00:05. The good, the bad and the fool
Aun cuando era un jet privado las horas de vuelo me pasaron factura. Podría ser confundida con un zombi sin dificultad mientras arrastraba mis pies de camino a la fila del checking en el aeropuerto internacional de Narita.
Gracias a un milagro o quizás el hecho de que la exposición de Amber Styles se transmitiera en Live Stream el demonio dejó de prestarme atención y pude ponerme al día con la inmensidad de los informes que estaríamos presentando en solo horas.
—Tenemos media hora disponible para acomodarnos en el hotel. No la desperdicies Pierce.
Y hablando del diablo. Como si yo fuera una experta en orientación y el aeropuerto un campo de juegos, Jun se alejaba a toda velocidad hacia la sección de puertas magnéticas que dividían la estera de una especie de sala de espera.
Culparía al cansancio de no prestarle tanta atención a los adelantos tecnológicos respirándome en la nuca, pero tenía que conformarme si no quería terminar abandonada por mi jefe.
Casi corriendo detrás de su uno ochenta y cinco pude arrastrar mi equipaje hasta el elegante BMW negro que nos esperaba. Jun masculló otras órdenes antes de colocarse los audífonos inalámbricos y ordenarle al chófer que fuera lo más rápido posible hasta el hotel.
Nos quedaríamos en el barrio de Shibuya. En el Dragón Dorado para ser específicos, que dicho sea de paso pertenecía a la cadena hotelera que regentaba Yoko Nakamura, la madre de Jun.
Gracias al silencio por parte de mi acompañante pude bajar la ventanilla y contemplar el amanecer en un país que entraba entre mi lista de deseos ocultos.
Sería genial explorar las calles y atiborrarse de comida japonesa en uno de esos pub dedicados al sashimi, pero tenía que despertar. Menos de cinco minutos le había tomado al chófer, un japonés de elegantes rasgos y sonrisa afable, aunque dudaba que entendiera lo que yo le decía en mi machacado idioma, llegar al Dragón Dorado.
Contuve mis exclamaciones internas cuando un verdadero pelotón de botones y mujeres uniformadas recibieron a Jun con reverencias de noventa grados. Por lo visto la señora Yoko aún no se presentaba y por eso logré ver algo parecido al alivio detrás de la máscara de mi querido tutor.
—Nos vemos en la sala de reuniones este dentro de diez minutos. Escoge bien el atuendo Pierce, de la primera presentación depende más del ochenta por ciento de nuestro éxito.
Me quedé a cuadros cuando él me despeinó el flequillo antes de tomar el ascensor. Rebobina Emma, debe ser el ambiente que le afectó el cerebro. Y por qué de repente ha comenzado a tutearme, aunque me siga llamando Pierce.
—No tengo tiempo para esto.
Apreté el botón del ascensor e inmediatamente las puertas tintinearon dándome resguardo en la cabina. El botones del otro lado preguntó a qué piso.
Miré la tarjeta que me habían entregado en recepción. Ahora comprendía a qué se refieren con la eficiencia japonesa. El servicio era impecable. Indiqué que mi destino era el piso cuarenta y ocho de ciento tres que tenía el Dragón Dorado.
El botones asintió con un corto “Hai” y yo le eché la culpa al refrigerio que tomé en el avión del revoltijo en mi estómago. Encontrar el número 206 en el laberinto de puertas talladas en ébano fue una verdadera batalla pero mi mandíbula casi se desencaja al presenciar lo que Jun había definido como una Suite pequeña.
Con decir que mi habitación cabía dos veces en la especie de sala de estar de aquel sitio era suficiente. La vista era impactante.
No pude evitar correr las cortinas gritando como una niña pequeña. Tenía una televisión enorme equipada con X-Box y equipo de sonido, la falsa chimenea le confería cierto ambiente hogareño y ni hablar del equipamiento de la isla de una pequeña cocina.
Continúe explorando hasta llegar al baño. No tenía tina de hidromasaje pero sí una bañera en la que se amontonaban una colección de sales de baños que Alice apreciaría en todo su esplendor. Terminé con la habitación y no pude contenerme de probar el mullido colchón de plumas.
—Dios, ahora entiendo por qué es tan arrogante, me encantaría quedarme a pasar aquí por un tiempo.
Acaricié las sábanas como si hiciera un ángel en la nieve. El sonido lejano de Troublemaker de Green Day fue desvaneciendo mi burbuja.
“Diez minutos, Pierce, no más.”
La voz de Jun apareció en mi cabeza y como si me pusieran un resorte comprobé que ya tenía solo cinco minutos para estar algo presentable. Sin tiempo para ducharme solo corrí en dirección a mi olvidada maleta y extendí el conjunto que de milagro no se había arrugado contando el exceso de ropa que Sabrina me había obligado a traer.
Un vestido color azul marino de mangas largas entallado era la elección. Me maquillé como mejor pude con tal de ocultar las marcas bajos mis ojos producto al inminente jet lag y el estrés de soportar a mi tutor.
Demasiado ocupada corriendo contra el reloj como para idear un peinado decente solo alisé mi cabello con la plancha dejando mi flequillo hacia atrás. Un poco de brillo labial y los incómodos Louboutin de Alice para tomar la laptop y la ajada agenda llena de pegatinas y memorandos sobre lo que se iba a presentar.
La campaña más ambiciosa en la que mi tutor había trabajado hasta el momento. La expansión de la Marca Universal que lideraba el magnate japonés Yuta Sakaki.
Un toque en mi puerta me sacó de mis pensamientos y sin pensarlo más tomé el móvil y el portafolio para encontrarme nada más y nada menos que con el propio Jun Anderson en la puerta de la habitación. No sabría describir su expresión con claridad, pero alcancé a ver una especie de brillo en sus oscuros ojos.
—Vayamos a por todo, Pierce.
Fue lo que dijo antes de abrir la marcha hacia el elevador. Yo musité un “por supuesto” antes de recordar que odiaba que solo asintiera con la cabeza. Seguimos en silencio todo el trayecto dentro de la cabina.
Solo interrumpido por la música clásica en el hilo del ascensor y el tintineo de las puertas cada vez que el botones llegaba a un piso. La planta veinte sería nuestro destino y quizás fuera la formalidad del momento pero me costó reaccionar cuando Jun ofreció que fuera adelante.
El estómago se me fue a los talones cuando descubrí el salón del ala de reuniones. Si ya babeaba por la habitación que me había tocado, ahora quería quedarme a vivir en aquel sitio.
Los colores dorados y grises armonizaban perfectamente para darle un ambiente profesional y elitista al logo de la cabeza de un dragón que se reproducía en el proyector. Una mano en mi hombro me hizo despertar otra vez.
Deja de alucinar Emma, me regañé mentalmente. Nunca esperé que fueran los dedos largos y pálidos de Jun los que delinearan mi hombro.
—Mi madre está en camino. Acomodémonos hasta que se haga la primera presentación.
No sabía por qué pero la cercanía de Jun me sonaba sospechosa. Por qué de un momento a otro había dejado atrás su actitud beligerante hacia mí por otra amable y considerada.
Por otro lado, qué rayos significaba acomodarnos y esperar. Si me había aprendido el bendito informe en japonés solo por un capricho sería el fin, me acusarían de homicidio en primer grado pero con gusto le estrangularía su atractiva garganta.
—Pero mira que agradable sorpresa. Junichiro Nakamura, cuánto tiempo.
Un hombre delgado y elegante se robaba nuestra atención. De rasgos finos y una piel dorada, el traje de Armani a la medida lo hacía muy similar a uno de los protagonistas de las series chinas que Sabrina devoraba. Por lo visto ser guapo era una norma en el mundo publicitario.
Otra vez estoy pensando como la desesperada protagonista de una novela romántica, asediada por una manada de hombres ridículamente atractivos. Tuve ganas de golpearme la frente pero obviamente no lo hice.
—Yuta, puedo decir lo mismo de ti.
El apretón de manos entre mi tutor y el recién llegado me hizo caer en la cuenta de que el mundo de los negocios era más sucio que una alcantarilla. Las sonrisas forzadas, los pactos truculentos por escalar hasta la cima y por supuesto la competencia de egos solo reforzaban la idea que mi madre tanto defendía a capa y espada.
“Te medirán por tu ropa, tus modales y tu expresión. Aun cuando tu alma le gane a todo ello, lo primero que captará la atención de los demás será tu exterior.”
Tenía ganas de hacerme invisible pero no podía escapar. El tal Yuta abandonó el saludo con Jun para dedicarme una mirada que iba de lo decoroso a lo obsceno.
—Vamos, Jun, suelta el nombre de tu hermosa acompañante o me saltaré la etiqueta y cometeré el atrevimiento de invitarla a una copa por mi cuenta.
Jun arrugó el entrecejo pero eso solo duró cuestión de segundos. Era mi impresión o ya estaba acostumbrándome a leerle el rostro. Yuta insistió elevando una ceja.
—Es mi asistente personal en defecto de Sora. Aun no se gradúa, Sakaki.
El tono oscuro de esas palabras parecieron más una amenaza que una afirmación, pero al tal Yuta le valió madre mientras me ofrecía su mano y una sonrisa bastante atractiva.
—Ignoraré la descortesía de tu insufrible tutor, cariño. Yuta Sakaki, pero para ti solo Yuta.
La escena era desde mi punto de vista algo cómica. Jun asesinándome con la mirada mientras el señor Sakaki coqueteaba descaradamente solo para molestar.
—Emma Pierce, lo demás lo ha dicho el señor Anderson.
Yuta alargó el apretón de manos solo un poco más para comprobar la expresión asqueada de Jun que murmurando una disculpa atravesó la estancia a grandes zancadas para encontrarse con la mujer menuda que acaba de llegar.
—El hijo de mami está celoso, pero no es para menos. Disculpa esta especie de escena. Me gusta recordarle que sigue siendo ese mocoso al que le pateaba el trasero en las clases de kendo.
Tuve que sonreír. Ahora comprendía por qué Yuta Sakaki era considerado el Rey de la Industria publicitaria en Japón. Su carácter afable y buen olfato para los negocios lo convertían en un digno oponente.
Tan solo haberle recordado a Jun su nombre japonés ya decía que haría lo que fuera para sacarlo de quicio y lo estaba logrando, aunque todo fuera parte de aquella especie de jugarreta.
—En serio, debes de tener mucha paciencia para lidiar con él. Por experiencia propia sé que no le gusta perder. Aunque el tarado sigue teniendo buen gusto.
Yuta continuó con su plática desinhibida donde no perdía la oportunidad para hacer quedar mal a su oponente. Yo solo observaba como Jun se retiraba a una esquina con su progenitora y ambos intercambiaban miradas para nada amigables.
—Sean bienvenidos al Dragon Hall y a la Conferencia Internacional de Publicidad y Ventas del Circuito Asiático. Gracias por su atención y disculpen la espera.
Una chica de recto flequillo e impecable traje ejecutivo se adueñó del podio en el salón. Esa era la señal para que cada quien ocupara su sitio. Así que despidiéndome del señor Sakaki no me quedó de otra que encaminarme hacia Jun y la aclamada Yoko Nakamura.
—Señor Anderson, espero sus indicaciones.
Fue la mejor manera que encontré para lucir profesional cuando una mueca en el rostro de la menuda mujer me dejó saber que el desastre estaba cerca.
—Hablaremos más tarde, Junichiro.
Fue lo que dijo ella y el mismo gesto que solía hacer Jun cuando algo le incomodaba se hizo notar en sus delicadas facciones. Bien decían por ahí que los chicos heredaban casi todo de sus madres y Yoko era como una especie de criatura etérea con el aura de una emperatriz. Una que me odiaba en esos momentos.
—Desgraciadamente.
Masculló Jun antes de encaminarnos a uno de los sitios de la mesa con forma de ovalo que presidía el lugar. Después de eso mi atención se la llevó la tira de promociones sobre la expansión de la cadena hotelera y una pormenorizada actualización de las tendencias en el área publicitaria.
Jun seguía el hilo de la conferencia garabateando en su cuaderno con la precisión de un baterista. De vez en cuando nuestras miradas se cruzaban. Ya no tenía el ceño fruncido pero sí me molestaba la intensidad de aquellos ojos. Como si me adjudicara silenciosamente una culpa que esta vez no me atrevería a cargar.
Finalmente el momento que todos esperaban llegó. La misma chica que hiciera la apertura presentó el proyecto Universal, una campaña internacional que imbricaba a las industrias del entretenimiento, la moda y el medio ambiente. La sangre se me fue a la cabeza cuando mi nombre fue pronunciado.
Los cuarenta pares de ojos en el salón parecían escanearme mientras intentaba regular mi pulso. No me creía que con solo veintidós años estuviera a punto de presentar un proyecto que había surgido solo para salvar mi trasero de conseguir la pasantía.
Make burn on the Street había sido la elección de mi tutor y buena parte de la tesis con la que pretendía graduarme estaba allí, quemando entre mis sudorosas palmas mientras alcanzaba el podio.
Dime si no te has quedado en blanco alguna vez. Podía escuchar los latidos de mi corazón con una precisión aterradora mientras meses de desvelo y ganas de asesinar a Jun se acumulaban solo para que una comisión de extraños evaluara todos nuestros esfuerzos.
Si lo arruinaba ahora no solo me estaba jugando la conclusión de mi carrera o el hecho de demostrarle a mi madre que se equivocaba en cuanto a sus predicciones sobre mi futuro. Si metía la pata lo más probable es que el hombre que me abrazaba con la mirada en ese momento decidiera mi ejecución.
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