Capítulo 32


El final del Reinado llegó de forma distinta a la que imaginé. Hace dos años estaba segura que atravesaría las puertas del gimnasio con el triunfo en las manos, la ovaciones de extraños y suficientes fotografías para atiborrar la última edición del periódico escolar. Sucedió todo lo contrario, la derrota estaba declarada, pero en cambio avancé al costado de una mujer que creí había perdido desde hace años, con el mentón en alto porque no había nada que me impidiera sentirme orgullosa de mí y acompañada de un montón de sueños que ahora parecían posibles. Esa Jena se acercaba un poco más a la felicidad, y ese es el mejor éxito.

—¿Qué se supone que se hace en este sitio? —murmuró espantada al ser recibidas por la alta música que hacía retumbar el suelo. Mordí mi labio, disimulando una sonrisa. Sabía que para ella no era fácil lidiar con el descontrol de un montón de adolescentes, pero saber que estaba ahí solo por mí me hizo valorar su sacrificio—. Jena, me trajiste al manicomio —me acusó dando un paso atrás cuando un par de jugadores del equipo se empujaron juguetones y casi cayeron al suelo.

—Lo descubriste, pedirle a las enfermeros que vistieran de gala no sirvió de nada —dramaticé de buen humor. Entrecerró su mirada, la broma no le agradó—. Tranquila, esta agonía durará poco. Abrirán con la premiación —le informé el programa que nos habían proporcionado la noche anterior—, solo están esperando llegue más gente, después habrá un baile, pero no tienes que quedarte.

—Qué amable —se ofendió, robándome una carcajada al malinterpretarme.

—Yo tampoco lo haré —le aclaré, sonriendo para mí.

Nicolás y yo habíamos planeado ir por primera vez al mirador para festejar. De no ser porque éramos parte de los participantes hubiera olvidado la ceremonia. Un ligero cosquilleo ensanchó mi sonrisa al imaginar que lo mejor estaba por llegar. Para mí era muy significativo mostrarle mi lugar favorito, en el que guardaba tanto de mi historia. No podía esperar por entregarle otro pedazo de mi corazón.

Mamá lo entendió, me aseguró que intentaría mezclarse retomando viejas conversaciones con algunos miembros directivos, y se despidió de mí alejándose a un lugar más tranquilo. Negué con una sonrisa cuando pareció encontrar un poco de calma con una profesora que parecía gozar de atrapar a cualquiera que deseara escucharla. Mis ojos buscaran a la multitud al causante de mi incontrolable alegría.

No fue difícil dar con él, lo distinguí cerca de una de las mesas de bebidas, bien acompañada de algunos de los integrantes de Escudo Amigo. Encogí mi largo vestido esmeralda azulado, apuré el paso buscando sorprenderlo, pero fue inútil. Nicolás que estaba pendiente de mi llegada reparó en mi presencia. Su tierna sonrisa iluminó su rostro, el mismo que besé cuando me lancé a sus brazos. Él me correspondió con la misma adrenalina, abrazándome de la cintura alzandome un poco del suelo, haciéndome reír. La sonrisa que compartimos, tan pura, genuina, cómplice, dejó claro nuestro corazones habían encontrado su hogar.

—Estás preciosa, Cuervo —me halagó con una sinceridad que me enterneció.

Respondí el cumplido con una enorme sonrisa a la par mis dedos le enseñaron orgullosa el colgante en mi cuello. Llevaba su regalo a todas partes como si una parte de él pudiera acompañarme en todas mis batallas.

Mis mechones lacios se agitaron al ladear la cabeza, fingiendo analizarlo con los brazos cruzados. Un traje de etiqueta negro, pulcro, elegante, pero sencillo. Era imposible que su sonrisa expresara más nobleza.

—Tú no estás mal —mentí.

Siendo honesta lucía increíble, más apuesto que cualquier príncipe de cuento de hadas. Odiaba las historias de fantasía clásicas, en todas, las mujeres como yo tenían un espantoso final, pero el cliché se había roto. La bruja sí podía ser feliz para siempre.

—¿Al menos decente para recibir el cuarto lugar?

—Perfecto para la ocasión —concedí divertida, acomodando las solapas.

Nicolás me dedicó una preciosa sonrisa que me hizo sentir estaba en la cima del mundo. Se acercó a mis labios dispuesto a darme un ansiado beso, pero alguien nos interrumpió. Lo dejaríamos para después.

—¡Oh, Jena, Jena, Jena! —nos abordó una entusiasmada Tatiana que no dejaba de dar saltos. Estaba ataviada en un bonito vestido rosa fucsia que contrastaba con su piel clara y combinaba con el tono que pintaba su enorme sonrisa—. ¿Nicolás ya te lo contó? —me cuestionó eufórica. Le dediqué una fugaz mirada a su hermano, buscando un adelanto, pero solo recibí una sonrisa. Por fortuna, ella no me hizo esperar—. ¡Ayer recibimos cientos de inscripciones para el club! —compartió, asombrándome. Dejé caer la mandíbula, balbuceando ante la novedad. Nicolás tímido se encogió de hombros, cuando le pregunté en silencio por qué no me lo había contado—. ¡Y muchos de ellos estaban entusiasmado por el proyecto que piensas compartir en redes sociales! Muero por ver lo que vas a lograr.

—Espera... —Frené su emocionado parloteo, procesando la información—. Yo... Estoy dispuesta a ayudar en todo lo que me pidan, en todo, pero... —Un corto silencio. Asentí, confirmándome era la decisión correcta—. Creo que lo ideal sería que otra persona sea la administradora de esa cuenta —expuse confundiéndola. Escondí una sonrisa al verla fruncir el entrecejo—. Tú.

—¿Qué?

—La cabeza de una iniciativa tan importante tiene que estar en manos de una persona que sea capaz de hacer sentir querida y aceptada a todos los que busquen su ayuda —la describí, hablando desde mi experiencia. Conocerla también fue un regalo—. No puedo pensar en nadie mejor que tú para estar al frente.

Me pareció distinguir sus pupilas se cristalizaron, pero no pude confirmarlo porque de un momento a otro me envolvió en un fuerte abrazo que me sacudió. Sonreí sobre su hombro, valorando su cariño, mientras su hermano a unos pasos me dedicó una sonrisa de agradecimiento. No tenía que hacerlo, era yo quien estaba en deuda con ellos.

—Buenas noches...

El emotivo momento murió cuando una voz se hizo oír sobre la música. Todas las miradas viajaron al escenario, donde se hallaba la misma rubia que dictó las reglas del juego hace unos meses, con el objetivo de enredarme la vida. Y aunque en aquel momento la odié con cada fibra de mi ser, supongo que ahora debía darle las gracias.

—Primero que todo, quiero agradecer a todas las personas que hicieron posible este evento. A los directivos, profesores, estudiantes...

—Debimos armar una quiniela —murmuró a mi oído, Nicolás. Disimulé una sonrisa, dándole un golpe en el pecho para que no me distrajera—. Al menos para ganar algo —argumentó.

—Pero sobre todo a cada uno de los participantes que se arriesgaron a hacer su nombre sonar. Sin importar los resultados, todos ustedes son unos ganadores —nos consoló. Y aunque en otro momento lo hubiera considerado un discurso lastimero, admito que al fin entendí la complejidad de esa frase. Llegar hasta ahí no fue fácil. Todos ganamos y perdímos algo—. Ahora sí, después de un largo día de recuentos de votos, tenemos a la pareja que representará a la generación durante su último año.

Admiré mi calma, la tranquilidad con la esperé saber quién estaría a cargo de la mayoría de los eventos escolares, más por curiosidad que por verdadero interés. Hace meses hubiera enloquecido de solo imaginar no pronunciarían mi nombre, pero ahora con la derrota declarada ningún resultado podía menguar mi paz. Tenía todo lo que había deseado, no necesitaba más.

La chica abrió el sobre plateado que llevaba en sus manos, y apenas sus ojos leyeron las letras impresas su rostro se transformó. Incluso cuando se esforzó por disimularlo, fue claro no le gustó lo que encontró. Forzó una sonrisa, irguiéndose con propiedad.

—Para muchos de ustedes, la mayoría —añadió con una pizca de gracia que le salió falsa—, no debe ser niguna sorpresa. Con una contundente victoria, la reina y el rey son... —Calló, resistiéndose, alargando lo más que pudo sus deseos, al final no le quedó otra opción que soltarlo—. Nicolás Cedeño y Jena Abreu.

Mi corazón se paralizó al oír nuestros nombres, ambos nos miramos con los ojos a puntos de salir de sus cuencas, sin poder creerlo.

—Parece que el discurso del miércoles conmovió a muchos. Felicidades —añadió aplaudiendo de forma tan rígida que pensé audicionaba para ser un robot.
Pero no me importó, saliendo del trance correspondí al fuerte abrazo de Nicolás. Con los latidos golpeando su pecho me alzó del suelo. Intenté que esa unión no se rompiera, pero nos llamaron para subir a la tarima. No había preparado un discurso, no me importó, solo quería vivir el momento. Aún atontada por la noticia dejé que su mano entrelazada con la mía, me halara entre la gente que nos aplaudía y saludaba. Regalé un centenar de sonrisas en mi recorrido que acabó en la primera fila porque antes de rodear las escaleras, una persona se interpuso en nuestro camino.

Nicolás frenó al distinguir la figura de la chica que abriendo los brazos nos cerró el paso, ante la mirada atónita del resto. Fruncí las cejas. Nadie lo vio venir, ni siquiera la organizadora, que siendo una de sus amigas más cercanas, contempló extrañada como Aranza interrumpía el protocolo. Ya nada de lo que hiciera podía arruinarlo.

—Lamento interrumpir su festejo —habló , lzando la voz para que pudiera oírla hasta el fondo, clavando sus ojos en mí. Llevaba un vestido lila hasta el tobillo, sin mangas y un listón en la cintura. El cabello le caía lació a la altura del pecho. Estaba maquillada, no para una noche de gala, pero sí para quitarle la imagen de niña. Esta vez parecía un rival a la par—, pero quiero pedirles que la ovación sea más fuerte para Jena —me sorprendió, señalándome.

Di un paso atrás, confundida, mirando a todos lados. No entendía a qué estaba jugando.

—No me mires así, estoy intentando ser amable —se inventó encogiéndose de hombros. Afilé la mirada sin creerme ese cuento. Pintó un mohín, fingiendo dolor—, porque sé que no estás pasando por un buen momento. Una buena fuente me lo dijo —añadió de la nada—. Por cierto, he visto que te ha acompañado tu madre —mencionó fingiendo ternura, poniéndose de puntillas para intentar verla a lo lejos. No entendí el curso de su charla—. ¿Dónde está tu padre? —preguntó se pronto, cortándome la respiración. Su sonrisa se volvió siniestra—. ¿En uno de sus viajes de negocios o tal vez en el cumpleaños de uno de sus hijos? —lanzó mordaz.

Empecé a sentir un dolor en el pecho mientras un murmullo se extendía a mi alrededor. Nicolás colocó su mano en mi espalda, para sostenerme. El tiempo se detuvo. Me costó respirar a causa del torbellino de información que me sometió. No entendía cómo dio con mi secreto.

—No sé si ustedes lo sabían, apuesto que no, pero Jena tiene unos adorables hermanos aunque ninguno lleve su apellido —anunció en voz alta, sonriéndome. Pasé saliva tensa, imaginar la cara de mamá me puso peor. Aranza sonrió victoriosa—. Estoy segura que todos quieren conocerlos, les daré la exclusiva —dictó dando un aplauso que retumbó en mi cabeza.

Mi mundo se vino abajo cuando en el proyecto empezaron a desfilar las fotografías que Carolina compartía en sus redes sociales, en unas estaba acompañada de mi padre, que aunque antes me parecieron profesionales, conociendo la historia detrás, despertaron el morbo de todos los presentes. Sentí mis ojos llenarse de lágrimas al reconocer la sonrisa del que fue mi héroe brillaba en la pared. No sabía si deseaba llorar de la impotencia, coraje o el dolor.

—¿Esa es Carolina, la asistente de tu padre desde hace diez años? —me cuestionó llevándose una mano a la boca, dramatizando. Apreté los puños ante su risa, como quise acabar con ella—. Es guapísima, ahora entiendo por qué dejó a tu madre.

Quise borrarle la sonrisa de un puñetazo, pero Tatiana y Nicolás me sostuvieron para que no cediera a sus provocaciones. Y ella festejó verme en el piso porque mientras las voces del resto impactaban mis oídos, llenándolos de escándalos y críticas. Pese a ser más pequeña me dedicó una sonrisa que la enalteció cuando se colocó frente a mí. Pude leer lo escrito en ella: había ganado.

—Pensar que apedraste a Ulises por ser un fiel y tu adorable padre, ese que no te cansabas de presumir —añadió burlona—, cometió el mismo pecado.

Odié distinguir ese brillo de satisfacción en su mirada, estaba orgullosa del caos que ocasionó.

—Me das tanta lástima, Jena —susurró para que solo yo pudiera oírla, contemplandome de arriba a abajo con desdén. Mientras ella se regodeaba de su triunfo, porque me tenía justo donde siempre había deseado, yo me llené de impotencia—. Parece que no tienes lo suficiente para retener a los hombros que amas —lanzó en un cruel intento por herirme, pero acabó conmigo cuando sus ojos chocolates perdieron el interés en mí y se fijaron en mi novio. Sonrió, sonrió como quien está a punto de alcanzar lo que siempre soñó—, ¿no es así Nicolás?

Mi cuerpo se tensó. La forma en que su descarada sonrisa se ensanchó me adelantó estaba a punto de recibir el golpe mortal. 

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