26. Algo Nuevo

El sonido estridente de los platillos y tambores despertó a Sabrina, miró su celular y eran cerca de las tres de la mañana. Hacía varios días que eso no sucedía, por lo que ella se preocupó. Sabía que Xavi solo lo hacía cuando estaba enfadado por algo.

Un ligero temor se le acunó en el estómago, ¿acaso ella había dejado pasar algo y él se sentía mal por lo de Vicky? Quizás era que tras la llegada él se había puesto a pensar y por eso estaba así.

Se levantó, tomó a Azul en brazos y caminó hasta su casa.

Golpeó.

Xavier no tardó en abrir y al verla sonrió.

—¿Qué pasa? ¿No habíamos superado esto ya? —inquirió ella sin sonar enfadada.

Él negó.

—Te extrañé hoy... —admitió con descaro.

Ella sonrió y pasó a sentarse en el sofá, colocó a Azul en su regazo y lo comenzó a acariciar.

Xavier la vio ingresar a su casa con naturalidad y sintió que ella era parte de eso, de su todo, de su mundo. Tenía esa camisola de gatito que lo volvía loco y una cara de dormida que se le hacía tiernísima.

—¿Qué sucede? ¿Por qué estás enojado? —quiso saber, segura de que solo cuando se sentía así arremetía con el pobre instrumento.

—Porque te extraño y no te he visto en todo el día —dijo él y se cruzó de brazos.

—Qué posesividad —respondió entonces—. Tenía cosas que hacer...

Ella levantó la vista para mirarlo, estaba como siempre a esas horas, solo con el bóxer. Lo miró de arriba abajo, con descaro, y él sonrió de lado.

—¿Ah, sí? —inquirió él—. ¿Cosas como qué?

—Cosas... —respondió ella divertida.

Xavier sonrió y se acercó más. Se sentó sobre la pequeña mesa ratona y acarició al gato que dormía sobre las piernas de su dueña.

—Lo envidio tanto —susurró.

—¿Por?

—Siempre se sienta sobre ti y tú le haces caricias —dijo y ella se echó a reír.

Entonces, ella levantó su mano para acariciar su cabeza y ordenar aquellos mechones que se le salían de la coleta rústica que juntaba su cabello oscuro.

—¿Así? —inquirió con la voz dulce e inocente.

—Podría ronronear incluso —dijo él y cerró los ojos.

Sabrina siguió acariciándolo un rato más mientras disfrutaba de la textura de sus cabellos que tanto había deseado acariciar. Él se pegaba a su mano como si buscara más y ella solo podía sonreír.

—Tu cabello es más suave que el mío —dijo al fin cuando dejó de tocarlo porque sentía imposible no desear seguir bajando.

—Es porque me lo cuido y tú no —respondió—, siempre andas greñuda.

—¿Eso crees? —preguntó ella siguiéndole el juego.

—Ajá, pero cuando quieras puedes venir, yo te haré un lavado especial y no te cobraré caro, te pondré unas cremas que lo dejarán casi tan hermoso como el mío. Es una oferta —dijo guiñándole un ojo.

—¿También eres peluquero?

—No, pero puedo ser todo lo que me pidas. De hecho, tengo un lavabo especial para ese procedimiento allá en mi cuarto de baño —añadió y entonces fue él la que la miró de arriba abajo—. Se llama jacuzzi y la oferta incluye lavado y enjuague, pero es un tratamiento muy complejo...

—¿Sí? —inquirió ella con diversión ante la mirada firme de él.

—Sí, solo da buenos resultados si lavo todo el cuerpo, además del cabello.

Sabrina se echó a reír.

—Creo que me abstendré de ese procedimiento —susurró con diversión y luego se echó a un lado y bostezó.

—¿Te aburro? —preguntó él.

—No, pero tengo sueño —dijo y cerró los ojos—, la gente normal duerme, Xavi...

—Pero yo soy vampiro, ya te lo dije...

—Pero no brillas y esa clase de vampiros no me gusta —bromeó ella.

—Solo porque no has probado el sabor de mi mordida.

Ella abrió los ojos y lo miró, deseaba probarlo, en realidad que sí. No dijo nada, pero el ambiente entre ellos era tenso.

—¿Qué hiciste esta mañana? —quiso saber él al tiempo que aprovechaba la sensación de electricidad que los rodeaba.

Ella lo miró a los ojos y sonrió de lado, él creyó que iba a enloquecer.

—Dormí, ¿por? —respondió con una voz que a Xavi se le hizo increíblemente sexy y dulce a la vez, por su mirada él sabía que ella sabía a qué se refería.

—¿Sí? ¿Estás segura? —preguntó.

—Ajá —respondió ella y volvió a cerrar los ojos. Por dentro sentía efervescencia, como si algo borbotara en su interior.

—¿Y qué soñaste?

—Ahh, no lo recuerdo —dijo y bostezó.

—Eres una gatita traviesa, Sabrina, estás tentándome —susurró él.

—¿Yo? No sé de qué hablas —añadió ella y no dijo más.

Iba a fingir que se quedaba dormida para estirar sus límites, pero él tampoco dijo nada más, aunque no se movió de donde estaba.

En algún punto entre la ficción y la realidad, Sabrina se sintió tan en calma que se quedó dormida de verdad, y él lo supo, por la manera en que sus músculos se relajaron y sus ojitos cerrados comenzaron a moverse bajo los párpados. Él sonrió.

Fue hasta su cama y buscó una manta, y antes de cubrirla la observó. Sus pies, sus pantorrillas, sus rodillas, sus muslos. Quería devorarla, necesitaba saborearla y sentía que era una necesidad que lo invadía todo.

La cubrió.

También tenía ganas de dormir a su lado, de que ella se recostara en su pecho y él pudiera abrazarla, de que le contagiara esa paz que sentía en ese momento. Quería protegerla, quería evitar que nadie le hiciera daño nunca, quería que llorara en su pecho o que riera con él.

Se dejó caer en el suelo, entre la mesa y el sofá en el que ella reposaba, sobre la alfombra mullida y la miró una vez más, como si quisiera guardar en lo más profundo de su alma aquella imagen.

Paz, eso era ella para él, calma... tranquilidad.

Aquello no estaba bien, nunca había tenido la necesidad de dormir con alguien, de verla despertar en sus brazos, de acunarle los sueños. Eso no era el deseo, y él lo sabía. Podía estar explotando de ganas de descubrirla, pero no le quedaban dudas de que ella despertaba mucho más que eso, algo que había estado dormido por demasiado tiempo, quizá, siempre.

Sabrina no era Victoria y lo que había en su interior no era para nada igual a lo que él había llamado amor hacía unos cuantos años atrás, de eso estaba seguro. Pero entonces, ¿qué era?

Algo nuevo que le daba miedo, algo nuevo que podría hacerlo sufrir incluso más, algo nuevo que le generaba toda clase de inseguridades que él creía ya había superado. Pero a su vez era algo que lo llamaba, de lo que no podía alejarse, de lo que no quería hacerlo.

Cerca de las cuatro de la mañana, cuando el sueño comenzó a vencerlo al fin, subió a su cama, satisfecho por haberla podido mirar por tanto tiempo, por tenerla bajo su techo, pero deseoso de que compartiera con él la cama, aunque solo fuera para dormir.

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