Capítulo 2
GAARA POV'S
Ni siquiera teníamos dieciocho años y ella bebía como si fuera agua ese líquido garraspante que arañaba mi garganta. Yo bebí solo unos tragos que me hacían sentir completamente raro. Mi rostro y cuerpo se sentían calientes en extremo, estaba mareado y confundido, ligero como una pluma, no podía entender todo lo que pasaba afuera de mi cabeza. Lo que veía definitivamente no estaba bien.
Dejé de tomar para darme cuenta que, a pesar de haberse terminado ya algunas botellas, ella estaba como si nada ocurriese. Ella me miró mirarle, me sonrió y bebió otra copa a mi salud.
—Es de familia —dijo—, Tsunade es una gran bebedora, y Kakashi también... tengo buena resistencia al alcohol.
Sonreía tan hermosamente que pensé que debería dejar de sonreír. Cada sonrisa suya era un rayo de luz que lastimaba la complexión oscura de mi alma. Cada que ella sonreía una voz dentro de mí gritaba más fuerte "Hazla tuya". De verdad que debería dejar de hacerlo.
»Bien, vamos —dijo poniéndose de pie.
—¿A dónde? —pregunté intrigado.
No teníamos puntos comunes, y no recordaba que me hubiera invitado a ninguna otra parte.
—Al hotel —dijo como si fuera obvio—, le acompañaré a su habitación. Ya ni siquiera puede ponerse de pie.
Brulona señaló algo que yo no alcanzaba a ver; el alcohol tenía anuladas algunas funciones en mi cerebro.
—¿Y de quién crees que es la culpa? —refunfuñé intentando ponerme en pie y fallando en ello.
—De usted, por supuesto —dijo ella y le miré como si no tuviera ninguna idea de lo que ella hablaba—. Debió decirme que no tomaba en lugar de aceptar.
Ella tenía razón, no debí acceder a beber solo por tenerla un poco más de compañía. Pero yo haría lo que fuera por ella, sobre todo si eso la mantenía cerca de mí.
Caminamos hacia el hotel donde me hospedaba, ella me llevaba casi a rastras. Era bastante fuerte, aunque eso no fue lo que demostró cuando al fin entramos en mi habitación.
Llegamos a mi habitación y caminamos unos pasos adentro. Cuando me dejó caer en la cama la arrastré conmigo, dejándola atrapada entre mis brazos, intentó liberarse pero no se lo permití. La tenía justo donde la quería, no le permitiría irse.
—Kazekage sama, no juegue conmigo —pidió nerviosa—, déjeme ir.
—No —dije sonriendo—, tú no irás a ningún lado... tú eres para mí.
—Está ebrio y me está lastimando —señaló—, suélteme por favor o gritaré.
—Grita —dije con una retorcida sonrisa mientras cerraba la puerta y reforzaba el interior de las paredes de la habitación con una gruesa capa de arena—. Grita tan fuerte como quieras. Nadie te oirá. Nadie excepto yo, y estoy ansiando poder hacerlo... ¡Grita! —ordené y mordí su cuello.
Ella comenzó a luchar contra mí, pero también estaba ebria. Además, no importa cuán fuerte se presuma, una mujer no le ganaría en fuerza a un hombre, mucho menos si ese hombre era yo, el poseedor del Ichibi Shukaku.
Ella seguía resistiéndose y continuaba susurrando mi nombre, algo que me estaba volviendo loco. Yo estaba loco, tenía a expensas toda su piel, una piel que me hacía arder la sangre.
No sé en qué momento dejé de escucharla. Estaba inmerso en esa marea de placer que llenaba mi cuerpo al estar cumpliendo mi objetivo de marcar cada parte de su bello cuerpo como mío, que me perdí de todo lo que a mi alrededor ocurría. Toqué tanto como pude. Jamás había visto el cuerpo de una mujer, mucho menos sentirlo. Era realmente fantástico. Ella era mucho más que perfecta, era hermosa y era deliciosa.
Acariciando cada parte de ella, y besando todo lo que tenía a mi alcance, finalmente la hice mía, descubriendo el placer de adentrarme en el cuerpo de la mujer que amaba.
Envuelto en murmullos de placer, en sonidos producto de ese acto erótico que protagonizábamos, alcancé el clímax. Pude sentir correr mi esencia de mi cuerpo al de ella, apoderándome también de su interior. Ella era mía ahora, completamente mía.
Exhausto por tanta energía liberada caí sobre su pecho, que respiraba tan agitado como el mío. Lamí su pecho hasta llegar a su esternón que chupé con fuerza y, tras un gemido que más bien parecía sollozo, al fin escuché sus lamentos y súplicas.
—Ya basta... por favor basta... —pidió.
Con el alma helada levanté mi cabeza para descubrir lo que jamás quise ver, sus lágrimas. Ella había sufrido terriblemente lo que yo no paré de gozar.
El cuadro era espantoso, sus manos sobre su cabeza atrapadas fuertemente entre una de mis manos, su cabello desordenado y su rostro aterrorizado, con sus ojitos llorosos perdidos en la nada y sus labios temblorosos suplicando me detuviera, su delgado cuello lleno de moretones y mordidas, su delicado pecho mancillado por mi boca y el resto de su cuerpo por mi mano que, ahora temblorosa, la dejaba libre.
Mientras apartaba a la bestia que yo representaba de su delicado cuerpo, me pregunté una y otra vez «¿qué hice?».
La respuesta era obvia, había violado a la prometida de mi mejor amigo, había lastimado a la mujer que yo amaba, me había vuelto un monstruo incapaz de contener sus deseos, dispuesto incluso a lastimar a quien fuese por obtener lo que quería.
No me sentía capaz de mirarla de nuevo, le había lastimado, y de qué manera, pero necesitaba saber que estaba bien, así que giré a ella y la miré. Ella me daba la espalda y abrazaba sus rodillas llorando como una niña herida. Estiré mi mano para alcanzarla, pero tan solo la rozaron las yemas de mis dedos en la espalda y me tiró un fuerte golpe.
—¡No me toque! —gritó—... no me toque más...
Su voz suplicante se ahogó en un nuevo gemido y, llorando aún más, se dejó caer en el piso, junto con su hermoso corazón que se hacía pedazos, igual que la arena que cubría las paredes, esas paredes que habían sido testigos de mi atroz fechoría, de eso que nunca en la vida terminaría de purgar.
Continúa...
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