Capítulo 13
Tal como pronostiqué, no hizo falta una entrada triunfal para que todas las miradas se fijaron en nosotros apenas atravesamos las puertas del gimnasio. Fue como si de pronto un imán los atrajera a nosotros. Tampoco podía culparlos, era la primera vez que Nicolás y yo aparecíamos juntos en público, más allá de los fugaces encuentros en los pasillos que solo algunos habían presenciado.
Esta vez nadie pensaba perdérselo.
Pese a estar acostumbrada a que la gente posara sus ojos curiosos en mí, confieso que resultó sofocante percibir que esta vez había más mofa que admiración. Jena Abreu y Nicolás Cedeño despertaban morbo, chisme, juicio, no inspiración. Y el cambio habitual de reacciones logró que dentro de mí se colara una pizca de inseguridad. Frené mis pasos, contemplando las miradas a mi alrededor y un vacío se formó en mi estómago. Había luchado toda mi vida porque la gente dedicara más tiempo lamentándose por no ser como yo, que estudiando cómo imitarme. Porque entonces descubrirían que era más sencillo de lo que parecía alcanzarme.
—Jena...
La voz de Nicolás a mi espalda dictó había notado algo andaba mal y temí que el resto también lo hiciera. Negué, recordándome no debía permitir me vieran como una presa. Levanté mi mano, pidiéndole silencio. Yo podía arreglarlo, yo siempre recuperaba el control.
Respiré hondo, irguiendo la espalda acomodé el cabello negro alzando el mentón antes de llevar mi palma a mis labios para mandar un beso sonora a los entrometidos. Un par de miradas se retiraron avergonzadas al verse descubiertos, y ese titubeó bastó.
Olvidé a Nicolás para volver a interpretar el papel de Jena Abreu, la de la sonrisa perfecta que nunca cedía al miedo, la que conquistaba al mundo porque sabía lo que valía.
Le guiñé el ojo a algunos idiotas mientras me abría camino al centro donde ya nos esperaban. Atravesé el salón con la mirada en alto y una sonrisita en los labios. Confieso que si mi autoestima había sufrido un rasguño cicatrizó apenas choqué con los rostros desencajados del comité de organización. Haberles borrado las sonrisas a esas arpías fue el inicio de mi noche perfecta.
—Jena, pensé que no vendrías —me saludó la causante de este desastre, con su coleta perfecta y su cara de sufrida. Reí ante su optimismo.
—Estoy segura que era lo que buscabas —mencioné. Estaba claro que ese cuento de las parejas al azar solo fue una excusa para sacarme de mis casillas—, pero te equivocaste, no soy una rival tan débil —lamenté, encogiéndome de hombros.
Se necesitaban más que un par de trucos sucios para que perdiera ese Reinado.
—Ya te he dicho, que nosotras no tuvimos nada que ver —defendió.
—Ajá. Claro —respondí burlándome de su cinismo—. Repítelo todo lo que quieras, en una de esas hasta terminas creyéndotelo. Escucha, puedo ser muchas cosas —admití—, pero no una estúpida. Sé perfectamente con quién estoy jugando, ustedes son las que no tienen idea del enemigo que puedo llegar a ser —les advertí.
La amenaza pareció desconcertarla. Fue tan hermoso notar el miedo en sus ojos que aproveché para lanzarle la pequeña tarjeta que llevaba en mis manos. Me burlé porque apenas pudo atraparla. Frunció las cejas y alzó la mirada incrédula, al leer las palabras grabadas en papel, preguntándome en silencio, qué clase de broma le estaba jugando. Para ser miembro del club de matemáticas era bastante tonta.
—Querías un espectáculo, ¿no? —me burlé de su expresión que dictaba las cosas no le estaba resultando. Ya éramos dos—. Eso voy a darles —anuncié.
Aranza había usado a sus amigas para arruinar lo que había planeado durante años. Colocarme con Nicolás era completamente lo opuesto a lo que el resto esperaba, querían convertirme en una parodia, pero habían olvidado que las buenas comedias reciben aplausos. En un descuido hasta un payaso puede robar la corona a la reina.
Mis tacones resonaron con la misma fuerza que mi sonrisa al darme la vuelta, dejándolas atrás. Las luces de colores en ese escenario de paredes azules neón se mezclaron al ritmo de mi desenfrenado corazón. La concurrencia moviéndose, de un lado a lado, me tragó como una ola en un océano de voces y latidos que parecían hacer retumbar el piso. Tomé un profundo respiro, como quien salé a la superficie en búsqueda de su salvación, y me recargué en una pared esperando nos llamaran. Al ser los últimos en llegar nos habíamos ahorrado protocolos.
—Eres rápida —mencionó Nicolás, recuperando la respiración al darme alcance.
Casi había olvidado él estaba ahí, pero lo agradecí porque empezó a faltarme valor cuando vi a la chica tomar el micrófono para presentarnos. Asentí distraída, con mis ojos y mente en la gente.
—Siempre que imaginaba este momento creí que sería como una película —solté de pronto sin poder mantenerlo cautivo en mi garganta.
—¿En serio? —preguntó con un deje de diversión por mi confesión—. ¿Y lo es?
—Sí, una de terror —escupí robándole una carcajada que no esperé.
Fruncí las cejas, reprochándole su alegría cuando yo estaba quedándome sin aire por la tensión. Sin embargo, su sonrisa era tan contagiosa que terminé imitándolo. Suspiré, reconociendo que estaba dándole mucho peso a un estúpido baile.
—En ese caso debimos escoger Thriller.
Negué con una sonrisa, lo estudié ladrando mi cabeza.
—No le temo a los monstrous, Nicolás —hablé para mí, hundiéndome en la oscura melancolía—, sino a las personas. Sé lo crueles que llegamos a ser —murmuré analizando las misma figuras que un día sirvieron de carnada para atrapar un pez que ahora me comería a mí.
Percibí la intensa mirada de Nicolás sobre mi hombro. Me resistí a darle frente a la emoción que lo dominaba, pero terminé cediendo a la curiosidad. Las luces bailaron en su pupila negra, repleta de un sentimiento que me fue imposible descifrar. A veces sentía que Nicolás podía leerme con un solo vistazo, colarse debajo de las puertas que había mantenido con llave, y le temía por ese poder que no le había concedido sobre mí.
—Prometo no reírme si las cosas salen mal.
Fue un consuelo tan inesperado que se me escapó una risa a la par me invadieron unas ridículas ganas de llorar. No supe por qué. Nicolás sonrió al notar había logrado hacerme reír en mi peor momento, pero en lugar de colgarse el triunfo decidió anotarse otro punto acortando la distancia entre los dos. No lo suficiente para romper mi burbuja, mas sí para que perdiera la cabeza. Seguí sus movimiento sin entender qué pretendía y me tensé cuando sin apartar su cálida mirada sus dedos acomodaron un mechón de forma tan dulce que me cortó el aliento. Pese a que ni siquiera me rozó, la sonrisa que se pintó en sus labios, me pareció incluso más íntima.
Los primeros acordes mataron la electricidad que comenzaba a formarse entre los dos. Reconocí el inicio de la melodía. Ya no había tiempo de huir.
—Olvida eso, si algo sale mal sé el primero en reírte y finge que estaba planeado —le aconsejé para que no olvidara.
Si alguien me hubiera dicho que estaría bailando country de la mano de Nicolás Cedeño frente a todo el instituto, esa persona hubiera acabado muy mal, pero aunque quise resistirme al destino este me alcanzó.
Viendo todas esas caras fijas en mí me asaltó un amargo recuerdo. La noche que descubrí el origen mi padre me dijo que los demás ven lo que tú les muestras. Puedes ser muchas cosas, al final ellos solo sabrán lo que saques a la luz. Si quieres ocultar un miedo entonces debes convencerlos de que no existe.
Eso hice, yo misma me compré mi teatro cuando salté al escenario con el corazón amenazándome con perforar mi pecho, pero junto a una sonrisa que iluminó la pista. Aprovechando los dotes de actuación que había ganado de forma autodidacta me dediqué a interpretar un papel como si de una obra se tratara. Conté una historia deslizándome por el escenario, historia que encontró su primera pausa cuando contemplé a Nicolás en el otro extremo, congelado ante las miradas. Estudiándolo a lo lejos, con el arcoíris de colores proyectándose en la tela de su camisa, cohibido y pálido, dejé de verlo como un obstáculo en mi camino. Él era otro actor en mi obra. Si deseaba ganar lo necesitaba de mi lado.
Acorté la distancia entre los dos aventurándome a tomar su mano tembloroso. Pude percibir la leve vibración de sus dedos al halarlo conmigo al centro. Sus torpes pasos se encontraron con mi auténtica sonrisa, que le dio la confianza que le faltaba. Todo iría bien, convenceríamos al mundo de que éramos la pareja perfecta. Determinada a lograrlo dejé los miedos al margen y me concentré en su mano en mi cintura, en su risa y reflejo de su mirada transparente que me hizo cosquillas en el estómago. Fue tan real nuestra interpretación que casi terminé creyéndola.
Cuando abandoné la mano de Nicolás, aletargada por los aplausos, me alejé con la excusa de tener la garganta seca. La verdad era que pese a estar muy orgullosa del resultado, prefería tomar un descanso de su cercanía. Dejando atrás las sonrisas descansé mi mandíbula y respiré hondo liberando el peso de mi espalda.
—¿Qué demonios fue eso? —me cuestionó incrédula Camila apareciendo a mi lado después de una corta carrera. Pude esperarla cuando noté me seguía, pero ingenuamente tenía la esperanza de librarme de su interrogatorio.
Con su curiosidad a niveles no recomendables clavó sus ojos expectantes mientras yo me preparaba mi bebida con toda la paciencia del mundo. Fingí que había olvidado seguía conmigo cuando la encontré estática esperando una explicación.
—La gente quería hablar de mí —respondí antes de darle un trago. No estaba mal, pensé con una mueca—, le di que hablar —resolví aburrida.
—Un poco excesivo en mi opinión —cuchicheó.
—¿Qué es lo que dicen los demás? —cuestioné lo que realmente me interesaba.
Conociéndola apostaba que no hubiera aparecido sin tenía el informe completo. No me equivoqué.
—Que no estuvo mal —admitió.
—¿Hay alguna pareja más fuerte? —curioseé. No me había dado el tiempo de estudiar a la competencia, tampoco es que lo necesitara. El verdadero reto estaba conmigo.
—Honestamente no —concedió. De todos modos, fue un alivio saberlo—. El lío es que está siendo inequitativo el juego —añadió—, tú eres el elemento más fuerte, pero también tienes al más débil en tu equipo.
Sus ojos apuntaron a Nicolás que reía despreocupado junto a los chicos del club. Una parte de mí se resistió a admitir que tenía razón, porque él no encajaba en los moldes que se habían repetido por generaciones, pero de pronto no me pareció tan malo.
—Eso no es problema —declaré sin quitarle la mirada de encima—. No necesito a Nicolás para ganar, no necesito a nadie para lograr lo que deseo.
Ganaría el Reinado, así como alcancé todos los triunfos que llevaba a mi espalda desde niña, mucho antes de que él apareciera en mi vida. En unos meses Nicolás ni siquiera sería un recuerdo.
—Bueno, pero viéndolo mejor, ese llaverito de bolsillo es una monada —comentó traviesa tras analizarlo durante un buen rato—. Dan ganas de comérselo.
No me gustó el tono que usó, la forma en que mis cejas se fruncieron dejaron claro me había irritado.
—Camila, si no tienes más cuidado con lo que te llevas a la boca acabaras con una indigestión —le recomendé con falsa preocupación.
Ella se ofendió por mi sugerencia, pero a mí me importó un bledo. Sin ganas de seguir escuchándola me alejé en dirección contraria, deseando plantear con su fastidiosa voz. Ágil sorteé a la gente que bailaba en la pista y cuando caí en cuenta mis pies habían frenado junto al club que se mostraron sorprendidos por mi inesperada compañía. Pese a que no buscaba unirme a su charla, que apenas se hacía oír sobre la música, hice mi mayor esfuerzo por darles una sonrisa, colocándome al costado de Nicolás.
Este me regaló una sonrisa gentil, pero no pude responderle del mismo modo porque enseguida recordé el chistecito de Camila y una sensación amarga me inundó.
—¿Qué? —escupí.
Nicolás alzó las manos en señal de paz.
—Vaya, ya entendí, alguien está de mal humor —me acusó divertido.
Cubrí mi rostro con ambas manos antes de echar mi cabello atrás. Solté un suspiro reconociendo que él no tenía la culpa.
—No es contigo —aclaré a mi pesar.
Tampoco era justo me desquitara con él.
—Supongo que es la presión —asumió comprensivo—. A mí también me está costando. Es la primera vez que las personas que acercan a mirarme y luego se marchan en silencio —comentó de buen humor—. Me siento como un animal de zoológico —comentó un poco incómodo.
—Al menos deberían lanzarte monedas.
—No es una mala idea —reconoció risueño, ladeando la cabeza, robándome una sonrisa.
Odiaba que me hiciera reír en contra de mi lógica.
—Deberíamos hacer algo nuevo —habló de pronto, tomándome por sorpresa, notando había bajado la guardia. Alcé una ceja, intrigada—. Este lugar es enorme, apuesto que hay un montón de cosas más interesantes allá afuera —argumentó con un toque de ingenuidad que contrastaba con su invitación.
Eso rompió la magia. Afilé la mirada. Las pocas veces que los chicos me pedían "ir a curiosear" había una intención detrás. Y en el fondo, pese a lo ridículo que sonara, no quería que Nicolás se sumara a esa lista. Sonrió ante mi recelo.
—No será nada ilegal, ni inapropiado —aclaró como si tuviera el poder de leer mi mente, con una pizca de gracia.
Dudé, porque aunque tenía unos intensos deseos de salir corriendo de aquellas paredes, mi lugar estaba donde otros pudieran verme. Él no me presionó, aguardó paciente tal vez adelantando la respuesta.
—No creo que sea una...
Sin embargo, las palabras quedaron suspendidas en el aire cuando divisé a una pareja. Apreté los labios resistiendo las ganas de vomitar al notar al idiota de Ulises que apareció de la mano de su novia en turno.
Aranza vestía de rosa, con un corte angelical que hacía juego con su cara de mosca muerta. Si las miradas mataran ellos ya estarían en el infierno.
Algo dentro de mí, que creí olvidado, ardió. Y no fue a causa de un corazón roto o celos, sino por la furia al verlos vanagloriarse de su patética relación, esa que había nacido a mi espalda. Fue un recordatorio de que ese par de cínicos se habían burlado de mí y ahora paseaban como dueños del mundo, sin el mínimo cargo de consciencia.
—Olvídalo —le dije a Nicolás, cambiando de idea—. Vayámonos de aquí.
A dónde fuera, ningún lugar podía ser peor que ese.
Tomando la iniciativa caminé a la salida esperando calmar esa rabia que aceleraba mi respiración. Sabía que no debía ceder a las emociones, pero me fue imposible evitarlo. Como si las cosas no pudieran ponerse peor, el tiempo pareció detenerse, justo cuando nos encontramos cara a cara. Pude rodearlos y salir huyendo como una cobarde, sin embargo, eso sería aceptar me había afectado y no estaba dispuesta a permitirlo. Así que con temple, alcé el mentón y dibujé una sonrisita maliciosa tras estudiarlos de arriba a abajo.
El simple vistazo mermó la frágil seguridad de Aranza que buscó auxilio en la mirada de su novio. Sin embargo, Ulises ni siquiera cayó en cuenta de su grito de auxilio porque su atención estaba puesta en Nicolás. Conocía tan bien a ese chico que casi pude leer lo que ocurrió en su mente. Sonreí complacida e ignorando advertencias, me aventuré a entrelazar nuestras manos. Nicolás pegó un respingo antes el contacto, sin entender. Miró de mí al punto exacto de nuestra unión. No le di tiempo de abrir la boca.
Ulises apretó la mandíbula cuando le di un empujón al pasar a su lado halando a Nicolás conmigo. Sentí sus miradas siguiendo nuestros pasos, pero no me giré a comprobarlo. Continué con mi juego hasta estar segura que no hubiera testigos.
—Conozco el camino, no me perderé —lanzó juguetón.
Su voz me escupió en el presente. Entendiendo la indirecta, carraspeé incómoda, soltándolo. Limpié mi palma en mi vestido y terminé escondiéndola tras de mí, prohibiéndome de nuevo cometer esa clase de locura. No sé qué demonios estaba pensando.
—¿Vas a decirme tu idea? —cambié de tema, con el objetivo de distraerlo.
—Te lo mostraré —me corrigió, pidiéndome con un ademán le siguiera.
Incluso sin tener sospechas, lo hice. Recorrí a su lado esos conocidos pasillos que aquella noche me parecieron un laberinto. Las dudas se incrementaron cuando divisé las puertas que daban al campo.
Nicolás, adelantando el frío que comenzaba a sentirse en el exterior, me ofreció la chaqueta que se había puesto a mitad de la fiesta, pero la rechacé porque no me gustaba tuviera esos detalles. No lo tomó como un desaire, lo aceptó, aunque yo me arrepentí de decirle que no apenas una ráfaga de viento estremeció mi piel.
—¿Qué se supone que hacemos aquí? —le pregunté confundida. No tenía sentido.
Nicolás contento de avivar mi interés evadió la respuesta, haciéndose el misterioso, cruzó el campo desolado. Me pregunté si estaría borracho, pero sus pasos eran demasiado firmes para culpar al alcohol. De todos modos, luchando con mis tacones que se enterraban en la tierra logré darle alcance. Ahí, solos los dos, bajo las estrellas, me sentí diminuta.
—Juguemos a algo —improvisó como un niño—. Una carrera, de aquí al otro extremo.
—¿Estás loco? —le reclamé horrorizada—. ¿Ves estos zapatos? —le mostré la altura. Esas cosas eran armas mortales si no se usaban a plena conciencia—. ¿Quieres matarme?
Su travesura me costaría mínimo una nariz rota.
—Quítatelos —resolvió con simpleza. Entrecerré los ojos, ordenándole se dejara de bromas. Para mi desgracia, hablaba en serio—. Si te hace sentir mejor me quitaré la chamarra —propuso un trueque.
—Qué atrevido.
—Te aseguro que no quieres ver más —bromeó.
Sonreí. Nicolás no se parecía en nada a Ulises. Él se esforzaba por impresionar, buscaba el mejor ángulo, presumía todo lo que lo volvía especial. No visitaba una mañana el gimnasio si no dejaba evidencia en sus redes, deseoso de alabanzas ajenas. Nicolás, en cambio, no le importaba mostrarse vulnerable. Y era la naturalidad con la que se aceptaba a sí mismo lo que me invitó a replicar su ejemplo.
Sin pensarlo deslicé mis tacones de terciopelo, despojándome de ellos. Un escalofrío recorrió mi espalda cuando mis pies entraron en contacto con la tierra húmeda. No recordaba haberme sentido así antes, como si hubiera echado a la basura todas mis ataduras. Nicolás sonrió, cumplió su parte del trato, se quitó la chamarra y dejándola en el suelo.
—¿Lista? —me preguntó con una chispa de alegría reluciendo en su mirada.
—¿Qué me darás si gano?
—Lo que quieras —resolvió con la sencillez del que no tiene nada que perder.
—¿Qué me pedirás si ganas? —cambié el sentido de la pregunta porque tal vez el premio no igualaría el castigo. Yo sí tenía mucho que perder.
—¿Qué estás dispuesta a darme?
—Nada ilegal, ni inapropiado —repetí sus propias palabras ganándome una sonrisa de su parte.
Nicolás pareció pensarlo, pero no tardó mucho en revelar lo que deseaba.
—¿Qué tal si un tour por el entrenamiento de las porristas?
Alcé una ceja, sonriendo divertida.
—Eres un pillo —lo acusé. Él no pudo contradecirme, pero al menos él decía las cosas de frente—. Pero te advierto que no somos tan grandiosas como intentan vendernos —le advertí para que al final no dijera que lo había estafado.
—Pues tú has superado todas mis expectativas —soltó tan casual que fue como si me hubieran golpeado directo a la sien—. ¿Lista, Cuervo? —me retó con una enorme sonrisa.
Esa palabra bastó para congelar sangre en mis venas. El aire escapó de mis pulmones mientras un terror paralizante trepó, despertando mis pesadillas. De pronto, el mundo pareció ponerse de cabeza. Una ráfaga más violenta acarició mis piernas.
—¿Cómo me llamaste? —murmuré.
—Jena Cuervo —repitió jovial—. Ese es tu nombre, ¿no? —mencionó relajado. Apenas recordé cómo respirar. Aunque todos conocían mi segundo apellido, nadie me llamaba de ese modo, odiaba todo lo relacionado con él—. ¿Todo bien? —preguntó preocupado al notar me estaba costando procesarlo.
—Sí, es solo que hace tanto no lo escuchaba que casi lo había olvidado —me justifiqué aletargada.
Nicolás estudió angustiado mi cambio, creo que quiso ayudarme, pero no se lo permití. Di un paso, retomando mi papel.
—Creo que te pega —mencionó para animarme. Contraje el rostro en desacuerdo. Ese nombre era un asco. Pagaría por quitármelo, pero aún me faltaban unos meses para poder alegar legalmente—. Suena como protagonista de libro —opinó.
—¿Una buena?
En mi opinión, Cuervo solo podía pertenecer a un linaje maldito.
—Eso puedes descubrirlo tú misma. ¿Alguna vez has leído una novela?
—Ni en sueños.
—Deberías hacerlo, no te arrepentirás.
—Pudiste pedirme lo hiciera como premio, pero no, preferiste conocer a las porristas —contrataqué, ganándome una carcajada que fue calentando de a poco el corazón donde hace un rato se formaba escarcha.
—No puedes culparme, soy humano —admitió. Eso estaba claro—. También tendrás que perdonarme por esto último —anunció.
No entendí a qué se refería hasta que no quedó ni el polvo de sus zapatos cuando se echó a correr. La indignación duró apenas un instante porque pronto noté no podía darme le lujo de perder tiempo. En la remontada mis pies se hundieron en el césped, recargándome de una energía incontrolable que pareció llenar mi cuerpo de vida.
No demasiado lejos contemplé la espalda de Nicolás, y haciendo uso de todas mis fuerzas me esforzó por superarlo. Lo logré, una sonrisa infantil brotó al quedar a su lado, pero el triunfo fue efímero. Pronto volví a ser superada, y al caer en cuenta que sería imposible ganarle por su altura, por extraño que pareciera no me molesté. Me sumergí en la adrenalina que se impregnó en mi piel, en la alegría que se mantuvo a tope mientras cruzaba el mismo campo que había sido escenario de miles de mis recuerdos y esa noche guardó el más extraordinario de todos.
Cuando Nicolás estaba a unos metros de la meta, sus pies se enredaron con torpeza y pese a que se esforzó por mantener el equilibrio terminó cayendo de cara a la tierra. Solté un grito asustada creyendo se había roto la cara, pero volví a respirar al ver alzó sus manos para mostrarme estaba entero.
Pude aprovechar su desliz para ganarle la partida, pero en su lugar frené superada, cubrí mi boca para retener una carcajada que acabó liberándose por lo alto de todos modos. Me costó asimilar el sonido de mi propia risa, tan genuina y espontánea, que se mezcló con la suya.
—Además de estar loco, eres rápido —lo felicité con la respiración acelerada, poniéndome de cuclillas a su lado. Nicolás se sentó a tropezones robándome otra risita. Me dolía el estómago de tanto reír.
Nicolás suspiró, echándose en el césped, luchando por recuperar el aliento. Recogiendo mi falda ocupé un lugar a su lado, contemplando la hierba que se alborotaba suavemente. Cuando nada en el suelo pareció atraparme alcé la mirada al cielo despejado. El viento había arrastrado las nubes y ahora solo se apreciaban esas pequeñas luces resplandeciendo sobre nuestras cabezas. El silencio entre los dos no fue incómodo, todo lo contrario, sin embargo, fui la encargada de romperlo porque mi corazón me lo pidió.
—También me gusta ver las estrellas —solté de pronto, sin un por qué. Es solo que estando con él sentía podía compartir lo que había mantenido lejos del resto. No porque fuera malo, sino porque sabía que para otros sería una tontería.
—¿En serio? —curioseó divertido, acomodándose para verme mejor. Mi corazón se aceleró ante su mirada fascinada. No podía creer en verdad le importara.
—Uno de mis lugares favoritos es el mirador —mencioné. Siempre le pedía a papá me acompañara cuando tenía un poco de tiempo libre—. Pero no soy tan lista para aprenderme todo sus nombres —reconocí riéndome de mí para que entendiera se tratara un gusto infantil, no una pasión. No quería quedar como una ignorante cuando comenzara a cuestionarme sobre ellas y no fuera capaz de hilar una oración.
—Yo tampoco —admitió contento. Tal vez mentía, pero fue liberador no hallar juicio en su mirada—. ¿Te cuento algo? —susurró, inclinándose un poco, con un aire travieso, pero sin malicia, que me hizo asentir sin pensarlo—. Les pongo mis propios nombres.
—Me estás jodiendo.
—No —respondió ensanchando su sonrisa—. Las bautizo con algo importante para no olvidarlas, me gusta enlazarla con buenos recuerdos —me explicó. Levantó el mentón antes de señalar con un índice una diminuta, cerca de una farola—. Esa la llamé Anchoa.
Pensando estaba bromeando le di un empujón juguetón en el brazo que lo hizo reír.
—Es verdad —insistió—. Le puse ese nombre porque la encontré la misma noche que Tati trajo a Anchoa a casa. Estábamos sobre el tejado cuando la vimos llegar con algo entre sus brazos. Lo había arrollado una bicicleta unas calles adelante y ella sintió tanta pena por él que quiso salvarlo. Solo Dios sabe cómo no me rompí un brazo al bajar, ni como él sobrevivió, pero aquí estamos los dos. Tal vez sería más adecuado llamarla milagro —admitió riéndose de su descalabro.
Mi mirada permaneció en él, escuchándolo atenta, sonriendo por sus boberías
—A esa le puse daño colateral, desenlace, caos... —Su mirada se fijó en una en particular, la tristeza abrió una vieja cicatriz—. Esperanza...
Toda esa energía, que parecía no darle descanso, sufrió estragos. Lo que lo empujó al pasado lo hizo con la suficiente fuerza como para noquearlo.
—¿Alguna vez me contarás la historia detrás de cada una de ellas? —curioseó, disipando la tensión.
—Te aburrirías.
—No creo que exista una peor anécdota de tú casi rompiéndote el brazo, saltando como un canguro, por querer hacerte el héroe —alegué encogiéndose de hombros.
Me sentí orgullosa al notar que la pena fue aclarándose hasta transformarse en una débil sonrisa. Nicolás mantuvo su mirada puesta en mí y esta vez no la aparté, permití que se aferrara a mis ojos porque una corazonada dictó temía hundirse. En el fondo, también había encontrado consuelo en él. Ver a Ulises junto a Aranza me había hecho sentir tan sola, no por desamor, sino ante una cruel verdad: era fácil de remplazar. Rodeada de gente que no me quería, encontrar a alguien con el que podría charlar de cosas banales fue una caricia al corazón.
Corazón que se enterneció por la sonrisa que regaló agradecido solo por permanecer a su lado, como si eso fuera suficiente.
—Este lugar es increíble —comentó, recuperándose, tras dejar ir un pesado suspiro. No quería ceder a la pena. La tensión en sus hombros desapareció—. He descubierto un montón de estrellas que no se aprecian desde casa. Debería nombrar alguna para no olvidar esta noche —improvisó emocionado.
Me parecía una buena idea.
—¿Tienes algún nombre en mente?
Nicolás pareció pensarlo durante un momento, su mirada recorrió el cielo estrellado, antes de regresar la vista a mí con una cálida sonrisa. Un destello peculiar bailó en su pupila.
—Cuervo.
Mi corazón se paralizó, sometido por viejos miedos. Y aunque lo primero que sentí fue temor, analizando el sonido que escapó de sus labios, sin la intención de herirme, junto a esa inocente sonrisa tuve que reconocer no sonaba como en mis pesadillas. Dicho en la voz de Nicolás hasta parecía una especie de melodía, un bonito y significativo cumplido que solo los dos conocíamos. Echando la mirada al cielo, que daba la impresión de cuidarnos, me pregunté si tal como esa pequeña estrella que Nicolás adoptó, y por años pasó desapercibida, a mí también me había llegado el momento para dejar de esconderme.
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