Elizabeth

- Eli... - escuchaba de forma lejana - Hermosa Eli... -continuaba escuchando - Mi preciosa Eli

Con esa última frase abrió sus ojos, todo a su alrededor daba vueltas, su cuerpo dolía, su cabeza punzaba y todo seguía dando vueltas. Observó de forma errática a su alrededor, intentaba sentarse para poder enfocarse y descubrir donde estaba, fallo.

- Oh mi dulce Eli, pensé que jamás despertarías - decía aquella voz a su lado

Con algo de dificultad giro su cuerpo para ver de donde provenía aquella voz, una vez que lo logró, lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos.

- No llores hermosa, arruinarás tu bello rostro

Sintió como acariciaba sus mejillas lo que le provocó náuseas, quería gritar pero no podía, era como si estuviese atrapada dentro de si misma.

- Tranquila mi preciosa, no temas, yo estoy contigo.

Y era por eso que temía, su "padre" se encontraba a su lado observándola de manera grotesca. Él en realidad no era su padre, pero así le llamaban en aquella casa a aquel hombre que las había tomado de las calles, al principio todas creían que era una buena persona, alguien que les brindaría un hogar lejos de los terrores de las calles, que equivocadas estaban todas, incluida ella.

- Elizabeth, te dije que dejes de llorar - el tono de voz de aquel hombre se tornó serio

Ella sin poder evitarlo continuó llorando, provocando de esa forma que aquel hombre se enojara.

- Te dije que dejarás de llorar pequeña estúpida - gruño enojado

Segundos después se puso de pie y con su puño cerrado golpeó la mejilla de la chica.

- ¡Sabes que odio que llores! ¡LO SABES! - gritaba molesto

Ella no podía protegerse, la razón: se encontraba lo suficientemente sedada como para siquiera pedir ayuda o gritar. Era lo que él hacía, cada que ellas bajaban la guardia las sedaba para poder aprovecharse de ellas, era un infierno. Una vez que aquel hombre se calmase se alejó de ella, la observó unos segundos y luego suspiró.

- Espero que hayas entendido el porqué hice esto mi linda Eli... - Decía afligido - Esto me duele más a mi que a ti... tú hermoso rostro...

Después de cierto tiempo ella quedó sola en la habitación, fue cuando poco a poco fue retomando movilidad en sus manos, moviéndolas con torpeza las acercó a su rostro. Su labio inferior estaba partido, su mejilla derecha ardía y cada vez sentía aún más caliente su ojo derecho.

- A-alguien... - Decía con voz rota - Alguien a-ayu... ayúdeme...

Volvía a romper en llanto. Todas las noches, todos los días, cada instante que pasaba en ese lugar imploraba a cualquier ente que la sacase de ahí, que la matase de ser necesario.

Poco a poco fue moviendo más y más su cuerpo hasta que logró ponerse de pie, observó su cuerpo y fue entonces que un grito desgarrador amenazo con salir de ella. Tenía mordidas en todo su pecho, sus muñecas tenían heridas de haber sido atadas y había sangre en la parte inferior de su cama, si Elizabeth hubiese sabido lo que le esperaría en ese lugar jamás habría aceptado seguir a aquel hombre, jamás habría permitido que le llevase y jamás habría sufrido de tantos abusos por su parte.

Llevaba solo un mes ahí, un mes que había sido el peor infierno que había llegado a vivir en sus once años de vida. Avanzó lentamente por la habitación hasta llegar a una esquina en donde todos los días encontraba una cubeta con agua y una toalla, era con eso con lo que se limpiaba su cuerpo.

- ¿Por qué yo? - Se preguntaba cada día

Al terminar con su limpieza volvió al lugar donde estaba su cama y tomó de ella su camisón, la única prenda que tenía permitido usar. Iba a salir de su cuarto cuando un gran estruendo se escuchó por todo el lugar, voces y gritos resonaban en el.

Dudaba en salir de ahí, pero era mejor salir y morir a pasar una sola noche más en ese maldito lugar. Con algo de torpeza y prisa abrió la puerta, avanzó lo más que pudo por el lugar hasta que vio a tres hombres apuntando directamente al que todas llamaban "padre".

- Bueno... Bueno... - hablo un cuarto hombre que apenas ingresaba en el lugar - ¿Que tenemos aquí?

Todo se sumió en un silencio abrumador únicamente con su presencia, aquella persona dio unos pasos hasta quedar frente a su "padre".

- Francis, es un terrible placer verte - dijo con sorna para luego de una patada tirarlo

- Se-señor Cloud... ¿que ha-hace aquí? - había pánico en su voz y terror en su mirada

Elizabeth se sentía impresionada por aquella persona que su captor llamó Sr. Cloud.

- ¿En serio estás preguntando eso? - dijo con sarcasmo

El otro solo pudo asentir a lo dicho, y en cuanto menos lo notaron todos, aquella persona había tomado un arma y había disparado tres veces a aquel desgraciado llamado Francis. Una bala dio en el brazo, otra en la pierna y la última en el pecho, tres balas, ninguna lo suficientemente dañina para matarlo de una.

- Que sepas Francis que no soy un seguidor de lo qué haces - exclamo con odio
- Ugh.. - Se quejó - ¡Pe-pero usted tiene niños en su mansión!

Elizabeth estaba sorprendida ante aquella confesión, observaba ahora con miedo al que creía su salvador, en cambio, el señor Cloud mostraba una ira en su mirada.

- Lo que yo hago con esos niños no te incumbe, maldita escoria.

Después de decir aquello con una precisión envidiable, el señor Cloud dio un golpe en la quijada de aquel ser dejándolo desorientado.

- He venido a terminar contigo y a llevarme algo que es mío - dijo de forma fría

Las demás niñas se habían reunido detrás de Elizabeth, todas estaban igual que ella, confundidas y con esperanzas de al fin ser libres de ese lugar. Las ocho niñas veían al señor Cloud cómo su salvador, pero Elizabeth tenía dudas.

Después de que Francis quedase en el piso intentando respirar debido a sus heridas, el señor Cloud giro para ver a las nueve niñas ahí reunidas, todas estaban calladas observándole de forma temerosa.

- No deben de temerme, mi nombre es Alexander Cloud - hizo una reverencia - He venido a sacarlas de este lugar y a tomar algo que es mío.

El silencio aún se mantenía entre ellas pero ahora no era temor lo que se notaba en sus ojos, todas, incluida Elizabeth, veían al señor Cloud cómo su salvador, sus dudas empezaban a desaparecer. Ella al ser la más cercana a él se fue acercando, por su parte, el señor Cloud le observaba fijamente mientras mantenía una sonrisa cálida.

- No debes temer pequeña mía, ahora eres libre - extendió su mano hacia ella - Ahora puedes venir conmigo y ser parte de mi familia

Elizabeth sin dudar tomó su mano para después abrazarlo, lloraba, se encontraba feliz por al fin ser liberada de aquel infierno.

- Llora pequeña, llora... - le consolaba - De ahora en adelante yo me encargaré de ti y solo de ti. - acariciaba su cabello rojizo - Tú eres a quien buscaba y no dejare que alguien vuelva a abusar de ti de esta forma.

La chica intentaba agradecerle a ese hombre pero no podía, sus palabras se perdían entre su llanto.

- Es hora de ir a casa mi pequeña Liz - término por decir el señor Cloud

Sin preguntar nada ella le siguió, no importaba quien fuese esa persona, ahora se sentía libre y sabía que sin importar lo que pasara ella estaría eternamente agradecida con Alexander Cloud, su salvador.

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Ejem... primero que nada quiero aclarar que sigo viva, esta historia la tenía más que en el olvido por varias razones que no planeo contar, lo que importa es que estoy retomándola e intentando terminarla.
De alguna forma se que son pocos a los que les interesa xD pero por ahora veré que tanto avanzó.

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