Capítulo 67
Aki se recuperó en tres días de su resfriado. Escucho la misma historia del Señor del Invierno y de su hermana, se compadeció de ellos y acepto serles de ayuda también. En asuntos de administración de un pueblo, no había nadie mejor que su primo y eso Katsuki sabía reconocerlo. Mientras el azabache se encargaba de enseñarle al albino acerca de administración de negocios, políticas —las que tendría que implementar con su pueblo y las que debería seguir en Yuei si quería hacer negocios— y leyes, el cenizo se encargaba que supiera todo lo posible sobre historia, criaturas mágicas —aunque no había visto ninguna por la zona, era mejor que estuviera informado al respecto— magia que era lo que podía hacer Su Majestad, creaciones de huertos que podrían funcionar en su clima y sugerencias acerca de qué tenían de valor para comerciar.
Y, más que nada, Yuki le hacía muchas preguntas y propuestas acerca de planes que tenía para su pueblo a Katsuki, alegando que se sentía más cómodo con él para esas conversaciones. Aki, a parecer del Señor del Invierno, le era un poco intimidante.
El cenizo sabía que era una descarada mentira pero, bien, prefería hacerse el desentendido y revisaba día a día los planes del albino. Algunos eran un completo desastre, un par imposibles de cumplir y a otros tantos les faltaban detalles que él se encargaba de rellenar hasta que pudieran considerarse decentes. No sabía porqué gastaba su energía de esa manera, pero sentía que tenía la respuesta cada vez más cerca cuando veía la sonrisa de Yuki y tenía que ocultarse a sí mismo que no le aceleraba el corazón.
De esa forma, pasaron dos meses enteros en el Valle del Hielo. Tiempo suficiente para que el emisario que había sido enviado en un inicio a Yuei volvería con cartas para ellos. Mayormente, de Mei y de Teka.
El cenizo se había acomodado en la cocina para leerlas, porque era el único lugar aparte de sus habitaciones que Nanami se esforzaba por mantener limpio. La sirvienta era muy amable pero se notaba que no podía sola con toda la carga del castillo, además, de que se percibía lo asustada que estaba de las Mantis. Fue entonces que considero que Yuki no contrataba más sirvientes por eso mismo, en vez de lo que le dijo acerca de que era capaz de cocinarse a sí mismo y hacer el resto de las tareas. No lo había visto hacer nada en eso, en cambio era Yu —se empezó a dirigir así a la hermana o tendría un verdadero dolor de cabeza— la que las hacia, mientras cantaba y bailaba descalza por la cerámica fría del castillo.
Cuando se acomodo para leer la carta de Teka, Yu había entrado con el vestido de color blanco de ese día —tenía únicamente dos, uno blanco y uno azul, los usaba hasta que uno se ensuciaba y debía limpiarlo— a hacer la cena. Le miro en la punta de la mesa, le sonrió y se puso a lo suyo. Era bastante callada, aunque decía unas cuantas cosas curiosas de vez en cuando, se iba lejos cuando Yuki tenía un ataque —para las cuales todavía no había encontrado una poción mágica que los mejore— y le mostró varios libros curiosos de Su Majestad, de un lugar que llamó la Biblioteca del Último Mundo.
Era agradable estar con ella, pese a que tenía la sensación de que debía mantenerse siempre alerta.
Katsuki dejo de prestarle atención y se puso a leer las dos cartas que le envío Teka. La primera hablaba sobre que había reportes de la guardia imperial acerca de que algo extraño ocurría en el bosque de Yuei, que las criaturas mágicas empezaban a habitarlo, como las hadas y otros espíritus mágicos inofensivos, pero cuando la gente iba ahí se volvía loca y se atacaban entre sí. Le pedía, si era posible, que se diera una vuelta por ahí cuando regresará . Los pocos magos al mando que tenía no se atrevían a ir. Después, la tasa de mortalidad infantil disminuyo, la tasa de natalidad aumento y tuvieron una muy buena cosecha ese año, lo que hacia que los Bakugou no tuvieran que compartir sus cultivos por primera vez en cinco años. Y por último, el joven de la espada One For All se había ido del castillo, diciendo que debía emprender una especie de misión hacia el este, mencionó algo acerca de las sirenas y los llamados Wings, criaturas de forma humana con enormes alas. El joven pidió que le diera las gracias a su salvador y que su nombre era Yoichi, le había llegado una noche en un recuerdo, era parte del Diamante. Teka le ponía que nunca había escuchado de un reino así, pero que según el joven existía en el desierto, que si alguna vez dudaban de lo que les dijo, podían ir al desierto a comprobarlo. La otra información no era tan relevante, estaba construyendo un jardín con ayuda de Fuji y que por eso el dragón exigía que tuviera su nombre. Nada más. Paso a la siguiente carta, esa sin dudas era más relevante.
Teka estaba siendo presionada por el matrimonio y tres condes se pusieron de acuerdo en iniciar una guerra civil por los territorios de Yuei si no estaba de acuerdo. Empezó a asistir a bailes sociales y hablo de casarse con una mujer, algo desconcertante para toda la nobleza. Pero ella dijo que se casaría con una sola mujer, a diferencia de su padre que se casó con cientos y eso basto para que nadie replicará. Pensó que eso le daría tiempo para evitar la guerra, pero todo lo que consiguió fue que lindas señoritas fueran enviadas al castillo con la tarea de seducirla. Al menos, le aseguraba que de momento le servía y los condes tenían su confianza en que algunas de sus hijas llegaría a ganarse su corazón.
Katsuki chasqueo la lengua al terminar de leer y sintió el inevitable dolor de cabeza molestarlo. Tenía que volver a Yuei. Teka no estaba indefensa contra un grupo de señoritas pero le preocupaba que confiara en quien no debía y terminara siendo engañada y herida. Yue fue la que mejor le enseño lo aterradoras que podían ser las mujeres con una sola arma, unos labios hermoso, unos ojos seductores y las palabras adecuadas.
El corazón de una persona podía flaquear. Teka podía ser dura, inflexible en cierto sentido, pero era humana e incluso ella debía anhelar el ser amada, el tener amor por ser solo ella y no la reina. Tenía que cuidarla.
—Yuei es bonito, ¿no es así? Sé que podré adaptarme bien ahí, aunque será muy duro. Extrañaré mucho a mi hermano y a las Mantis.
La voz melodiosa de Yu le saco de sus pensamientos y el cenizo se dió cuenta que ella le daba la espalda mientras cortaba un poco de verdura en una tabla de madera. Sus movimientos eran rápidos y precisos, le comentó vagamente que tuvo cocinarse desde que era pequeña. La comida que preparaba siempre tenía un buen sabor, un toque sutil de especies y les llenaba el estómago. El que tuviera que hacerlo desde joven explicaba su nivel. Pero no era eso lo importante ahora.
— ¿A qué te refieres? ¿Piensas dejar el Valle del Hielo?
—Sí, para ser la esposa de Teka.
El agua hirviendo fue lo que evito que se escuchará como el mago soltaba un "¿qué?" En el silencio de la cocina, la albina se limpio las manos con un trapo y tomó lugar delante del cenizo, sin sonreír y con las manos apretadas sobre el regazo. Parecía mucho más joven de su edad, pese a que sabía que tenía veintidós años y pensó que eso era apenas unos tres años de diferencia con Teka.
Sin embargo, la cuestión era que no podía soltar un disparate cómo ese y esperar que él asintiera con la cabeza y lo aceptará.
Yu pareció leerle los pensamientos porque continúo hablando.
—Te pido, Katsuki, que intercedas a mi favor para que sea la esposa de Teka. Sé que ella no me necesita pero, con el tiempo, estará feliz de que esté a su lado. Le seré de distracción en los momentos duros y sé que puedo hacerla feliz, lo he visto —afirmó con vehemencia —No puedo seguir en el Valle del Hielo, mi presencia le seguirá causando dolor a mi hermano y tengo miedo de estar cerca de las Mantis un día y decirles lo que sueño en ocasiones con decirles. Estando lejos nuestra conexión se debilitará. Para todos será lo mejor.
—Para todos menos para tu hermano —objeto el de ojos rojos —Le vas romper el corazón si te vas.
Katsuki notó los ojos grises de Yu humedecerse, la manera en que su rostro reflejo tristeza fue tan clara que le dolió a él.
—Cinco hermosos años al lado de mí hermano no compensan una vida al lado de Su Majestad. Odio el estar aquí, el no ser capaz de irme porque...guardo recuerdos de Su Majestad enseñándome a leer y escribir y cortando mi piel con cuchillos de hielo y látigos. Mis sentimientos son delicados, Katsuki. Respecto a este lugar y a las personas que jamás conocí y que no sé si quiero hacerlo —confesó la albina —Que mi hermano tenga el corazón roto porque me vaya no es ni de cerca lo peor que podría pasarle. Por favor, ayúdame con esto.
—...Lo pensaré —murmuró notando que la femenina soltaba un suspiro, se paraba de la mesa e iba hasta donde dejo las cosas para seguir cocinando, antes de que empezará a cortar la verduras otra vez, le pregunto —Si vas a Yuei, si te casas con Teka, ¿volverás después al Valle del Hielo?
No era necesario conocer a Yu para saber la respuesta que le daría. Solamente buscaba una confirmación. Y ella se la dió.
—No volveré hasta que el día en que me muera.
Una semana después de la carta de Teka, el cenizo tuvo que decirle a Yuki que necesitaba irse a Yuei cuánto antes para organizar lo del matrimonio y que tenían que ir terminando su "educación". Aki le comento que podría usar una habitación con el tiempo detenido para enseñarle lo que le faltaba al Señor del Invierno, terminar de una vez todos los planes que tenía entre manos y lo que le quedará sin entender. La idea era buena pero los únicos lugares que se podían usar que eran habitables eran las habitaciones y la cocina. Y tendrían que equiparlas para que fuera cómodo para dos personas y necesitaba trasladar mucho pergamino y tinta al lugar, sin hablar de los libros e informes que continuamente seguían llegando al Castillo del Hielo.
O eso creyó el mago hasta que Yu dijo que podrían usar la Biblioteca del Último Mundo. Por respeto a ambos, el cenizo nunca tocó ese lugar. No sabía si los gemelos se sentirían incómodos si visitaba la biblioteca o si les traería malos recuerdos el estar ahí. Al tener el permiso de la albina, Yuki aseguro que no tenía problema si a él le parecía bien y termino decidiendo que ahí sería donde pasaría unos seis meses encerrado con el albino.
De alguna manera, esa idea le revolvía el estómago. No en el mal sentido. Solo que era extraño y novedoso.
El día que tenían que ir a la biblioteca, como ya estaba acostumbrado, Yuki se quedó dormido hasta tarde y tuvo que ir a buscarlo. Sin embargo, actuó un poco extraño y Yu se lo llevó a la habitación un momento. Después, tuvo un ataque y él corrió para acompañarlo. Todavía no encontraba alguna pócima mágica que le hiciera los ataques más leves o que mejorará el frío que sentía en el cuerpo y los pequeños escalofríos que tenía a lo largo del día. Se sentía completamente inútil y le dolía de una manera horrible verlo en aquel estado de dolor, se sentía realmente mal. Los libros de Yue no hablaban de cómo tratar ese tipo de enfermedades —aunque el termino correcto sería maldiciones— pero recortando pequeños trozitos entre recetas y mezclando con otras cosas, quizás podría estar cerca de elaborar alguna cura.
Se llevó a Yuki a la Biblioteca del Último Mundo, colocó los hechizos correspondientes para manejar los seis meses que pasarían ahí y lanzó un par de hechizos de calor. Aki corto madera de todos los árboles cercanos para la chimenea que tenían ahí y los dejo a un lado, eran tantos que algunos rodaron hasta un librero. Las camas reposaban en un costado, cerca de la chimenea por el calor y debajo había canastos de mimbre con algo de comida, en caso de que el albino la sintiera en falta. Un lindo escritorio se encontraba en una de las paredes, con todo el pergamino, tinta y documentos posibles por examinar. Los dos ventanales enormes hacían que las paredes blancas y las columnas de mármol negro parecieran más grandes de lo que eran. Y había dos filas de cuatro libreros, con libros de lomos de colores azules y un poco amarillos.
Katsuki termino su hechizo y se giro solo para encontrarse que Yuki estaba bostezando como si acabará de despertarse. No le sorprendió mucho porque sabía que tenía problemas para empezar temprano el día. Le sirvió un té en las tazas que le dejo Nanami y empezaron con el trabajo.
La habitación del tiempo hacia que fuera innecesario el dormir, el comer e incluso el ir al baño. No hacia falta nada. El tiempo del cuerpo se detenía y no avanzaba, por eso, el mago sabía que tal vez el albino no podría tolerarlo bien y perdono las veces que se mostró disperso, dejando que tomara una siesta o jugarán un juego. Pero en una de esas ocasiones, más que distraído, Yuki tuvo un momento de absoluto cansancio mental en el que se arrojó a la cama y miro al techo, con los brazos sobre el pecho y le hizo una pregunta.
— ¿Podrías contarme de tu vida, Katsuki?
Katsuki no quería hacerlo, no le gustaba hablar de sí mismo y mucho menos de las cosas que hizo, no estaba orgulloso de varias de ellas, con excepción de las que fueron por la seguridad de su clan y la de Yuei. Pero al ver los ojos hinchados del albino de tanto leer, las manos manchadas con tinta y la manera en que parecía rogarle un respiro, termino cediendo. Se acostó en el suelo de la cama, al lado de sus piernas e inicio con el relato.
Le contó todo. Desde el principio hasta el final. No entró en muchos detalles como lo que le sucedió con Ayaka o lo que tuvo que hacer para crear el Muro del Dragón. Pero sí le dió al Señor del Invierno una clara perspectiva de lo que había sido toda su vida. Fue sencillo contarlo debido a que Yuki no era como Kana, Mei o Aki. No estuvo ahí presente para ver el desastre que era o lo devastado que estuvo en ocasiones ni la manera en la que su desesperación casi se lo tragaba vivo.
Con Yuki era sencillo olvidar todo eso. Y contarlo se sentía como si estuviera haciéndolo. Olvidando. Siguiendo adelante.
Hubo silencio unos segundos, después el colchón de la cama crujió y el cenizo se abrazo las rodillas. No quería ver la expresión del Señor del Invierno. No importaba cuál tuviera, no creía reaccionar bien a ella. Se quedó quieto y lo sintió cayendo a un lado suyo, sentándose en el suelo a su lado. Rozaba su hombro con el suyo. Sus caderas se tocaban. Y estaba jodidamente frío, pero no se aparto de su lado.
Yuki no dijo nada. Y cuando Katsuki puso devuelta las lecciones en marcha, solo sonrió y asintió y se puso de pie para ir hasta el escritorio otra vez. Siguieron estudiando, hablando de vez en cuando, tomando té y teniendo pequeñas pausas. Se veían cada tanto a los ojos y ambos pudieron sentirlo en el aire, algo era diferente entre ellos, se sentía más íntimo, más acogedor el estar cerca el uno con el otro.
Los dos sabían los sentimientos que nacieron en sus corazones. Así como también sabían que no podían dejarlos florecer.
Esos sentimientos quedarían congelados para siempre en aquella habitación, dónde solo fueron ellos dos y su amor.
Yuki descansaba. Lo necesitaba cada tanto y Katsuki lo sabía. Posiblemente, alguien normal se volviera loco de no estar acompañado o tan empañado como lo estaba el Señor del Invierno en terminar con sus planes para el Valle del Hielo. Por lo tanto, el tiempo que pasaba en cama él lo utilizaba para estudiar los cuadernos de Yue. Estaban en perfectas condiciones, con los dibujos de su prima y sus notas adicionales. No tenía el atrevimiento de alterarlos, los leía constantemente y pasaba sus teorías a otro cuaderno.
El leve ruido del movimiento de la cama le llamó la atención e hizo que girará la cabeza. Estaba leyendo el libro de Yue en el piso cuando el albino despertó, con esa expresión que le decía que estaba algo aturdido. Le pregunto acerca del libro y él le contesto con la verdad —que era de una prima suya que sabía de magia curativa y que podría hallar ahí alguna cura para su maldición— y, por una vez, el Señor del Invierno fue lo bastante agudo como para reconocer que el propietario del diario estaba muerto. Se disculpó con una expresión muy seria, lo cual era extraño ya que Yuki se disculpaba con una leve sonrisa, una que reflejaba culpabilidad. No con el surco de las cejas arrugado y los ojos grises arrepentidos.
Katsuki pensó que quizás ese día estaba más afectado que otros por el tiempo encerrados y se subió a la cama para estar a su lado, para que supiera que no estaba solo en todo esto. Aunque siguió aferrado al libro como excusa, leyendo como si no le afectara la cercanía que tenían en la cama. De la nada, el Señor del Invierno le coloco una mano en la espalda, le dió unas leves palmadas que se sintieron bien y giro levemente la cabeza, para verlo de reojo. Sus ojos rojos conectaron con los grises y vio que poco a poco el albino se le acercaba, que la mano en su espalda pasaba a estar en su cintura y que su corazón aumento sus pulsaciones.
Sabía lo que pasaría y quería que pasara. Y, al mismo tiempo, lo invadió el pánico cuando la lengua de Yuki entro en su boca y se puso encima suyo, el frío le atacó los huesos de manera cruel y sus ojos se llenaron de lágrimas. Se olvidó de quién lo estaba agarrando y recordó el sabor de la bebida que le dieron esa noche y el cabello albino del Señor del Invierno paso a ser de color rubio como el de Ayaka. Empezó a llorar y no supo en qué momento el albino le soltó, solo se metió debajo de las mantas para recuperar el calor perdido y sollozo.
—K-Katsuki, l-lo siento, lo lamento mucho —escuchó que alguien tartamudeaba —Lo lamento, lo lamento. Me pase de la línea. Lo siento mucho.
Katsuki pudo sentir como Yuki bajaba de la cama, caminaba de un lado al otro murmurando disculpa tras disculpa y después se detenía. Escucho el sonido de la silla de escritorio moverse y nada más después de eso. Se quedó debajo de las mantas bastante tiempo, hasta que estuvo seguro que no lloraría más ni que entraría en pánico. Cuando salió de su precario escondite, el Señor del Invierno estaba sentado todavía en la silla, atento a sus movimientos y angustiado.
—Lo lamento. Debí parar antes —fue lo primero que le dijo — ¿Te sientes bien?
—...No estoy seguro —murmuró el de ojos rojos —Tuve miedo.
Yuki se llevó una mano al cabello largo, suspiro y se volvió a sentar en la cama, casi a la orilla, como si tuviera miedo de acercarse más y asustarlo.
— ¿Lo odiaste? —quiso saber.
Katsuki negó con la cabeza. No lo odio. Pensó en otras cosas y eso lo llevo a esta situación. Su propia mente lo dejo en un estado vulnerable pese a que su corazón estaba feliz con lo que pasaba. Se sintió avergonzado y estúpido.
— ¿Te...gustaría repetirlo? —murmuró inseguro el albino —Yo...quiero que sepas cómo me siento por ti, Katsuki, antes de que te vayas. Pero no haré nada que te haga daño, ni quiero obligarte a recordar un momento horrible de tu vida.
Era increíble como Yuki podía tener en claro cosas que ni él mismo había dicho nunca. Era casi obvio que no podía quedarse en el Valle del Hielo, no soportaría el clima del lugar, pero más que nada sabía que lo necesitaban en otros lugares, con personas que significaban más para él y no podía abandonarlas. Y ni se podía mencionar la posibilidad de que el Señor del Invierno pasará su reciente título a alguien más, aparte de que el mandato de las Mantis tenía que ser de sangre ahora, sí o sí, en algún punto, tendría que estar con una mujer y tener hijos. No podían estar juntos.
Y el albino era el primero en decirlo, sufrirlo y pedirle que tuvieran algo para recordarse mutuamente.
Katsuki sintió que las lágrimas volverían a salir por una razón diferente. Quería ese maldito momento con Yuki. Uno que pudiera recordar para toda la jodida vida que le quedaba por delante. Y sus miedos no se lo iban a impedir. Respiro hondo, relajo el cuerpo y se recordó quien era, dónde estaba y con quién. Extendió los brazos en una invitación y el albino se acercó lentamente, conecto su lengua con la suya y su cuerpo se apretó contra el suyo, sus caderas, sus pechos, sus manos quedaron enlazadas y todo fue frío y calor, tristeza y felicidad. El beso fue subiendo de tono pero el cenizo no podía sacarse la ropa, no quería estar desnudo, todavía eso no podía hacerlo por mucho que lo deseara. Yuki le beso la frente y murmuró que estaba bien, podían hacerlo con la ropa puesta. Se frotaron los miembros entre si, sus caderas empujando fuertemente la una con la otra, la fricción fue dolorosa y helada. El momento de clímax los dejo agitados y satisfechos, el mago lanzó un pequeño hechizo para limpiar la sucedido de sus cuerpos y se quedaron mirando frente a frente con Yuki.
No supo que podía sentirse tan feliz y tan desdichado a la vez hasta que se encontró con esos ojos grises mirándolo llenos de dulzura, con esa enorme sonrisa y supo que tendría que vivir sin eso hasta que se muriera.
A veces, la vida podía ser una verdadera mierda.
Una pelea entre los gemelos fue lo último que pensó el cenizo que pasaría cuando dejaron la biblioteca. Pero debió de suponerlo cuando Yu le soltó la noticia a Yuki de que se iría con él y Aki a Yuei. Nanami la ayudo a preparar sus cosas en los días que ellos estuvieron en la Biblioteca del Último Mundo. El azabache incluso le organizó una modesta dote con las piedras mágicas de más valor en el Valle del Hielo, que sin dudas Teka aceptaría. No sabía en qué termino todo, pero, al parecer Yu salió a jugar con las Mantis y Yuki se quedó encerrado en su habitación, posiblemente tuvo un ataque después de la discusión.
Quiso ir a verlo pero, por insistencia de Aki, no se entrometió. Y al día siguiente, el mismo Señor del Invierno se presentó en su habitación, con los ojos rojizos debido al llanto y una pequeña caja.
—Es un regalo de despedida —le puso la cajita en las manos —Espero que te gusten.
Katsuki abrió la caja despacio, encontrándose con dos pulseras idénticas que parecían ser de marfil con incrustaciones de pequeños zafiros azules. Eran preciosas y se las puso una en cada muñeca, eran ligeras y hacían un pequeño sonidito cada tanto. Yuki estaba sentando en su cama, observando su reacción con una sonrisa y se giro para verlo.
—Gracias —dijo porqué no se le ocurría bien qué más decirle y se sentó a su lado en la cama — ¿No estás enojado conmigo por llevarme a tu hermana a Yuei?
—No, comprendo lo que quiere mi hermana y también porque te lo guardaste mientras estábamos en la biblioteca. Pero me cuesta aceptarlo —reconoció el albino —No quiero que se vaya. No quiero estar solo. Aunque sé que es una decisión que ella ya ha tomado y no hay nada ni nadie que la haga cambiar de parecer una vez decide.
—Tal vez cuando conozca a Teka cambié de opinión —sugirió el cenizo pero el de ojos grises solo se rió y negó con la cabeza, mordiéndose los labios y viendo la expresión de dolor que tenía, murmuró —Lo lamento.
Yuki no respondió. Se recostó en su hombro y el cenizo lo escucho sollozar, después de un minuto se incorporó como si nada, se seco las lágrimas y dijo que tendrían una cena de despedida esa noche. Que Nanami haría el mejor estofado de conejo que pudiera imaginarse y que pediría que el pueblo entero les mandara vodka para festejar hasta el amanecer.
Katsuki intento sonreírle pero le salió solamente una pequeña mueca, mientras se ponía las pulseras y las apretaba. Estaban frías, como la mano del Señor del Invierno que lo arrastró hacia afuera y lo llevo hacia una montaña para ver a las Mantis que circulaban por ahí. Le había asegurado que antes de morir les tendría preparado su hogar, al cuál llamaría el Lado Salvaje, dónde podrían ser libres por siempre y nadie les haría daño. Vivirían hasta que su existencia no diera más y morirían en paz, sin hacer más daño.
—Nunca seré igual que la reina Teka o Bakugou-san en cuanto gobernar, pero quiero hacer lo mejor para el pueblo y las Mantis —dijo Yuki para después mirarlo a los ojos y preguntarle con curiosidad — ¿Nunca has pensando en gobernar, Katsuki? Sé que eres el líder del clan Bakugou, pero no pareces muy interesado en ese papel. O esa es mi impresión.
Sin dudas, Yuki era agudo solamente cuando quería serlo o quizás porque le prestaba demasiada atención a él se daba cuenta de esos detalles. De todas formas, mientras miraba hacia las montañas, pensó en esa pregunta y tuvo la respuesta en poco tiempo, mientras seguía sosteniendo la mano del Señor del Invierno.
—No quiero gobernar nunca. No quiero estar en ese tipo de lugar y tener que elegir entre quienes amo y todos los demás. No sería capaz de soportarlo.
Ser un gobernante no solo suponía el mandar sobre los demás, si no también saber mantener el equilibrio y fue algo que él aprendió a la mala con el anciano Ren y el anciano Mitsuru. No supo mantener ese equilibrio, se limito con cumplir con las tareas que le importaban más. El proteger y ayudar. Y eso no era gobernar pese a que por mucho tiempo creyó que serían lo mismo. Constantemente, un gobernante debía elegir a quien darle más y a quien darle menos, a quien debía presionar y a quien soltar, a quien podía perdonar y a quien tenía que castigar. Eran decisiones de doble moralidad en juego. Él mismo sabía que en muchas ocasiones a Teka le pidieron que lo encerraran por ser potencialmente peligroso para Yuei. Y ella no lo hizo. Así como tampoco Mei permitió que se pasarán libros del Dios Chronos en su clan, pese a que les daría dinero el venderlos ellos mismos, como una historia verdadera.
A Katsuki no le gustaría estar nunca en ese lugar. Así como en el de Yuki que tendría que vivir en el Valle del Hielo sin Yu y aceptando todo lo que el pueblo que amaba pedía y cumpliendo con sus obligaciones hasta el día que muriera.
—La libertad te queda mejor —comentó el albino —La libertad de elegir lo que quieres hacer y lo que no.
—Nunca he elegido lo que quiero hacer —murmuro el cenizo —Nunca sentí que tuviera una opción.
Era ayudar o morir y él no quería que nadie muriera. Pero era difícil distinguir en que momento esa línea se desvaneció y paso a ser que ayudaba o ayudaba. No moriría. Solo debía cumplir con lo que todos esperaban de él. Porque nadie más podría hacerlo.
—Ojalá que algún día eso cambie —dijo el albino llamando su atención —Y si no pasa...siempre puedes venir aquí, hacerme una visita.
—Puede ser que lo haga —murmuró el cenizo —Pero no lo creo. Odio el maldito clima de este lugar.
Yuki se rió divertido y lo abrazo. Y después, en silencio, volvieron al Castillo del Hielo.
A la mañana siguiente, Katsuki se marchó sintiendo que dejó una parte de sí mismo encerrado en el Valle del Hielo por toda la eternidad.
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