Capítulo 2

—¿Estás segura de esto?

No perdí el tiempo respondiéndole, empujé la puerta sin hacer el menor ruido, comprobando el auditorio estuviera vacío. Sonreí victoriosa al deslumbrar al fondo lo que vine a buscar.

—Avísame si alguien llega —le ordené a Camila para que me cubriera le espalda.

Ni siquiera esperé respuesta. Caminé cruzando las piernas, admirando el cartel que anunciaba la exposición de talentos esa misma mañana. No me lo perdería, menos cuando la obra principal estaría a mi nombre.

Contemplé los lienzos cubiertos por una delgada manta negra. Los artistas son tan ridículos, pensé mientras alzaba la tela dejando al descubierto los cuadros, uno a uno. Era como abrir los regalos en Navidad. Sonreí por ese adictivo cosquilleo en el estómago que me susurraba estaba a punto de hacer algo malo. Terrible. Desfilé por la habitación estudiando los cuadros hasta hallar a mi presa. Ni siquiera necesité ver el nombre para saber de quién se trataba.

Aranza Cervantes.

Di un paso atrás, estudié a detalle las manchas de acuarela que formaban un complejo de edificios a tonos plateados y azules. Siendo objetiva tenía que reconocer era destacable, debió costarle mínimo un par de meses lograr el balance perfecto de colores. Ladeé la cabeza cruzándome de brazos, aunque analizándolo mejor concluí le faltaba algo para ser perfecto.

—Y yo sé exactamente qué —celebré.

Otra sonrisa maliciosa brilló en aquella habitación, apenas iluminada por los rayos del sol que se colaban por las altas ventanas. Liberé de mi cartera un labial carmesí intenso, el que encabezaba mi lista de favoritos porque lo consideraba inolvidable. Incluso con la adrenalina haciendo estragos dibujé una línea perfecta al centro. Pinté una mueca insatisfecha antes de darle rienda suelta a mi vena artista, improvisando una cruz que atravesara la imagen por entero junto a un par de rayones que sepultaron la creación original.

Ahora era la perfecta representación del caos, concluí disfrutándolo sin culpa.

Pensé en la pobre Aranza, en su decepción, pero me consoló recordar lo entendería. Ella, mejor que nadie, sabía que en el amor, la guerra y el arte siempre hay un poco de dolor. Además, hasta debería agradecerme las mejoras, después de todo, el arte debe provocarte algo y estaba segura que ese cuadro no dejaría indiferente a nadie.

Deseosa de ser espectadora de primera fila busqué un sitio al frente para no perderme ni un detalle mientras el equipo de artes terminaban de acomodarse al costado de los bastidores. Conocía la dinámica, el equipo iría revelando de una en una sus creaciones exponiendo la historia detrás de ellas. La de Aranza daba para una novela.

Sonreí satisfecha comprobando en un vistazo que el auditorio estaba repleto. Definitivamente los nuevos talentos despertaban interés.

—Ahí viene —cuchicheó Camila a mi oído cuando deslumbró a Aranza entrar al aula con los nervios consumiéndola. Contemplé el jugueteo de sus manos y como movía sus labios, practicando sus diálogos

Esperaba fuera buena improvisando.

Fue un placer tortuoso disimular mi ansiedad durante la exposición del resto. Eché la mirada admirando a la gente, comprobando nadie sabía lo que se avecinaba. Tener ese poder resultaba un dulce para mí que disfruté sin prisas.
La sonrisa se deslizó en mis labios, sin pizca de arrepentimiento, ansiosa por la explosión.

—Recuérdame no tenerte de enemiga —murmuró Camila antes del golpe. Buena decisión.

Sonreí porque era justo lo que necesitaba escuchar, la música perfecta que acompañó a la catástrofe cuando el maestro le pidió a la tonta de Aranza descubriera el lienzo sin sospechar lo que encontraría del otro lado.

Apenas lo dejó a la vista, el tiempo se detuvo.

Fue tan gratificante contemplar cómo se le rompió el corazón ante su nueva obra. No necesitaba una prodigiosa imaginación para determinar la certeza del disparo, bastó ver sus ojos cristalizarse a la par del eco de las risas que explotaron en esa habitación.

Tuve la impresión que se esforzó por no echarse a llorar, pero fue inútil, con las emociones a flor de piel una indiscreta lágrima pintó su mejilla mientras veía horrorizada al público estallar en burlonas carcajadas. Ni siquiera intentó soltar una explicación, a causa de la sorpresa había perdido hasta la voz.

—Encárgate de que esa fotografía esté en todas partes mañana —le ordené a Camila antes de marcharme. Ya había visto lo que me interesaba.

Al ponerme de pie Aranza se percató de mi presencia. Ni siquiera me escondí, celebré llamar la atención. Endureció sus facciones, pero a cambio le regalé una descarada sonrisa. Me abrí paso orgullosa con las estruendosas risas de fondo.

Respiré con las energías recargadas y adelantando alguien me seguía los talones. No aceleré, ni cambié el ritmo, gozando ante su lucha por alcanzarme doblé en la esquina para entrar al vestíbulo de chicas.

Esperé un instante antes de que la puerta se abrió.

—¡Fuiste tú!

Su grito retumbó sobre un trueno. Frente al espejo acomodé mi cabello desinteresada por su drama. Me di la vuelta, encontrándome con el rostro colérico, donde destellaban rastros de llanto, de Aranza que intentó atemorizarme resonando las suelas de sus zapatillas acosrtando la distancia entre los dos. Tuve que contener una carcajada.

—Y no trates de negarlo porque sé...

—Sí, fui yo —corté orgullosa.

Aranza abrió la boca, indignada por mi cinismo. Balbuceó como si no hubiera previsto lo aceptara tan rápido. Estaba claro no me conocía.

—Te acusaré con el rector —improvisó cuando su hámster volvió a girar. Asentí con una mueca, estudié mis uñas—, se dará cuenta la clase de persona que eres y nadie más...

—¿Qué pruebas piensas presentar? —lancé al aire, tranquila, fingiendo curiosidad. Aranza frenó en seco , desesperada buscó respuestas que no hallaría. Hasta para actuar era tonta. Sonreí—. Es tu palabra contra la mía —remarqué—. Y te haré un recordatorio útil, mi padre tiene relación con la asociación de tutores. Ay pero, pero no pongas esa cara —me burlé de la forma en que sus labios temblaron a causa de la impotencia—, inténtalo, eres buena haciendo el ridículo.

—¿En serio, Jena? ¿Todo esto es por un chico? —se quejó con la voz entrecortada.

—No soy tan básica —respondí divertida ante su hipótesis. Clavé mis ojos en su mirada oscura para dejarlo claro—. Ulises se puede ir al carajo, esto fue porque te metiste con mi orgullo y por si no te habías dado cuenta es lo más valiosa en esta escuela.

—Yo...

—Pensaste que podías jugar sin pagar —completé. Mi aplauso revivió sus lágrimas—. Felicidades, el chico es tuyo, pero te ganaste mi enemistad, y eso resultó un pésimo trueque. Ulises va a terminar dejándote —pronostiqué lo inevitable—, aburriéndose de ti como con todas. ¿En serio te crees el cuento que cambió? —le pregunté burlándome de su ingenuidad—. Vamos, Aranza, tú eres lista. Dentro de ti sabes que estaba aburrido, probó algo distinto y luego volverá a las andanzas —describí. El mismo camino de todos los mujeriegos. Solo dejan los trucos durante algunas temporadas—. Suerte con Ulises, querías probar lo prohibido, ahora asume tu karma.

Y algunos tenían nombre, el suyo era Jena Abreu.

—Escucha, lo siento, Jena, de verdad, no quería que las cosas pasaran así —empezó su aburrido discurso cuando estuve dispuesta a rodearla. Saqué la lengua asqueada por su pésimo intento por remediar el caos—. Pero entiende que las cosas entre Ulises y tú estaban mal desde hace mucho tiempo, yo no soy la culpable de eso —se justificó. Casi me hizo llorar.

—Claro que no, tú no fuiste la responsable —admití—, que no se te olvide que yo lo mandé al demonio porque él ni siquiera fue capaz de defender lo que sentía por ti —resolví encogiéndome de hombros, golpeándola donde más le dolía.

Aranza bajó la cabeza, reflexionándolo. La duda estaba sembrada, y todos sabemos cómo terminan las relaciones cuando ese elemento entra en juego.

—Bien —mencionó reponiéndose—, arruinaste mi trabajo de meses, me expusiste y te burlaste de algo que significaba muchísimo para mí —me echó en cara como si pudiera olvidarlo. Yo misma escribí el guión—. Espero estés contenta. Esto se acabó —declaró.

Ni siquiera escondí la sonrisa. Qué va, si apenas comenzaba. Me mordí la lengua mientras la veía huir lejos de mí, con el alma destrozada y su nombre por los suelos, para no responderle que mi plan tenía dos actos. Me faltaba lo mejor. 

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