Capítulo 65

Fue quizás durante el otoño cuando lo sintió. Cuatro años después de la creación del Muro del Dragón. La sensación de que la magia oscura flotaba en el aire. Katsuki tuvo que abandonar su cama y mirar por la ventana, en la oscuridad, distinguió a alguien que caminaba por el patio del palacio. Teniendo la sensación de que debía bajar a ver a esa persona, salto del balcón y cayó en el suelo a unos metros, la persona lo escucho y alzó la cabeza para verlo, tenía los ojos de un verde claro extraño y el cabello blanco.

Y una espada llena de sangre entre las manos.

Antes de que pudiera pensar si era un enemigo, ese hombre se desmayo y cayó en el suelo. Cuando se acercó a examinarlo, noto que tenía arena en toda la ropa y quemaduras en los pies descalzos. Le pareció extraño y lo tumbó de espaldas para ver con más claridad su rostro, no tenía rasgos étnicos que le fueran reconocibles.

Pronto descubrió porqué.

—Vaya, vaya, miren que tenemos aquí.

El cenizo giro para ver bajo de la luz de la luna la figura nítida de Shigaraki, tenía una sonrisa de oreja a oreja y usaba una capa negra como siempre. Su piel parecía más real que la última vez que le vio y sus pasos incluso hicieron eco cuando se acercó. En sus ojos rojos brillo la curiosidad cuando se clavaron en la espada y el hombre en el suelo.

No quería empezar una puta batalla con Shigaraki en el palacio, asi que, se quedó quieto y solo observó lo que hacia.

—Una curiosa coincidencia —dijo el monstruo —Katsuki, ¿no te gustaría escuchar una historia?

—Me gustaría que te fueras al carajo —gruñó.

—Tan frío, tan cruel, tan malvado el Dios Chronos —se lamento falsamente y luego, sonrió —La primera vez que fui conciente de mi mismo había alguien conmigo, apunto de hacer algo terrible, un humano ambicioso que sacrificó a muchas personas a cambio de algo que yo susurraba en sus oídos. Una vida eterna a cambio de otras. Oh, que divertido fue eso. Que fácil es manipular a los humanos con dos o tres palabras bien dichas.

Shigaraki se movió una vez más, quedando delante del hombre desmayado en el suelo y mirando a la espada con cierta cautela. El cenizo pensó en agarrarla y atacarlo pero el monstruo podría derrumbar el palacio si así lo quería y no pensaba probar sus límites esa noche.

—Sin embargo, debido a lo que él hizo, aparte de que me dió conciencia también generó una consecuencia para mí. Una que nació de mí mismo —contó el monstruo — ¿Ves la linda espada de este niño? Podrías llamarla One For All. Es lo único en este mundo que podría llegar a lastimarme. Lo sé porque la tuve clavada en lo que serían mis entrañas y dolió bastante cuando tuve que sacarla.

— ¿Y me lo dices así como si nada? —bufó el cenizo sin creer en lo que decía la magia oscura.

—Es un simple cuento, está en ti el creerlo o no —se alejó el monstruo del cuerpo del joven —Tal vez, cuando esté niño despierte, te cuente lo mismo que yo o no y entonces lo sabrás. Ya me voy, solo quería ver quién tenía esa espada y ahora que lo he visto, me siento más tranquilo. Puedo matar a ese niño cuando llegue el momento indicado.

Katsuki soltó un gruñido por la confianza que Shigaraki decía eso y después, lo vio desaparecer en la oscuridad de la noche. Miro una vez más hacia el joven durmiendo en el piso y decidió que no podía dejarlo ahí, así que, lo alzó en brazos y dejo la espada tirada en el suelo. Volvería a buscarla después de dejar al chico en un lugar seguro y con un guardia imperial en la puerta para que no escapara.

—Dice que no sabe cómo se llama ni cómo llego hasta aquí —informó Teka —Pero sus habilidades mágicas son bastante buenas y no es tonto. Sabe sumar, restar, leer y escribir. En otro idioma, pero ha comprendido nuestra lengua.

—He probado la jodida espada que tenía. Es peligrosa. Tiene un poder mágico increíble, uno que jamás había sentido —se cruzó de brazos el cenizo —Te recomiendo mantenerlo cerca Teka. Puede que...ese chico vaya a ser algo grande por el reino.

O podía ser también que muriera a lo grande si es que Shigaraki le ponía las manos encima. No que pareciera muy interesado en hacerlo pero el cenizo no estaba seguro.

—Lo mantendré cerca si tú lo dices —asintió la reina —Por cierto, maestro, ¿ha considerado lo que le dije?

Katsuki hizo una ligera mueca. Hace una semana había llegado una extraña carta con un emisario de un lugar remoto llamado el Valle del Hielo. El pobre hombre no soportó bien el cambio de temperatura pese a que estaban en otoño en Yuei y desarollo una fiebre bastante alta que hasta ahora no se le curaba. Intento crear un par de pociones curativas para ayudarlo pero, ciertamente, no eran su especialidad y solo hicieron que el hombre dejara de vomitar por las mañanas. Se le dejaron encomendado a unos sanadores y se concentraron en el particular contenido de la carta.

Aparentemente, muy en el norte, se encontraba un lugar llamado el Valle del Hielo, dónde un Señor del Invierno vivía junto con su pueblo. Este Señor, que no usaba los títulos de reyes u otros nobles, pedía en la carta que de Yuei se enviara a alguien de confianza de la reina para establecer relaciones comerciales.

El cenizo nunca había ido al norte ni sabía de nadie que hubiera estado ahí antes y según Fuji, ese Valle del Hielo estaba protegido mágicamente por una barrera que lo mantenía en aislamiento y escondido del ojo humano. En su forma de dragón, era capaz de verlo, pero si un humano viajaba a caballo o en carruaje, se perdería.

—Ni siquiera sé si vale la pena tanto viaje —admitió el mago —Por las indicaciones es bastante largo.

—Y al maestro no le agrada el frío —se rió la pelirroja recibiendo una mala mirada por parte del cenizo —Yo tampoco sé si vale la pena enviar a investigar, ¿qué nos podría ofrecer un reino del norte? Ni siquiera estoy segura de que se pueda cultivar ahí.

—Siempre se encuentra alguna manera de sobrevivir —se encogió de hombros el cenizo y miro la carta con atención —Este señor tiene bastantes peticiones y usa palabras muy simples.

—A lo mejor no le importa mucho las formalidades —comentó la reina —Me agradan las personas simples. Hace más fácil los negocios, si es eso solo lo que busca.

Con esa frase el cenizo entendió que la pelirroja debía estar al borde de su paciencia con las peticiones de matrimonio. La última vez un conde salió bastante indignado del castillo, con la ropa manchada por el vino que la reina le arrojo cuando intento pasarse de listo.

En cuatro años todos los nobles de Yuei ya habían intentando, mínimamente, pedirle matrimonio en tres ocasiones. Los consejos estaban nerviosos porque la reina no tuviera esposo y, por lo tanto, un heredero al trono. Aunque todavía era joven, la presión era más fuerte que antes e incluso más devastadora ya que los daños por la guerra estaban, por primera vez, bajo control.

Quizás sería mejor si no estaba cerca de ella un tiempo. Sabía que dentro de poco también tendría que ayudar a Teka con lo de su matrimonio, darle alguna sugerencia —aunque ya le había dicho que podía adoptar a los hijos de sus hermanas para criar a un heredero y listo— o evitar que matará alguien de alto rango en una crisis. Así que, mejor la dejaba sola un tiempo para que siguiera trabajando en esa increíble paciencia que venía formando en los últimos años.

Pensaría en traerle alguna mujer como pretendiente. Había visto que a la reina le interesaban más las hermosas jóvenes bailando en las fiestas que los hombres que se ponían a su alrededor. Y le confesó, en algunas ocasiones dónde el vino se le iba de las manos, que no podía exitarse con el género masculino.

—Haré el viaje junto con Aki. En caso de ser una trampa, podremos ser capaces de volver solos —decretó el cenizo —El mensajero de momento no se encuentra disponible. Así que ese Señor del Invierno tendrá que esperar a que vayamos en persona a verlo.

Después del nacimiento de su primer hijo, Aki se la pasaba siendo un intermediario entre Yuei y el clan Bakugou, ya que Mei era más necesaria como maga en los campos de cultivo. Pasaba tres meses en Yuei junto con él y nueve meses con su esposa e hijo en las zonas fronterizas. Fue en un par de ocasiones a visitarlos, cuando la situación era más o menos estable, la castaña hacia un maravilloso trabajo en el campo que valía por cuarenta trabajadores y el azabache se encargaba de toda la administración. Estaban prosperando pero también tenían algunas dificultades, hubo una sequía el año pasado y un incendio mal intencionado por parte de algunos nobles que no pudieron acceder a créditos en sus tierras.

La reina le pregunto en esa ocasión si quería hacer algo al respecto pero el cenizo se negó, Aki castigo a los infractores en la zona fronteriza y el asunto quedó así. Si Teka se inclinaba hacia ellos, solo les darían más razones para que los nobles se fueran en su contra. Podían lidiar con la situación.

Volviendo al presente, el cenizo estaba seguro que Aki lo acompañaría, ya que su primo de por sí se negaría a dejarlo ir a un lugar inexplorado solo. No quería aguantar un sermón si se iba por su cuenta, así que le diría la situación y se iría junto con él a conocer el Valle del Hielo.

Aki casi tenía treinta años y eso era todo lo que Katsuki quería saber. No le interesaba el número exacto de años, porque le recordaban a él mismo que tenía otra edad de la que aparentaba su cuerpo y no quería pensar en el porqué no podía demostrarlo. El azabache nunca se le mencionaba ni se lo recordaba, algo por lo cual estaba muy agradecido.

Pero en esa ocasión no pudo evitar notar que tenía pequeñas arrugas a los costados de los ojos. Intento no verlas pero ahí estaban. Cuando él giro la cabeza al notar su mirada, el cenizo tuvo que hacer como si no estuviera haciendo nada y solo se enfoco en el carruaje que Teka les preparó para su largo viaje.

Era un carruaje pequeño y con un baúl grande, ya que el viaje sería largo y a dónde irían necesitarían bastante ropa, aparte de que no estaba convencidos de que hubiera para comer hasta llegar al Valle del Hielo. Tenían cuatro caballos para hacer el viaje lo más rápido posible. Dos de ellos eran negros, uno blanco con una mancha marrón en su lomo que iba hasta su frente y el otro casi todo blanco si no fuera porque la parte del pecho era negra. Katsuki se preguntó si podría darles de comer a los caballos antes de irse cuando, de la nada, sucedió.

Fue antes de que se diera cuenta, antes de que lo escuchará y lo viera, Aki lo empujó contra el suelo y entonces, el sonido de que algo explotaba sacudió sus oídos. Los caballos se asustaron e intentaron correr lejos del disturbio. Los guardias imperiales entraron en pánico y él solo pudo sentarse en el suelo, notando que su primo tenía una enorme herida en el hombro derecho que iba hasta su espalda mientras lo abrazaba protectoramente. Toda la sangre de su rostro se esfumó y arrastró a el azabache, que estaba conciente —gracias al cielo— hasta un árbol para que pudiera apoyarse. Las manos le temblaron al ver la enorme herida y lo empezó a curar con su magia.

— ¿Qué mierda hiciste? ¿Qué mierda hiciste? —repetía sin control —Te pudiste haber muerto, idiota, ¿por qué mierda lo hiciste?

—Somos familia, Katsuki. No puedes ser siempre el que protege. Tenés que entender que a veces debes ser el protegido.

Aki no sonaba nada arrepentido de sus acciones, de la sangre que salía de la herida en su espalda que ya estaba cerrando y sus ojos azules conectaron con los suyos en ese momento. No había remordimiento en ellos.

—Idiota —fue todo lo que pudo murmurar el mago —Idiota.

Realmente necesitaba mejorar en la magia curativa, en serio, la herida del azabache cerro perfectamente pero igual tendría una cicatriz y algo de dolor al mover el hombro derecho. El tronco del árbol en el cuál lo apoyo estaba lleno de sangre y el cenizo sintió un revoltijo en su estómago al verlo, tenía náuseas y mareos. Aki le puso una mano en el hombro, le apretó con fuerza y lo ancló a la realidad.

No estaban siendo perseguidos en el bosque por los guardias imperiales. Su primo no era su tío Hisui. Kana y Mei, los elfos, los mercenarios, no estaban presentes. El lugar era la entrada del castillo de Teka, con enormes muros de concreto, personas de confianza y árboles que decoraban las puertas.

Nadie murió. Fue solo una explosión. No sucedió nada. No pasó nada. Estaba todo bien.

Aki estaba con vida. Sí, todo estaba bien.

Todo estaba bien.

—Aki-sama, Katsuki-sama, ¿cómo se encuentran? —se acercó un guardia imperial a ayudarlos —Hemos apagado el incendio y llamado a unos médicos.

—Al parecer alguien paso de nuestra seguridad e intento atacarlos a distancia —informó el jefe de los guardias imperiales —No pudimos ver bien quien era. Estaba usando nuestro mismo uniforme y robó uno de los caballos. Mis hombres lo están persiguiendo ahora.

Katsuki miro hacia el desastre que ocurrió a unos escasos metros de dónde estaba con Aki, había un cráter de color negro en el suelo, quemado en los bordes y tenía la forma de un círculo. Solamente un mago sería capaz de hacer tal cosa y si bien no estaba seguro todavía, creía que se trataba de un mago débil o que la intensión no era matarlos, si no darles una ligera advertencia.

Era la primera vez que su vida era amenazada de aquella forma. Y no sabía bien cómo tomarlo, de no haber estado conmocionado por lo de su primo, era posible que no le hubiera tomado mucha importancia y se habría subido al carruaje de todas formas para irse al Valle del Hielo. Pero como Aki resultó herido, pospusieron el viaje para el día de mañana. A Teka se le informo de lo sucedido y ella obligó a que lo guardias imperiales estuvieran de guardia en las distintas áreas por dónde saldría el carruaje. Fuji se presentó como una ayuda extra y aunque el dragón nunca iba a reconocer que era porque estaba preocupado ellos, se pasó todo el tiempo al lado de ambos Bakugou hasta que abordaron el carruaje de ahora tres caballos. El cuarto caballo jamás volvió.

Cuando el viaje inicio, el cenizo decidió estudiar algunos de los libros de Yue que su tío Ame había guardado. Su prima había hecho varias investigaciones acerca de cómo tratar la enfermedad de los Lobos Negros pero también estudio distintos temas, todos relacionados a la medicina. Podría serle útil aprender un poco de eso, en una situación de emergencia como la de Aki saber hechizos rápidos o una poción serían la diferencia entre la vida y la muerte.

Por lo tanto, uso el largo trayecto para estudiar. Aki se la paso dibujando y haciendo bocetos de edificios importantes que hacían falta en la zona fronteriza. Había hablado de diseñar una casa para los líderes de la familia —ya que, de momento, usaban la enorme cabaña que estaba inspirada en el antiguo clan de Ayame— otra para hacerla una especie de tribunal como los que había en Yuei, una más para que los niños fueran educados mágicamente y normalmente —se enseñaba en los hogares y los jóvenes magos daban clases a los más pequeños de manera informal— y otra más que fuera una especie de anexo, en caso de no tener un lugar donde guardar los documentos importantes. Eran todas ideas por pulir y edificio que aún tenían varias formas en los dibujos, pero el cenizo suponía que el azabache y Mei encontrarían la forma de que funcionará.

Estuvieron unos quince días en viaje, guiados por el mapa que venía incluído en la carta del Señor del Invierno. A medida que avanzaban por el bosque, los caminos se iban haciendo más complicados y el clima más frío. Cuando llegaron a la entrada norte del Muro del Dragón, Katsuki se tapó los oídos y se cubrió con unas cuantas frazadas para hacer de cuenta que no podía sentir la energía mágica de la Tribu del Yelpe y los Nikka dentro de esas paredes. Tuvo dolores físicos al experimentar lo mismo que ellos, como su energía le era robada y arrebatada y moldeada sin que pudiera hacer nada al respecto. En algún punto, empezó a gritar y chillar y Aki se bajó del carruaje para subirse a la parte de adelante, les dió un fuerte azote a los caballos para que incrementarán la velocidad y una vez que estuvieran lo bastante lejos del Muro del Dragón, el mago se relajo y con lágrimas en sus ojos, se quedó dormido en el asiento cubierto de las frazadas.

Lo siguiente que supo fue que Aki condujo dos días sin dormir y que lo despertó, únicamente, porque la siguiente parte del camino no podían hacerla en el carruaje. Había demasiados árboles y animales peligrosos, el terreno estaba hundido y tenía muchas curvas. No quedaba otra alternativa que tomar cada uno un caballo y seguir de esa manera. Según el mapa no estaban tan lejos del Valle del Hielo, podrían llegar antes del anochecer.

Con toda honestidad, la primera impresión que tuvo de ese lugar cubierto de blanco y árboles de color negro sin hojas, fue bastante horrible. Hacia muchísimo frío, el viento no necesitaba soplar porque con solo moverse bastaba para sentirlo. Sus pies se hundían en la nieve de la cual solo había leído en libros y sus orejas se ponían rojas con facilidad. Katsuki tuvo que ponerse dos enormes ponchos de piel de oso para no sentir tanto frío y aún así, sus dientes se chocaban entre sí.

Aki tampoco estaba sobrellevando muy bien el clima, cada vez que intentaba hablar le temblaba la voz y mantenía las manos lo mejor guardadas posibles en las mangas de su abrigo, a la vez que sostenía con fuerza las riendas del caballo. Estaban los dos pálidos y con muchísimos deseos de que en el Valle del Hielo hubiera un lugar con una chimenea caliente esperándolos.

Para los caballos tampoco era sencillo caminar por los senderos, entre la roca, las piedras y la nieve, fueron verdaderamente afortunados de no haber sufrido algún accidente. Los animales los guiaron con seguridad a lo que, finalmente, parecía ser un sendero en medio de toda la nieve. Sin embargo, Katsuki tuvo la extraña sensación de que algo los seguía en su camino.

No había muchos árboles ya en el sendero. Fácilmente se podía ver si un animal salvaje los seguía y eso fue lo que hizo el cenizo. Se giro sobre su caballo para ver si se trataba de un oso o un lobo lo que les estaba persiguiendo, esperando que tuvieran un descuido y así atacarlos.

Pero lo que se encontró a escasos metros no se parecía a ningún animal que hubiera visto en su vida. Una criatura enorme que se mezclaba con el paisaje blanco, de cuerpo alargado de color gris, cabeza grande con dos enormes ojos que lo miraban directamente, un par de alas plegadas a la espalda y patas delanteras que parecían tener el filo de una espada.

Se parecía a una mantis religiosas. A ese insecto que se encontraba con facilidad en la zona fronteriza durante el verano y la primavera. Pero mucho más grande, mucho más peligroso y letal.

Katsuki trago saliva sin saber si debía decirle a Aki que debían apresurar sus caballos hacia el pueblo o detenerse para enfrentar a la criatura que solo le quedó mirando. No podía estar seguro pero lograba sentir cierta energía mágica de esa criatura y era poderosa. Una magia fría. Una magia que recién ahora percibía que se esparcía por todo el Valle del Hielo.

Lo que dijo Fuji se le vino a la cabeza. El Valle del Hielo estaba cubierto por un campo de protección mágica, que lo mantenía aislado y oculto del resto del mundo.

¿Por qué ahora el Señor del Invierno los dejo pasar a sus territorios? ¿Sus intenciones eran de verdad solo comerciar con Yuei?

—Katsuki, ¿estás bien?

Tenía que girar y responderle a Aki, tenía que darle la espalda a la criatura y dejarle una perfecta oportunidad para atacarlo. Su corazón latio más rápido y con todos sus sentidos alerta, miro a su primo y le respondió que estaba bien, luego siguió con la mirada al frente. Empezaban a aparecer chozas a lo lejos, el pueblo, el Valle del Hielo.

La criatura no los atacó. Pero Katsuki podía sentir todavía su mirada en su espalda. Quería saber de una vez qué mierda era.

Saber si ese maldito Señor del Invierno tenía controlado a tal criatura.

Y si no era así, ya vería él que hacer al respecto.

Un grupo de hombres los recibió, parecían desconfiados y algo salvajes, rudos. Todos eran grandes, robustos, de barbas largas y brazos musculosos. Hablaban el dialecto de Yuei, así que, la comunicación no fue un problema. Cuando les preguntaron porqué su emisario no había vuelto, Katsuki les pasó una carta del hombre que seguía enfermo en Yuei.

El grupo dudo pero la aceptaron y les dieron las gracias por cuidar de su amigo. Después, uno de los hombres más viejos, dijo que los guiaría hacia donde vivía el Señor del Invierno, el Castillo del Hielo.

—No es una caminata muy larga —dijo pasando a el cenizo una pequeña jarra —Bebe. Es caliente.

Aki se lo quito de la mano antes de que el cenizo se negará, se lo llevó a la lengua e hizo una mueca. Después, se lo volvió a pasar.

—Es vodka. Te ayudará a entrar en calor —le dijo y después, miro hacia el mayor —No sabía que aquí hicieran ese tipo de licor.

—No se dice —se encogió de hombros el mayor —Hace un tiempo, Su Majestad nos prohibió decir de dónde éramos y quiénes éramos a nuestros asociados. No podíamos quejarnos. De hacerlo, no habríamos tenido ningún ingreso y no podríamos comprar comida.

— ¿Quien es Su Majestad? —preguntó el cenizo y noto el temblor en las piernas del mayor, como le costaba caminar y supo que tocó un punto delicado —No responda si no quiere. Se lo puedo preguntar al Señor del Invierno de todas formas.

—Perdone, es una reacción todavía normal para mí —se disculpo el hombre dándole una leve sonrisa apenada —Su Majestad era...el antiguo gobernante o más bien, nuestro eterno gobernante. Era una especie de demonio de no sé cuántos años, que eligió instalarse en este lugar y aprisionar nuestras vidas con las Mantis. Mantenía una barrera que nos impedía irnos. Pero sabía que no podíamos sobrevivir sin comida y él no podía vivir sin nosotros, así que, cada tanto nos dejaba comerciar. Conseguir dinero y alimentos. No es tan malo cuando te...acostumbras. Aprendes a vivir con lo que te toco.

— ¿Nunca intentaron oponerse a él? —interrogó Aki.

—Como dije, Su Majestad usaba a las Mantis para controlarnos y esos monstruos no pueden morir, son inmortales y obedecen todas sus órdenes. No teníamos oportunidad —suspiró el hombre y, después, sonrió un poco —Hasta que Yu...—carraspeo y se tapó la boca —Hasta que nuestro Señor del Invierno nos salvó. Ahora somos más prósperos. Claro que desde que Su Majestad fue derrotado, muchas personas nos dejaron, se fueron a otros pueblos o siguieron más al norte. Para el Señor del Invierno ha sido difícil mantener al pueblo.

—Y por eso pidió ayuda a Yuei, ¿no? —comentó el cenizo.

—Hemos escuchado que Yuei es un reino con el cuál comerciar es sencillo, sí. No cobran demasiados impuestos y la paga es justa —confirmó el hombre —Pero no estoy seguro si fue por eso que el Señor del Invierno eligió pedirles ayuda. Lo desconozco, sinceramente.

Katsuki asintió satisfecho con la información que el hombre había compartido con ellos. Ahora tenía una mejor explicación de porque los hombres eran tan pocos y algunas de las chozas que vio parecían vacías. Parte del Valle del Hielo debió haber migrado a Yuei o más al norte. Lo que quería decir que Teka debía tener extranjeros en masa en rumbo a su reino dentro de unos meses.

— ¿No escucharon que Yuei todavía no se recupera del todo de las guerra contra la Tribu del Yelpe y los Nikka? —quiso saber y el hombre se tomó un tiempo para pensarlo, se llevó una mano a la cabeza y negó —Fue hace unos cuatro años, ¿nunca escucho de ella?

—Muchacho, en ese tiempo seguíamos bajo el dominio de Su Majestad y solo podíamos salir de aquí dos veces al año para comerciar —respondió el hombre —Si alguien me menciono esa guerra, no lo recuerdo. Lo lamento muchísimo, ¿fue grave?

—Es asunto pasado —no quería entrar en detalles acerca de eso —Pero si sigue habiendo gente con intenciones de ir a Yuei, dígales que tendrán dificultades para encontrar trabajo y comida. Al menos por uno o dos meses hasta que puedan establecer.

—Muchas gracias por la información —inclino la cabeza el hombre —Se los comunicaré.

El hombre siguió caminando y Katsuki empezó a ver al Castillo del Hielo, una estructura toda de color negro, con pocas ventanas y dos cornisas, una a cada lado. Era el palacio más pequeño que hubiera visto y tuvo una desagradable sensación al acercarse. Aki también debió tenerla por la manera en que le temblaron las manos. Podía sentir una energía mágica oscura de ese palacio, muy parecida a la de Shigaraki, pero a la vez diferente. Incluso más siniestra.

Las huellas en la nieve de un animal de patas extrañas le llamaron la atención. Porque parecía que el animal se arrastraba por momentos y luego, hacia un paso, un punto en la nieve con forma de círculo. Katsuki no tardo en asociarlo con la criatura que vio antes de llegar al Valle del Hielo. Se estaba preguntando si esa criatura estaría por ahí cuando escucho una voz cantando, la voz de una muchacha que se acercaba cada vez más a ellos.

Y entonces, los vio. Una muchacha de cabello blanco que bailaba en la nieve y un muchacho con el cabello del mismo color y largo, ambos con ojos grises y ropas de tonos similares de azul. El vestido de la muchacha era de un azul claro, que se movía con ella como las olas del océano. La camiseta y los pantalones del muchacho eran de un azul más oscuro, haciendo que fuera distinguible entre tanta nieve. Los dos parecían ser iguales pero mientras más los miraba más notaba las diferencias. El chico más alto, la chica mas baja. La chica delgada, el chico robusto. El muchacho con labios finos, la muchacha con labios carnosos.

Ella parecía estar loca y él cuerdo.

Descalza sobre la nieve, la muchacha fue la primera en notarlos, paró de cantar y se escondió detrás del muchacho, el cuál giro a verlos, tenía los ojos más grises de lo que Katsuki hubiera creído. Lo hubiera confundido con alguien ciego si no fuera porque las pupilas de ese chico estaban clavadas en él.

Por un breve momento, se preguntó si serían los hijos del Señor del Invierno. Pero cuando ambos se acercaron, con la muchacha agarrada del brazo del muchacho y se presentaron, lo último que le pasó por la cabeza era que uno fuera el gobernante de ese lugar.

—He traído a los de Yuei, Señor del Invierno —dijo el hombre que los había escoltado.

—Gracias —respondió el muchacho dándole una sonrisa al hombre, una sonrisa de dientes blancos que el cenizo jamás había visto en otra persona —Puedes retirarte. Mí hermana y yo nos haremos cargo a partir de ahora.

El hombre asintió y se alejó por el sendero que los había traído. Katsuki sintió que Aki no entraba entre ellos tres, parecía ser el único adulto entre un grupo de adolescentes y el mismo azabache parecía incómodo por esa notaría diferencia. El muchacho le brindo una sonrisa como si notará aquella tensión, se separó del agarre de su hermana e hizo una leve inclinación de cabeza, una a la cual le faltaba mucha práctica.

Porque, literalmente, el albino tropezó con sus propios pies y estuvo por caer en la nieve si no fuera porque su hermana volvió a agarrarle el brazo para evitarlo. Se limito a reírse como si no hubiera pasado nada —para consternación del cenizo y el azabache acostumbrados a tratar con nobles groseros pero de impecables modales— y volvió a sonreír. Parecía que no le cansaba tener los músculos de la cara tan estirados con el frío que hacía ahí afuera.

—Muchas gracias por haber hecho el viaje tan largo hasta aquí, mi nombre es Yuki Hirose, soy el Señor del Invierno. El que gobierna todo el Valle del Hielo —se presentó y luego, miro hacia su hermana —Ella es mi hermana menor, Yuki Hirose. Su nombre se escribe como nieve y el mío como felicidad.

—Es un gusto —respondió la albina sin inclinar la cabeza ni hacer contacto visual con ninguno.

—Mí nombre es Aki Bakugou, soy el esposo de la Matriarca del Clan Bakugou —se presentó formalmente el azabache.

—Soy Katsuki Bakugou. El primer mago de Yuei y el maestro de la reina —al ver la mirada de su primo, el cenizo suspiro y agrego —Soy el líder del clan Bakugou.

No se sentía cómodo diciendo eso. Hace tiempo que no tomaba una decisión que verdaderamente afectará al clan y todavía era difícil para él considerando lo que le hizo a Yue. Pero Mei insistía que ella no era la líder, que ese papel le pertenecía a él que siempre los había protegido. Así que, de vez en cuando, tenía que decirlo.

—Estoy verdaderamente feliz de tenerlos aquí —comentó Yuki —Ya es tarde, será mejor que les muestre sus habitaciones y ya mañana habláramos sobre lo importante.

Aki y Katsuki aceptaron y siguiendo a ambos hermanos, finalmente entraron al Castillo del Hielo.

Era increíble pero hacia más frío ahí dentro que en el exterior y Yuki, la hermana del Señor del Invierno, seguía caminando descalza como si no fuera nada. Y cantando, con su voz haciendo eco entre las paredes.

Katsuki pensó que era escalofríante y que no quería pasar ni un segundo más del necesario en aquel lugar.

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