Capítulo 11

GAARA POV'S

Cuando la escuché decir que podría enamorarse de mí, no pude hacer más que aferrarme a ella con el más profundo deseo de que así fuera, creyendo firmemente que lo lograría, pues ella acababa de entregarse completamente a mí.

No tengo idea de cuando me quedé dormido, pero me desperté al sentirla moverse. La retuve por un momento, me sentía temeroso de perderla, pero la dejé ir cuando dijo que su destino próximo era el baño.

La vi caminar con mi camisa puesta y me dispuse a descansar de nuevo, pero la puerta no me dejó. Justo cuando cerré mis ojos llamaron a la entrada.

Me puse pantalón y bajé a ver quién era. Detrás de la puerta pensé que no era buena idea salir sin camisa, pero al saber que eran mis hermanos quienes llamaban abrí la puerta sin pena.

Temari dijo que venían a invitarnos a cenar. No estaba seguro de que Ioichi quisiera salir, pues acababa de salir del hospital, y de pasar por un muy buen y cansado rato. Pero Temari pidió que preguntara, así que fui arriba,

—¿Quieres ir a cenar con mis hermanos? —pregunté recargado a la puerta del baño, donde se escuchaba el agua correr. 

Ioichi contestó que sí, que terminaba de bañarse e iría con nosotros.

Bajé a decirles a mis hermanos que sí y a preguntar dónde nos veíamos, pues también necesitaba un baño.

Al regreso de la cena, volví con mi mujer en brazos. Ioichi estaba tan cansada que, después de cenar, se quedó dormida en la sala de la casa donde viví antes de casarme con ella.

Ya en casa la recosté en mi cama, la de ella la habíamos desordenado un poco. Lo que me daba el pretexto perfecto para mantenerla en mis brazos por un tiempo más, para cuidarla más, para mirarla más y amarla con callados besos y tiernas caricias.

Nuestra vida mejoró considerablemente después de aquella tarde. Yo no temía más la cercanía y ella siempre me recibía con cálidas sonrisas. Yo la amaba tremendamente y ella no me odiaba. Si tuviera que ponerle nombre a lo que ella sentía por mí, era un gran cariño seguramente.


* *


Pasaron los nueve meses del embarazo, ella daría a luz en cualquier momento y seguía aferrada a trabajar. Y, aunque en realidad no hubiera muchas personas capaces de hacer lo que ella hacía, a mí me disgustaba que se excediera de esa manera, pues por trabajar ni comía ni dormía adecuadamente.

La noche del final del reporte la vi dormir plácidamente. Casi, pues en la etapa final del embarazo le era imposible dormir bien. Tenía semanas que cambiaba de posición constantemente, su enorme barriga no le permitía mantener una postura con comodidad.

Esa noche se quejaba más de lo usual, pero el cansancio y el calor bien podrían ser los responsables. La vi sudar y quejarse aún más. Decidí quedarme observándola, pero a pesar de su incomodidad aparente ella parecía estar bien, así que me quedé dormido a su lado. Pero, cerca de las tres de la mañana, su voz me despertó.

—Gaara... Gaara, despierta... —pidió mientras se quejaba un poco más fuerte. Abrí los ojos y la miré doblada a un lado de la cama—. Entré en labor de parto —anunció—, tienes que ayudarme.

Desperté sobresaltado.

Pensé en llevarla al hospital pero una fuerte tormenta de arena no nos permitiría salir de la casa. Me puse bastante nervioso, no sabía qué hacer.

—Oye, tienes que calmarte —pidió Ioichi intentando inútilmente respirar profundo—, nervioso no me sirves para nada y realmente te necesito... Trae agua caliente y toallas limpias, necesitamos alcohol y tijeras, necesito... necesito resistir... —dijo recargando su cabeza a la cabecera de la cama, respirando profundo—. Esto duele muchooooo... —alargó la palabra en medio de un grito que se ahogó en su rostro doblado frente a ella, mientras su entrecejo se fruncía por el dolor.

Acerqué todo lo que había solicitado y besé una mano que no encontraba su lugar.

—Creía que te faltaban un par de semanas al menos —dije sonriendo nerviosamente. 

Ella hizo una mueca que murió en el intento de ser sonrisa.

—Con tanto trabajo me sorprende que no haya sido antes —indicó volviendo a apretar la cobija que se encontraba entre sus manos.

—Maldición —bufé—. ¿Por qué hay tormenta hoy? —pregunté y ella sonrió.

—Aquí... siempre hay tormenta —dijo con la voz entrecortada—... vamos, ayúdame a recostar —y le acomodé recargada a unas cobijas que apilé a media cama—. Tal como estaba en el libro —dijo y asentí.

Desde que supe que estaba embarazada me puse a aprender todo sobre el embarazo. El parto no debería ser mayor problema de no ser porque estaba bastante nervioso. Ioichi pidió que me relajara, yo no podía creer que ella estuviera tan tranquila.

Era un suplicio verla sufrir de esa manera, porque realmente se veía doloroso el proceso. La arena golpeando las ventanas me volvía loco. Yo seguía poniendo toallas calientes sobre su vientre para aminorar el dolor de las contracciones, pero no parecía estar funcionando.

Todo fue malo hasta que el bebé coronó. Pude verle después de una contracción mayor. Entonces su cabecita salió y en mi garganta se hizo un nudo imposible de tragar. Toqué alrededor de su cuello para confirmar que el cordón umbilical no le haría daño le dije a ella que todo estaba bien.

—Entonces sácale —pidió levantando de nuevo el cuerpo por el dolor de una nueva contracción. Yo hice lo que pidió, jalé a mi bebé al exterior.

Ioichi se dejó caer sobre esa pila de almohadas y yo metí mi dedo limpio en la garganta del bebé, para deshacerme de las flemas que le obstruyeran la respiración. Acto seguido mi bebé lloró y los padres de ella lo hicimos también.

—Es hermosa —anuncié para mi esposa, que aun lidiaba con la placenta.

—Es genial —dijo dejándose caer de nuevo en el montón de cobijas detrás de ella.

Corté el cordón umbilical y envolví a mi hija en una toalla caliente. Limpié un poco su cara y, poniéndola en una toalla seca, se la entregué a su madre, disponiéndome a terminar el trabajo que, por admirar a mi pequeña, había dejado a medias.

Después de unir con hilos de chacra la parte inferior de mi mujer, fui a preparar la ducha, a petición de ella, y la ayudé a llegar a la tina, aunque más bien la llevé. 

Ella me entregó la bebé y ágilmente se bañó, envolvió su cuerpo en una toalla y me pidió a la nena. Entre ambos la sostuvimos y la bañamos por primera vez. Ioichi entró a la tina llevándose a mi hija con ella. Yo me deshice de mi ropa, me lavé y metí en la tina también. 

Mi hermosa mujer recargó su cuerpo a mi pecho, dejándome ver la carita hermosa de mi bebé sobre su pecho. La vista era fantástica, pero no me quedé por mucho tiempo, afuera había mucho desorden que limpiar.

Cuando el cuarto estuvo limpio y ordenado, volví por mis amores. Abracé a mi hija en una toalla y ayudé a Ioichi a incorporarse. Ella se vistió, y a paso lento nos dirigimos a la cama.

Ya en la cama Ioichi secó y vistió a nuestra bebé, la abrazó a su pecho y la pequeña abrió sus grandes ojos azules, mirándonos. Acaricié su cabecita roja y sonreí.

—Se parece a ti —dijo Ioichi. 

Era cierto, la niña era justo cómo yo.

—¿Se puede llamar Karura? —pregunté—. Karura era el nombre de mi mamá —expliqué besando la manita de mi hija.

—Claro que sí —aceptó—. Karura es su nombre.

—Gracias por todo —dije de verdad agradecido, besando la cabeza de la mujer de mi vida—, me haces realmente muy feliz.


Continúa...



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