• Día 6 •
Atención:
1- AU del musical "El fantasma de la Ópera", particularmente la escena de la canción Music of the Night.
* * * *
—Canta para mí, Midoriya —susurró la profunda voz cerca de su oído, haciendo temblar todo su interior con tan solo una palabra—. ¡Canta!
Izuku carraspeó y juntó ambas manos cerca del pecho; casi como si estuviera rezando. Todavía sostenía su rosa sin espinas que trajo desde el camerino. La realidad era que estaba nervioso, y no solo porque debía comenzar a practicar canto —ahora que tenía en sus manos el papel principal de la nueva obra que se llevaría a cabo; siendo él el único soprano capaz de reemplazar a Aoyama Yuuga luego de que un telón cayera encima de su cabeza— para poder dominarlo en frente de una inmensa audiencia en la Ópera Garnier de París, sino por el hombre que le pisaba los talones a sus espaldas.
Midoriya Izuku podía decirse que tenía un fantasma que velaba por su éxito.
Y también una carrera musical en el teatro que podría llevarlo a la gran cima de toda Francia en muy poco tiempo.
Midoriya había estado acostumbrado a estar tras bambalinas gran parte del tiempo. O formando parte de una multitud de coristas y personajes secundarios que nadie más recordaba. Él, y su fiel compañera Uraraka Ochako, habían entrado al equipo de la Ópera de París hacía poco más de un año; los días allí eran divertidos y poco estresantes, pero también llegaban a ser muy monótonos.
Nadie quiere conocer a un personaje secundario.
Nadie recuerda al corista cuya voz se pierde entre la multitud de extras de una obra.
Nadie siquiera sabía el nombre de Midoriya Izuku.
O no lo recordaban... hasta que le escucharon cantar por sí mismo.
Incluso la misma Ochako se encontró sorprendida al oír su angelical voz que profería melodías de una manera diferente que las grandes estrellas en la ópera. Izuku estuvo tan acostumbrado a cantar bajo para llevar la armonía del coro, que hasta él mismo seguía sorprendiéndose cuando se escuchaba cantar.
Y allí era donde entraba su fantasma.
Porque como ya lo había mencionado, Midoriya tenía un fantasma a sus espaldas. Un guardián de los secretos contados en la oscuridad de la noche, cuando todos los artistas abandonaban la ópera.
Un ángel de la música.
—Sigue cantando —susurró la hipnótica voz del fantasma que le respiraba por encima de la nuca—. Sé que puedes alcanzar tonos más altos, Midoriya.
—N-no sé si pueda —se encontró estremeciéndose, dubitativo, ante tanta confianza del fantasma que le guiaba—. Solo soy un novato en este mundo. ¡Nadie me cree que no he tenido verdadero entrenamiento musical en una academia!
Midoriya no quiso mirar a los ojos del fantasma, pero desde que lo conocía tenía grabado a fuego su rostro en la memoria.
Al menos... la parte visible de su rostro.
El fantasma siempre cubría su cuerpo con una larga capa negra, pero eso no era lo único que ocultaba —sino que la mitad izquierda de su rostro iba cubierta de una máscara de acrílico blanco escondía una parte de su ser.
Su cabello iba partido en dos: la mitad blanca, y la otra de color rojo, con algunos mechones de la primera fundiéndose en el lado más oscuro.
Pero lo que siempre terminaba atrayendo a Midoriya eran sus ojos de diferente color. Tanto el de color gris y que siempre refulgía cuando se aparecía en su guarida tras bambalinas de la ópera, así como su ojo turquesa que era lo único visible de su mitad tapada por la máscara.
Existían cientos de historias y leyendas sobre el Fantasma de la Ópera que vivía en los confines del establecimiento. Algunos decían que era un alma en pena que nunca pudo pasar al más allá, mientras que otros hablaban de un pobre diablo con el rostro deformado que disfrutaba de arruinar las funciones de la ópera haciendo caer candelabros solo para joder la vida a sus productores y espectadores.
¿Qué era el fantasma para Midoriya? Pues podía ser muchas cosas y ninguna a la vez.
Para empezar, no tenía idea de cuál era su nombre, ni su edad, o de si acaso estaba realmente vivo. ¿Era un fantasma? ¿Un ángel? ¿Un humano atormentado? ¿Un psicópata?
Ninguna de esas se escuchaba muy correcta, pero no tenía tanta importancia para el joven Midoriya. Su difunta madre le había prometido enviarle un ángel de la música en su lecho de muerte, y aquí estaba este extraño hombre protegiéndole de las bestias de la ópera que querían devorarle vivo.
—Eres como un ángel de la música —susurró Midoriya, acariciando la rosa que todavía traía entre sus dedos—. Al menos, lo eres para mí.
El fantasma merodeó a sus espaldas. Midoriya sintió su respiración agitándose por la cercanía; por alguna razón, ese extraño fantasma siempre conseguía estremecerle con su presencia. No podía imaginar cómo se pondría si lo llevara desnudo a la cama entre sus brazos.
Quiso golpearse por ese extraño pensamiento. ¿Qué hacía fantaseando con pertenecer de ese modo al fantasma? No sabía su nombre. ¡Ni siquiera conocía la mitad de su rostro!
Pero su presencia era tan embriagadora que podría haberse dejado llevar cuando el fantasma se lo pidiera. Cada vez que murmuraba en su oído que cantara para él y le presionara a empujar su voz un poco más alto.
—Seré tu ángel de la música —respondió el fantasma, sereno—, pero no es como si lo necesitaras.
—Te escucho —dijo Midoriya con el pecho subiendo y bajando a gran velocidad—. Quédate a mi lado.
El fantasma deslizó sus dedos cubiertos por guantes a la altura de su nuca. Midoriya sintió un escalofrío que le erizó todos los vellos de los pies a la cabeza.
No tenía idea de cuántas veces le pidió a aquel ángel de la música que ya no se escondiera. A Midoriya no le alcanzaba con escuchar su trémula voz cantándole en sueños. Ya no quería que pronunciara su nombre solo en lejanos ecos de la noche.
No podía soportar que el fantasma existiera solo en su mente.
Quería que fuera real.
Y lo era.
Lo tenía respirando cerca de su cuello; tan cerca que podría haberlo besado. Tan cerca que Midoriya podría retorcerse en sus brazos, y acariciar su rostro con la punta de los dedos...
Tan cerca que podría haberle quitado la máscara... y ver su rostro completo... por primera vez...
La mano del fantasma fue lo suficientemente veloz para detener su muñeca con la suficiente presión para no dañarle. Midoriya salió de su ensoñación, apenas dándose cuenta que había estado dirigiendo su mano hacia la sombra que escondía todo lo que soñaba con ver.
Su mirada se ensombreció por un pequeño instante, pero Midoriya no sentía miedo. No cuando estaba con ángel de la música.
—Quiero verte —declaró Midoriya con la voz tan débil como el aullido de un gatito perdido en las calles adoquinadas de París—. ¿Eres real si no puedo verte?
La falta de respuesta de su fantasma le estremeció. ¿Tal vez no le respondía porque, efectivamente, solo era un fantasma creado en su cabeza?
¿Una presencia que solo vivía en su atormentada y solitaria mente?
Pero no podía ser falso. El fantasma le rodeaba con sus brazos en ese mismo instante y podía sentir todo su calor emanando de ese cuerpo más fornido que el suyo. Escuchaba su respiración contra el oído. Tenía un corazón que palpitaba, piel cálida que Midoriya se moría por tocar con sus dedos.
Tal vez su deseo de que fuese real era tan fuerte que podía crear una ilusión tan perfecta. Porque el fantasma era como una etérea y perfecta manifestación de sus sueños.
No, se regañó a sí mismo. Él es real. Tú eres real. Esto es real.
—Canta para mí —volvió a pedirle el fantasma mientras le apretaba otra vez entre sus brazos y presionaba una mano sobre su diafragma—. Canta, pequeño ángel de la música.
Su voz era demandante, pero suave. Midoriya trató de inspirar todo el aire que pudo para llevar la nota al rango musical más alto que sus cuerdas vocales fuesen capaces de alcanzar.
El hechizo del fantasma era tan potente que, cada vez que Midoriya escapaba a las catacumbas para mirarle, se olvidaba de toda su vida arriba en la superficie. Su carrera musical. Su vida como huérfano. Todas sus amistades en el ballet. Las pretensiones románticas de su viejo amigo de la infancia, el vizconde Shinsou Hitoshi.
Midoriya sospechaba que al fantasma no le gustaba mucho Shinsou, ya que siempre provocaba sustos cuando el vizconde aparecía junto a los gerentes de la ópera.
¡Había hecho caer un candelabro, ni más ni menos!
A Ochako le pareció histéricamente divertido, pero Iida Tenya y su hermano Tensei no se veían nada felices de que un extraño muchacho que vivía en el subsuelo de su ópera estuviera causando tantos destrozos.
El mundo que el fantasma le ofrecía era oscuro, oculto, misterioso, peligroso. Debería haber salido corriendo la primera vez que se encontró navegando en las aguas del inframundo junto a un extraño enmascarado que juraba ser el ángel de la música de sus sueños.
Pero allí seguía estando. Atrapado entre sus brazos. Entre su toque. Entre su voz que le hipnotizaba como una droga prohibida.
—Deja que la noche agudice todos tus sentidos como a un animalillo nocturno —dijo el fantasma en su oído; Midoriya dejó que sus párpados cayeran, dejándose llevar—. Agarra el esplendor con tus manos desnudas, y hazla tuya.
Midoriya se fundió entre sus palabras, su voz, las tinieblas. Con los ojos cerrados, solo era capaz de escuchar la voz de su fantasma y sentir la oscuridad engulléndolo en sus fauces.
—La música te cuidará. No solo la escuches. Siéntela, tócala, saboréala. Hazla completamente tuya.
Tal vez sí que estaba loco —o borracho, o drogado, o soñando—, pero casi podía sentir que tocaba la oscuridad con la punta de sus dedos. El fantasma dejó exhalar una pequeña risa que se perdió entre las sombras, pero que se grabó en su piel y en la punta del estómago.
—Déjate llevar, Midoriya. Podrás vivir como nunca has vivido antes —Midoriya sintió que un jadeo de placer se escapaba de sus labios cuando el fantasma le sujetó por la cintura—. Tu vida será completamente distinta a lo que conoces.
Lo que sentía era algo inexplicable. Quería que toda esa música, toda esa noche, toda la presencia de ese fantasma, se lo engullera por completo y le hicieran bailar en la oscuridad de la noche.
Las catacumbas podían ser aterradoras para un jovencito de buena cuna como él, pero allí abajo se sentía como un rey. Como una diosa de la primavera que ha encontrado su lugar en el mundo al lado del dios de los muertos.
Puede que ese subsuelo de París no fuese realmente París. Así como esa no era su vida real, ni podría serlo jamás. No se imaginaba viviendo oculto de la sociedad junto a un misterioso hombre que le pedía cantar y hacía caer candelabros porque se le venía en gana.
—Deja que tu sueño vuele alto —continuó el fantasma—. Abraza tu lado más oscuro, Midoriya. Todos tenemos uno.
El fantasma entrelazó sus enguantados dedos con los suyos, pero aun así podía sentir la vida pulsando bajo ellos. Midoriya no era capaz de decir una sola palabra; y si abría la boca, sabía que solo sería para decirle al fantasma que lo tomara ahora mismo.
Quería que lo hiciera.
No sabía si se arrepentiría de entregarse en cuerpo y alma a la oscuridad, pero estaba seguro que se lamentaría más no haberlo hecho jamás.
—Entonces así, finalmente, podrás pertenecerme a mí —musitó el fantasma con los labios pegados en su mandíbula—. Crearemos un extraño y oscuro dueto, solo los dos.
—Sí —murmuró Midoriya con una sonrisa embriagada de éxtasis y emoción—. Sí, hagámoslo.
El fantasma le acunó entre sus brazos mientras Midoriya se dejaba llevar por la oscuridad y se convertía en uno solo con ella. Pensó que el sentimiento sería diferente, pero solo se sentía más adormecido de lo normal y comenzó a fundirse poco a poco con el reino de los sueños.
Todavía estaba en los brazos del fantasma, quien le cargó con un brazo debajo de sus rodillas y el otro en la espalda. Midoriya se acurrucó contra su cálido cuerpo, suplicando que su experiencia en el mundo subterráneo de París no fuera otro sueño más.
Lo depositó sobre una mullida cama que olía a rosas para ser que estaban en las catacumbas. El fantasma le acarició la frente y acomodó algunos de sus desordenados cabellos para que no le picaran en los ojos.
—¿Te quedarás conmigo? —preguntó Midoriya, con la última fuerza de su desesperación mientras los párpados ya no le aguantaban más tiempo abiertos—. Quédate conmigo.
Creyó que el fantasma le sonreía. Pero tal vez era otro loco sueño más.
—Eres el que da sentido a mis canciones, ángel. Tú y nadie más —Le respondió su fantasma—. Solo tú puedes ayudarme a crear música, Midoriya.
Midoriya sonrió al escucharle. Ya casi abandonaba el mundo de los vivos, pero lo haría con una sonrisa en el rostro. Tal vez así podría seguir soñando con su fantasma sosteniéndole en brazos.
Ya no sabía si dormía o soñaba, pero creyó escuchar una última frase de los labios del fantasma. Tal vez no descubriría pronto si era real, o una fantasía, pero se aferraría a ella con la misma fuerza que lo hizo con sus sueños del ángel de la música.
—Algún día, Midoriya Izuku, te prometo por mi vida que haremos nuestra la noche y la música —La mano del fantasma se posó en su mejilla, pero los párpados de Midoriya ya estaban completamente cerrados—. Como que mi nombre es Todoroki Shouto, lo juro ante ti.
* * * *
Me tomé algunas libertades porque quiero y porque puedo (?)
Yo solo quería escribir una escena medio horny entre ellos mientras Todoroki estaba vestido como el fantasma. Y no me gustan esos homenajes que son 100% copia de algo, me gusta que cada autor meta algo diferente uwu
Se que es algo raro de elegir para este día, pero bueno, me gusto la idea (?) se lo dedico a Toku_Rous que no se si lo vaya a leer, pero hace como un mes (o eran dos? XD) hablábamos de lo genial que sería esto en un AU
¡Ya penúltimo día! El tiempo vuela, pero los días fueron muy divertidos. Y yo no puedo creer que casi termino esta cosa a tiempo siendo que no tenía casi nada al empezar. Me siento bastante satisfecha y feliz ♥️
Muchísimas gracias a los que vinieron leyendo esta pequeña week! Mañana se termina, pero siempre quedarán nuevas ideas por venir ♥️
Nos vemos mañana! Besitos ♥️
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top