Capítulo 46

Yuki se había puesto a cantar en la ventana, tenía una voz hermosa para eso pero la letra era triste y lúgubre. Shoto no la estaba escuchando con atención pero sentía que la canción se mezclaba con sus pensamientos de un modo familiar y único.

Como si pudiera escucharla incluso en el aire gélido sin que ella la cantará.

—Ven a verme en la nieve, baila conmigo y ríe conmigo. Ven a buscarme y juguemos juntos...—tocaba el cristal de la ventanas al cantar, haciendo un pequeño y agudo compas —Mientras la nieve cae y él no nos encuentra, salgamos a jugar. Ven a buscarme y salgamos a jugar. Acá donde él está no puedo llorar...

—Yuki...—la llamo despacio y ella giro la cabeza, mirándolo con enfado — ¿Yuki-neesan? —no, la expresión de enojo continúo —Hermana.

Yuki finalmente le mostró una pequeña sonrisa y asintió encantada. Lo había arrastrado del pasillo donde se hallaba su habitación —y en dónde había dejado al mago— a un despacho realmente gigante con diversos pergaminos y libros contables que parecían no tener fin, también había varias cartas con lo que decían ser "peticiones urgentes" de parte de los pobladores. Aparte de eso, la oficina no tenía casi nada, algunos documentos incluso se encontraban en el suelo, desparramados sin orden y con una letra espantosa. El escritorio era viejo y las sillas igual. Pero él sentía que no tenía importancia ante lo que estaba viviendo.

Lo que todavía no terminaba de creerse.

— ¿Sabes por qué estoy aquí? —le preguntó ya que ella parecía ser la única en notar que no era el Yuki que todos conocían.

—No. La voluntad de la magia no se rige con explicaciones —negó la albina con la cabeza poniendo una expresión pensativa y contemplativa b—Estas aquí y punto. Debes hacer lo que creas mejor, pequeño, ¡ah, pero tienes que ir sí o sí a la Biblioteca del Último Mundo con Katsuki! Mi hermano necesitaba realmente terminar con todo este papeleo antes de que la nieve se derrita.

—Pero aquí siempre es invierno —respondió y la mayor solamente se río como si hubiera dicho un chiste. Sin que tuviera ganas de seguir ese rumbo de la conversación, le pregunto inquieto — ¿Por qué tenemos el mismo nombre, hermana?

—No es el mismo nombre. El hermano Yuki tiene el nombre escrito como felicidad —explicó la albina como si fuera obvio ese hecho —Su Majestad me puso Yuki por la nieve. No es lo mismo.

— ¿Quien es Su Majestad?

Todoroki debió saber que era una mala pregunta por la manera en que la expresión de la albina se oscureció y sintió la temperatura de la habitación bajando varios grados. Si ya de por sí era un lugar frío al no contar con chimenea, lo que sea que estuviera haciendo ella había logrado ponerle la piel de gallina pero no lo hacía sentirse mal. El frío no le afectaba aunque sí lograba sentirlo y percibirlo. Únicamente, no le dolía y no lo hacía estremecerse.

Pensó que era algo bueno hasta que su corazón se detuvo de la nada y le dolió como si un rayo le hubiera caído del cielo.

— ¡Oh, no, no otra vez! ¡Lo siento, lo siento pequeño! ¡hermano! —gritó la albina asustada y lo agarro entre sus brazos — ¡Aguanta, aguanta! ¡Iré por Katsuki! ¡Resiste!

Se había caído al suelo con la mano derecha agarrando un costado de su ropa, como si con eso pudiera sostener su corazón congelado y pesado como una roca en su interior. Nunca había sentido un dolor igual. Tan horrible que le corría por las venas y viajaba por todo su cuerpo. Era como sentir desde el corazón como el hielo crecía y se expandía, su respiración salía de un tono blanco y la garganta le ardía y los ojos le lloraban. Instintivamente se había puesto de rodillas en el suelo, con la cabeza tocando el piso y suplicando que aquella torturara terminara. Tenía el terrible presentimiento que no era la primera vez que sufría de aquella manera, ni que era la primera vez que su hermana se la provocaba, así como también tenía la sensación de que no moriría por eso.

Que, desgraciadamente, iba a sobrevivir para vivir la experiencia más veces aún si su hermana mayor estaba presente o no. Era el tipo de seguridad que tenía como la que sentía cuando veía el amanecer cada mañana. Siempre sabría que el sol saldría al día siguiente también. Sí, si tuviera que ponerlo en palabras, sería algo así lo que sentía.

Estaba llorando por el dolor cuando sintió a alguien poniendo una mano sobre su espalda y mandando algo de calor por su cuerpo, la sensación lo alivio tanto que se quedó acostado boca abajo, viendo de costado una capa negra y los ojos serios de una persona que le miraba, entre preocupado y ansioso. Katsuki se veía muy lindo con esos gestos, pero no le gustaba haberlo puesto así y podía sentir que esa sensación era tanto suya como de Yuki. A ninguno le gustaba ver al mago angustiado por su causa.

—Lo siento —murmuró llamando la atención del cenizo.

— ¿Por qué lo sientes, idiota? —bufó el de ojos rojos —No es culpa tuya que tu hermana te cause esto. Quédate quieto y deja que use mi magia. No es mucho lo que puedo hacer pero servirá para aliviar algo de dolor.

Shoto no respondió, se quedó pensando en lo que dijo Katsuki acerca de que Yuki, su hermana, tenía la culpa de esta situación. Que tenía la culpa de su dolor, ¿por qué sería? Intento pensarlo, ya que ella dijo que todo lo que supiera su hermano, él también tendría que saberlo y sorprendentemente, la información llegó dejándolo anonadado.

La historia empezaba así, hace muchísimo tiempo atrás una pareja feliz y enamorada estaba recibiendo a su hijo en el día más frío del Largo Invierno, durante una nevada como la que nunca antes se había visto en el escondido pueblo dentro del Valle del Hielo. Eran solamente ellos dos y la partera dentro de su humilde hogar. La madre entro en labor antes de que iniciará la tormenta y tuvo a sus inesperados gemelos durante la fuerte caída del granizo. La conmocion inicio cuando los padres vieron con horror que sus bellos hijos tenían ojos grises y cabello blanco, la descripción del salvador del pueblo y enemigo de Su Majestad, un hombre que gobernaba el Valle del Hielo desde el inicio de los tiempos. Tuvieron que tomar una rápida decisión y la madre pidió que la partera salvará a su hijo, mientras ella y su esposo se quedaban con su hija.

Entonces, el niño creció con la amable y amorosa partera la cual nunca había tenido hijos ni estaba muy apegada a la vida en el Valle del Hielo. Frecuentaba el pueblo cuando necesitaban sus servicios únicamente. Le puso "Yuki" debido a la felicidad que el pequeño niño trajo a su lugubre y monótona vida, lo amo con todo su ser y fue una madre buena para él, pero bastante sobreprotectora y paranoica.

Por otro lado, la niña fue llevada por Su Majestad —el cual asesino a los padres con el poder de las Mantis— a el Castillo del Hielo, su conocida y aterradora guarida. Su Majestad no la crío, la tuvo encerrada por mucho tiempo y la alimentaba de vez en cuando. Conservó a la niña por capricho, para demostrar que su poder era invencible e intocable. Cuando ella cumplió los dos años, creo un cuchillo con hielo y le escribió en el cuello su nombre, Yuki, repetidas veces y nunca dejo que la cicatriz sanará, quedando de esa manera una marca de propiedad eterna. La nombró "Yuki" por la nieve que vería hasta su muerte en el Valle del Hielo, sin la posibilidad de irse jamás.

El tiempo para los gemelos transcurrió de distintas maneras. Mientras Yuki adoptó el apellido Hirose de su madre adoptiva y se divertía como todo niño, Yuki vivía siendo atormentada por Su Majestad y jugaba con las Mantis, que le obedecían, siempre que tenía la oportunidad. La catástrofe de sus vidas comenzó el día en que se conocieron ambos, como si fuera obra del destino y, en cierto modo, la niña sabía que así debía ser.

Porque Yuki salvó a su hermano mayor de las Mantis. Un día que el niño quiso salir con los niños del pueblo a cazar sin decirle a su madre, sucedió el evento, él estaba intentando atrapar a un zorro que se veía muy lindo y sus amigos a un conejo. Entonces, escucharon el aleto de las Mantis y se aterraron. La razón porque el pueblo del Valle del Hielo obedecía a Su Majestad era porque podía controlar a las criaturas mágicas que rondaban por sus tierras. Claro, él las usaba para amenazarlos. Pero a la inversa era lo mismo, a las Mantis, supuestamente les gustaba matar. Así que todos preferían que alguien las tuviera controladas y obedecer sus órdenes, para así mantener sus vidas.

En fin, en ese día, Yuki sabía que su hermano estaría en peligro y salió del Castillo del Hielo para buscarlo. Las Mantis le obedecían, así que a las corridas, les ordenó que se alejaran de su hermano y sus amigos. Sin embargo, lo hizo cuando una estaba por atacar a su hermano, cuando su hermano estaba en el suelo y con las manos alzadas, intentando que la Mantis no le hiciera daño. Entonces cuando la Mantis se fue, los demás creyeron que fue porque su hermano y no ella lo había hecho.

Pero ella y él supieron la verdad cuando se vieron entre la nieve. Él sabía que fue ella. Y ella sonrió y se acercó a saludarlo, como si no fueran la primera vez que se veían cara a cara.

La información llegaba hasta ahí. El cuarto príncipe intentó indagar más en los recuerdos pero estaban muy guardados dentro suyo. Eso le llevo a tener dos conclusiones. A, Yuki no quería que viera lo que pasó después de eso. B, no podía saber tanto sobre el pasado como pensaba. De todas formas, lo que había descubierto era bastante.

— ¿Te piensas quedar todo el día en el suelo o qué? Te recuerdo que tenemos cosas para hacer.

Todoroki sintió el cuerpo más ligero e igual de frío que antes, el típico dolor muscular por su maldición no era nada comparado a la experiencia de tener su corazón y venas a punto de congelarse. Se sentó lentamente en el suelo, notando que Bakugou lo observaba, su piel estaba algo pálida y se veía descompensado. Tuvo el presentimiento de que le pasó magia para evitar que le diera un infarto. Debió ser una enorme cantidad para que el mago luciera tan agotado.

— ¿Estás bien, Kat...?

—Bakugou, ¿te lo tengo que deletrear? —gruño el cenizo poniéndose de pie —Es B-A-K-U-G-O-U. Llamas a Aki de esa forma, no te hagas el tonto conmigo y haz lo mismo, maldito Señor del Invierno.

El cuarto príncipe se quedó en silencio sintiendo que eso venía más por parte de Yuki que por la suya. Debía conocer al tal Aki al cual se refería el cenizo y su relación debía ser otra a la que tenía con él, pero no parecía dispuesto a ponerlo en discusión.

— ¿Tienes todo listo para ir a la Biblioteca del Último Mundo? —preguntó en cambio, notando que el cenizo le miro con una ceja alzada —No estoy dudando de que ya tengas todo hecho. Solo pregunto.

—Me falta mi jodido estudiante —se dió la vuelta el de ojos rojos saliendo del despacho —Vayamos de una vez. Ya te dije que no es como que pueda estar aquí por mucho tiempo. Debo volver a Yuei.

—Ah, sí, por lo del matrimonio de la reina, ¿no? —respondió el cuarto príncipe sintiendo que no era él quien lo estaba haciendo —Escuche que mi hermana te pidió algo relacionado a eso, ¿qué era?

—Nada que te importe, Señor del Invierno —contestó bruscamente el mago y agrego con más tacto —Piensa primero en tus prioridades. Que hago esta mierda para que tu territorio este bien por los siguientes diez años.

— ¿Tanto tiempo? —cuestiono el cuarto príncipe notando como el cenizo asentía — ¿Podremos hacer todo eso con el tiempo que estemos en la biblioteca?

—Estaremos unos seis meses ahí adentro. Unos cuatros días del mundo real —explicó el cenizo —No vamos a jugar en todo ese tiempo y apenas necesitaremos dormir. Así que, sí, diez años es lo mínimo. Tenemos que arreglar finanzas, ver qué tipo de comercios puedes hacer con todo este hielo, políticas y leyes, aparte de qué mierda vas a hacer con las Mantis...

—Te lo he dicho, pienso darles lo que prometí una vez muera —contestó Shoto sintiendo otra vez que era Yuki quien estaba hablando.

— ¿Y hasta entonces piensas dejarlas por todo el Valle del Hielo libres? —le retó con la mirada el cenizo — ¡No son criaturas normales, por todos los cielos! ¡Tú mejor que nadie lo sabes!

—...Pero no son malvadas —murmuró por lo bajo —Si no se los pido, no le harán daño a nadie.

—No eres tú quien me preocupa —gruño el cenizo —Es tu hermana. Y lo sabes. Si ella pierda un solo segundo ese fino hilo de cordura que sigue dentro de su cabeza, al carajo contigo y todos los demás. Incluído Yuei y mi clan.

Shoto se quedó en silencio y sintió un intenso dolor en su pecho, como si Yuki reconociera que el más bajo estaba en lo cierto pero no quisiera admitirlo. Se sentía triste y confundido, ¿por qué su hermana sería un problema para todo el mundo? ¿qué es lo que haría ella que traería tanta devastación? Podía sentir en su interior que lo sabía e intentaba descubrirlo pero, la sensación de un muro de hielo se alzaba por sobre su cabeza, impidiendo que lo supiera.

Katsuki debió tomar su silencio como que estaba triste, porque cuando volteo a mirarlo, tenía una expresión más amable y menos hosca. Parecía ligeramente arrepentido de sus palabras pero no tenía la menor intención de retractarse. Solamente le dió la mano y le indico que entrara de una vez a la Biblioteca del Último Mundo.

El cuarto príncipe no recordaba como llegaron hasta ahí. El trayecto de su despacho hasta la biblioteca fue muy corto y al pasar por la puerta de la mano del cenizo, pudo sentir como la magia del tiempo lo envolvía y lo detenía todo en su interior. Sin embargo, no se sentía diferente.

En lo que el cenizo cerraba la puerta y murmuraba unos cuantos hechizos, se puso a inspeccionar la biblioteca. Era enorme y sumamente hermosa. Había varías estanterías llenas de libros con lomos de colores negros y amarillos debido a su antigüedad. Las paredes eran blancas, con columnas de mármol negro imponentes y el suelo era de una hermosa cerámica blanca con patrones de copos de nieve. Había dos ventanales enormes que mostraban un día gris y frío, montañas cubiertas de nieve y un par de árboles a lo lejos. Lleno de curiosidad y una desconocida nostalgia se puso a tocar un pequeño escritorio empotrado en una de las paredes, tenía varios pergaminos y muchísimas tintas a un costado, una carpeta llena de documentos por lo que podía suponer y un juego de té con dibujos de flores rosadas. La enorme biblioteca también contaba con lo que parecían ser dos camas bastante cómodas y con frazadas gruesas, además de una mesa y un pequeño hornito circular que parecía ser hecho en un apuro. Aparte de todo eso, en un pequeño rinconcito, se encontraban sacos con varias verduras y hortalizas frescas.

Estaba todo el lugar equipado para pasar una temporada sumamente larga.

Shoto no estaba seguro en qué momentos era realmente él y en qué otros era Yuki. Había ciertos asuntos que podía hablar con el cenizo con gran fluidez y conocimiento, uno que él ciertamente no guardaba en sus recuerdos. Y en otras ocasiones se quedaba pasmado escuchando las cosas que decía el otro sin saber la manera correcta de responderle. De cualquier forma, lo único que podía tener en claro era que Katsuki notaba la vaga diferencia entre él y Yuki pero que lo dejaba pasar pensando que el vivir con el "tiempo detenido" —sin sentir ni sueño ni hambre— no era lo suyo. Que lo hacía, por decirlo decorosamente, estar inestable.

En las ocasiones en que era él mismo quien estaba presente, el cenizo daba por terminada las lecciones y le pasaba un poco de té con galletas e intentaba transferirle un poco de magia para evitar que tuviera sus paros cardíacos debido al congelamiento de su maldición. No le gustaba que lo hiciera, ya que se notaba que gastaba una enorme cantidad de magia en ello, pero no había manera de pedirle que no lo hiciera. Se mostraba muy obstinado cuando le decía que no hacía falta y siempre daba la misma excusa para hacerlo.

—Si te llegas a morir, tu gente va a colapsar y será un problema si empiezan a migrar en masa a Yuei —decía con gesto de fastidio —Teka no puede todavía costear tantos gastos.

Todoroki podía saber que eso era una pobre excusa y que, en realidad, el cenizo lo estaba ayudando porque no le gustaba verlo en sufrimiento y que él se sentía más frustrado que nadie por no poder ayudarlo. Una noche, cuando intentaba descansar, se encontró con el mago estaba leyendo acerca de pociones y le miro con curiosidad el libro, notando que la letra no era la misma.

— ¿Es de otro mago? —pregunto interesado — ¿Alguien de tu familia?

—Sí, una prima. Ella descubrió muchas cosas interesantes cuando buscaba una cura para otra cosa —contesto el cenizo sin verlo y apretando los bordes del cuaderno —Era muy inteligente. Posiblemente aquí encuentre alguna mierda que sirva para lo tuyo.

—...Murió —murmuró entendiendo porqué el mago hablaba de esa persona en tiempo pasado —Lo lamento. No debí preguntar.

—No importa —suspiro el cenizo —Fue hace mucho tiempo.

Bakugou siguió leyendo su libro en silencio y el cuarto príncipe de Yuei lo observó, no se veía para nada diferente a cuando lo conoció —o conocería— tenía el cabello cenizo en punta y corto, los ojos rojos tan afiliados como dagas, piel pálida y estaba quizás un poco más delgado, no parecía estar llevando bien el clima del Valle del Hielo. Quiso acercarse pero recordó que su cuerpo solo le traería más frío que otra cosa y que sería mejor estarse apartado. Sin embargo, inesperadamente, el cenizo se subió su cama y se acostó para seguir leyendo el libro, tenía las mejillas algo rojas al hacerlo.

El cuarto príncipe pudo sentir como su corazón se acelero y, a tientas, movió una mano sobre la espalda del mago. Lo vio tensarse y después, quedarse quieto. Probó darle una palmadita suave y el contrario no se quejo, solo paso la página del libro y siguió leyendo. Fue lindo.

Shoto cerró los ojos por un segundo y al volver a abrirlos noto que estaba encima del cenizo, que el libro ya no estaba presente en ninguna parte y que el mago se veía muy pero muy asustado, las piernas le temblaban y sus manos le estaban apretando los hombros, de sus ojos rojos salían lágrimas y había un hilo de saliva corriendo por sus labios. Se aparto de inmediato, su espalda golpeó la pared y vio al más bajo temblando en la cama, se metió debajo de la sábana y se quedó ahí. Él intento acercarse pero una fuerza más fuerte lo mantuvo a parte. Al parecer, Yuki tuvo la culpa de esto e iba a asumir la culpa cuando él no estuviera presente. Así que respiró hondo, miro una última vez al mago y volvió a cerrar los ojos.

Porque había comprendido desde un inicio que el Katsuki Bakugou que estaba en esa biblioteca le pertenecía a Yuki Hirose.

A él le llegaría su turno. Por eso, no podía interferir con Yuki. No podía decir nada. No podía cambiar nada. Solo ver lo que tenía que ver y saber lo que tenía que saber. Nada más que eso y ya era bastante, ¿no?

Pero entonces, ¿por qué era tan doloroso sentir lo mucho que Yuki amaba a el mago?

La última vez que fue él mismo de nuevo, el mago estaba delante suyo, se veía triste y melancólico, mirando por la ventana de su despacho. Habían dejado la Biblioteca del Último Mundo y Todoroki se sintió desorientado por eso, pero supo mantener su fachada y solo observó las facciones del cenizo que miraba la nieve cayendo.

—Es un lugar hermoso —comentó sintiendo que, por una vez, era realmente su propia voz la que estaba hablando —Estoy seguro que no fue cómodo para ti estar aquí. Pero espero que te lleves buenos recuerdos, Katsuki.

—...Te permitiré usar mi nombre hoy ya que me estoy por ir —dijo el cenizo dándose la vuelta y caminando hasta el más alto —Yuki...ya sabes que debo llevarme a tu hermana a Yuei, ¿no es así? Ella es la verdadera salvadora de las Mantis. Debe estar alejada de ellas para no usarlas como Su Majestad.

—Lo sé —apretó los puños porque podía sentir un agudo dolor atravesando su garganta —Es solo que...¿en verdad nunca más voy a poder volver a verla?

La expresión de Bakugou fue muy pero muy miserable. Como si el mismo cenizo supiera lo que era una despedida eterna y a el cuarto príncipe de Yuei eso le partió el corazón, porque el mago no debería haber sufrido aquel dolor que él podía sentir perfectamente en el interior de Yuki. Ese dolor de la soledad que le esperaba y la infelicidad.

El cenizo le tomó la mano, ignorando que el frío se la estaba quemando y se la llevo a la cara, tenía los ojos rojos medio irritados, como si estuviera sintiendo su dolor y le murmuró.

—Lo lamento —se disculpó como si fuera su culpa —En verdad lo lamento, Yuki. Lo lamento.

Shoto sintió un sollozo saliendo de su garganta y antes de que en verdad empezará a llorar, se impulso hacia adelante y beso al mago que soltó una exclamación de sorpresa pero que no lo rechazó. Sus manos se envolvieron alrededor de sus hombros y las suyas fueron a su espalda, abrazándolo y manteniéndolo cerca. Su lengua se puso a buscar demandante el calor de la boca contraria y se retiró antes de hacerle daño, el más bajo tenía unas pequeñas lágrimas saliendo de sus ojos.

Y después de eso, solo pudo escuchar una cosa. De manera distorsionada y distante, como si estuviera despertando de un sueño muy largo.

—Prometeme que no abrirás esa puerta, Katsuki. Por favor, te lo ruego, no la abras.

Yuki sonaba desesperado.

—No puedo hacer esa promesa.

Por otro lado, Katsuki sonaba lamentable.

Y el largo sueño se acabó.

— ¡Shoto!

El grito de Gente lo trajo de nuevo a la realidad. Estaba acostado en el suelo, su respiración era pesada y tenía los ojos llorosos. Se incorporó lentamente, el libro de Yuki Hirose estaba a un lado, en el suelo y tuvo miedo de volver a abrirlo. Sus latidos estaban fuera de sí y sentía muchísimo pero muchísimo frío, casi como si su maldición hubiera vuelto, pero no era eso. Su primo le sostuvo el brazo con fuerza y le señalo a un costado, en la mesa que había en la biblioteca —la cuál ahora le parecía patética cuando sabía de su gloria anterior— se encontraba una figura femenina sentada, de contornos blancos brillantes y azules, cabello albino largo y ojos grises de aspecto triste.

Era una mujer joven y bella, cuya presencia helada había congelado la madera de la mesa y apagado el fuego cálido de la biblioteca.

—Es una alegría verte despierto, pequeño. Ha pasado mucho tiempo, ¿no?

El bicolor se paró lentamente. El albino lo ayudo y le susurro desde detrás suyo.

—Apareció cuando te desmayaste y no dijo una palabra hasta ahora. No es humana, Shoto, es magia pura —se le escuchaba ansioso y preocupado —Se siente como si toda la magia del Valle del Hielo estuviera en un solo lugar. Es peligrosa.

El cuarto príncipe asintió y siguió estudiando el rostro de la mujer, le era familiar pero a la vez no. Tenía lucidez en el rostro pero mezclada con tristeza y melancolía. No parecía ella misma. Pero luego de unos segundos de riguroso análisis, supo que estaba delante de la hermana mayor de Yuki Hirose.

— ¿Tú sabías que esto pasaría? —interrogó confundido — ¿Lo sabías?

—Sí, pequeño, lo sabía. Es un don que vino de Su Majestad. Mientras estuve viva podía ver ciertas partes del futuro. No todas, desgraciadamente —murmuró con tristeza la albina dejando la mesa y caminando por la biblioteca —Asumo que no pudiste ver todo lo que había en el libro de mi hermano, ¿cierto?

—No, no me lo permitió —contestó el bicolor.

Yuki sonrió y levanto el libro del suelo, no se congelo bajo su tacto. Por lo tanto, se dió el lujo de acariciarlo y dejar un beso en la tapa.

—El pasado es como es. Tuviste tu tiempo con Katsuki, el tiempo que te pertenecía como Yuki. Debes vivir el que sigue como Shoto y no anhelar lo que ya te fue dado —advirtió la albina —Eso está mal.

—Yo...sigo sin entender porqué pude ver los recuerdos de Yuki y saber de sus sentimientos —dijo el bicolor mirando a la albina que le dió una sonrisa comprensiva — ¿No podrías explicarme eso?

—Es sencillo, pequeño, es porque eres Yuki. Mi hermano —respondió la albina —Misma alma pero distinto cuerpo. Tuviste un último deseo antes de morir, ¿acaso no puedes adivinar cuál fue?

Pese a lo abrumado e impresionado que estaba por la información que le estaba arrojando la albina a la cara, el bicolor lo intento, intento pensar en qué pudo haber deseado Yuki para renacer y tuvo una única respuesta.

—Desee volver a ver a Katsuki —contestó.

—Sí, es lo más posible. Lo amabas mucho y él a ti pero no era su momento, no del todo —acarició el lomo del libro —Tenías muchos problemas en ese entonces y él también. No podían ser felices. Por eso, yo me encargue de que vinieras aquí. Necesitabas ver el libro.

— ¿Tú? —la miro el bicolor — ¿Cómo?

—Soy la Salvadora de las Mantis. Eso significa que mi alma, sin importar nada, iba a quedarse eternamente aquí. Yuki no sabía de eso y yo nunca se lo dije. Cuando él murió aquí, en Yuei, yo también morí y vine a cuidarlo. A cuidar todo lo que él construyó y creo. Por eso, tuve que deshacerme del castillo que tanto sufrimiento le trajo y llevarme todos los recuerdos que no eran necesarios —contó la albina —Únicamente guarde ese libro aquí, porque sabía que él volvería a buscarlo. Sabía que vendrías, pequeño y que te ibas a enamorar otra vez de Katsuki. Es la voluntad de la magia. Es el precio a pagar.

— ¿El precio a pagar? —cuestiono el cuarto príncipe — ¿Qué quieres decir con eso?

Justo en ese momento, Yuki empezó a desvanecerse. Era solamente magia, siempre presente pero nunca estaba realmente ahí. No era visible. Vivía en el aire frío, en las montañas, en la nieve y el cielo. Ella solo pudo tomar esa forma corpórea para hablar un poco con su hermano una vez más. Y ya era el tiempo de irse.

Pero antes de eso, le respondió a su querido y adorado hermano su pregunta.

—Que llegó el momento en que Katsuki descanse en paz. Pequeño, has venido a darle paz y amor. Que es lo que deseaste en primer lugar.

Luego de decir eso, con una ventisca helada, ella se fue.

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