Capítulo 29

Suspiré sobre sus labios suaves, grabándome el ritmo de su respiración, el golpeteo de mi corazón que se aferró a sus latidos como quien perdida en la tormenta deslumbra un faro a lo lejos. Si alguien me hubiera dicho que algún día estaría tan enamorada me había reído, pero ahí estaba rompiendo mis propias reglas, admirando a Nicolás como si el sol se escondiera en su mirada.

—Eres la única persona que me quiere —murmuré conmovida, la única que sentía en verdad lo hacía—. Pensé que papá también formaba parte de esa diminuta lista, pero hoy confirmé lo decía solo porque sentía era una obligación moral —reconoció herida.

Ambos nos engañamos creyendo que palabras vacías podían disfrazar su ausencia. Fue un pacto que mantuvimos en silencio, él necesitaba limpiar su consciencia, yo necesitaba un poco de amor, así fuera simples migajas. Ambos cumplimos, sin embargo, ya no quería conformarme con eso. Quería que el poco amor que recibiera fuera sincero, sentía que con Nicolas lo había encontrado.

—Jena, estoy seguro que si demostraras lo que eres, mucha gente te amaría —alegó en un mal consejo.

Tuve que contener una falsa risa, tenía serias dudas al respecto.

—¿Y después cantarían alrededor de una hoguera conmigo al centro? —lancé con una pizca de sarcasmo. Como en los viejos tiempos. Ya podía imaginar mi final si alguien se enteraba, terminaría ardiendo en el fuego.

—Buena música no faltaría —intentó bromear. Afilé la mirada ante su pésimo chiste—. Me refería a ti, a tu personalidad, Jena, lo hiciste conmigo y me enamoré de ti —argumentó. Negué escondiendo una sonrisa por su inocencia, Nicolás parecía no darse cuenta que personas como él eran contadas. Lo que él hiciera pocas veces coincidía con el proceder colectivo—. Tatiana, Melissa y Alfredo también te tienen cariño —añadió.

Ni siquiera tuve fuerzas de debatir porque era palpable su buena intención.

—No lo sé —titubeé torciendo los labios—, lo intenté hoy y mira lo que pasó —le recordé. Había pecado de ingenua al creer que la confianza de las personas se gana con un banal discurso, es más sencillo hallar diamantes en la profundidad que fe en las personas heridas. Nicolás no pudo contradecirme—. Camila tiene razón, nadie va a fiarse de mí. Ni siquiera sé que voy a hacer cuando vuelva al colegio —admití agobiada, echando mi cabello atrás. Para colmo, faltaba el último evento antes de la premiación así que quisiera o no tendría que enfrentarme a los juicios de otros. No sabía por qué me habían comenzado a importar... O tal vez sí. Que alguien juzgue un personaje nunca se comparará a que seas tú quien esté en la mesa de juicio—. ¿Qué se supone que voy a decirles?

Ni siquiera sabía qué papel interpretar. ¿El de la malvada que cedió a un momento de debilidad o el alma en pena que no recibió lo que esperaba? Ambos eran patéticos.

—La verdad, Jena. Contarles cómo te sientes—mencionó él que era un gran defensor de la sinceridad, tampoco podía culparlo, él abría puertas de acero con una sonrisa transparente—. Ellos van a ver lo que yo puedo ver en tu mirada.

—¿Qué si me odian? —planteé el escenario más cercano. No obtener una respuesta clara avivó mi estrés—. En este momento no sé si podré soportar un rechazo más —reconocí cansada. Demasiados no para un alma que se había blindado de negativas.

—Si las cosas no salen como planeas —murmuró. Colocó su palma en mi mejilla, contemplándome con ternura—, yo voy a estar aquí. Pase lo que pase —destacó, tal como yo le prometí.

Una débil sonrisa tembló en mis labios. Supongo que con esa oferta podría arriesgarme.

—Pensar que antes deseaba ese Reinado a toda costa, sin importarme la validación de la gente y ahora estoy angustiada por ganar su cariño —me reí de las vueltas de la vida—. Ya no me interesa lo que pase con esa corona —le dije, honesta. Mi listado de prioridades había cambiado de forma radical. Respiré hondo, mentalizándome para iniciar una nueva batalla—. Sé que no será fácil, voy a pensar cómo hacerlo —planteé para mí. Una leve punzada atravesó mi espalda, cerré los ojos agotada—. Por ahora solo quiero descansar un rato, estoy muerta.

Ese huracán de emociones había drenado por completo mi energía.

—Te lo mereces, Cuervo —cedió comprensivo, preocupado por mí.

Sonreí, Nicolás dejaba claro su amor por mí en pequeñas acciones, tal vez invisibles para él, pero contundentes en mi corazón.

—¿Te parece si duermo un rato y después cenamos juntos? —propuse recuperando un poco el entusiasmo. Por un momento quería dejar atrás mis problemas, concentrarme solo en disfrutar de su compañía para volver a tomar impulso—. Aunque han pasado meses desde la última vez que vinimos, los empleados de papá resurten la despensa cada tanto —celebré uno de sus aciertos con una sonrisa.

Una sonrisa que vaciló cuando tras enseñarle la habitación que podía ocupar me encerré en la mía. El silencio y la obscuridad son una mortal combinación para un alma mal herida. Deseosa de liberarme de esa tensión que se acumulaba en mi cuerpo, llené la tina hasta el borde y me sumergí intentando librarme de esa pesada carga en los hombros. Ni siquiera encendí las luces, me concentré en la sensación del agua acariciando mi piel mientras mis pensamientos oscurecían mi enredada mente. Estando sola pude procesar todo lo que había vivido. Y sin un solo testigo me rompí, liberé el nudo que cerraba mi garganta, le di rienda suelta a las lágrimas que me volvieron ciega. Lloré hasta que el pecho dolió, sacudida por los sollozos.

Una familia normal. Vacío. Soledad. Quién podría su vida en manos de la misma persona que los lanzó al infierno. Daño. Mounstro. Mounstro. Mounstro. Jena Cuervo. Las palabras impactaron una y otra vez, nublándome como el polvo que esa misma tarde había convertido en un titán. Limpié desesperada mi rostro empapado de tristeza, intentando arrancarme los recuerdos, la imagen de papá confesándome su secreto, la satisfacción de Camila al mostrarme la realidad, el miedo en cada uno de ellos. Mounstro.

El sonido del agua mecerse no logró sepultar las voces en mi cabeza y en un impulso por acallarlas, toqué fondo. Deslicé mi espalda, sumergiéndome en las profundidades, hasta que mi cuerpo se hundió por completo en el agua helada. Ahí, el paralizante silencio perforó mis oídos, me arrastró a otra realidad donde todo se volvió negro. Había olvidado todas las veces que estuve cerca de la muerte y esa noche mi atormentada mente las hizo desfilar frente a mí.

El tiempo comenzó a ralentizarse, podía llevar la cuenta exacta de mis latidos que iban perdiendo el ritmo a medida mi cuerpo se volvía pesado. De pronto, me invadió un deseo absurdo de dormir y nunca más despertar, quise ceder a él, pero mis pulmones protestaron. Mis esfuerzos por contener el aliento perdieron la batalla cuando una necesidad urgente me obligó a salir a flote de golpe. Una enorme bocanada provocó inflara el pecho, ahogándome con el propio aire que tropezó en su esfuerzo desesperado por saciarme. Jadeando eché mi cabello mojado lejos de mis ojos, mientras cansada intentaba nivelar mi respiración. ¿Qué demonios estás intentando hacer?

Un sutil sonido me impidió hallar la respuesta. Primero pensé se trataba de mi imaginación, pero tras agudizar el oído noté con mayor calidad ese suave toque. Fruncí las cejas, extrañada, pero ante la insistencia decidí salir de la bañera, envolverme en una bata antes de curiosear de qué podía tratarse. La incógnita quedó resuelta apenas empujé la puerta, encontrando al causante del escándalo en el borde de la ventana. Mi corazón se paralizó cuando un oscuro cuervo fijó sus ojos en mí con tal intensidad que erizó mi piel.

Contuve el aliento, pero terminé soltándolo en un grito cuando a mi espalda alguien tocó a la puerta. Un profundo alivio me recorrió al reconocer la sonrisa que se asomó por una pequeña rendija. Intenté sonreírle para que no sospechara estaba volviéndome loca.

—¿Estás bien? Escuché un... —Calló, siguió el camino de mi mirada que había recaído de vuelta en el ave que estaba pendiente de nosotros. Lo entendió—. Vaya, vino a visitarte un amigo —lanzó jovial encontrando divertido el encuentro, ignorando la gravedad del asunto.

—Algo malo va a pasar...—murmuré.

Mi mente comenzó a fabricar un listado de desgracias, intenté adivinar cuál estaría acercándose.

—¿Qué?

—En mi familia, suelen decir que cuando un cuervo aparece algo va a cambiar —le compartí distraída. Yo que antes lo consideraba una estupidez, ahora podía sentir mi corazón acelerarse solo de imaginarlo hecho realidad.

—¿Justo ahora? —dudó.

—No, pero cerca... Pasó el día que encontré a Aranza con Ulises —rememoré.

Esa mañana un par de cuervos me habían dedicado la misma mirada, como si intentaran decirme algo. Nicolás no le halló sentido a mi paranoia.

—¿Y el cuervo provocó se enamoraran? —cuestionó confundido.

Resoplé, admitiendo que tal vez estaba exagerando.

—No llames amor a lo que ellos tienen —le pedí fastidiada. Decidida a ahuyentarlo, buscando mi tranquilidad mental me acerqué, sin embargo, apenas di un paso adelante extendió las alas y se echó a volar, perdiéndose en el bosque. Respiré hondo, obligándome a no perder la cordura—. Mamá me lo advirtió —reconocí, con nuestra discusión aún viva—, pero no le creí, pensaba que estaba loca, porque lo está, sin embargo, esa vez no se equivocó...

Tal vez si la hubiera escuchado, las cosas serían distintas...

—¿Cómo es tu madre? —curioseó Nicolás, despertándome. Ladeé la cabeza, sin comprender el sentido de su pregunta—. No me refiero no a qué es, sino cómo es.

Torcí los labios, pensándolo.

—En una palabra: rara —concluí para mí—, con más detalle no bastaría el diccionario.

—No se llevan bien.

—Me odia con la misma intensidad que yo a ella —resumí malhumorada echándome en la cama. El colchón se hundió en el otro extremo cuando él ocupó asiento guardando cierta distancia—, pero que quede claro que yo no empecé esa rivalidad —me excusé. Apoyé mi espalda en la cabecera, mi mirada se perdió a lo lejos—. Yo sí quería una madre que me amara, pero no importaba cuanto me esforzara, nunca sería suficiente mientras no fuera lo que ella deseaba —reconocí reprimiendo un suspiro.

Ella no quería una hija, sino una sucesora.

—¿Hablan con frecuencia?

—¿Bromeas? Como buenas Cuervo cada que lo hacemos intentamos sacarnos los ojos —concluí de forma atinada robándole una sonrisa—. Siempre es lo mismo, ella pidiéndome que la acompañe a sus reuniones y yo negándome.

—¿Alguna vez has sido tú quién la ha invitado a alguna parte?

La cuestión me tomó por sorpresa, ni siquiera disimulé me había sacado de base.

—No... Es que no tendría sentido —expliqué obvia, pero cuando estuve por añadir la razón no di con ningún argumento válido. Parpadeé despacio, buscándolo. Antes usaba la vieja excusa de que me avergonzaba, siendo sincera conmigo misma iba más allá. Solo sentía que entre las dos había una enorme muralla, si no nos envolvíamos en una discusión, ni siquiera éramos capaz de iniciar una charla. Éramos dos extrañas que no lograban sonreírse si se sentaban en la misma mesa—. No me imagino una tarde de chicas junto a mamá sin que una arroje a la otra por las escaleras —dramaticé.

Mentí. Por primera vez me pregunté cómo sería nuestra relación si fuéramos como todos los demás, si su carácter embonaría con él, ¿le interesarían las mismas cosas que a mí? ¿me gustaría su sentido de humor? ¿frente a un espejo daría una crítica elegante, un consejo atinado o apoyaría una mal combinación con tal de verme sonreír?

—Deberías invitarla a la premiación del Reinado —propuso, desconcertándome. Esa era la idea más loca que había escuchado en años, mi rostro espantado lo gritó. De solo imaginarla con uno de sus extravagantes vestidos y ataviada con sus amuletos rodeada de los estudiantes sentía que me faltaba el aire—. Dijeron que los padres pueden ir —alegó como si ese fuera el freno.

Sí, la clase de padres que se dedican a tomarte fotografías, no los que suben el escenario para sacudirte con una olorosa hierba.

—No creo que quiera ir —titubeé, acariciando mi brazo, pero había logrado sembrar la duda. ¿Qué si ella se sumaba a esos errores que salieron bien?

—No lo sabrás hasta preguntárselo —razonó sencillo, encogiéndose de hombros a la par me sonreía de esa forma que me hacía creer todo podía ser posible—. Piénsalo, es una buena oportunidad para que vea lo que has logrado por tu cuenta. Tal vez, cuando lo aprecie con sus propios ojos descubra que no necesitas ser lo que ella deseaba para ser grandiosa.

Entrecerré los ojos, reflexionándolo. Durante toda había experimentado un fuerte rechazo a mamá, la culpaba en silencio de mi desdicha, nunca había considerado la loca idea de que ella pudiera entenderme, ahora que era capaz de poner límites y de hablar de sentimientos, me preguntaba: ¿Qué tal descubría que no éramos tan distintas o que a pesar de serlo, podíamos encajar? ¿Qué si ella sí entendía lo sola que me sentía? Después de todo, nadie mejor que ella podía identificarse con mis miedos. ¿Cómo sabría lo que había del otro lado del muro si jamás lo cruzaba?

—¿Y si termina de decepcionarse? —expuse otro de mis temores.

Nicolás me dedicó una dulce sonrisa, de esas que acariciaban mi corazón.

—Cuervo, nadie que te mire a los ojos puede hacerlo.

Una débil sonrisa tembló en mis labios conmovida por sus palabras. Gateé en el aterciopelado colchón, desapareciendo la distancia entre los dos, alcancé sus dulces labios que me colmaron de amor como solo él podía. En Nicolás no había malas intenciones, por eso era tan sencillo embriagarme con su cariño. Sonreí en sus brazos, disfrutando de sus besos primeros lentos y suaves, después cada vez más intensos.

Mis latidos se descompensaron, su aliento comenzó a volverse adictivo mientras sus manos se enredaban con algunos mechones húmedos de mi cabello. No sé si fui yo o él quien haló al otro hasta recostarse en la cama, pero lo agradecí apenas sentí su cálido cuerpo sobre el mío. Ninguno habló, volví a capturar su boca concentrándome en el momento, en la dulzura de Nicolás, en el paso terso y tortuoso de sus manos por mi cintura incluso encima de la bata, en su mirada transparente que me contemplaba con fascinación, en las preguntas que brotaban a causan de su deseo e inexperiencia. Fui testigo de su lucha por ceder ante el frenesí y su preocupación por no ir demasiado rápido para no herirme. Nicolás se angustiaba por mí más que nadie. Y sentir su genuino cariño en cada acción me enterneció al grado que me fue imposible retener las lágrimas. Ni siquiera me di cuenta hasta que él mismo me lo hizo saber.

—¿Te lastimé? —cuestionó enseguida, preocupado.

Sonreí, no podía estar más equivocado. Limpié mis mejillas, avergonzada por dejar al descubierto mi debilidad.

—No, es solo que... Hoy fue un día muy pesado —le confesé tomando un suspiro, abrumada—. Nunca voy a olvidar lo que hiciste por mí, Nicolás —remarqué—, no sabes lo afortunada que me siento por que tú estuvieras a mi lado.

Eso me dio fortaleza. Sostenerme de su mano fue mi salvación, lo único que me impidió derrumbarme. Y su cariño significó tanto para mí que no encontraba la forma de hacérselo saber. Todas las palabras sabían a poco, tal vez por eso busqué una acción más clara, la única que conocía. Quise acercarme a sus labios, sin embargo, Nicolás me frenó. Parpadeé desconcertada, sin entender su rechazo.

—No tienes que agradecerme así, Jena —pareció leer mi mente. Relamí mis labios, eché la mirada a un lado, avergonzada por ser tan predecible—. Ni siquiera tienes que darme las gracias —aseguró—. Voy a quedarme contigo, porque quiero hacerlo.

—Aunque no pase nada —dudé.

Me costaba creer no deseara recibir algo a cambio, incluso cuando era yo quien lo proponía. Nicolás me sonrió, tuve la impresión que entendía justo lo que estaba pensando. No es que no deseara estar con él, es que mi mente estaba en otro sitio, y él no buscaba ser parte de un trueque, ni un trato. Él me quería de verdad.

—Cuervo, si has sonreído ya ha pasado —me consoló.

Sonreí entre lágrimas antes de abrazarlo con fuerza, deseando poder traspasar todo mi amor por él en una acción tan simple. Nicolás era paciente, aceptaba lo que podía darle en ese momento, no me refería a migajas, sino a cada pequeño grano que construía la montaña. Cuando se apartó para mirarme a la cara, la comprensiva sonrisa que dibujó mientras acomodaba un mechón hablo por sí misma: él sabía que lo quería con todo mi corazón, tanto como él a mí.

Dio otra prueba clara cuando se echó a un lado, y me ofreció sus brazos como refugio. Así, dándome todo sin pedirme nada a cambio. Estaba tan agobiada que ni siquiera lo pensé, me recosté a su lado y apoyé mi cabeza en su pecho, dejándome envolver por uno de sus mágicos abrazos. Grabé el ritmo de su respiración como si de una canción de cuna se tratara, aspiré su aroma, rindiéndome a su tierno abrazo. Cerré los ojos, en paz. Todo dejó de importarme porque me asaltó una corazonada: junto a él estaba segura, como jamás la había estado, como nunca más lo estaría. 

Tres capítulos hoy ❤️❤️😍 Espero les gusten.

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