Capítulo 20

Quién diría que la perra de Jena Abreu se convertiría en la chica desesperada que espía a un chico. Pero ahí estaba yo, en los pasillos del instituto esperando Nicolás cruzara la entrada para abordarlo apenas pusiera un pie dentro. Y cuando distinguí su cara de niño bueno, mi corazón se paralizó.

Me sentí tan ridícula, pero no me importó, al menos no más que mi urgencia por hablar con él. A pasos firmes, contrastantes con el ritmo descompensada de mis latidos, borré la distancia entre los dos. Noté su cuerpo tensarse apenas entré en su campo de visión. Su mirada se fijó en mí, había tanto escrito en ella que me fue imposible descifrarla.

Respiré hondo, me despojé de la vergüenza, abrí la boca con el objetivo de hacer las paces, pero las ofrendas de paz murieron en la punta de mi lengua cuando de un momento a otro su amigo, el mismo que lo acompañaba a las reuniones del club, saltó de la nada posando su brazo sobre sus hombros y lo arrastró al otro extremo del pasillo, antes pudiera pronunciar una sola palabra, con la clara intención de alejarlo de mí. El chico dedicó una mirada de madre resentida impidiéndome romper su "burbuja personal". Dejé caer la mandíbula, ofendida.

Hasta guardaespaldas tenía.

Indignada resoplé, golpeando mi tacón mientras los seguía con la mirada hasta verlos doblar en una de las esquinas. No quedó rastro de Nicolás. Apreté los labios molesta, preguntándome qué demonios haría. No había hallado la respuesta cuando distraída di la vuelta y choqué con una sonrisa que me hizo pegar un respingo. Casi escupí el corazón.

—Supe que peleaste con mi hermano.

Tatiana llevaba un par de libros abrazados al pecho, su mochila colgando y el cabello brillante planchado hasta debajo de los hombros. A comparación de mí, estaba feliz, tanto que hasta resultó perturbador.

—¿Él te lo dijo? —curioseé desconfiada, sin tener sospechas de cuánto sabía.

—No —respondió con simpleza, encogiéndose de hombros—, pero lo conozco.

Respiré aliviada. Mejor así. Ya suficiente tenía con lidiar con el resentimiento de Nicolás, para además sumar el de su familia

—No peleamos, él se molestó conmigo —expliqué, pero pronto una punzada de vergüenza me llevó a aclarar—, porque me equivoqué —acepté—. Solo estoy intentando explicárselo, pero no quiere escucharme.

No era un reclamo, sabía que tenía derecho, es solo que me resistía a que lo último que obtuviera de él fuera su desprecio. Quería una oportunidad, una sola para poder ser sincera.

—Sí, Nicolás es orgulloso —concluyó.

Sí, orgulloso, testarudo, insistente, extraño, impredecible, pero honesto. Él siempre decía las cosas y tenía la magia para no herirte con ellas, algo que yo no podía presumir.

—Pero creo que en el fondo, muy, muy en el fondo —remarcó, despertándome—, no te odia —me animó.

Oh, gracias, pensé. Mis esperanzas subieron a niveles insospechables.

Quise hacer un comentario, no recuerdo sobre qué, porque alguien nos interrumpió. Tardé en identificar dónde había visto a la morena, aunque fue apenas un instante antes de que su mirada que me escaneó con cierto recelo se volviera familiar. También era parte de Escudo Amigo.

—Tati, ¿qué haces con ella? —murmuró entre dientes, señalándome con desaprobación.

La otra ni se inmutó.

—Hablo —resolvió con una simpleza que me llevó a cuestionarme si conocería la palabra estrés.

—Si Nicolás se entera de va a molestar mucho —le recordó. Por la manera en que me contempló, frunciendo el entrecejo y a la defensiva, deduje que no estaban tan desinformados.

—Lo sé, pero no le tengo miedo —dictó orgullosa, llevando las manos a la cintura, alzando el mentón e hinchando el pecho de satisfacción como si retar a su hermano mayor fuera un triunfo. Mas su victoria fue efímera, un segundo después echó un vistazo de un lado a otro—. De todos modos, es mejor que no se entere —dio por terminada la conversación antes de correr como una niña atrapada en una travesura.

Parpadeé desconcertada, sin entenderla. Me había dejado con más dudas que respuestas. Negué con un resoplido, los Cedeño eran difíciles de descifrar. Y pese a que mi loco corazón como prioridad puso desenredar el lío que tenía con Nicolás, mi razón me recordó que con o sin él tenía que aprobar el año. Ya ni siquiera sabía si estaba en pie lo del concurso, si él había renunciado, si estarían buscándome una nueva pareja, ni siquiera si me interesaba competir con alguien que no fuera a mi lado...

La ráfaga de preguntas acabó cuando algo me golpeó en la nuca. Sí, un golpe en seco, ligero, pero que me obligó a voltear indignada. Mis ojos azules furiosos, escanearon la zona en busca al culpable y lo único que hallé fue dos pares de ojos que al verse sorprendidos me evadieron nerviosos.

¿Qué demonios? Melissa se golpeó la frente con la palma cuando al verse descubierta Tatiana se cubrió la cara con un libro al revés. Para actriz del año.

Sin entender su extraño comportamiento lo primero que pensé fue que era una especie de venganza, un poco infantil tal vez, por hacer sufrir a su hermano, pero entonces noté se trataba de una bola de papel. Intrigada me puse de cuclillas, desdoblé el papel arrugado hallando un peculiar mensaje dentro.

Información confidencial.

Si quieres ver a Nicolás acude a la reunión del Escudo Amigo, esta tarde en el centro comercial a unas cuadras de aquí. Área de comida, cinco de la tarde.

Anónimo.

Fruncí las cejas, ante si quiera pudiera abrir la boca Tatiana salió huyendo despavorida como si su vida dependiera de ello. Su amiga, en cambio, pareció contener los deseos de golpearse contra la pared.

—Correeee...

—¿Es en serio? —resopló Melissa, pero terminó siguiéndola.

Regresé la vista al mensaje, escrito con tinta azul y rodeado de corazones. Torcí mis labios, dudando, no estaba segura que a Nicolás le diera gusto apareciera, pero era una oportunidad para verlo y no la desaprovecharía.

En un certero movimiento acomodé mi cabello a mi espalda mientras me quitaba las gafas de sol. Mis ojos recorrieron curiosos los letreros de los locales. Pese a su cercanía era la primera vez que visitaba el lugar. Una parte de mí quiso perderse detrás de sus aparadores, pero mi cuerpo se trasladó por sí solo, impaciente, a la área de restaurante.

Me pregunté qué pensaría Nicolás al verme. No esperaba me recibiera con un abrazo, supongo que la reacción más lógica es que se marchara. Planché nerviosa mi falta negra ante ese escenario.

Giré sobre mis tacones buscando entre las mesas su mirada oscura, pero lo único familiar que hallé fue un par de chicas en un mesa al fondo. Fruncí las cejas, extrañada al verlas portar unos gruesos lentes negros oscuros y gorras, escondiéndose tras un menú. En contra de mi voluntad se me escapó una risa. Esa dos estaban locas. Tal vez por eso me caían bien.

—Wow, de verdad te gusta mi hermano, viniste con todo para impresionarlo —me dijo apenas eché la silla atrás para sentarme frente a ella, aprobando mi atuendo. Botines negros de punta alta, falda oscura y un top celeste con hombros caídos.

El comentario me tomó por sorpresa, abrí la boca dispuesta a contradecirla, pero si quería que esto funcionara mentir no serviría de nada. Porque si bien no me arreglé para él, era verdad que por un instante me pregunté si le gustaría.

—¿Dónde está el resto? —cambié de tema, dando un vistazo a los lados.

Ya era la hora y no percibí alguien se acercara.

Tatiana se sonrojó al grado que creí su cara explotaría. No me dio buena espina.

—No vendrán —escupió en voz tan baja que apenas logré escucharla. Arqué una ceja—. ¡No hay reunión! —repitió en un arranque de culpa.

—¿Qué?

—Es que sabía que no vendrías si te decía que Nicolás no estaría aquí —aclaró deprisa. Pues sí, conduje para encontrarme con él—, pero si se lo contaba el que faltaría sería mi hermano —añadió con una mueca avergonzaba.

Asentí, entendiéndola. Me sentí tan estúpida al imaginar Nicolás caería en una trampa tan burda. La única tonta fui yo. Quise hundirme en el asiento por mi ingenuidad.

—Pero sigue en pie lo de tener información exclusiva sobre Nicolás —intentó convencerme de quedarme, como si fuera una negociadora.

—¿Información exclusiva?

—Ajá. Por ejemplo, a Nicolás le encanta el pan con jamón...

—Yo no quiero esa clase de "información" —la frené antes de que me relatara la dieta de Cedeño.

No quería leer a Nicolás como si fuera un manual de uso, lleno de teoría e instrucciones, lo que buscaba era comprenderlo.

—¿Por qué se inscribió en el concurso? —lancé una de las dudas que más se repetía en mi cabeza.

Aún no lograba entender qué lo había orillado a tomar esa decisión. ¿Cómo deseó brincar de las sombras a encabezar todos los tablones escolares de un día a otro? Tenía que haber un porqué. No podía descifrarlo sin saber la razón.

Tatiana pareció pensarlo.

—No lo sé —admitió igual de pérdida que yo. Melissa a su costado pasó la mirada de un lado a otro—. Me enteré el mismo día que corrió el chisme de que se había inscrito. Tampoco podía creerlo...

Suspiré. Terminé justo donde empecé.

—¿Qué pensaba sobre mí?

Tal vez conocer quién era Jena Abreu para Nicolás, antes de hablar, me ayudaría a deducir por qué desde el primer día se comportó diferente al resto, por qué nunca se mostró asustado por mí, ni afectado por mi reputación. ¿Por qué me trató como si nos conociéramos de toda una vida?

—No lo sé —repitió derrotada—. Es que Nicolás no habla mucho de chismes del colegio —me explicó—. Pero sí puedo hacerme un idea de lo que piensa de ti en este momento —aseguró asintiendo animada.

Eso lo sabía mejor que nadie. No estaba de humor para escuchar insultos.

—Tú le generas conflicto —mencionó, golpeándome con la verdad. Conflicto, caos, problemas. Eso era lo que le provocaba—. Es que piénsalo... —añadió—. Él siempre ha luchado contra el acoso, las burlas, las humillaciones, hasta creó su propio club para combatirlas —alegó—, y tú... Eres exactamente todo lo que intentó combatir por años —añadió tímida, pero honesta.

Jena Abreu era todo lo que estaba mal ante los ojos de Nicolás, alguien que había pasado años luchando contra lo que yo ejercía. Ni siquiera entendía cómo pudo soportarme durante tanto tiempo. Lo intentó, lo llevé a su límite.

—Pero por otro lado... —agregó en un mal intento de darme ánimos—. Piensa que eres diferente.

—No tienes idea —murmuré.

—Al inicio creí que era por esa aura rara que te rodea —confesó divertida moviendo sus manos alrededor. Tensa, pasé saliva—. Ya sabes, nos hace sentir que puedes hacer lo que se antoja, como si fueras invencible. Y eres todo lo contrario —concluyó, sonriéndome—. Tan humana como nosotros, con miedos, heridas, tropiezos y sueños tontos. Eso es genial, eso significa que no eres tan mala después de todo, sí tienes un buen corazón.

Sería un buen corazón para trasplante, porque lo último que había en mí era bondad. Ni siquiera si me esforzaba algún día podría alcanzarla.

—Y yo pienso igual que él —me aseguró, compasiva.

La miré confundida, no lograba comprenderla.

—Yo no estoy tan segura —admitió Melissa alzando los brazos.

—De no ser así no formaría parte de Escudo Amigo —argumentó con una sencillez jovial que admiré.

—Yo no formo parte de Escudo Amigo —le recordé.

—Pues ahora lo haces, estás en una reunión oficial —concluyó, encogiéndose de hombros.

Una tímida sonrisa se deslizó en mis labios ante la forma en que me dio la bienvenida a su grupo. Ahí nadie parecía preocuparse por mi apellido, la marca de mis cosas o el saldo de mi tarjeta, en ese sitio todo resultaba menos complicado, como si el arma más poderosa fuera una sonrisa, de esas que nacen del corazón y hacen cosquillas en la piel.

—Estoy segura que Nicolás te quiere —soltó de pronto, con tal seguridad que me quedé en blanco. La sola idea aceleró el ritmo de mi corazón—. Tal vez aún no te lo ha dicho porque es patético con las palabras, pero sus acciones lo gritan. Te apuesto a que te quiere —insistió contenta, mientras yo seguía procesándolo. Imaginar que pudiera quererme era demasiado para mí que me conformaba con que no me odiara. Me aferré a la esperanza de que fuera verdad, aunque no quise ilusionarme hasta escucharlo de su voz. Él no mentiría—. Quizás solo está esperando tú seas igual de sincera con lo que sientes —comentó, mordiendo su labio.

Y lo sería, nadie podía imaginarse cuánto, en ese momento ni siquiera yo misma.


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