Capítulo 21

Como si no tuviera suficientes problemas, el martes por la mañana nos obligaron a asistir a un partido para disputar el campeonato que tenían perdido desde antes de empezar. Así que no me quedó de otra que respirar hondo, fingir una sonrisa y actuar con serenidad a sabiendas debía enfrentarme con el equipo, la concurrencia y la histérica de Camila, que a estas alturas debía odiarme más a que las raíces que cada mes dejaban a la vista su cabello castaño.

Aunque en otro momento aquello se hubiera convertido en un juego, ahora tenía cosas más importantes en qué pensar.

El campo me recibió con el mismo escándalo de toda la temporada, gente riendo en las gradas, jugadores discutiendo al borde del campo y porristas calentando a un costado. En el grupo me fue fácil distinguir a Camila. Apenas chocó conmigo le cambió el semblante, aunque en él no reflejaba enfado sino miedo. Tampoco podía culparla.

No perdí el tiempo con ella, pronto se borró de mi campo de visión, porque en un sutil vistazo fijé los ojos en un grupo que descendía por las escaleras, buscando algunos asientos vacíos en las gradas. El tiempo se detuvo al reconocerlos. Mi respiración se cortó como cuerda desgastada, rasgando mi corazón. Nicolás estaba entre ellos, halado a la fuerza por una entusiasmada Tatiana. Pude creer que era una casualidad, pero mientras él parecía reclamarle por su insistencia, ella aprovechó una pequeña distracción para alzar su pulgar en mi dirección, dedicándome una mirada traviesa.

Yo jamás le pedí que lo trajera... Pero se lo agradecía.

—Camila —la llamé, en voz alta, distraída.

Ella pegó un saltito, parecía le habían dictado su turno para batallón.

—Encárgate de la apertura del partido —le pedí antes de que pudiera alegar. Camila parpadeó desconcertada, quiso hacer preguntas, pero no le di tiempo—. No, mejor encárgate de todo el partido —me corregí, siendo más específica.

No sabía cuánto tiempo duraría esa conversación, ni las consecuencias de ella. Prefería estar preparada.

—¿Qué piensas hacerme, Jena? —me confrontó temerosa, conociendo nunca rechazaba la opción de lucirme. Nunca antes de conocer a Nicolás Cedeño.

Suspiré fastidiada ante sus preguntas.

—Siempre has pensado que gracias a mí no puedes brillar —argumenté—. Bien, ahí tienes la oportunidad que buscabas —expuse—. Condénate o vuélvete inolvidable por ti misma.

Ya no me interesaba lo que pasara con ella.

Camila buscó seguir su interrogatorio, pero la dejé de lado. Ignorando todo lo que se atravesara en mi camino subí a las gradas. Mis pies ascendieron deprisa por los escalones. Y aunque todo parecía ir a máxima velocidad, los gritos, la gente moviéndose de un lado a otro, las voces, para mí todo se volvió una mancha borrosa, enfocada solo a una persona. Tuve la sensación que mi alma capturó una fotografía perfecta de la mirada de Nicolás cuando a unos pasos me encontró.

Quiso huir, reaccionó por impulso levantándose de un salto, pero antes pudiera desaparecer me adelanté interponiéndome en su vía de escape. Ahí frente a él, mi cuerpo tembló. Cualquier escudo cayó apenas percibí su cercanía.

—Con permiso —soltó, por mera educación.

Hubiera preferido me mandara al diablo para desencantarme de él.

—Hablemos.

Nicolás bajó la guardia un instante al percibir no se trataba de una orden, sino una petición, pero pareció recordarse debía ser firme. No podía ceder al primer intento.

—No creo que quieras hacerlo entre tanta gente, Cuervo —murmuró con un deje de resentimiento, antes de rodearme.

Cuervo. El recuerdo de la primera vez que me llamó de ese modo, en ese mismo campo, una noche llenas de estrellas, me golpeó con tal intensidad que me costó reaccionar antes de seguirlo. Había pensado más, lo que implicaba ser una de ellas, en las últimas semanas que en toda mi vida. Estaba buscando quién era. Y aunque en otro momento lo hubiera considerado una maldición, entendí había llegado el momento de reconocer era inevitable. Jamás me encontraría si no reconocía cada una de mis partes.

—¡Nicolás! —grité esforzándome por hacerme oír entre los murmullos de los asistentes, perdidos en sus mundos. Él no se detuvo, giró a la derecha, dejando el espectáculo atrás. Aceleré los pasos, sin rendirme—. ¿Por qué no renunciaste al reinado? —lancé directa, a sabiendas podía escucharme ahora que estábamos solos a espalda de las gradas.

Él había dicho que no podía esperar para deshacerse de cualquier vínculo conmigo, pero hasta esa mañana nuestros nombres seguían apareciendo juntos en la lista.

—Sí lo hice —reveló dándome la cara. Imposible, yo acababa de revisar...—, pero no me lo permitieron —añadió frustrado—. Dijeron que no te buscarán otra pareja. Si me retiro ambos quedamos eliminados —me contó, dándole sentido. Y no supe si agradecerle por haberme dejado permanecer dentro del juego o preguntarle la razón por la que rechazó la venganza perfecta. Sabía lo mucho que luché por el Reinado—.. El Comité te odia —me recordó algo que conocía mejor que nadie—, y tampoco es tan descabellado después de lo que le hiciste a Aranza.

La sola mención me puso los nervios de punta.

—Ella se estaba acostando con mi novio —le refresqué la memoria para que no me pintara como la villana mientras ella se llevaba el mérito de víctima. Solo hice que ambos pagaran la cuenta. Venganza, justicia, podía darle el nombre que más le gustara.

Negó, con una sonrisa incrédula.

—¿Y esa era una razón para que destruyeras su trabajo, la humillaras en el colegio y difamaras en redes? —me cuestionó. La solo mención me alteró, sí, pero que sonara a reclamo acabó conmigo.

—Yo no difame a nadie, dije la verdad —defendí—. ¿Qué esperabas que hiciera? ¿Les organizara la luna de miel? ¿Llenara su cama de flores para que mi novia se revolcara con ella mientras yo me convertía en el hazme reír del colegio? —expuse harta de que la defendiera.

Él no tenía idea de lo que fue para mí descubrir se estaban burlando a mis espaldas desde quién sabe cuánto tiempo.

—No, que aceptaras había terminado —concluyó. Apreté los labios ante la simpleza de su solución. Qué fácil. Gracias por preguntar si me dolió, cómo me enteré... De todos modos no pensaba contárselo, no quería un sermón sobre mis errores. Nicolás suavizó las facciones al percatarse había sonado demasiado duro—. Aunque te doliera, aunque no te lo merecieras, Jena.

Quiso tomar mi hombro dándome un poco de consuelo, pero lo rechacé. No quería su lástima, menos si era porque había notado lograron herirme.

—Para ese entonces Ulises ya me importaba un carajo —escupí resentida—. Hice eso por mí —destaqué. Nicolás frunció el entrecejo, sin entender. No pretendía lo hiciera—. Si una letrada de quinta podía quitarme lo que tanto presumía, el resto se creería con la capacidad de convertirme en su presa...

—Por Dios, escúchate —me interrumpió harto de mi argumento—. Deja de hablar como si estuviéramos en un documental de Nacional Geographic. Esto no es la selva, no impera la ley del más fuerte.

—No, sí lo hace —defendí. No podía hablarme de algo que conocía mejor que nadie.

—Por gente como tú que la ejecuta —me echó en cara—, que descarga sus frustraciones en otros porque tiene miedo de ser la víctima y solo convierte el mundo en un espiral de destrucción.

—No sabes de lo que hablas.

—No, sí lo sé —insistió—. Yo no te culpo por estar asustada... —No pude evitar ofenderme, por mera vanidad quise protestar, mas no me dio tiempo—. También lo estaba antes de entrar aquí —confesó bajando la voz. Respiré hondo cuando lo entendí. Nicolás tal vez sí lo sabía—, pero en lugar de intentar cambiarlo, decidiste pisar a otros, repetir su patrón. Ambos estuvimos en el mismo lugar —me mostró—, cada uno escogió el suyo.

Nicolás y yo jamás debimos coincidir. Una misma emoción nos inundó el primer día que cruzamos la puerta del instituto, hace dos años, pero el resultado no pudo ser más distinto. Mientras yo me propuse convertirme en la reina apenas puse un pie dentro, acabando con cualquier amenaza, él recogía los pedazos que yo echaba a los leones. Dos mundos tan diferentes solo podían colisionar al rozarse, mas ahí estábamos, uno frente al otro, provocando un cataclismo. Jamás debimos coincidir, y él lo aceptó de una vez por todas, porque la última mirada que me dedicó pareció una despedida. Yo no me resigné tan fácil.

—¿Y qué? —dudé, elevando la voz que se entrecortó porque la marea estaba arrastrándome mar adentro. Sentía el agua en el cuello y, aunque perdería, no quería dejar de pelear. Nicolás regresó la mirada a mí—. ¿Qué le queda al que eligió el equivocado?

Necesitaba una respuesta, la había buscado desde que tenía memoria, pero durante años nadie me dio una sola esperanza. Hablaban del destino, de lo que estaba escrito, de finales que alguien más había creado para nosotros, como si fuéramos personajes de un guión. Quería saber si había algo más para mí o había luchado en vano. Ni siquiera me encargué de disimular la súplica en mis palabras porque lo necesitaba. Dentro de mí sabía que si existía una sola posibilidad, él me hablaría con sinceridad.

—¿Por qué haces todo esto? —me interrogó confundido—. Si piensas que usaré información en tu contra...

—Sé que no lo harás —aseguré, confiando en él.

Aquello solo acabó por enredar los pocos cabos que tenían lógica.

¿Qué había pasado con la chica que se jactaba de no fiarse de ninguna buena intención, de la estratega que usaba a las personas a su antojo, de la orgullosa que nunca se dejaba asaltar por la culpa? Ni siquiera yo lo sabía.

—Si necesitas oírlo, por alguna razón: Te perdono, Jena —soltó cerrando los ojos, dispuesto a calmar mi tormento.

—Lo que quiero es regresar el tiempo para no herirte —debatí, abriéndole mi corazón. La dulce mirada de Nicolás me acarició—. No haber sido tan estúpida —me regañé odiando más que nunca mis defectos—, no decir esas cosas que te lastimaron porque, para empezar, ni siquiera son verdad. Es solo que Camila no se equivocó y estaba tan molesta conmigo misma por permitírmelo —me sinceré con la respiración agitada apretando mi pecho—. Yo me había prometido nunca caer ante nadie, jamás dejar a la luz ninguna debilidad, demostrarle al mundo no tenía corazón, pero cuando te conocí todas esas barreras que había construido para salvaguardarme se vinieron abajo. No quería convencer a Camila de que te detestaba, sino a mí misma. No quería sentir nada por ti, no porque existe algo malo en ti —aclaré deprisa sin deseos de que malinterpretara. Una tímida sonrisa se asomó ante mi preocupación—. Tú eres...

—Un caso especial —completó, encogiéndose de hombros.

—Sí, un caso especial. La persona más especial que he conocido... —especifiqué.

—Jena...

—Y he chocado con tanta gente en mi vida —lo silencié colocando mi índice en sus labios para que no me interrumpiera, no ahora que me había armado de valor—, pero ninguno me convenció de confiar. Eso es lo que hago cuando te veo, incluso con todos esos miedos que me han acompañado desde que nací, tengo la corazonada de que puedo ser libre a tu lado, mostrarte quién soy en realidad y aun así no vas a alejarte, como tampoco quiero alejarme de ti. Me siento tan tonta, porque estoy haciendo todo lo que juré jamás haría, mas no me importa. Quiero que seas mi excepción, y tal vez, si tú quieres —titubeé mordiendo mi labio—, puedo ser la tuya.

La ternura en su mirada provocó un cosquilleo en mi estómago que no quise frenar. Si iba a darle rienda suelta a mi alma sería con él, porque cuando estaba a su lado era como si pudiera colarse hasta el fondo de mi corazón. Sentía que había encontrado un diamante en medio de una montaña de cristales. Y pensé que él estaba en la misma sintonía hasta que Nicolás pareció recordar algo importante que nos sacó de la nube. Negó despacio, regañándose.

—Tú lo dijiste, Jena Abreu y Nicolás Cedeño no pueden estar juntos —repitió mis palabras, sentí como si me hubieran escupido del cielo. Parpadeé aletargada, no era lo que esperaba recibir. Aunque no se trataba de su primer rechazo hacia mí, mi corazón se rompió—. No es un reclamo —añadió enseguida—, es la verdad.

—Pero sí con Cuervo —propuse, tomándolo de los brazos para que no se marchara—, puedo ser ella para ti.

Estaba dispuesta a dejar de esconderme, a ser tan sincera como él lo era conmigo, a entregarle mi corazón sin todas esas capas de maquillaje en las que trabajé para formar, sin levantar sospechas, una coraza.

—Jena Abreu para el resto, Cuervo para mí —susurró con una débil sonrisa—. ¿Quién serás cuando te toque estar frente a ambos? ¿Sacrificarás a alguna o me pedirás sea yo quién lo haga? —cuestionó.

Esa era la manera elegante de preguntarme si sería capaz de repetir frente al mundo lo mismo que le decía a la cara, o mi excepción solo aplicaría lejos del ojo público.

Me hubiera gustado no dudar, pero quisiera o no la opinión de otros seguía calando hondo en mí.

Nicolás tomó mi corto silencio como una negativa, humedeció sus labios y negó para sí mismo, eso fue su forma de dar por terminado un tema que creyó no avanzaría. Se fue sin darme oportunidad de poner en orden mi mente, pero sin deseos de repetir el error del sábado, e importándome poco lo que otros pensaran, lo seguí al área que estaba entre las gradas y la banca de los jugadores, a unos pasos del campo, el camino más rápido para volver al instituto, con un montón de miradas de testigo. Entre ellas una que no se quedó callada.

—Wow, quién lo diría —Escuché a mi espalda, apenas atravesamos el área del equipo. Reconocí esa voz en un chispazo. Frené—. Jena persiguiendo al tuerto de Nicolás Cedeño. Joder, hermano, cuéntanos cómo lo hiciste, apuesto que fue su mirada de conquistador la que la volvió loca —vociferó el idiota de Ulises.

Por la manera en que tensó la espalda, supe que Nicolás lo había oído, al igual que todos, pero no se detuvo, continuó su recorrido deprisa fingiendo ser sordo. Yo, en cambio, no pude quedarme callada.

—¿Puedes un día dejar de ser un completo imbécil? —escupí planteándome para darle la cara, sin importar estuviera acompañado de todo su grupo. Yo no le tenía miedo.

Ulises pintó una sonrisa cínica.

—Eso, Jena, defiende a tu nuevo amante —añadió aplaudiéndome. La sangre comenzó a hervir en mis venas, acelerando el ritmo de mi corazón—. Aunque debo reconocer este es el más excéntrico de todos —revisó dándole un vistazo de arriba a abajo, a lo lejos.

—Sí, me cansé de los que no tenían cerebro.

—Y preferiste uno que le faltará otro órgano.

—Otra bromita de esas, Ulises, y te juro que tu carrera termina —lo amenacé harta, señalándolo con el dedo. Aun así, se echó a reír sin vergüenza.

—¿Escuchaste, Nicolás? —Enfatizó la primera palabra—. A esto es lo que te enfrentas con una chica como Jena, a la primera te apuñalara por la espalda. Puede llevarte al cielo y después al infierno en un abrir y cerrar de ojos, ojo en tu caso...

—Maldito imbécil —estallé, dándole un empujón. Ulises tambaleó, pero no esfumó su sonrisa. Estaba intentando sacarme de quicio.

—Tranquila, le estoy haciendo un favor al advertirle la clase de serpiente con la que se está enredando.

—¿Quién lo dice? Por favor, Ulises, aquí todo saben que eres un auténtico patán —alegué elevando la voz para hacerme escuchar—. La única persona que no ha despertado en Aranza, la impresionaste, pero terminará por darse cuenta y te dejará. Pensar que algún día me molesté, ahora solo siento lástima por ella.

La caída sería dura.

—Del único que deberías sentir pena es de Nicolás —defendió su ego. Alzó la cabeza para hallarlo a unos pasos, gritó—. Te doy un consejo, si lo que quieres es dejar de ser el virgen perdedor del instituto —vociferó con cinismo—, olvídate de Jena, te conviene más pagarle a una prostituta. Te aseguro es la misma experiencia, pero te dará menos dolores de cabeza...

—Maldito idiota.

Esa no fui yo. Todo pasó demasiado rápido, apenas tuve tiempo de colocar mi mano en su pecho para retener a Nicolás que en un par de zancadas saltó dispuesto a callarlo con un puñetazo. Se lo impedí, no quería que se metiera en problemas por mi culpa. Con una mirada fugaz le pedí que respirara y, aunque le costó, terminó cediendo a mi decisión. Le regalé una débil sonrisa, agradeciéndole su calma, antes de volver mi vista a Ulises que no vio venir el golpe de mi palma contra su mejilla. Tuvo que cubrírsela a causa del dolor. Yo podía defenderme sola.

—¿Tuviste que ir por una cuando te mandé al diablo el sábado? —le eché en cara sin contenerme—. No sabes cómo me reí de ti, tan ingenuo rogando atención, pensando volvería contigo. Grábatelo en la cabeza, yo no recojo basura —remarqué asqueada.

—¿Y cómo es que ahora estás con Nicolás? —contratacó intentando salvar su pisoteada dignidad—. ¡A él lo recuperaron en partes! —se mofó cruel.

—Ya quisieras ser la mitad de hombre que es. Nunca vas a estar a su nivel por más que te esfuerces —dije resistiendo las ganas de volver a abofetearlo—. Eres un mentiroso que solo se preocupa por sí mismo, un narcisista que no tiene corazón.

—¿No te mordiste la lengua, cariño?

—Yo no he negado lo que soy, Ulises. Llegó la hora en que tú también lo aceptes —declaré serena.

Apretó la mandíbula a la par sus facciones se oscurecieron.

—¿En serio, Jena? ¿Crees que voy a creer quieres a ese ciego? —escupió. Apreté los puños—. Todo esto es solo una estrategia para ganar votos para tu jodido reinado —asumió elevando la voz, abrió los brazos, convirtiéndose en el centro de atención—. Deseas convencer a los marginados que estás con ellos y que mejor que tener al rey de los fracasados contigo. — Dio un paso adelante quedando a unos centímetros de mí, buscando intimidarme—. Sabía que querías esa corona, pero no pensé que caerías tan bajo —murmuró repulsivo.

Una media sonrisa apareció, burlándose de sus ideas.

—Jamás he estado más abajo que cuando estuve contigo —admití, cabreándolo, con el mentón arriba—. Y tampoco me importa si me crees o no, ni tú ni nadie —dije, encogiéndome de hombros, cansada de que me juzgaran—. Sí, me gusta Nicolás Cedeño —le dije a la cara, dispuesta a que todos se enteraran porque ya no pensaba esconderlo silencio—. Mucho más de lo que jamás nadie lo hizo —repetí para los metiches que estaban atentos a la confrontación. Se hizo el silencio. Ulises me estudió desconcertado—. ¿Eso era lo que querías escuchar? Pues ahí lo tienes. Vámonos de aquí —le pedí a Nicolás que se había quedado mudo igual que mi ex novio.

No entendía qué tontería acababa de cometer.

De igual forma apenas me di la vuelta, agitó la cabeza obligándose a despertar y me alcanzó, siguiéndome a paso torpe. Sentí centenares de ojos puestos sobre nosotros. Esa mañana mi nombre resonaría por todos los pasillos, pero solo una voz me importó.

—Oye, Jena. —Lo escuché a mi costado, lo atrapé mirándome tímido de reojo. Me detuve para verlo a la cara, estaba ligeramente sonrojado, nervioso y sin hallar las palabras. Parecía incapaz de armar una oración—, lo que dijiste hace un...

Sin embargo, no lo dejé terminar. Con la tensión a su nivel máximo, el corazón taladrándome el pecho, los cuchicheos mezclándose a mis latidos desbocados, el mundo pausó. Sabía que fuera de esa burbuja mi vida estaba hecha un caos, que había un millón de preguntas y rumores rodeándome, no tenía idea de lo que sucedería ahora que había dejado escapar la rienda, pero en medio de la confusión, de la tormenta que se acercaba, me abracé al único rayo de sol que sobrevivió. Adelanté lo que diría apenas abrió la boca, por eso fui más rápida y antes de que su voz me asaltara con porqués, lo tomé del buzo y lo halé a mis labios para encontrarme con los suyos, necesitándolos.

Ahí tenía la respuesta.

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