Capítulo 24

Ese beso marcó un nuevo capítulo en mi historia. Era la primera vez que me encontraba cara a cara con un sentimiento tan intenso como era el amor. Y no solo me refería al romántico, sino al hecho de que alguien te amara sin importar tus defectos, ni heridas, que buscara tu felicidad porque significas algo para él. Acostumbrada a solo oír hablar de ello, descubrí que vivirlo era más maravilloso de lo que las palabras podían expresar.

—Te quiero —murmuró contra mis labios cuando nos apartamos. Mis ojos lo contemplaron con la misma adoración que él dedicó para mí. Grabé ese sonido en el fondo de un corazón que latía por él—. ¿Sabes una cosa? —me preguntó. Negué—. Eres mi primer beso, Cuervo —se sinceró, con una sonrisa que me pareció adorable.

Entrecerré mis ojos, fingiendo dudando.

—¿Ni siquiera le diste uno inocente a tu vecina?

El sonido de su risa acarició mi rostro, arrebatándome una diminuta sonrisa. En aquel momento me había perdido.

—Wow, ¿eso son celos? —preguntó divertido.

Fruncí los labios sin hallarle lo gracioso.

—No, no lo son —declaré, y cuando estuve a punto de decirle que ni siquiera conocía el significado de esa palabra, me di cuenta que de nada servía mentir—. Es solo que hace un momento, cuando hablaste sobre lo que hizo, noté que fue muy especial para ti —me sinceré. La mirada de Nicolás se suavizó ante mi honestidad—, y me pareció tan difícil algún día poder marcarte como ella. Es decir, dudo que algo de lo que haga llegue a ser tan trascendental como su apoyo.

Ella llegó en el momento indicado. Supongo que era egoísta desear que ese amor inolvidable llevara mi nombre, una tarea imposible si el puesto ya había sido ocupado, pero no podía evitarlo.

—Jena, la vida no es una competencia —me recordó buscando mis ojos. En su mirada había esa pizca de ternura que desconectaba mi razón—. Hay muchos tipos de cariño, muchas personas que llegan y dejan huella de alguna manera. Tú eres importante para mí —me aseguró. No escuché esa voz que advirtió no creerle, porque quería hacerlo—. Junto a mi familia eres lo más valioso que hay en mi vida.

Él no pudo hacerse una idea de lo que significó escucharlo. La calidez de su voz tocó el corazón que tiritaba en un rincón olvidado en mi pecho.

—Tú eres lo más importante en la mía —revelé olvidando el miedo de entregarme por miedo. Le di la llave para destrozarme, confiando él no lo haría—. Me siento tan tonta cuando te miro —dije, riéndome de mí misma cuando me entretuve grabándome su dulce sonrisa.

Nicolas frunció las cejas, confundido.

—Pues, gracias por el halago, supongo.

—No por ti, es solo que... Soy muy feliz ahora, más feliz de lo que nunca he sido —repetí sintiendo la necesidad de compartirle esa alegría que no cabía dentro de mí. Era como un fuego que se extendía por todas partes, no quemando, sino iluminando los rincones donde otros me decían solo podía haber oscuridad. Mintieron—. Te quiero. Eres el primer chico al que se lo digo.

Nicolás encontró peculiar mi confesión. Estudió mi sonrisa en busca de veracidad, tal vez imaginando se trataba de un chiste que no había captado, notó hablaba en serio. Por el corto silencio que le siguió, me arrepentí. Temiendo haberlo estropeado quise retractarme, mas pronto caí en cuenta no era yo el problema, su cabeza estaba en otro lado.

—Con nuestra falta de experiencia quizás sea un poco precipitado lo que voy a decirte —adelantó, intrigándome. Apenas lo entendí, había torpeza en la velocidad que usó, sus palabras tropezaban entre sí—, pero quería saber si tú... —Calló nervioso—. No sé, te gustaría salir conmigo... Es decir, ser mi novia...

También me quedé en blanco.

—Tu novia...

—Sí, bueno, solo si tú quieres —aclaró deprisa ante mi letargo, imaginando me había espantado. No había hecho más que parpadear como si estuviera a punto de llorar—, y no tienes que responder ahora, ni sentirte presionada a...

Sin embargo, acallé sus dudas fundiendo mis labios con los suyos. Mis ojos ardieron a causa de las lágrimas que se acumularon, dispuestas a darle un escape al huracán de emociones, pero las retuve porque no quise que nada amargara ese momento. Escribí la respuesta en ese beso, una que no pude pronunciar temiendo mi voz se quebrara, pero que dejé clara en la forma en que mi corazón se abrazó al suyo, como quien encuentra lo que llevaba toda la vida buscando. Sí, quería estar con Nicolás, entregarle el corazón que me había ayudado a encontrar y ahora latía con fuerza por él.

Descendí de mi automóvil encajando el tacón negro en el concreto. Cerré de un portazo. Acomodando mi maletín me di un último vistazo en el cristal comprobando todo estuviera en orden. Mi falda negra ajustada, las ondas de mi cabello en el lugar correcto, el top rojo con mangas caídas resultó la combinación ideal para el tono de mis labios. Sonreí orgullosa a mi reflejo.

Mueca que se ensanchó, despojándose de frialdad, cuando reconocí la figura de quién estaba aguardando a un costado de la entrada del instituto cuando llegué, con las manos en los bolsillos, la mochila resbalando por su brazo, evitando tímido la mirada de varios curiosos.

—¿Qué haces ahí? —pregunté alzando la voz mientras subía deprisa los escalones que nos separaban.

Nicolás dibujó una sonrisa al encontrarse conmigo que terminé imitando con inocencia. Era tan extraño como me transformaba de un segundo a otro estando él en la ecuación.

—Estaba esperándote —resolvió con esa sencillez que me enterneció.

Conmovida por su gesto no contuve mis deseos de acortar la distancia entre los dos, enredé mis brazos alrededor de su cuello para atraerlo a mi boca que lo echaba de menos. No me importó nada más que el sabor de sus labios que me besaron un poco descompensados, pero ansiosos de demostrar me querían. Nicolás me quería. El corazón me latía tan rápido al pensarlo que lo culpé de la risa que solté entre un beso cuando en un impulso, Nicolás me sorprendió elevándome un poco del suelo, abrazándome de la cintura. Pude percibir el ritmo de su corazón encajar con el mío. Su boca volvió a despertar las mariposas que andaban libres por doquier.

—¿Eso significa que no importa que nos vean? —me preguntó Nicolás cuando con cuidado me depositó de vuelta en el suelo. Estábamos sonriendo como un par de locos.

Negué, ignorando las miradas sobre nosotros.

—No, lo único que me genera un poco de miedo es que voy a despertar los celos de muchas personas —dramaticé robándole una sonrisa que probé cuando, perdiendo el temor, tomó la iniciativa para besarme de regreso. Cada vez más libre, con menos miedo. Cerré los ojos disfrutando de su roce, en el que pude perderme de no ser porque recordé el paso del reloj. Sonreí antes de apartarme, lo rodeé asomándome al interior de la escuela. Los pasillos estaban repletos. Había llegado el momento—. Pero ya que sucederá, no perdamos más el tiempo —le animé, ofreciéndole mi mano.

Lo entendió. Si la gente se enteraría era mejor que lo hicieran de una vez por todas. Los dedos de Nicolás temblaron junto a los míos cuando los entrelazamos antes de ganarnos la atención de todas las miradas a nuestro alrededor. Así, como por arte de magia, todos los estudiantes fijaron sus ojos en nosotros. Y aunque estaba acostumbrada a la atención, admito que fue algo incómodo percibir tanta gente atenta a cada uno de nuestros movimiento.

—Aquí es cuando nos arrojan un maní —bromeó Nicolás para liberar la tensión, arrebatándome una risa que no pude contener. Y eso solo despertó más sorpresa, porque eran contadas las veces que me habían oído reír.

Frené, dándole la cara, aún con restos de risa en los labios. Entonces noté que pese a su esfuerzo, había pena escondida en sus facciones.

Tampoco lo culpé, en unas semanas Nicolás pasó de ser uno de los más alumnos más desapercibidos al nombre más pronunciado en el instituto. Ese cambio desbalancea a cualquiera, sobre todo porque la visibilidad siempre viene acompañada de críticas, críticas que duelen por más resistente sea tu escudo.

—Hay algo rondando en tu cabeza... —deduje, afilando mi mirada. Nicolás sonrió ante mi mal intento de sacarle la verdad—. Escucha, no tienes que decírmelo si no quieres —adelanté al percibir estaba por minimizar su propio sentir—. No ahora, no aquí, puedo oírte cuando lo necesites —propuse admitiendo era un pésimo sitio. Tampoco deseaba forzarlo. Nicolás me regaló una tímida sonrisa en agradecimiento—. Solo quiero que sepas una cosa, no hay nada de lo que debas avergonzarte, no hay una sola razón por la que debas bajar la cabeza —solté en un intento por ayudarlo sin saber cómo—. Nicolás, eres mejor que todos aquellos que alguna vez te lastimaron. Eres mucho mejor que la mayoría de gente que está en este colegio. Tu único delito es estar conmigo —admití.

—Cuervo...

—Pero ni siquiera eso le da permiso a nadie de juzgarte —lo interrumpí porque no quería que la charla cambiara de dirección—. Eres perfecto, así tal cual como eres. Nicolás, no solo eres mucho más guapo que la mayoría de las cabezas huecas que están participando, sino que tienes un buen corazón, tan bueno que cualquiera que se dé la oportunidad de conocerte no querrá dejarte ir —repetí, mirándolo directo a la cara, sin exagerar, siendo honesta—. Tienes lo que muchos nunca podrá comprar, siéntete orgulloso —le pedí.

La bondadosa mirada de Nicolás me acarició a la par una dulce sonrisa se deslizó en sus labios. No necesité hablara, pude leer un agradecimiento que no merecía.

—En serio, Cuervo, deberías anotar eso —añadió divertido, recuperándose.

Le propiné un golpe juguetón en el brazo fingiendo desaprobación, pero cuando quise apartarme atrapó ágil mi mano, atrayéndome para rodearme por los hombros y darme un cariñoso beso en la frente que disolvió mi enfado. Nicolás era muy tierno, me sentía como una niña cuando estaba junto a él. Ni siquiera pude esconder la auténtica sonrisa que iluminó mi rostro.

Sonrisa que se esfumó cuando a lo lejos divisé a un grupo aproximarse a paso seguro.

—Como si faltara diversión a la fiesta —murmuré de mala gana al notar quién estaba a la cabeza.

—Si quieres podemos...

Negué con la cabeza, no le ahorraría el enfado al imbécil de Ulises. Yo no tenía por qué esconderme. Tomé la mano de Nicolás, le di una sonrisa para que confiara en mí. Lo hizo, tras un leve asentimiento continuamos nuestro camino pasando al lado de los jugadores del equipo de fútbol, fingiendo ni siquiera nos habíamos percatado de su existencia. Al menos nosotros porque Ulises estuvo a punto de quebrarse el cuello.

—Cinco, cuatro, tres, dos... —susurré para mí.

—Pareces muy orgullosa de tu nuevo conquista.

Ahí está. Sabía que no podría quedarse callado. El volumen de su voz atrajo como abejas a la miel los ojos de todos los presentes. Pude hacerme la despistada, fingir sordera, pero no era mi estilo.

—Sí, lo estoy —admití con una sonrisa que pareció revolverle el estómago.

—Espero que conserves esa sonrisa cuando te conviertas en la burla de la escuela, Jena —escupió su veneno, buscando intimidarme. Permanecí firme como un roble, sonriendo. No tenía poder para echar a perder mi mañana—. Y no te estoy deseando mal, te estoy haciendo un favor al advertirte lo que te espera.

Apreté los labios para no reírme de su ridícula advertencia.

—Gracias por el consejo, pero si soporté estar contigo puedo con cualquier cosa, Ulises —concluí indiferente. Él apretó los puños, herido—. De todos modos, lo que digan los demás ha dejado de importarme —compartí encogiéndome de hombros.

Ahora el que se echó a reír fue él.

—Vamos, Jena, vas a decirme que Nicolás te lavó el cerebro, te convenció de ser hermana de la caridad, preocuparte por otro y que pronto te veremos con carteles de no al bullying, encabezando el ridículo club que se inventó —describió carcajeándose.

No me afectó su burla, pero un poco cansada de su actitud, llevé mi mano al mentón, fingiendo pensarlo.

—Pues no es tan mala idea —le di la razón, sorprendiéndolo. Ulises dejó caer la mandíbula—. Deberías pasarte por allá, en una de esas aprendes algo útil —lo invité a sabiendas se negaría, solo para exponerlo ante la crítica pública—. Todos deberían hacerlo —remarqué aprovechando a los chismosos que estaban al pendiente de nosotros—. En vez de cuchichear e inventar historia porque comprueban por sí mismo lo que sucede. Esta tarde —anuncié—, en la biblioteca será la reunión de Escudo Amigo. Si quieres comprobar o acabar con sus preguntas, pásense por allá. Las puertas estarán abiertas.

—Supongo que estarás presente —me retó, Ulises. Fijando sus ojos oscuros en los míos. Di un paso adelante, alzando la cabeza. Mi sonrisa triunfal lo sepultó, apretó los dientes.

—En primera fila —aseguré sin dejarme acobardar —. No me lo perdería por nada del mundo.

Nuestro duelo de miradas murió a causa del timbre. Resistí hasta que el mismo Ulises se marchó junto a la muchedumbre que comenzó a dispersarse, no sin antes darle una última mirada de advertencia. Mantuve mi espalda erguida y mi sonrisa confiada hasta que no quedó un solo testigo. Entonces me alcanzó la realidad.

—Wow, eso fue increíble —me felicitó admirado junto una enorme sonrisa que contrastó con mi palidez.

Empecé a caer en cuenta de lo que acababa de pasar. Rememoré palabra a palabra. Parpadeé, aletargada.

—No me preguntes qué hice —revelé al meditarlo, con voz ahogada—, ni qué pienso hacer, porque ni siquiera yo lo sé.

La única certeza que tenía era que nadie faltaría al club esa tarde, esperando encontrar las respuestas que Jena Abreu había prometido. Respuestas que ni siquiera yo conocía.

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