yo quien le temía.
Obligando a mi sistema a reaccionar me eché a correr entre la gente, pese a que fuera imposible escapar de lo que estaba dentro de mí. Las voces se mezclaron con mis crueles pensamientos. Podía llevar la cuenta de los latidos de mi corazón, el recuento quedó a la mitad cuando sin aviso alguien frenó mi huída, tomándome del brazo.
Pegué un respingo ante el inesperado contacto y al darme la vuelta descubrí que se trataba de Nicolás quien me había alcanzado. Con la respiración agitada por la carrera, abrió la boca dispuesto a hablar, pero las palabras no llegaron. Está vez fui más rápida. Sin darle tiempo de procesarlo impacté con toda mi rabia la palma contra su mejilla. El sonido mudo se perdió entre el escándalo.
—¡Eres una maldita basura! —escupí dejando escapar la rabia contenida. Jamás me había sentido más impotente, deseaba regresar el tiempo y borrar mis errores. Cada uno llevaba su nombre.
Nicolás ni siquiera me lo reclamó, acariciando la zona aceptó resignado el castigo.
—Sé que me lo merezco, Jena, sé que me merezco que me odies, pero al menos hazlo después de que me escuches —me suplicó. Quiso tocarme, pero le di un empujón para mantenerlo lejos.
—No me interesa oír tus mentiras. Lograste lo que querías. ¡Felicidades! —mencioné aplaudiendo—. ¿Qué más quieres, Nicolás? ¿Te quedaron ganas de seguir burlándote de mí? —lo encaré furiosa, resistiendo las ganas de volver a golpearlo.
Lo odiaba con cada latido de mi corazón.
—Cuervo...
Aquel apodo, cargado de oscura historia, revolvió mi estómago por una emoción distinta a la de la primera vez, esta vez no eran mariposas, sino murciélagos.
—En tu vida vuelvas a llamarme de ese modo —le ordené mirándolo directo a los ojos para que de una vez se grabara mi advertencia—. ¿Sabes que es lo más triste? —me dije a mí misma, odiando mi estupidez—. Me enamoré de ti y no esperé me correspondieras, podrías haber hecho conmigo lo que quisieras, te hubiera dado todo sin pedir nada a cambio —revelé sin poder creer cómo pude caer tan bajo—, pero no te conformaste con tener poder sobre mí, decidiste ir más allá, hacerme creer que me querías —le reclamé lo que más me dolía—. Y te creí, maldita sea, cómo pude hacerlo —me castigué al borde de las lágrimas.
No sabía a quien despreciaba más, a él por engañarme o a mí por ceder a sus mentiras.
Sin embargo, aún viendo la tormenta azotar tierra, Nicolás decidió seguir jugando con fuego.
—Jena, yo te amo —repitió su mentira.
Me quebré. Un trozo de estructura interrumpió su actuación. Ambos retrocedimos justo a tiempo para esquivarla y cuando comprobé no le había hecho daño aproveché la capa de polvo que se levantó para retomar mi camino a toda prisa. Escuché su voz a mi espalda llamándome, tosiendo, pero no miré atrás. Ya no.
Corrí tan rápido como me dieron las piernas, atravesé las puertas principales y mientras bajaba las escaleras a toda prisa contemplé en la entrada a mi salvadora, la última persona que pensé acudiría a mi ayuda.
Con el automóvil encendido mamá aguardó por mí antes de emprender la huida. No lo pensé, desaparecí la distancia entre ambas hasta que pude encerrarme bajo a su protección. Ella no hizo preguntas, apenas me eché en el asiento a su costado arrancó como si su vida dependiera de ello, dejando atrás el revuelo.
Temblando me di permiso de respirar por primera vez desde que escapé del gimnasio, y sintiéndome segura eché la mirada atrás para contemplar con mis propios ojos la magnitud de la catástrofe. Estudiantes corriendo despavoridos mientras sus gritos, llantos y miedos me perseguían. No fue hasta que fui testigo de su temor que comprendí el alcance de mi desastre. Ya no pude engañarme, las palabras que pronunciaron al pie de mi cuna hace dieciocho años cobraron sentido: era un mounstro, uno mucho más peligroso de lo que advirtieron.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top