Capítulo 12
Contemplé mi imagen en el espejo. Tacones, el vestido rojo ajustado a mi cintura, el cabello oscuro cayendo por mi espalda y esos ojos azules que encontrándolos en el cristal me costó reconocer. Siendo honesta no hallé nada distinto, pero yo sentía que algo había cambiado en mi interior. Tal vez era que las cosas que planeé durante años no sucedieron. Se supone que acudiría al baile de prestación de mano de Ulises, que bailaríamos una melodía que conocía de memoria, que tendría el triunfo asegurado. Y ahora estaba esperando que Nicolás no volviera a darle un giro a mi historia.
El sonido de mi celular resonó en las paredes. Deprisa alcancé el aparato sobre la cómoda, pero mi ilusión murió apenas reconocí el nombre que iluminaba la pantalla. Rodeé los ojos fastidiada. Lo único que me faltaba. A sabiendas no se rendiría decidí terminar de tajo con el problema.
—¿Qué? —escupí para que entendiera no estaba de humor para chismes. No cuando yo estaba próxima a convertirme en uno.
—Jena, ¿cómo va todo por allá? —curioseó Camila. Me limité a chasquear la lengua sin darle detalles, esperé captara la indirecta—. Estoy impaciente por ver lo que has preparado esta noche —comentó lo que realmente le interesaba.
—¿A sí? —pregunté aburrida.
—Y no soy la única, todo el instituto quiere presenciar el milagro que lograste con Nicolás Cedeño —añadió con ese veneno que inyectaba en todas sus frases—. Solo una persona como tú es capaz de transformar a un perdedor de ese nivel —bromeó.
O un perdedor de ese nivel transformar a una persona como yo, pensé a mis adentros caminando en círculos por la habitación. Dependía del ángulo en que lo vieras.
—Te aseguro que no vas a poder creerlo —le adelanté fingiendo orgullo aun cuando lo único que deseaba era encerrarme en mi cuarto y olvidarme de esa locura—. Ahora, debo irme tengo que peinarme el cabello —inventé. Ni siquiera le di tiempo de seguir hablando. Apenas colgué lancé el celular al colchón, frustrada.
Los ojos del instituto estarían sobre mí. Me hubiera gustado tener la seguridad de que les cerraría la boca, pero temía esta vez sí acertaran. Miré el celular preguntándome si Nicolás estaría listo, sin poder aplacar mis nervios tomé el aparato y busqué entre mis contactos el último que había añadido a la lista. Dudé un segundo, mas terminé cediendo a mi curiosidad.
Al segundo timbre alguien contestó, sin darme oportunidad de arrepentirme.
—¿Jena? Wow, no pensé que me llamarías, pero...
—¿Ya estás listo? —corté su animado saludo, enfocándome en lo importante.
—Estaba a punto de meterme a duchar.
—¿Apenas vas a empezar a arreglarte? —le reclamé desesperada.
Este chico quería matarme.
—Faltan más de una hora y media para que empiece —me recordó. Eso no era tiempo suficiente para lucir presentable, una tarea difícil en su caso—. Una duda, con ropa formal te referías a...
—Pantalón de gabardina, zapatos negros lustrados, camisa de algodón —dicté colocando el aparato entre mi hombro y oreja para acomodar mis cosas dentro del bolso—. Eso bastará —resumí simple.
—Okey... ¿Cualquier color? Es decir, ¿un verde será muy arriesgado? —me preguntó de pronto. Esperaba fuera una jodida broma.
De solo imaginar que Nicolás apareciera vestido como un duende de Santa, como si no tuviera razones para querer salir corriendo, comencé a sudar frío. Tenía que salvar mi imagen.
—¿Cómo piensas llegar al instituto? —lo cuestioné tomándolo por sorpresa ante el cambio radical de tema.
—Pensábamos tomar el camión que nos deja a un par de calles —contó y cuando creí que no se podía poner peor añadió—: Al final el tío Género se ofreció a llevarnos.
Tuve que sentarme en el colchón para no caerme. Lo único que me faltaba es que aparecieran montados en esa camioneta que daba la impresión de haberse quedado atrapada en el siglo pasado.
—Olvídalo, no se muevan de ahí. Yo voy a pasar por ustedes —le dije recogiendo mis cosas deprisa.
—¿Vas a venir a casa? —cuestionó incrédulo a sabiendas como odiaba las visitas de cortesía.
—Necesito asegurarme que todo vaya bien antes de que no haya vuelta atrás.
A diferencia de la ocasión anterior encontrar un lugar para mí vehículo fue sencillo. Descendí acomodando la falda de gasa que caía hasta mis rodillas. Hace un rato que la temperatura había comenzado a bajar por lo que me apresuré a atravesar el jardín antes de dar un toque a la puerta. Bastó uno solo para que alguien me recibiera. Por la prisa con la que fue atendido mi llamado supuse estarían esperándome.
—Jena —me saludó animada con una enorme sonrisa.
Asentí agitando mi mano, aún no me acostumbraba a que me trataran con tanta familiaridad. En el instituto todos parecían temerme, pero estos hermanos no desarrollaron habilidades de supervivencia.
—¿Está Nicolás? —pregunté conociendo la respuesta o al menos deseando no hubiera salido con alguna de sus gracias.
—Está arriba, en su cuarto —mencionó alzando la mirada al techo. Ni siquiera necesité pedir autorización para entrar, ella misma me indicó con un cabezazo que la siguiera.
Bastaron un par de pasos después de cerrar la puerta para hallar la estrecha escalera que conectaba la segunda planta. Divisé de reojo la sala donde habíamos bailado por primera vez mientras subía a paso acelerado los escalones. Un sentimiento extraño me hizo cosquillas en la piel.
Ya arriba todo pareció igual de ajustado. Tatiana tocó a la primera puerta que apareció y entró sin esperar una invitación. Imité su atrevimiento dando de lleno con su habitación. Me congelé en el umbral analizando lo poco que había en ella, al fondo un closet abierto donde se asomaban un montón de suéteres, una mesita repleta de libros y hojas que revoloteaban igual que las cortinas abiertas.
—¡Jena, está aquí! —anunció dándome el paso.
Encontré a Nicolás sentado en su cama terminando de amarrar sus agujetas. Supuse que no hace mucho había salido del agua porque algunas gotas aún resbalaban por sus rizos. Alzó la mirada al ver invadido su terreno, pero no pareció molesto, al contrario, se puso de pie de un salto y alzó los brazos para mostrar su obra maestra con una sonrisa orgullosa.
—Pantalón oscuro, zapatos negros —señaló.
Ladeé el rostro escaneándolo con mis ojos azules, no parecía haber nada fuera de lugar. Aprobé su atuendo sin mucho aplauso de por medio.
—Ahora solo me falta la camisa.
Contemplé que sobre la sabana reposaban un trío que daban ganas de sacarse los ojos. Repletas de líneas, puntos o decoraciones que contradecían el concepto de elegancia.
—¿Quién te aconseja sobre moda? —le cuestioné horrorizada—. ¿Tu tío? Parecían pegar con su extravagante estilo.
—Asumo que no te gustaron —concluyó dando gala de su increíble intelecto. Alguien que le diera un premio.
—A nadie con buen gusto lo haría —alegué, dándoles la espalda porque no quería seguir torturándome—. ¿Es que en esta casa no hay nadie que vista decente? —pregunté al aire. Sentí la mirada de Tatiana sobre mí, así que me apresuré a aclarar—. Hombre.
Dejando de lado que yo hubiera escogido otro color que hiciera un mayor contraste con su tono de piel claro, la caída simple hasta su rodilla y el encaje de la parte superior era, sin dejar al lado su sencillez, bonito. Y como un plus, además de tener sentido común, también poseía algo de ingenio.
—Mi papá —soltó de pronto, recordándolo. Alcé una ceja interesada por la mención—. Él va muy elegante a su noticiero —me contó entusiasta.
—¿Él lo conduce? —curioseé asombrada.
—Papá redacta las noticias —me corrigió Nicolás.
—¿Se viste como un individuo normal?
—Al menos parece un señor de cuarenta y dos años.
—Eso bastará —concluí sin poder ponerme más exigente—. ¿Crees que se molestaría si tomas alguna de sus cosas? —dudé poniendo la idea sobre la mesa. Honestamente me importaba poco si le daba gastritis del enfado, si él era la solución al desastre no me andaría con consideraciones.
—No si no se entera —resolvió traviesa, encogiéndose de hombros.
Le dediqué un vistazo a Nicolás dictándole sin palabras que debería aprender de ella, que pese a ser más pequeña tenía una mente más avispada. Nicolás quiso protestar, pero la rápida fuga de su hermana se lo impidió. Sonreí complacida cuando regresó con las pruebas.
—Blanca. Elegante —describí acariciando el material con veneración—. De esto hablaba. Pruébatela —le ordené entregándosela.
Tatiana avisó que terminaría de arreglarse porque se hacía tarde. Asentí compartiendo la preocupación, pero pareció que Nicolás no captó el mensaje porque al regresar la vista siguió estático en su sitio, como si tuviéramos toda la noche para jugar a las estatuas. Con un ademán le señalé la camisa para que se apurara, no sabía qué demonios estaba esperando.
—¿No vas a salir? —me preguntó de pronto, despeinado su cabello al pasar sus dedos por él.
¿Es en serio?, pensé llevando las manos a mi cabeza.
—Créeme, he visto muchos más hombres desnudos en la vida que tú así que no me voy a desmayar —le avisé porque parecía que todavía no terminaba de entender con quién estaba tratando—. Pero está bien —cedí con un resoplido. Giré sobre mis tacones, dándole la espalda—, si te sientes más cómodo no veré.
Me crucé de brazos un poco fastidiada por esa niñería, pero terminé cerrando los ojos con fuerza cuando caí en cuenta que había quedado justo frente a un espejo donde se proyectaba su reflejo. Apenas alzó los bordes de su camiseta bloqueé la imagen. Primero porque yo nunca hacía las cosas a escondidas, el golpe lo daba de frente, solo los cobardes necesitan las sombras. Y porque no pensaba darle argumentos para que dijera que tenía algún interés por él. Lo último que deseaba era verlo.
—Listo.
Su voz me liberó de la oscuridad. Acostumbrándome a las luces me di media vuelta sin muchas expectativas, pero cuando me topé de lleno con Nicolás tuve que esforzarme para disimular la sorpresa. Mis ojos lo recorrieron buscando algo que criticar, mientras él terminaba de abotonar sus mangas, sin embargo, la que se había quedado sin palabras fui yo. Sabía el poder que una buena vestimenta podía causar, no sé porque me había descolocado.
—No está mal —admití con un mohín, despertando, fingiendo indiferencia para que tampoco se creciera—. Ahora siéntate ahí —ordené señalando el colchón.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó inseguro. Reí ante el atisbo de duda en su voz.
No perdí el tiempo respondiendo. Me coloqué frente a la cómoda estudiando el contenido de los frascos. Tomé un par que parecieron interesante.
Comprobé que tenía buenos reflejos cuando atrapó la colonia que le lancé sin aviso. Sonreí divertida, reconociendo su habilidad antes de acercarme con el peine que había robado de la cómoda.
—Desde que entré a la preparatoria soñé con que el hombre más guapo del instituto fuera mi pareja en el Reinado —te comenté un sueño absurdo mientras me atrevía a acomodar su cabello que era tan difícil de controlar como él—. Y mírame aquí, intentando de disfrazar lo lejos que estuve de lograrlo —me lamenté.
—Oye, eso es un poco desmotivante —me acusó, pero sonrió.
—Te daré un consejo, Nicolás —murmuré concentrada en darle forma a los rizos que caían por su frente, tan cerca que pude darme el lujo de bajar la voz para que solo él me escuchara—, la mayoría de las veces, la magia para que los demás te consideren hermoso radica en la seguridad que muestras —le compartí un gran secreto.
—¿Lo dices en serio?
Sonreí ante su adorable mueca, dando un par de pasos atrás para comprobar todo estuviera en orden. Satisfecha con el resultado abrí el frasco de gel y me dediqué a darle los toques finales, esforzándome porque luciera de lo más natural. El verdadero talento de lucir bello es disfrazar todas las horas que hay detrás, los otros deben creer te levantas como una estrella de cine.
—Las personas que están en la cima solo por su belleza dejarán de estarlo apenas aparezca algo más hermoso, lo cual suele ser relativamente pronto —le confesé.
—Vaya, que consuelo para nosotros los feos, eh —mencionó de buen humor.
—Tú no eres feo —respondí enseguida, pero pronto me reprendí de la rapidez con la que escapó de mi boca—. Tampoco lindo —aclaré—. Estás en la media aceptable. He conocido tipos peores —reconocí con una mueca aburrida.
—Wow, tranquila con los halagos, Jena, o terminaré creyéndomelos —bromeó ante mi torpe manera de repararlo—, y me volveré insoportable.
—Lo cual en tu caso ya es bastante peligroso —opiné.
Sonrió aceptándolo. Deslicé mis pies a un costado permitiéndole pudiera apreciarse en el espejo. Hasta él pareció encontrar maravilloso mi trabajo. Una sonrisa se pintó en mis labios cuando su mirada se clavó en la mía a través del cristal.
—Vaya, eres buena en esto —aceptó cuando recuperó el habla.
Fue tan revitalizante que lo reconociera.
—Así como puedo hundir también sé sacar brillo a las personas —expuse acomodando mi cabello que lucía perfecto.
—Y teniendo ambos talentos te gusta más la primera opción —concluyó.
Me hubiera gustado sentirme mal por eso, pero la verdad es que no. Me encogí de hombros admitiendo la condena. En mi favor, yo pisoteaba a la gente que se metía conmigo, si no intervenías en mi camino no perdía energía.
—¿Qué? ¿Muchas gracias, Jena, por hacerme ver como una estrella de cine? —cambié de tema porque no quería hablar de lo perra que lograba ser, llevé ambas manos al pecho—. No ha sido nada —me respondí agitando mi mano, restándole importancia—. Ha sido un poco por mí también —reconocí.
Nicolás negó sonriéndole a su reflejo.
—Hey, Jena —habló de pronto mientras yo me encargaba de poner todo de vuelta en su sitio. Asentí ocupada, haciéndole saber lo estaba escuchando—. Apuesto que ya lo sabes, pero hoy te ves preciosa —comentó de pronto, de forma tan natural que me tomó por sorpresa.
Agradecí estar dándole la espalda para que no fuera testigo de la sonrisa que se escapó sin pedir permiso, porque aunque lo sabía, después de todo me había esforzado por ganar ese cumplido, fue lindo oírlo de su voz. Una sensación extraña me recorrió de pies a cabeza.
—Nicolás, te ves muy bien.
Por suerte, la oportuna llegada de Tatiana me evitó la pena de contestar porque ni siquiera sabía qué diría.
—Es mérito mío —remarqué con falso orgullo.
—Esto es lo tuyo, Jena —me halagó. Aunque estaba acostumbrada a los aplausos agradecí sonara sincera—. ¿Sabes qué? Deberías ayudar a los miembros del club —lanzó la idea.
Abrí los ojos asustada. ¿Qué me había visto de cara madrina?
—No es tan mala idea —la apoyó Nicolás, fiel a su manera de aprobar todo lo que a mí me disgustaba—. Te aseguro que a cambio ganarías muchos votos. Además, les ayudaría a aumentar su autoestima —argumentó.
Ay, qué bello, con lo que me interesaba el ego del resto.
—Será mejor que nos vayamos —los frené, adelantándome para bajar las escaleras—, o saldré de aquí con un salón de belleza y un centenar de clientes.
La risa de Nicolás a mi espalda, ante mi tajante negativa, me hizo sonreír aprovechando no podría verme, pero la felicidad desapareció de golpe al hallar al loco de su tío al pie de las escaleras.
—¿Qué tenemos aquí? Me recuerdan a mis buenos tiempos —rememoró con nostalgia, estudiando los atuendos. Casi creí le saldría una lágrima.
—Él jura que ya existía la preparatoria —se burló Tatiana cruzándose de brazos sobre el barandal—.¿Saben que es lo único que nos falta? —cuestionó eufórica sin esperar respuesta, apenas la duda llegó a su cabeza—. ¡Una canción! —improvisó emocionada con un ademán antes de abrirse paso entre los dos—. Can I have your daughter for the rest of my life? Say yes, say yes, 'cause I need to know... —tarareó usando su puño de micrófono.
Miré a Nicolás confundida, pero él se limitó a sonreír.
Deduje que la locura debía estar en sus genes cuando su tío la acompañó bailando de forma ridícula moviéndose de un lado a otro al compás. Los observé preguntándome cómo podían lucir tan contentos con una tarea tan boba, cualquiera otro esconderían la cabeza de la vergüenza, pero ellos hasta se daban el lujo de cantar a coro como si tuvieran una voz digna de un premio.
Supongo que eso era tener una familia. Me dolió saber jamás daría con la respuesta. Por suerte la alegría del ambiente impidió mi hundiera. Parecía que en esa casa desconocían la palabra tristeza.
—Why you gotta be so rude? Don't you know I'm human too? Why you gotta be so rude? I'm gonna marry her anyway.
Apreté los labios para no soltar una risa ante su espectáculo improvisado, pero se convirtió en un grito cuando Nicolás me sorprendió tomándome de la mano halándome por el par de escalones restantes. Y pese a no entender qué sucedía, no me resistí. Dejé me guiara, sin ritmo ni gracia, antes de girarme sobre mis talones. Me sorprendí con el sonido de mi propia risa ante el inesperado movimiento, sintiéndome tan feliz, había brotado de mi pecho sin poder detenerla. Divertida y avergonzada por haber cedido al impulso le di un juguetón empujón para que se dejara de tonterías. Estábamos sonriendo, sonriendo como pocas veces lo había hecho.
—Si hoy no pescas novia, viéndote así, da por hecho que no sales ni en rifa —mencionó jovial su tío, mitad halago, mitad broma.
Mirándolo de reojo le di una leve sonrisa porque sí, tenía que reconocer que Nicolás se veía bien. Era un diamante al que solo había que pulir.
—Si encuentras el amor de tu vida esta noche vas a tenerme que darme las gracias —solté en voz alta cuando abandonamos la casa.
Una ráfaga de viento revolvió mi cabello oscuro, me encargué de regresarlo a su lugar mientras cruzaba el jardín a su costado. Él se aferró a un suéter que llevaba en sus manos. Rio, siempre lo hacía.
—Creo que me conformaría con no hacer el ridículo —reconoció con una sonrisa, colocando sus manos en los bolsillos.
—Esfuérzate —le pedí.
—Eso haré, será mi manera de darte las gracias —apuntó.
—El amor está sobrevalorado, Nicolás —le di otro consejo, usando la cabeza para que no se angustiara por estar soltero. Hasta debía hacer fiesta—. Es mucho más valioso ganarte la admiración de las personas que su amor.
El primero es útil para avanzar, para protegerte. El amor, en cambio, muchas veces se pierde sin que puedas hacer nada para retenerlo.
Nicolás analizó mi peculiar recomendación con esa sonrisa que lo caracterizaba. Como adelanté no estuvo de acuerdo conmigo.
—No sé si preferiría los aplausos de personas que no me conocen, al cariño de alguien que decida hacerlo —planteó.
Ni siquiera me di permiso de pensar en sus palabras por miedo a darme cuenta que tenía razón. Cada que hablaba lograba hacerle un pequeño rasguño a mi escudo.
—¿Esto es tuyo?
El grito que resonó a lo largo de la solitaria calle me sacó de mi ensoñación. Tatiana saltó emocionada al encontrarse con mi vehículo. Sonreí orgullosa, era uno de mis mayores tesoros. Le quité la alarma para que pudiera subir. Pensé que se desmayaría cuando el botón cedió y pudo poner un pie dentro. Parecía estar a punto de llorar de la emoción.
—Este es el mejor día de mi vida —explotó de alegría, pataleando emocionada. Nicolás me pidió disculpas con una mueca, pero yo también estaba sonriendo—. Ahora sí me sentiré como la protagonista de una serie americana de paga.
—¿Cómo es que tienes la licencia si aún eres menor de edad? —curioseó Nicolás que nunca pasaba nada por alto.
—No te olvides que esto es México —bajé de la nube al señor "siempre sigo las reglas". Esa explicación no aclaró su panorama—. Un privilegio de ser una Abreu —remarqué victoriosa mientras rodeaba el vehículo para ocupar el asiento principal—. Algunos le llaman corrupción —resumí, encogiéndome de hombros—. Arriba chicos, vamos a romperla —les dije intentando ser optimista porque en verdad necesitaba creer en mí. Señalé con un ademán el interior para que dejara de pensar y me siguiera.
Él dudó, pero terminó cediendo. No pareció tan asombrado como su hermana cuando dio con el interior. Eso solo me adelantó que no sabía nada de automóviles, porque cualquier otro hubiera perdido la cabeza. Nicolás, en cambio, encontró más importante otro dato.
—Llegaremos tarde —me avisó preocupado al leer la hora en la radio.
Lo confirmé, hace un rato el baile había comenzado. Agité mis hombros para deshacerse de la creciente tensión, sin perder la calma abroché mi cinturón y encendí el motor. Respiré hondo.
—Mejor así —hablé para mí, con la mirada fija al frente, mentalizándome para enfrentar cualquier reto—, así nadie pasará por alto nuestra llegada.
Sin embargo, era una excusa, porque sabía que sin importar lo que sucediera, nadie lo haría.
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