Capítulo 19
El tintineo de las gotas desplomándose desde el borde de la ventana, tras una noche entera de diluvio, era lo único que resonaba en esa casa. Hundida en la cama pegué un respingo cuando el sonido de mi celular rompió el silencio. Giré sobre el colchón ansiosa por alcanzarlo y al reconocer si nombre mi rostro se iluminó. Era la persona que más deseaba escuchar.
—Papá.
—Hoy es el cumpleaños a mi niña —me saludó cariñoso. Sonreí ante la cálida sensación que brotó en mi pecho. Extrañaba tanto su voz.
—¿Vas a venir a verme? —pregunté ilusionada.
Para apagar el tormento de mi cabeza la ocupé en crear planes para ese domingo entre los dos. Hace tanto tiempo que no estaba con él, que ni siquiera sabía si nos alcanzaría el tiempo. De todos modos, había hecho una lista de prioridades. Abrazarlo era la que la encabezaba. Como necesitaba uno de sus abrazos.
Sin embargo, pronto supe seguiría ansiando por él.
—Jena, es lo que más deseo en el mundo, pero por desgracia ha coincidido con un viaje de trabajo muy importante y aunque he intentado por todos los medios liberarme para este día ha sido imposible —se justificó—. Espero puedas perdonarme.
Y aunque una parte de mí lo adelantaba no pude evitar sentir mi corazón roto. Un pesado suspiro se me escapó, mismo que tomó como un reclamo.
—No te enfades conmigo. Prometo recompensarte apenas tenga la oportunidad, visitaremos un nuevo restaurante que inauguraron cerca del que te gusta y te llevaré el mirador —añadió como un negociador experimentado.
Una triste sonrisa tembló en mis labios.
—Está bien —solté, y aunque no fue mi intención soné resignada. De todos a él no le importó, le había dicho lo que deseaba escuchar.
—Bien, ahora cuéntame, ¿tu madre dónde está? —preguntó distraído, recordando tenía una esposa, por mero protocolo, sin estar realmente interesado en lo que pudiera pasarle.
Resoplé de mal humor. Tampoco podía culparlo.
—En su "reunión" —remarqué asqueada. Las que nunca se perdía, mucho menos esta, era la más importante del año. De solo recordar la razón quise vomitar.
No fui la único.
—Esa mujer nunca cambia —concluyó derrotado.
Nunca lo haría. Hay algo en las Cuervo que nos hace fiel a nuestros ideales, ideales que han replicado por generaciones, y que yo he venido a romper, por esa razón me odia. Lo suficiente para ni siquiera poder soportarme el día de mis cumpleaños.
—Mi niña, tengo que marcharme, esto del trabajo te absorbe la vida —mencionó riendo, aunque no fue una risa natural como la que liberaba cuando en uno de mis juegos nos arrojábamos al pasto en el jardín. Esta era similar a las que usaba con sus clientes, me pregunté si me estaría convirtiendo en eso para él—. Espero que tengas un grandioso día. No olvides que te quiero.
Y sabía que lo hacía, pero en momentos como ese, a veces era difícil creerlo.
—Yo también, papá.
Ni siquiera sé si pudo escucharme porque el sonido del timbre resonó en mi oído. Apreté los labios para no dejarme vencer por la emociones, por desgracia, ni siquiera pude hundirme en mi miseria antes de que el golpeteo furioso de la puerta me escupiera de nuevo en la realidad que había creado.
Fruncí las cejas, extrañada. No tenía idea quién podría tener tal interés de entrar, más allá de mi madre que pese a su extravagante imagen era tan sigilosa como una serpiente, no por nada había logrado acallar cualquier sospechas en el vecindario más allá de que le faltara un tornillo. Me levanté de la cama de un salto cuando el golpe se intensificó. Parecía tener deseos de tumbar la puerta.
Por primera vez extrañé la inadvertida y poco valorada presencia de Eugenia. Al menos para que llamara a la policía.
Aunque ante medidas desesperadas podía hacerlo yo, decidí tomando mi celular antes de bajar para descubrir de quién se trataba. Para no perder la calma me recordé que era una tarea imposible de burlar el sistema de seguridad, aunque con el eco de los azotes a la madera también tuve claro que ni con todo el dinero del mundo podría acallar las quejas de los vecinos por el escándalo.
Descendí deprisa los escalones, trotando hasta que casi sin aliento me apoyé en la pared a un costado de la entrada. Activé la pantalla en clic, encontrando la imagen del exterior. Cuando reconocí al chico del otro lado un agujero se formó en mi estómago. Esto tiene que ser una maldita broma.
—¡Jena, ábreme, sé que estás ahí! —gritó.
Me cubrí la cara avergonzada. Por la forma en que arrastrada la voz noté Ulises estaba borracho. Tal vez el alcohol le había estropeado la memoria, no importaba que ese fuera el mismo camino que tomó por años tras una fiesta, mi casa había dejado de ser su refugio ahora lo único que recibiría de mí sería una patada. Y aunque tuve deseos de gritárselo en la cara, preferí que el silencio hiciera su trabajo.
—Joder, Jena, por qué eres así —me reclamó sin conectar sus neuronas. Suspiré cansado de lidiar con su comportamiento de niño. Contemplé cómo apoyó su frente en la madera—. ¡Necesito decirte algo! —insistió. Por mí todas sus palabras podía metérselas por...—. Hoy es tu cumpleaños, ¿no?
La pregunta me tensó, no porque me tomara por sorpresa sino por la amargura que me recorrió al saber que solo a mi ex tóxico le importara.
—Te apuesto que estás sola —acertó después de haber compartido varios de estos. La imagen cada vez se volvió menos nítida. Respiré hondo, llenando de aire mis pulmones, intentando sepultar con ellos la tristeza que se había colado en cada rincón—. A menos que estés muy ocupada enredándote con el estúpido de Nicolás Cedeño —lanzó molesto de la nada. Fruncí las cejas. ¿Qué demonios? Esta vez el golpe fue certero, el puño impactó con la misma fuerza que su voz mis oídos—. ¡¿Estás con él?! —repitió, pasando desesperado sus dedos por el cabello—. Maldita sea, Jena, no puede ser tan estúpida como para terminar en la cama con un virgen que solo te quiere presumir en el colegio.
Tal vez sí era así tonta, porque su solo nombre ocasionó todas mis piezas tambalearan. Nicolás.
—¿No te das cuenta? Él nunca va a quererte —acabó conmigo con una cruel verdad—. Al menos no como yo —susurró sensiblero, pasando del borracho loco, violento al dramaticé—. Ábreme, festejemos como en los viejos tiempos —propuso. Sí, faltaba la etapa de querer arreglar todo en la cama—. Tú sabes que a mí me importas, tal como eres, con lo malo incluido —aseguró, solo endulzarme el oído—. Nicolás te va a mandar al diablo apenas se saque las ganas. No caigas en su plan...
Y aunque mi pareja del reinado no tenía ningún plan, Ulises no se equivocó en algo: Nicolás no me quería.
Esperé en silencio hasta que Ulises se cansó, olvidé su visita antes si que se marchara, envuelta en mis pensamientos apoyé mi espalda contra la puerta y me deslicé sin prisas hasta acabar en el suelo. Ahí, tumbada, pasando mis ojos aguados por mi hogar vacío, sintiéndome diminuta, como una niña.
—Feliz cumpleaños a ti... —canturré en un murmullo, mi voz se quebró en la última nota. Sin importar lo que me esforcé por hacerle justicia al recuerdo de esa pequeña Jena que esperaba tanto esa fecha para recibir un abrazo.
Y diez años después seguía mendigando por uno. Lloré, resultando en vano mis esfuerzos por retener el llanto. Brotó sin pedir permiso, como tantas cosas en la vida que uno intenta mantener en control. Yo, que creí haberme engañado, tuvo que reconocer que pese haber crecido sola y haber aceptado el precio, jamás me había dolido tanto.
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