Capítulo 69

—Es un poco tarde y no es nada comparado a todo lo que has hecho por mi, pero espero que le guste, maestro.

Teka le pasó una daga con un mango en forma de dragón, las incrustaciones de rubíes brillaban a la luz del sol y se veía que la plata usada en ella era de la mejor calidad posible. Katsuki la examinó con cuidado, notando la carga mágica en ella y le dió una mirada interrogante a su discípula.

—No se enoje, es para que pueda pasar al Jardín del Dragón libremente. Sé que no le gustan los protocolos para ingresar al castillo y no hacen falta entre nosostros —le explico la reina los hechizos que tenía la daga —Lo deje incorporado a la barrera mágica como mi invitado más importante. Podrá pasar siempre que quiera. Y más le vale hacerlo, no seré una niña, pero su consejo siempre ha sido el más sabio.

—Sabes que puedes buscarme siempre que necesites ayuda, Teka —se guardo la daga en su bolsillo y observó a la reina, que se removía nerviosa y le miraba con algo de preocupación — ¿Qué sucede?

—Es que...me han llegado reportes, de algunos nobles buscando perjudicar a los Bakugou. Las medidas usuales sería reunir pruebas para llevarlos a juicio pero...

—No hace falta —le detuvo el mago y supo que la reina tenía miedo que le dijera eso, porque sus ojos azules se volvieron agudos, en señal de que estaba por ponerse en su modo terco y debía detenerla antes de que llegara a eso —Teka, mi clan puede defenderse a sí mismo y yo también. Los nobles te han criticado desde el inicio por apoyarte en los Bakugou y en mí, que no te metas entre ellos y nosotros harán que te vean como una figura del poder neutral. Y evitará que vayan a por ti también.

—No le haría daño aceptar algo de mi ayuda, maestro —insistió la pelirroja —No es mucho, pero si algunos soldados van a la zona fronteriza, podríamos enviar un mensaje de unión.

—No quiero a los soldados de Yuei ahí y tampoco creo que a la Matriarca de los Bakugou le cause gracia. Recuerda que para Yuei, la zona fronteriza sigue siendo un lugar de bárbaros y campesinos —bufo el cenizo —Habría conflictos que no nos hacen falta a ninguno, Teka.

Teka termino suspirando y aceptando la derrota. Katsuki le agradeció su preocupación y le aseguro que, si la situación se le iba de las manos, podría ser que le pidiera ayuda. La reina se quedó un poco más tranquila con eso, lo acompaño hasta la salida del reino y se detuvieron un momento en la entrada.

—Le dije a Yuki que te ibas y se puso bastante triste. Creí que vendría a despedirte —comentó la reina —Me sorprende que no sea así.

—No le gustan las despedidas —dijo el de ojos rojos.

—Maestro, de vez en cuando, he visto que Yuki se queda mucho tiempo viendo los papeles y tintas que tiene en la habitación. Le he preguntado si quiere escribirle al Señor del Invierno pero no me responde o me esquiva la pregunta —se mostró un poco decaída por eso, se notaba que la relación entre ambas era cada vez más estrecha y que la pelirroja empezaba a querer mucho a la albina de ojos grises — ¿Podría decirme cómo era la relación entre ellos?

Una de las primeras peticiones que le hizo Yuki a Teka era la de que respetará cuánto quisiera contarle de sí misma y su decisión de no volver al Valle del Hielo, aún si no se casaban. La reina cumplió con eso pero estando ahora cada vez más enamorada de su prometida, empezaba a tener curiosidad por su pasado y lugar de origen.

Un pasado que Katsuki no podía contar para proteger el Señor del Invierno y a Yu.

Así que, solamente, le dió unos detalles.

—Eran cercanos y se querían mucho —le confirmo a la reina —Pero acordaron no volver a verse. Yuki debe pensar que escribirle no es diferente a verlo y que eso solo los lastimara más a ambos. Te aconsejo que no la presiones. Si ella ve que eres de su entera confianza, te lo dirá todo tarde o temprano.

Y entonces Teka podría enojarse con él o no, pero el cenizo sabía que no se ganaría su odio por eso.

—Las palabras del maestro me hacen sentir mejor —sonrió la reina pero sus ojos reflejaron tristeza —En verdad lo voy a extrañar. Me hará mucha falta.

Katsuki rodó los ojos pero, al final, agarro el brazo derecho de Teka y la abrazo, ella podía ser muchísimo más alta que él y podría sentirse incómoda por la postura, estar avergonzada por ser tratada como una niña o enojada por no haber logrado ocultar lo triste que estaba con su partida. Sin embargo, la pelirroja solo le devolvió el abrazo, se oculto en su hombro y se quedaron ahí un largo tiempo.

Después, cuando su carruaje llegó, la reina se separó de él y lo vio subir al carruaje. Le sonrió una última vez y con la frente bien en alto, agarrando los dobladillos de su vestido, volvió a meterse dentro del castillo.

Mientras tanto, Katsuki partió a las zonas fronterizas en busca de algo de paz y quizás, pensando en la posibilidad de que por fin podría instalarse permanentemente en su hogar.

Aki y Mei insistieron con que se fuera a vivir con ellos a su casa, usaron la excusa de que de todos modos pensaban expandirla para darle un cuarto y una pequeña oficina cuando quisiera trabajar en sus pociones. Katsuki no pudo negarse —los dos fueron muy insistentes— y acepto. Por las mañanas, desayunaban los tres juntos, con Tsuki subido al regazo de su padre y viendo a su madre, la cual tenía el estómago abultado en espera de su segundo bebé, preparando el pan y haciendo panecillos dulces. La escena tan cotidiana y hogañera le hizo sentirse descolocado al inicio y quería huir la mayoría del tiempo, ¿qué pintaba él ahí en medio de una familia amorosa?

Pero Mei le llenaba su plato con su desayuno favorito, Aki le ponía una mano en el hombro y le pasaba a Tsuki para ayudar a su esposa a lavar. Y el pequeño niño le miraba con sus ojos verdes y le sonreía y le pedía cuentos acerca de sus aventuras o que le enseñará magia. Seguía sin saber qué hacer exactamente pero, al menos, no tenía deseos de irse.

Se sentía bien. Cálido. Agradable y reconfortante.

Esas son sensaciones peligrosas. Lo distrajeron de la verdad que sabía desde niño. Que el mundo era un lugar cruel y solo los fuertes pueden sobrevivir.

Los fuertes sobreviven para proteger a los demás.

— ¿Gente de Yelpe y Nikka?

Katsuki estaba en la oficina de Mei, lo había llamado para discutir un asunto importante y él supo por la expresión de su prima que era delicado. Pero jamás se espero escuchar que tenían un pequeño rincón en las zonas fronterizas dónde vivían habitantes de Yelpe y Nikka, refugiados de la guerra que estaban en Yuei cuando él lanzo el hechizo Chronos. Menos que eran, mayormente, niños pequeños que desarrollaron magia.

—Vinieron dos hombres a pedir ayuda. No saben qué hacer con los niños y tienen miedo de que en Yuei los maten por su origen —le contó la castaña —No lo consideran un lugar seguro.

— ¿Y no han escuchado hablar de que un Bakugou se encargó de masacrar sus naciones? —le cuestiono.

—Sí, pero también de que la zona fronteriza, a diferencia de Yuei, no toma prisioneros de guerra o hace cacerías por origen étnico —respondió la de ojos verdes —Saben que este territorio no puede ser tocado por el ejército imperial, debido a esa razón, se sintieron con la bastante confianza para venir hasta acá a pedir ayuda con sus niños.

Katsuki gruño. No es que no quisiera ayudar a esas personas. Pero, ¿y si guardaban rencor por lo que les hizo? ¿qué pasaba si buscaban venganza? ¿cómo podría detenerlos?

—Katsuki, son mayormente niños pequeños. Los quince adultos que estaban con ellos están dispuestos a venir aquí y trabajar desde donde podamos verlos, mientras nos encargamos de la educación de sus hijos —intentó convencerlo Mei —Eres bueno enseñando magia, Katsuki. Lo sé por experiencia propia y estos niños necesitan a alguien que los apoye y les diga que estarán bien de ahora en adelante.

—No es muy convincente si viene de la persona que aniquiló sus clanes, Mei.

Mei hizo una ligera mueca. Luego se acaricio el estómago y pensó por unos segundos cómo convencerlo. Decidida a intentar una última cosa, le propuso al mago lo siguiente.

—De acuerdo, ¿y si vas a darte una vuelta por allí y después decides? No pierdes nada por hacer eso.

El cenizo acepto, solo para convencerse a sí mismo de que debía hacer que esas personas se fueran de las zonas fronterizas. Mierda, les daría identidades falsas si le hacían falta. Pero sería mejor para ellos que estar cerca del Dios Chronos como lo llamaban todos los nobles.

El pequeño rincón que tomaron los de Yelpe y los Nikka quedaba cerca del primer pueblo de Yuei, detrás de una colina, cercano a un lago y a su clan. Las casas se veían hechas de forma humilde y las personas que encontró en lo que debería ser el centro se mostraron cautelosas, los niños se fueron esconder por órdenes de los adultos cuando llegó en su cabello y una de las mujeres se le acercó, debía ser de Yelpe por el cabello verde —una característica común de esa tribu que se decía estaba asociada a las sirenas— largo que le llegaba a la cintura y lo bronceada que estaba su piel.

—Buenas tardes, ¿puedo ayudarlo con algo?

—Soy del clan Bakugou —no dió su nombre pero, por la mirada de análisis de la mujer, ella debía saberlo —He venido a examinar a sus niños.

—Bien —acepto la mujer sin protestar —Son treinta y nueve niños los que están aquí, algunos muy pequeños y otros más grandes. Deme un minuto para reunirlos a todos y a sus madres.

El cenizo espero en el centro del pueblo, las mujeres eran solamente tres más aparte de las que vio, dos de Yelpe y una que debía ser Nikka. En el momento en que los niños empezaron a aparecer, vio que algunos cargaban a otros y que algunos tenían vendajes en alguna parte de sus cuerpos. La mujer que lo recibió volvió con lo que parecía un bebé de unos tres meses y otro bebé de seis meses, cargado en cada brazo. Las demás mujeres se acercaron a ayudar y los niños se fueron presentando, Katsuki pidió que le explicarán sus heridas y los pequeños junto con las mayores le explicaron diversos accidentes. También le contaron que, si bien todos ahí tenían cierto grado de parentesco entre sí, casi nadie se conocía.

La mujer que le recibió le contó que estaba huyendo de la guerra junto con su esposo y su hija, cuando otras personas se le unieron en el camino y terminaron siendo una especie de caravana que sobrevivió a la llegada del Muro del Dragón con un día de diferencia. Fueron recogiendo niños de las zonas más turbias de la guerra y terminaron en las zonas fronterizas, el lugar que consideraban más seguro, al no poder continuar el viaje con tantas personas a cuestas y por los pequeños.

No tenían un especial resentimiento por su lo sucedido en su lugar de origen, aunque no negaban que les dolía muchísimo la destrucción de sus costumbres, historia y familias. Al no querer participar de la guerra, ellos mismos habían sido perseguidos por traidores y desertores. Únicamente querían una vida pacífica, viviendo de la tierra como estaban acostumbrados a hacerlos. Los Yelpe extrañaban la cercanía con el mar, pero eran felices con los ríos y las lagunas para pescar. Los Nikka anhelaban las altas montañas dónde podían trepar libremente y cazar Wings con facilidad, pero reconocían la belleza de los campos abiertos y las colinas.

No eran malas personas. Trataban de sobrevivir y querían lo mejor para la generación más joven. Habían perdido a tres niños por accidentes mágicos que no supieron controlar. Un niño prendió fuego su cabaña y no lograron sacarlo. Dos hermanas se ahogaron en un río al intentar practicar magia con el agua.

Katsuki las escucho atentamente, trato las heridas de los niños hasta sentirse cansado y espero la llegada de los hombres, que venían de las zonas de cultivo que se hicieron ellos. Llegaron casi al amanecer. Uno estaba muy contento por haber traído unos conejos pero al verlo a él sentado en la fogata junto con los niños y las mujeres, su expresión cambio. Se mostró más titubeante hasta que los demás hombres llegaron a verlo también.

—Katsuki Bakugou —lo reconoció uno de ellos, dijo su nombre con desdén, pero el cenizo le dió puntos por no atacarlo directamente — ¿Qué te trae por aquí?

—Vine a verificar el estado de los niños —se puso de pie, limpiando el polvo en su ropa negra y viendo hacia el hombre —Y a hacer una propuesta, si están interesados en escucharla.

Mei se había vuelto bastante inteligente con los años o quizás lo conocía mejor de lo que Katsuki estaba dispuesto a reconocer. Porque, al final del día, acordó con esas personas que le enseñaría a los niños en ese pequeño pueblo aislado dónde no podrían hacerle daño a nadie con su magia. A cambio, ellos irían a trabajar a las zonas fronterizas y recibirían un sueldo, podrían vivir en las posadas de manera gratuita hasta que llegara el momento de construir sus hogares y vendrían a visitar a los niños cada cinco días. Pondría un par más de maestros y a tres guardias que Ayame podría prestarle para cuidarlos.

Katsuki les empezaría a enseñar magia a partir de mañana.

Era el día de mudanza al Pueblo de Xiwang —una palabra en Yelpe para "esperanza"— de Katsuki cuando escucho los gritos de Mei en la planta baja de la casa, corrió como nunca antes en la vida por las escaleras y casi se llevó por delante a Tsuki, que asustado y llorando le gritó que su madre tenía problemas con el bebé. El cenizo lo mando a buscar a Aki, que debía estar en los establos, siempre se levantaba temprano para darle de comer a los caballos. Mientras tanto, él fue con Mei, tenía el piso de la cocina todo mojado y una expresión de dolor horrible, se sostenía de la mesa toda encorvada y apretaba la madera con los dedos. La magia salía descontrolada de su cuerpo y parecía causarle estrés extra, se le acercó y le puso una mano en la espalda.

— ¿Que mierda tengo que hacer, Mei? —preguntó intentando que su voz no sonara aterrada como se sentía.

M-Mi recamara, llévame ahí, Aki...d-debió ir por la partera —hizo fuerza la castaña para contener las lágrimas — ¡Oh, carajo! ¡A la mierda con tener otro! ¡Será el último parto que sufro!

Katsuki alzó con cuidado a su prima y la dejo aferrarse a él con uñas y dientes en lo que subía por las escaleras hasta su recamara. No tenía idea de cómo era un parto y por la cantidad de líquidos que perdía Mei entre las piernas no estaba seguro de querer saberlo. Por la manera en que se retorcía su prima y gritaba podía hacerse una idea de que no sería nada placentero. La dejo en la cama con cuidado y le puso almohadas en la espalda, le trajo baldes de agua fresca como le ordenó y le sostuvo la mano hasta que la partera y un desesperado Aki llegaron. Después, salió de la habitación para dejar a la pareja sola y fue con Tsuki que estaba en la cocina, parecía más tranquilo, aunque todavía un poco preocupado.

Con los gritos de Mei era de esperarse esa reacción.

—Katsuki-niisan, ¿duele mucho tener un bebé? —le preguntó el niño.

—No lo sé, nunca he tenido uno —respondió el cenizo sentándose en una silla al lado del niño — ¿Preocupado por tu mamá? —el pequeño asintió —No lo estés. Ella es fuerte. Puede que sea incluso más fuerte que yo. Estará bien y pronto tendrás a tu hermana o hermano cerca y deberás cuidarlo muy pero muy bien.

—Papá me contó que tenía un hermano mayor que lo cuidaba mucho y que era genial, ¿Katsuki-niisan lo conoció? —quiso saber el pequeño con sus ojos verdes brillantes de curiosidad —Mamá también me dijo que tengo una tía llamada Kana, que me quiere mucho y que siempre pregunta por mi, ¿la conoce?

—Sí, conocí a tu tío, se llamaba Ichi y tú padre tiene razón, era genial. Valiente y fuerte —se sintió melancólico al recordarlo, se apretó los puños y miro al pequeño que seguía esperando sus palabras a la otra pregunta —A Kana también la conozco. No es tan amable como tú mamá, es más directa y ruda, pero te aseguro que te ama y que desea que estés bien.

Tsuki sonrió, se bajó de la silla y se acercó hasta él, intento subirse a su regazo pero le faltaba fuerza. El cenizo se rió y le ayudo, el niño le tomo de las mejillas y sus ojos verdes le miraron con atención.

—Katsuki-niisan, ¿me vas a enseñar magia cómo a los otros niños? —hizo un puchero el menor —Mamá no me dejó ir contigo para aprender. No es justo. Yo también quiero aprender a hacer magia.

—Si la desarrollas, quizás valga la pena enseñarte algo —le dió un golpecito en la frente y el niño se rió —Primero cuida de tu mamá y el bebé, te van a necesitar mucho.

— ¡Lo haré! ¡Seré el mejor hermano mayor del mundo entero!

Katsuki sonrió ligeramente y, entonces, se escuchó el sonido del llanto de un bebé. Tsuki brillo con luz propia y lo alzó en brazos para que ambos pudieran llegar hasta la recamara. Aki les abrió la puerta, sonriendo los invitó a pasar, mientras que él acompañaba a la cansada partera al baño para que se limpiara la ropa y se llevaba las toallas sucias que usaron.

Mei se encontraba en la cama, exhausta pero radiante, con un pequeño bulto entre sus brazos. Tsuki se le escapó y quiso ir a conocer a el bebé, pero no lograba subirse a la cama. El cenizo se acercó con cuidado, lo primero que vio del bebé fueron unos ojos azules preciosos y pelusas de color negro sobre su cabeza. Sería una copia de Aki. No tenía dudas.

—Es niña —murmuró Mei cansada —Una preciosa niña.

—Felicidades —le deseo desde el fondo de su corazón y la castaña le sonrió, se acomodo en la cama y le dejo ver a la bebé más de cerca.

Pero Katsuki no se atrevió a tocar a tal inocente criatura. Mei no se enojo por eso, seguía sonriendo y riéndose al notar que Tsuki no podía subirse a la cama. El cenizo noto que tenía las mismas arrugas que Kana alrededor de los ojos y boca y ahogo esos sentimientos en el interior de su corazón por eso.

—Katsuki, por favor, ¿podrías ponerle un nombre?

El pedido lo aturdió un segundo pero, después miro a la bebé y tuvo su nombre al instante en que vio otra vez esos maravillosos ojos azules.

—Aoi.

— ¡Arrrg, que frustrante!

— ¡Katsuki-niisan, esto es imposible!

— ¡Solo se está burlando de nosotros!

Katsuki se tapó la boca para no reírse de los niños en el agua, después se les unió, puso sus pies en la laguna y murmuró un pequeño hechizo que hizo que el agua se elevará hacia arriba. Los niños lo observaron atentamente.

—Ya les dije que la afinidad mágica con el agua es bastante complicada. Ni que fuera mi jodida culpa que su magia de inicio sí sea la más difícil de aprender —les dijo y los tres niños hicieron pucheros —Necesitan estar relajados. Sentir el agua. Vamos, intenten concentrarse un poco más.

Los niños tenían doce años todos con algunos meses de diferencia. Se llevaban bien y cuando estaban juntos tenían grandes progresos. Por eso Katsuki los juntaba para los ejercicios mágicos, aunque eso también hacia que los tres se apoyaran juntos en sus quejas y travesuras al final de la clase. Los dejo solos unos segundos para ir a supervisar a los demás.

Habían pasado cinco años desde que Xiwang era un pueblo escuela para los niños huérfanos. El cenizo se encargaba de la comida y los bienes materiales junto con otras personas del clan que quisieron voluntariamente venir a ayudarlo. Eran cinco mujeres y cinco hombres, todos buenos haciendo magia y disfrutaban de enseñarla a los más pequeños. Los adultos de Yelpe y Nikka trabajaban diligentemente en sus campos y pensaban llevarse a sus niños cuando ya no fuera peligroso tenerlos cerca de otros. Los guardias hacían un excelente trabajo con las protecciones y manteniendo a los animales salvajes fuera cuando los menores descansaban.

En pocas palabras, Katsuki disfrutaba de una vida pacífica. Compartía habitación con dos maestros que eran los hijos adoptivos de sus tíos Ame y Jyu. Pasaba las tardes cocinando para niños que lo llamaban "Katsuki-niisan" y le pedían para jugar en vez de estudiar. Iba a visitar a Mei y Aki cada quince días, siendo atrapado para jugar con Tsuki y la adorable Aoi.

Nunca pensó que podría decir que estaba feliz con ese tipo de vida, pero lo estaba. No tenía muchas obligaciones más que asegurar el bienestar de los menores y alimentarlos. Podía estudiar magia cada rato libre que tuviera. Convivía con otras personas y disfrutaba de su compañía. La pasaba bien pese a las pesadillas que le veían de vez en cuando. Escucho del casamiento de Teka, de las masacres que estaban haciendo los Wings muy lejos en el oeste, los disturbios de las sirenas y puedo ignorar todo eso, para enfocarse nada más en los niños.

Katsuki debió saber que estaba cometiendo graves errores. Vivía aislado del mundo que le rodeaba. Mei y Aki no mencionaban nada de los nobles desde hace tiempo y el incendio en los campos de arroz de la última vez casi fue fatal. Tenía un mal presentimiento escondido en el fondo de sus entrañas pero se negó a verlo hasta el final. Se negó a reconocer que él no merecía la felicidad, ni una familia, ni momentos cotidianos de alegría como esos.

Y le explotó en la cara cuando menos se lo espero.

Uno de los maestros le comento que los niños querían hacerle una fiesta sorpresa ese día, después de que volviera de su visita a Aki y Mei. Las mujeres dijeron que era porque él siempre cocinaba pasteles para los niños en sus cumpleaños pero nunca había celebrado uno suyo con ellos. Querían hacerle algo especial y todos iban a ayudarlos. Tenía que hacerse el sorprendido cuando llegaran, pero le avisaron por adelantado para que no se enojara con los menores por no tomar sus clases mientras él no estaba y que, si podía, se tomará su tiempo en el trayecto. No es como si fuera fácil coordinar a tantos niños, aún si todos querían trabajar en un objetivo común.

Por lo tanto, el cenizo dejo el caballo que usaba ese día en el pueblo. Volvería por el animal al día siguiente. Decidió hacer el camino a pie, iría más lento y podría practicar sus felicitaciones. A veces era muy estricto con los niños, pero era porque sabía que tendrían éxito si les exigía. Las maestras le decían que eran muy felices cuando les daba palmaditas en la cabezas. Quizás podría hacer eso si le fallaban las palabras.

Estaba atardeciendo. Las nubes se volvieron rosas y anaranjadas, su sombra se iba haciendo más grande a su espalda, camino hasta que empezó a sentir una molestia en el pecho, en el aire se podía oler el familiar aroma de la sangre y quiso engañarse a sí mismo, pensando que debía ser de algún animal. Pero el olor se volvió más intenso, revolviendo su estómago y antes de que se diera cuenta, estaba corriendo rumbo a una pesadilla.

Porque eso tenía que ser. Una pesadilla. La más horrible pesadilla de todas. No tenía otra explicación, debía ser una pesadilla.

Niños colgando de palos, con sus ojos abiertos y las bocas abiertas, la sangre caía por la madera hasta el suelo. Las mujeres, los hombres, los guardias, todos estaban iguales que los pequeños a los cuales Katsuki no pudo quitarles la vista. Se acercó a uno de ellos y vio con horror al niño moverse, su boca se abrió y murmuró.

C-Corre...K-Kat...no...

Se movió un poco más, el palo de madera se enterró más profundo en su cuerpo y murió.

Katsuki vómito en el pasto, sus ojos soltaban lágrimas sin que pudiera detenerlos y detrás suyo escucho unos pasos, sintió a alguien abrazarlo y sintió más asco todavía, quiso moverse pero Shigaraki se lo impidió.

— ¿Quieres saber quién lo hizo, Katsuki? Puedo ayudarte. Te ayudaré a vengarte de ellos. Están cerca todavía —susurro el monstruo en su oído —Un grupo de mercenarios y magos, contratados por un noble de Yuei a quien no le agrada que el Dios Chronos tenga tantos lindos territorios y los desperdicie en miserables. Sé sus nombres, ¿no quieres oírlos?

—...Suéltame —gruño pero no tenía fuerza. Había sangre en el pasto, órganos, partes del cuerpo de pequeños niños, de sus estudiantes, de sus compañeros y de los hijos de sus tíos —Déjame.

—Incluso para mí esto es demasiado —suspiro Shigaraki contra su cuello —El emperador del Diamante no llego a tanto por su vida eterna. Cuánta crueldad.

El cenizo intento empujarlo más fuerte, pero el monstruo lo tiró al pasto para que estuviera boca arriba, puso sus manos sobre sus muñecas y puso sus brazos a la altura de su cabeza. Le sonrió, ojos rojos, cabello blanco. Odiaba tener a un monstruo arriba suyo y que hubiera llegado solo por la crueldad cometida, no porque tuviera algo que ver en ella. Quería desquitarse con él. Deseaba matar a quienes le hicieron algo tan horrible a sus niños y a sus amigos, a su gente. Podía sentir la magia rodeando su cuerpo, pidiendo sangre y vidas.

Pero si la dejaba salir, si la soltaba, no solamente Shigaraki se iría, sino que también acabaría con toda la zona fronteriza.

Mataría a todos. Porque su corazón ya no distinguía entre buenos y malos. El odio y el resentimiento lo estaban consumiendo.

Katsuki se asusto de sí mismo cuando se dió cuenta que no le importaba eso.

—En la soledad del desierto fuí conciente de una gran verdad, Katsuki, una que te voy a compartir —susurro contra sus labios el monstruo —Los humanos no merecen compasión. Deben sufrir. Ser miserables. Arder en lo que llaman el infierno, ¿no lo crees tú también ahora? ¿no crees que lo merecen después de lo que has visto? Tú que te has empeñado tanto en protegerlos, en cuidarlos, en amarlos, ¿ellos como te lo han devuelto? Solo te van a decepcionar una y otra vez. Te van a abandonar. Y me tendrás que dar la razón, querido, en que no valen esas preciosas lágrimas que estás derramando.

Katsuki gruño cuando Shigaraki se inclino para lamer sus lágrimas, el tacto de su lengua ardió contra su piel como si le hubiera quemado y estuvo seguro que el monstruo lo hizo por la sonrisa de satisfacción que le mostró cuando volvió a estar a la altura de su rostro.

—Te tienen miedo, Katsuki, le temen a tu magia y te van a perseguir hasta acabar con todos los que amas, ya que no pueden hacerlo contigo, ¿crees que se van a detener con esto? —le cuestiono el monstruo —Los siguientes podrían ser esas personas a quienes vas a ver cada tanto, la pareja con dos niños de la casa grande. O la mujer que está ahora en el desierto. Incluso la reina a quien criaste desde niña podría ser un objetivo. Oh, querido, sería más sencillo si los matarás a todos. No tendrías más preocupaciones.

No lo soporto más, expulsó toda su magia como una ráfaga de fuego y Shigaraki se salió de encima suyo, pudo respirar y pararse en sus dos piernas. Mirar al monstruo de frente que le sonreía y reconoció que tenía razón.

Sí quería matarlos. A todos. Estaba harto. Y no sabía a quién iba a dañar en ese estado. Solo sabía que era muy peligroso y que no se calmaría pronto, que el odio que tenía guardado por tanto tiempo contra sí mismo y los demás —los ancianos, los Lobos Negros, el Señor Feudal Todoroki, la tribu del Yelpe y los Nikka por empezar la guerra— salió a flote finalmente y no podía contenerlo más. Escuchaba al anciano Kuro en su cabeza diciendo "deberías hacerlo, deberías matarlos a todos, ya lo hiciste antes con tu padre, maldito monstruo". A Yue murmurando "deberías hacerlo sufrir, como yo, como tú. Hazlos sufrir". Al alcalde y su esposa "no nos protegiste. Creíamos en ti. Confiamos en ti". Miles de voces en su cabeza que lo atormentaban y no se callaban y deseaba con desesperación que se callarán.

Katsuki se agarró los cabellos y sollozo, levanto la cabeza y vio que Shigaraki tenía una sonrisa un poco distinta a la siempre sádica que cargaba. Parecía tenerle lastima.

—Sería más sencillo matarlos a todos —volvió a repetirle el monstruo —O sería más sencillo si tú no existieras.

Después de decir eso, se fue. El lugar siguió oliendo a sangre, el cenizo podía sentir la herida en su cara y sabía que si volteaba seguiría viendo lo mismo que antes, la misma escena, la misma pesadilla. Pero de repente su mente se aclaro, las voces se callaron un segundo y supo lo que tenía que hacer.

El monstruo le dió una buena idea.

La Puerta del Adiós existía dónde él quisiera, dónde se sintiera cómodo y eso era en la casa de Mei y Aki. Cuando se dió cuenta de esto, les contó que no debían abrir nunca la puerta y que debían mantener a los niños lejos de ella. Intentaron sacarla con magia pero era imposible. Al final, era más sencillo que permaneciera ahí y que nadie se acercará.

Katsuki llegó a la casa con la cabeza gacha y se encontró con Aki en la entrada, jugaba con Aoi en el patio. Tsuki últimamente se iba al bosque a cazar con sus amigos y Mei hacia papeleo hasta tarde, ¿lo habría visto desde la ventana? Esperaba que no. Solamente quería hablar con Aki.

Solamente a él le diría lo que estaba por hacer.

—Que el olvido se trague mi nombre —murmuro al viento viendo finos hilos como de telaraña rodeando su cuerpo —Que los cuentos se vuelvan la verdad. Nadie debe recordar, a la persona de ojos rojos y cabello cenizo que magia hizo en un día desesperado. Es mejor recordar el Dios Cruel y poderoso, que a el patético y asustado niño del bosque.

Quemó sus libros antes de irse. Los hizo para esos niños, eran libros especiales para ellos, como los que había creado para sus primos. Nadie más los iba a tocar. Xiwang pronto sería visitado por las personas cercanas, verían la tragedia y harían algo. Él no podía hacerlo. No tenía la fuerza para esa tarea.

Su cuerpo se sintió ligero cuando llegó hasta la entrada, cuando Aki y Aoi lo vieron, lo primero que hizo fue agacharse en el suelo y por primera vez, acepto un abrazo de la menor, uno muy prolongado y sintió lo frágil y pequeño que era su cuerpo entre sus brazos, pensó en los niños de Yelpe de inmediato y sus ojos se pusieron llorosos otra vez. Su cabello negro olía a tierra y pasto, a las flores silvestres que crecían en el jardín y con las cuales Mei adornaba su cabello. Cuando la soltó, ella le sonrió con una dentadura imperfecta y adorable, él le coloco una mano sobre la cabeza, le acaricio la mejilla y antes de empezar, dentro de su corazón, se lamento no poder haber visto también a Tsuki una última vez.

Empezó el hechizo. La telaraña creció a su alrededor, rodeando a la niña, la casa y todo lo demás.

—Adiós, Aoi —se despidió y murmuró —Teka, Aki, Kana, Mei, Hake, Nino, Fuji. No me olviden.

Los ojos azules de la niña se volvieron opacos, después se rió y sollozo. Y luego se desmayo entre sus brazos. Aki se asusto y corrió a socorrerla, pero el cenizo la dejo en el pasto y le aseguro que despertaría pronto.

—Eres el único despierto durante mi hechizo —dijo y la cara del azabache fue de pura confusión —Hoy he llegado a Xiwang y todos los niños estaban muertos, muertos por mi culpa, porque yo les estaba enseñado se convirtieron en un objetivo. Aki, he tenido suficiente, no puedo más. No quiero que nada malo le pase a nuestra familia o a Yuei. Lance un hechizo de cambio de memoria. A partir de hoy, todos van a olvidar quién mierda fue Katsuki Bakugou y en su lugar, van a recordar al Dios Chronos del Clan Bakugou.

Katsuki se paró del suelo, sentía los pies ligeros y un agotamiento horrible que hacia que le doliera la espalda y el estómago. No quiso voltear para ver la expresión de Aki. Solo no podía irse sin hablar por última vez con uno de sus familiares. Quería un último recuerdo, dónde supiera que hizo lo mejor.

Se dió la vuelta para entrar a la casa pero antes de hacerlo sintió que Aki le agarraba la muñeca y tiraba de ella con fuerza para detenerlo, le miro a los ojos y el mago estaba seguro de que nunca habían estado tan azules como esa vez. Tan desesperados.

— ¡¿Creer que quiero vivir toda mi vida bajo esa horrible mentira?! ¡¿Qué justicia hay en esto, Katsuki?! ¡No quiero escuchar que es por el bien de la familia, de Yuei o de lo que sea, no dejaré que lo hagas! ¡Definitivamente, haré todo lo posible para que nadie nunca olvide lo que hiciste!

Katsuki sintió un nudo en la garganta y sus instintos le gritaron que corriera, que no iba a soportar otro golpe a sus emociones como parecía creer su primo. Mierda, no, no, ¡y no!

¡Podría matar a todo Yuei si volvía a sufrir algo como eso!

Tuvo que empujar a Aki, muy fuerte, para que lo soltará y empezó a correr por las escaleras, necesitaba llegar hasta la Puerta del Adiós. Necesitaba meterse en esa oscuridad. Necesitaba estar solo. Necesitaba calmarse.

La puerta brillo cuando se acercó, la magia vibró feliz de que finalmente decidirá abrirla y Katsuki se metió e intento cerrar. Hubo un pequeño momento de detención, que sintió que la puerta fue tocada por alguien pero después logro cerrarla con fuerza y se hizo un ovillo en el suelo.

Gritó hasta que le sangro la garganta en la oscuridad. Lloro hasta que las ojos le dolieron. Se mortifico todo lo que quiso una y otra vez. Se culpo por todo y lo revivió constantemente.

Sufrió. Le dolía todo. El cuerpo, el alma, su magia misma le dolía. Y no había momento en que estuviera tranquilo. Así como tampoco hubo un momento en que pensará que no lo merecía. Sí que lo merecía.

Los monstruos no merecían pensar en la felicidad.

Sí, ya lo entendió. Aprendió la lección.

Ya la aprendió.

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