Capítulo 9

IOICHI POV'S

Al igual que en Konoha, los días en que el trabajo no era tan arduo, pasaba mi tiempo en el hospital. Y es que, al igual que mi abuela, yo era un excelente médico.

—Ese hombre me vuelve loca —resoplé para mí misma dejándome caer en la silla detrás del escritorio. 

—¿Loca?, ¿cómo? —preguntó una voz agradablemente familiar y sonreí a un shibnobi recién llegado de mi villa.

—Es que me encanta, Shikanii —dije—, quisiera comérmelo entero. Pero él sigue rechazando el contacto conmigo. No sé a qué le tiene miedo.

—Pervertida —dijo con su habitual expresión de fastidio el azabache.

—Envidioso —dije y él puso cara de flojera, un poco más de flojera.

—¿Envidia de qué? —preguntó.

—De que yo lo hago legalmente —respondí sonriendo amplio, él me tiró un cojín del sofá frente a la puerta de mi consultorio.

—Tal vez no quiere lastimarte —sugirió él. 

Y, aunque él tenía razón en lo que decía, yo sabía que iba mucho más allá de lo que él entendía.

—Tienes razón —acepté después de respirar profundo.

—Siempre —dijo él con un aire ufano que me molestó solo un poco. 

Reí, devolviendo el almohadazo.


* *


Fueron dos semanas de trabajo arduo, donde incluso comer parecía imposible. Pues, entre mis achaques somnolientos y el excesivo trabajo, las horas de comida —si es que quedaban— las usaba para descansar. Lo que no tenía nada contento al futuro papá.

—Es la última vez que lo haces —advirtió Gaara al verme caer en la cama de mi casa una vez vuelta del hospital. Allí terminé, pero solo era agotamiento y deshidratación.

Me pareció una exageración, y además estaba molesta. Durante dos semanas Gaara no dejó de regañarme y fastidiarme.

—Y un cuerno —dije—, es mi trabajo, mi salud y mi cuerpo. Yo decido por mí, gracias.

Terminé con tono sarcástico, lo que molestó bastante al que me miraba casi atónito.

—Harás lo que yo digo —resopló en mi cara, tomando mi mano hasta jalarme hacia él, dejándome lo suficientemente cerca para ponerme nerviosa.

Su comentario me molestó demasiado, aunque realmente no debió ser así, supongo que fue el embarazo.

—Gaara, me estás lastimando —me quejé. 

Él me soltó de inmediato, pero no lo dejó ahí. Estábamos enfrascados en una discusión que ambos queríamos ganar, por eso no pararíamos hasta que alguno desistiera.

—No hagas estupideces —pidió y me puse a llorar.

—¿Ahora soy estúpida? Quiero ver a tus más competentes gatos hacer la mitad de lo que yo hago —dije llorando y él me miró sorprendido.

—Jamás te dije así —aseguró sin siquiera atreverse a repetir la palabra, pero yo estaba herida.

—¿Quién, aparte de los estúpidos, hace estupideces? —pregunté.

—Cualquiera —dijo sin mala intención y reí con sorna.

—Ahora soy cualquiera —ironicé. 

Él estaba más que desconcertado y quiso contestar.

—No, Ioichi... yo no...

—¡Largo! —grité. Gaara se quedó perplejo—. ¡Lárgate ahora mismo! —repetí subiendo el tono, y sin decir nada más se fue—. ¡¿En serio te largas, sin más?!

—¿Entonces qué quieres? —preguntó después de volver.

—No lo sé, no sé qué quiero —admití llorando. 

Gaara suspiró y se acercó a mí para abrazarme.

Cuando me tranquilicé me di cuenta que había pasado buen rato recargada a ese cuerpo que me fascinaba. Gaara seguía acariciando tiernamente mi cabeza y yo recordé lo mucho que él me gustaba, algo que, por dolor, por miedo y trabajo, había olvidado. Pero, como dije a Shikanii, yo estaba volviéndome loca por ese hombre.

»Quiero tocarte —informé incorporándome y mirándolo fijo.

—¿Qué? —preguntó alarmado, con sus ojos tan abiertos como un plato.

—Quiero tocarte —repetí—, en serio, como no tienes una idea. 

Y es que era la verdad. Mis ganas de tocarlo eran un irrefrenable impulso.

—No podemos —alegó—, el bebé...

—Él estará bien —aseguré mientras llevaba mis manos a su camisa y desabotonaba mientras me relamía los labios. Estaba necesitando eso como nunca había necesitado nada—. Sólo no debo esforzarme mucho —señalé recordando que Gaara era un poquito brusco—, será mejor que me dejes hacerlo a mí —pedí sonriendo descaradamente antes de besar su pecho y lamerlo hasta su cuello.

Él suspiró y yo me prendí. 

Acaricié su torso mientras seguía encajando suavemente mis dientes en su cuello y hombros. Estaba sentada sobre su cuerpo, que se recargaba a la cabecera de esa cama que desde hacía meses era solo mía. 

En mi posición pude sentir que reaccionaba perfectamente a mis caricias.

»Se está poniendo caliente aquí —señalé apartando mi cuerpo del de él, sacándome la playera. 

Gaara estaba temblando, y torpemente llevó sus manos frías a mi dorso, haciéndome estremecer. 

Comencé a tentar a la suerte, sobre su resaltante excitación comencé a rozar mi entrepierna, ayudada de un rítmico movimiento de cadera. Creo que en ese momento yo habría sido incapaz de levantarme, pues mis piernas estaban cediendo ante el placer de sentirlo tan cerca.

Un impulso eléctrico, naciente de mi parte más íntima, me hizo encorvar la espalda. 

Pegando mí frente a uno de sus hombros respiré con dificultad mientras me mordía el labio. Mis movimientos se hicieron más lentos pero más pesados. Cambié la dirección del movimiento, de atrás hacia arriba y de adelante hacia abajo. 

Levanté mi cuello obligada a buscar más aire, pues como si quisiera contener el placer en mi cuerpo, de vez en vez mi respiración se entrecortaba. El roce de nuestros cuerpos me estaba volviendo loca.

»¡Quítate la ropa! —ordené deshaciéndome de la poca ropa que aún llevaba encima.


Continúa...



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