Capítulo 31

El Gran Tsunami de Oriente. La Guerra de los Dorha. La Crisis de Hei. El Tornado de Reiki. El Asedio de Kyu a Jei-Jei. La Avalancha del Valle del Hielo.

La Guerra de las Rosas.

Izuku paso dos días enteros con Mitsuki Bakugou repasando el material con los eventos de Yuei catastróficos de los últimos diez años cuando el último título paso por sus manos. La Guerra de las Rosas se dió en la capital imperial, cerca de las Playas del Paraíso, contra un pequeño reino que vivía ahí desde hacia cientos de años y con el cual Yuei había estado en paz hasta que, un día, se descubrió que miembros de la tribu monarca habían masacrado a una familia importante de la élite de Yuei. La arístrocacia exigió al joven rey que recién había asumido el trono, Enji Todoroki, que tomara medidas, presionaron y presionaron hasta que el rey acepto la guerra contra el reino llamado Herg.

El reino tenía un gran territorio lleno de bosques y prados, un ejército bastante decente y personas con magia. La guerra con ellos no era un asunto sencillo, por eso reyes anteriores habían evitado el conflicto y mantenido el comercio. Pero cuando se llegó al punto de la guerra, no se pudo dar vuelta atrás.

El castaño leyó acerca de la muerte de miles de personas de Herg atravesadas por rosas rojas que clavaron sus espinas en sus cuerpos y llenaron de sangre el descampado donde se dió la batalla. Los registros hablaban sobre cuatro magos poderosos usando sus poderes para acabar con los enemigos pero algo en eso no le cuadraba y no podía comprender porqué.

—Ten, creo que deberías leer esto.

El menor alzó la cabeza del registro más reciente que estaba leyendo y vio que Mitsuki le extendía un libro de tapa de cuero rojo, con el nombre Kazuma Bakugou bordado en letras doradas. En el momento en que dejó el libro sobre la mesa donde estaba, sintió un escalofrío y Eijirou, sentado a su lado pero sin leer nada —el dragón no quería leer sobre toda la estupidez humana en esos registros— también miro de reojo el cuaderno, su ceño se arrugo y miro hacia la rubia que les miraba con paciencia, usaba un vestido corto negro y como única joyería, un anillo con un rubí de un rojo intenso en medio.

—Es un Libro de la Memoria. De los de Aki Bakugou —dijo el de dientes puntiagudos —Hasta los de mi clase los conocen. Son libros peligrosos. Deku no debería verlo.

Midoriya sintió que era extraño escuchar al dragón decir su apodo en vez de su nombre de pila y debía admitir que no le agradaba demasiado. Pero le causó más intriga que hubiera nombrado a alguien con tanta seriedad y cierta preocupación.

—Aki-sama fue muy amable al dejar tantos de estos libros antes de morir y aunque es cierto que son peligrosos, son un registro de la historia tan realista que valen la pena ciertas consecuencias —respondió la rubia —Pero Deku-kun es libre de mirarlo o no hacerlo.

El castaño observó el libro con cuidado, parecía un libro normal a simple vista, pero la sensación de inquietud se mantenía. Kirishima le miro con advertencia, un claro "no toques el libro" pero las palabras de la matriarca de los Bakugou le tocaron en las fibras de su ser.

Un registro histórico realista. Tan realista que valían la pena las consecuencias.

Tocó el libro y sintió como era succionado dentro de él.

Olia a sangre y a rosas. Escuchaba gritos. Caballos. Personas. Le dolía el costado del cuerpo y la cabeza, le habían golpeado con un mazo cuando se descuido. Pero no importaba. El espectáculo que estaba viendo era más importante.

Inko tenía los ojos más verdes que nunca, gritaba llena de dolor y agonia y él no podía hacer nada, era tarde, muy tarde. Debió saber que una criatura tan sensible no podría tolerar este nivel de crueldad.

Debió imaginar que era capaz de devolverla.

Las rosas rojas, las enredaderas, los pétalos cubrían a la muchacha de largo cabello verde y vestido blanco manchado en sangre.

—Inko-chan...¡Inko-chan! —grito con fuerza, la garganta le dolía, escupió sangre e intento correr con fuerza — ¡Inko-chan!

Ella no le respondió. Las hermosas rosas arrastraron con el ejército enemigo y su sangre regó el césped verde del bosque. Siguió intentando correr pero solo logro arrastrarse al caerse y gritó más fuerte. Una y otra vez.

Y ella no respondió.

Masacre. Aquello fue una masacre. Mori no la iba a perdonar. Mori no podía perdonarla por mucho que la amara.

El bosque entendía la muerte como parte de la vida. Pero Mori se lo había explicado. No podía tolerar tener que ver con la muerte. Era antinatural. El bosque no mataba, ofrecía vida. El bosque veía morir. El bosque no podía matar.

Inko había matado. Mori la haría pagar por ello. Tendría que castigarla por ello. Aún si la amaba, la iba a castigar.

Lloró, lloró y gritó una vez más, su sangre no le importaba, quería llegar a ella, quería ocultarla de los ojos del imperio que la veían como si fuera un monstruo. Quería llevarla devuelta a casa. Quería que Mitsuki pudiera consolarla. Pero eso ya no era posible. Se había acabado.

Mori se la llevaría a dónde Inko pertenecía porque, al final, tuvo la razón. La humanidad la contaminó.

Las rosas empezaron a marchitarse y levanto el precio del suelo, viendo a la joven de vestido blanco manchado con rojo, arrodillada delante del cuerpo de un hombre con uniforme de soldado, cabello rubio y ojos cerrados. Lo vio darle un beso en la frente y susurrarle un par de palabras al oído, para después pararse y caminar hasta él.

Le sonrió. Inko sonrió pese a las lágrimas y seguramente, el saber lo que le esperaba.

—Kazuma-san, gracias por todo —se inclino ante él —Lo lamento. Debo pagar por lo que hice.

—...No...no...—murmuro débil y ella se inclino en el suelo, lo ayudo a pararse y la abrazo —No...no...tienes veinte...tienes solo dos años menos que mi hija...no...

—Eso no es cierto. Tengo la edad del bosque. Lo cual para los humanos es bastante —susurro Inko pero sintió que lloraba contra su hombro —Debo pagar el precio de lo que hice. Debo volver de donde vine.

La abrazo más fuerte. No quería dejarla ir pero sabía que ella tenía razón.

Debía irse.

Debía irse.

Inko le sonrió una vez y bajo la mirada de todo el ejército imperial, bajo la mirada de Enji, se alejó de todos y se fue. Su espalda empezó a volverse más y más pequeña hasta se perdió y...

Izuku quiso soltar un grito pero algo le impedía hacerlo, era húmedo, se movía dentro de su boca y se sentía bien, se sentía muy bien. Sus manos buscaron aferrarse a algo y encontraron unos hombros anchos y fuertes, empezó a ser más conciente de su cuerpo, alguien le agarraba de la cintura con firmeza y el cuello, jugando con los mechones de su cabello. La necesidad de respirar se volvió más importante que gritar el nombre de su madre y pedirle que no le abandonará. Sus pulmones exigían oxígeno y se le dió, su boca fue liberado, le caía saliva por los costados y al abrir los ojos, sintió que estaban acuosos.

Lo primero que vio fueron los ojos rojos de Eijirou, su expresión sería que hizo que sintiera un aguijón en su estómago y después, la espalda de Mitsuki Bakugou, que estaba cerca de ellos.

Entonces, el castaño soltó un fuerte chillido al darse cuenta que el dragón lo estuvo besando y quiso bajarse, porque para colmo estaba sentado arriba de sus piernas pero el agarre en su cintura se lo impidió.

— ¿Podrías no saltar al peligro cada dos segundos, por favor? —regaño el dragón en un tono que el humana jamás había escuchado y le inquietaba — ¿Te das una idea de lo que pasó cuando tocaste ese jodido libro?

— ¿No...? —titubeo el humano y sintió un pellizco en su trasero — ¡O-Oye!

—Te desmayaste. Y luego, empezaste a gritar y no te calmabas, estabas al borde de la locura —gruño el de ojos rojos mirando de cerca el rostro del más bajo que se puso nervioso y estaba sonrojado —Te caiste al suelo, maldita sea. Antes de que se pusiera peor te intenté despertar. Al menos sirvió.

— ¿Despertar...? —balbuceo el castaño.

—La única forma de salir de los Libros de la Memoria es mediante el dolor o el placer, Deku-kun —intervino la rubia que seguía dada vuelta, más por el bien del niño avergonzado que por pudor suyo —Como podrás ver, Kirishima-kun prefirió la segunda opción.

El castaño deseo tener One For All en ese instante para así poder enterrarla en su pecho. Oh, que tentador era estar muerto en ese momento. Incluso estar funcionando con el bosque sería mejor que esto.

Bueno, recordando los ojos esmeralda intensos de su madre, quizás vivir con la eterna vergüenza era más viable.

—Yo le ofrecí cortarte un poquito el dedo —volteó finalmente la matriarca de los Bakugou —Estuvo muy reacio a hacerlo —miró hacia el dragón que le miraba con bastante intensidad por lo que acababa de pasar y agrego para evadirlo — ¿Sientes algún malestar?

—No, ninguno —se cubrió la boca, queriendo olvidar la humedad que sentía en sus labios y la sensación de hormigueo en su lengua — ¿Qué fue exactamente lo que ví, Mitsuki-san?

—Las memorias de mi padre, Kazuma Bakugou. Depende lo que te interese, es la memoria que el libro te mostrará —explico la rubia agarrando el libro de tapa roja que quedó olvidada en la mesa y mostrándole al pecoso las hojas en blanco de su interior —Son registros de los Bakugou que no pueden ser contados como históricos, ya que forman parte de la intimidad del individuo que elija usar los Libros de la Memoria de Aki-sama. La magia en ellos es bastante poderosa, así que el lector es capaz de sentir lo mismo que el escritor, ¿qué sentiste?

—Desesperacion, miedo y tristeza —dijo el castaño las primeras emociones que pasaron por su mente —Pero no estoy seguro de qué partes venían del libro y que otras eran mías.

—El libro suele tener ese efecto. Más cuando el escritor es alguien como mi padre, cuyos sentimientos siempre fueron muy intensos. Fue un hombre muy sentimental —dejo el libro sobre la mesa nuevamente y le dió al más bajo una sonrisa —Recomiendo que descanses por hoy, Deku-kun. En unos minutos no tardarás en sentir el desgaste mágico que viene de usar ese libro.

Midoriya asintió con la cabeza y la matriarca de los Bakugou se retiró de la biblioteca, dejando a ambos muchachos a solas. Kirishima seguía sosteniendo su cuerpo y negándose a soltarlo, por mucho que forcejeo al principio antes de quedarse sin fuerzas. Llegó un punto en que se derrumbó contra su pecho y sintió que le acariciaba, delicadamente la espalda, dándole transferencias de energía mágica.

—No te molestes, Kirishima-kun —murmuro contra el cuello del dragón —Recuperare la energía al dormir.

—No tendrías que recuperarla si no hubieras tocado ese maldito libro —gruño el dragón.

— ¿Quieres que me disculpé por eso? Bien, ¡lo siento! —se separó del pelirrojo y le miro a los ojos con molestia — ¡Pero necesitamos toda la información posible antes de que Kacchan vuelva! ¡No es malo tomar un riesgo o dos por eso! ¡Entiendo que estés enojado pero...! ¡A-Auch!

El pelirrojo le había mordido el cuello, el humano podía sentir sus colmillos hundiéndose en su carne blanca como la noche en que mordió su brazo, un escalofrío recorrió si columna y tiro de su cabello para que lo soltará, pero el dragón lo ignoro. Succionó fuertemente su piel, mordisqueo hasta sacarle sangre y cuando pensó que no terminaría, le soltó y le lamió la piel herida y maltratada. Tenía ese brillo en sus ojos rojizos tan inquietante, como si estuviera reclamando algo que él no sabía.

Pero no contaba con la fuerza necesaria para enojarse y el cansancio empezó a vencerlo, miro con molestia al dragón y cerro los ojos, quedándose dormido sobre su hombro.

Realmente esto no es de dragones. Doy pena.

Eijirou suspiro, levanto el liviano cuerpo del humano y salió de la biblioteca en camino a las habitaciones que Mitsuki les preparó. Tenían una cada uno pero el dragón prefería usar la cama del castaño y acostarse con él. Además de que así podía prevenir que algún hada se le viniera encima.

La habitación eran grandes, amplia, con ventanas largas, una cama con dosel blanco, un ropero de doble puerta y un escritorio donde el humano dejo todos los documentos de relevancia que quería mostrarle al mago cuando se vieran. El dragón se dirigió hasta la cama y lo acostó ahí, lo tapo y se quedó viendo la marca que le dejo en el cuello, estaba hinchada y salía sangre. Se paró para ir en busca de un trapito, lo mojo con agua y la limpio, pero igualmente sería visible por varios días.

Izuku iba a querer hacerlo filete de dragón por eso. Y tendría sus derechos para hacerlo. Estaba enojado pero debió controlarse. Él tenía razón en que tenían que correr ciertos riesgos y mierda, se trataba del portador de su tesoro sagrado, estaría en un peligro mucho mayor —el cual todavía no habían identificado— dentro de poco. Debía dejar que lo enfrentará.

Pero no podía. Cuando vio que al tocar el libro se desmayó y después se alteró, estuvo muy cerca de enloquecer él también. Besarlo fue lo primero que pasó por su cabeza, porque ya había pasado la etapa donde podía hacerle daño. Se sintió demasiado bien y hubiera sido tentador seguir con eso, aunque sabía las consecuencias que tendría.

El pelirrojo se frotó los ojos y se acostó al lado del humano, oliendo su aroma, sintiendo el sabor dulce de su sangre en la boca.

No sé si soy yo quien tiene la suerte más jodida o si eres tú. Se suponía que hay una posibilidad entre mil millones de que un portador del tesoro de un dragón coincida con su persona destinada. Una simple leyenda, ¿quien diría que tendrías que ser ambos, Izuku?

Desde el día en que tocó su espada. Desde el día en que se conocieron. Lo sabía.

Izuku Midoriya era su destinado y el portador de su tesoro sagrado.

Pero Kirishima siempre había deseado que su destinado fuera otro dragón u otra especie mágica con una vida tan larga como la suya. No un humano. Un parpadeo suyo sería toda la vida del muchacho de ojos esmeralda y cabello verde. Se quedaría solo muy pronto. Con buenos recuerdos que durarían demasiado tiempo sin la persona que amaba para compertirlos.

Era una tortura. Los dragones pensaban que la mayor tragedia era tener de destino a un humano. Estar con su destino tan poco tiempo y pasar el triple de ese tiempo solos. Amar intensamente un día y llorar por un siglo.

No estaba listo para eso. Pero empezaba a comprender a los dragones que se arriesgaban de todos modos con su destino. Cada vez que miraba al pecoso, cuando lo molestaba o lo enfadaba, lo veía sonreír o notaba su aflicción, pensaba que todos los días tenían un significado especial.

Que estaría bien aún si esos dias no volvían a repetirse y era el único que podía recordarlos.

No hubo funeral. Katsuki seguía sin creer lo que los ancianos le habían hecho pero también se encontró con que no tenía la fuerza ni para molestarse por ello. No pudo llorar la muerte de Hisame, que fue enterrado junto con Rino, al lado de sus abuelos paternos y maternos. Se paso días enteros encerrado en su tienda, escuchando de vez en cuando los pasos de Aki, Kana, Mei y Yue en las afueras. Ninguno le pidió salir, le dejaban comida que por las noches los animales nocturnos se llevaban y hablaban sobre los cambios en la aldea.

Al parecer, se había decidido que debido al gran número de personas que empezaban a llegar de distintos rincones de las montañas y el bosque tendrían que empezar a llevar un registro acerca de quienes eran los que vivían ahí primero y quiénes no, así se sabría que personas tenían más derechos a ciertos terrenos y animales, para no entrar en conflictos.

Recordaba vagamente que Ayame menciono que eso se hacía también en su aldea. Fue después de una enorme inundación que arrasó con terrenos y tuvieron que acudir a la cooperación para sobrevivir. En el caso de la suya, se hacía debido a que corría el rumor del niño que podía matar a los Lobos Negros. Todos querían estar cerca de su protección.

Yue le dijo que los ancianos le dieron el derecho a elegir el apellido que llevarían todos los de la aldea. Él no estaba de humor para pensar en eso, así que arrastro su cuerpo hasta la entrada de la tienda y tiro un papel con solo una palabra escrita, "Bakugou" porque "Baku" le recordaba al sonido que hacían los Lobos Negros cuando eran asesinados por su magia. Pero como era demasiado corto para ser considerado un apellido —por alguna razón, los ancianos consideraban que debía ser una palabra larga— le agrego el "gou", un sonido que hacían ciertas aves del bosque al emprender vuelo. Kana le contó que lo aceptaron sin protestar y que apartir de ese día ese era el apellido para todos ellos, incluso para los que no tenían conexión de sangre directa entre sí.

Y según Mei, el clan que dirigía Ayame adoptó el apellido Katsuki. No sabía porqué. Sus primos le hablaron que Ayame estuvo causando una revuelta contra los ancianos pero no pudieron descubrir mucho más que eso. El cenizo se preguntó si de algún modo Ayame estaba al tanto de lo que le sucedió y era su forma de demostrarle que estaba de su lado o si creía injusto que le pusieran una carga tan pesada cuando no superaba los...

Katsuki bajo la cabeza mirándose la manos antes de que sus pensamientos pudieran cumplirse, no eran tan anchas como las de un hombre que era Constructor o Cultivador pero seguían siendo grandes y fuertes, los cortes que tenía en las palmas de las noches que se caía en los barrancos en el bosque habían desaparecido y las heridas en sus nudillos por chocarse con algunos árboles también. La piel seguía siendo áspera pero nadie podría negar que era fuerte.

Entonces, se dió cuenta que la preocupación de Ayame era estúpida y que paso mucho tiempo encerrado en la tienda, aunque posiblemente hubieran sido menos de cinco días. Decidió salir y se encontró con que Aki, de cabello negro y ojos azules estaba sentado a un lado de su tienda, como si estuviera montando guardia. Su rostro inexpresivo desde la muerte de su hermano mayor se mostró hacia él, no parecía sorprendió por su aspecto.

Bueno, los ancianos debieron haberse encargado de divulgar la información de su cambio para no tomar por sorpresa a nadie. Katsuki se preguntó si también explicaron cómo ocurrió. Posiblemente no, para no espantar a los forasteros y a los demás.

—Aki —lo llamo y el niño escuálido, que ahora le llegaba apenas a la cintura, se puso de pie — ¿Has visto a los ancianos?

Aki asintió y señaló que estaban dentro de su tienda de reuniones. El cenizo se sintió estúpido por preguntarle, ¿a qué otro lugar podrían hacer ido cinco ancianos que apenas podían moverse? Pero sentía que no había hablado en días y aunque su primo mayor...o más bien, menor, no era el ideal para una conversación, quería hablar aunque sea un poco con él.

— ¿Ha pasado algo con aquellos que consumieron la carne de los Lobos Negros?

El niño de cabello azabache frunció la nariz y levanto la mano, señaló sus uñas cortitas pero el cenizo no tenía idea de qué quería decirle con eso. De todos modos, dió un asentimiento agradeciendo la información y se dirigió hacia la tienda de los ancianos, entró sin anunciarse ni nada y vio que en el interior estaban todos reunidos.

El anciano Kuro le sonrió de esa manera que hacia al cenizo pensar que veía algo extremadamente desagradable. La anciana Tsuki y la anciana Hama tenían unas miradas de culpa y tristeza mezcladas a las que no quiso prestarles atención en lo que se adentraban a la tienda y se sentaba en el centro. El anciano Mitsuru fue el único que lo saludo con un asentimiento de cabeza y el anciano Ren solo lo miro con seriedad.

—Katsuki Bakugou, ¿ha terminado tu tiempo de luto?

El nombre se escuchó raro. En su aldea, solamente los extranjeros tenían apellidos y al casarse con alguien de ahí los perdían. Todos tenían nombres y no apellidos, porque no eran necesarios. La aldea era una familia, todos eran padres y madres, hermanos y hermanas, tías y tíos, abuelos y abuelas, primos y primas. Tenían una comunidad unida que en muy pocos lados era vista pero eso también venía ligado su creencia más importante, que para sobrevivir se necesitaba de la unidad y la cooperación.

La supervivencia no era solo para el más fuerte. Era para aquellos que sabían que eran fuertes y elegían por eso proteger al resto.

Katsuki era la persona más fuerte de todas. Empezaba a comprenderlo. Tenía un papel que asumir adentro de la aldea.

Así que debía dejar de estar triste por la muerte de su padre.

—Sí, anciano Ren —asintió el cenizo — ¿Cuando me iré?

—Cuando quieras, a partir de hoy, eres nuestro líder. El consejo de ancianos te seguiría a cada paso que des —sonrió el anciano Ren —Hisui Bakugou te guiará por los pueblos que pidieron tu protección.

—Tambien estaba planeado que lo hicieran Ame Bakugou y Jyu Bakugou, pero han llegado con media docena de niños huérfanos de los últimos ataques en las aldeas del oeste y no están dispuestos a abandonarlos —intervino la anciana Hama —Hisui es un hombre fuerte pero puede que sientes que estar solo con él es un poco aburrido, ¿deseas más compañía en tu viaje?

— ¿Por qué le das esa opción? —protesto el anciano Kuro — ¿Quieres que se lleve más consigo a las sendas de la muerte?

La anciana Tsuki le propino un golpe que hizo que el anciano Kuro cerrará la boca y decidiera salir de la tienda en lo que la reunión continuaba.

Katsuki pensó en sus palabras, su tío menor Hisui lo llevaría por caminos que desconocida y que podrían ser peligrosos pero él sabía defenderse. Estaría bien. Quizás incluso tendría que aprender como leer mapas para así no tener ninguna otra escolta que corriera peligro a su lado.

Sin embargo, tuvo un pequeño recuerdo de Kana y su magia, ¿qué pasaría si la dejaba en la aldea y alguien más descubría su poder? ¿qué le harían? ¿tendría que usarlo para matar también a los Lobos Negros como tanto temia? También estaba el asunto de la comida, se aproximaba el invierno y por lo que podía sospechar, era posible que pasaran años hasta que volviera a la aldea. En esos periodos, estaba la posibilidad de que volvieran a consumir la carne de los Lobos Negros. Él dejaría trampas antes de irse para que los Lobos Negros no pasaran a la aldea, pero entonces los Cazadores encontrarían los cadaveres y se los llevarían para la cena.

Podía no dejar las trampas y arriesgarse a que los Lobos Negros volvieran a atacar la aldea incluso durante el día. O podía dejar las trampas y averiguar en un par de años si en la aldea se los comieron otra vez.

Bien, dejaría las trampas. Pero se llevaría a las cuatro personas que sabían que no soportarían años así sin que él estuviera presente.

—Kana, Yue, Mei y Aki —nombró a sus primos notando los rostros tensos en los ancianos —Son los últimos niños de la aldea, ¿no? Estarán más seguros conmigo que si los dejo quedarse aquí y la aldea vuelve a ser atacada.

Los ancianos no sabían que podía crear trampas, no preguntaron si tenía esa capacidad y él no la compartió, no tenía porqué hacerlo. Y lo que decía no era cierto, había más niños en la aldea o mejor dicho, bebés, el nieto del anciano Kuro, el hijo de un año de la tía Keiko y la nieta de la anciana Hama de apenas media estación. Pero ellos no contaban. Ni siquiera eran una generación que pudiera iniciar el adiestramiento.

—Los niños son valiosos, Katsuki —repuso el anciano Ren —Kana va a ser Cazadora dentro de la siguiente estación, Mei eligió ser Cultivadora y Yue una Pareja. Y Aki...

—Son solo cuatro. Va a tener que admitir que no van a poder cumplir todo los puestos de la aldea durante las épocas más duras y hemos perdido a muchos cazadores. Los adultos aguantaran, quizás, tres estaciones más pero después no podrán hacer las labores de manera eficiente —atacó el cenizo —Le sugirió que adopten a los niños que trajeron los tíos menores y que pasen por los rituales de nuestra aldea. Si los niños superan los siete años, póngalos a trabajar de inmediato en la aldea. Mientras antes se acostumbren mejor. Y si tanto les preocupa su bienestar, hagan que coman bien y descansen durante las noches.

El anciano Ren adoptó un gesto serio, después se miro junto con el resto de los miembros del consejo y finalmente, al cenizo otra vez.

—Se hará como has dicho, Katsuki.

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