Última oportunidad

Narra Estefanía

Los días se deslizan como hojas secas en el viento. Uno tras otro, sin pausa ni tregua. Y yo, Estefanía, me sumerjo en ese flujo, dejando que el tiempo haga su trabajo. ¿Cuántos días han pasado desde que confesé mis secretos? No lo sé con exactitud, pero puedo contarlos en noches en vela, en lágrimas que se deslizan por mis mejillas.

Día 1: El dolor es un puñal en mi pecho. Laura me rechaza, y su mirada es un abismo de distancia. El aula se estrecha, y cada palabra que intercambiamos es un recordatorio de lo que perdí. No puedo evitar culparme, la amo.

Día 5: Las palabras de Laura siguen resonando en mi mente. "Necesito tiempo para pensar." ¿Cómo puede ser tan complicado? La amo, pero también la lastimé. Me pregunto si alguna vez podré enmendar mis errores. Si alguna vez podré volver a tocar sus labios, a sentir su piel contra la mía.

Día 10: El silencio entre nosotras es un muro infranqueable. Pero también es un espacio donde puedo pensar, donde puedo analizar mis sentimientos. ¿Por qué la amo? Porque Laura es el sol en mi cielo gris. Porque su risa es un bálsamo para mis heridas. Porque cuando me mira, ve más allá de mis errores y mis secretos.

Día 15: Laura no responde a mis mensajes, a mis llamadas. Cada vez que veo su nombre en la pantalla de mi teléfono, mi corazón se encoge. ¿Qué tengo que hacer para que me perdone?

Día 20: El aula sigue siendo un campo de batalla. Pero esta vez, cuando Laura me mira, veo algo en sus ojos. ¿Arrepentimiento? ¿Dolor? ¿Es posible que todavía me quiera? Me acerco, tomo su mano. Sus dedos son cálidos, como un refugio en medio de la tormenta.

Día 25: Hablamos. Por fin. Las palabras fluyen entre nosotras, tímidas al principio, luego más seguras. Le cuento mis miedos, mis razones. Ella escucha, sin juzgar demostrando que, tal vez, aún haya algo en mí que amar.

Día 30: Le pedí una oportunidad para mostrarle mi lado más sincero, y ella aceptó. Voy a enmendar las cosas.

Así que allí estaba yo, a tan sólo tres meses o menos de terminar el colegio. Una loca enamorada que está dispuesta a luchar. Porque el tiempo me enseñó que el perdón es posible, que el amor puede sanar incluso las heridas más profundas.

Cuando volví a casa, lo hice con ella, empezamos con un momento incómodo, no sabíamos como romper el hielo. Pero si algo sé es que los hechos valen más, así que le pedí a Laura que esperara y fui a un kiosco. Volví y le entregué un chocolate de almendras.

— ¿Y esto? —preguntó, haciendo un ademán de querer tomar mi mano al dárselo.

— Es un regalo para ti. Supongo que es mi intento de decir gracias por esta oportunidad —le respondí.

Ella partió el dulce y me dio la mitad.

— No me sobornarás con comida, pero vas por buen camino.

Laura me sonrió y sentí mi universo estallar de amor. Amo su sonrisa.

El día de la cita llegó como un regalo inesperado. Laura y yo nos encontramos en un parque, bajo el sol de la tarde. No éramos novias, no todavía. Éramos dos chicas que se aferraban a la esperanza, que querían volver a escribir su historia.

La observé con detenimiento, su figura era la de una diosa entre la multitud, esperando por mí. Le dije de venir juntas, pero ella insistió en salir primer de la casa, imagino que para pensar.

Le dije a mis padres toda la situación, les conté todo lo que había hecho, las mentiras, la manipulación, mi plan de años, se sintieron decepcionados de mí, discutimos, volviéndose un tema difícil de tratar, sé que debieron sentirse asustados de mí, de que su adorada y tierna hija menor en realidad fuera un monstruo maniático y calculador. Pero ya no soy así. Además lo que pensaran no me importaba tanto, pues todo lo que quería en ese entonces era el amor de Laurita de vuelta, porque solo ella me puede hacer sonreír y ser feliz cuando mi día se vuelve gris.

Me acerqué con gran sigilo, susurré en su oído "Hola" y ella dio un brinco del susto. Hacerle eso es algo que me sigue encantando hasta hoy en día. Laura me golpeó débilmente, mientras yo reía y me sentía llena de su explosiva energía otra vez.

—¿Estás lista? —le pregunté, nerviosa. Mi corazón latía con fuerza, como un pájaro atrapado en una jaula.

Laura sonrió. Su sonrisa era un rayo de sol que iluminaba mi mundo oscuro. —Lista —dice—. Pero recuerda, solo como amigas.

Asentí. Amigas. Esa palabra se enredaba en mi garganta, pero la aceptaba. Porque era mejor que nada. Porque era una oportunidad de estar cerca de ella, de escuchar su risa, de sentir su presencia.

Caminamos por el parque. Las hojas crujen bajo nuestros pies. Laura me contaba historias de su infancia, pero sigue omitiendo la parte de sus padres, me hablaba de sus sueños, de las estrellas que observaba desde su ventana. Yo escuchaba, sin interrumpirla. Porque quiero conocerla, porque quiero ser parte de su mundo.

Nos sentamos en un banco. El sol acariciaba nuestra piel. Laura me miraba, sus ojos celestes llenos de preguntas. ¿Por qué hiciste lo que hiciste? ¿Por qué mereces una segunda oportunidad?

—Estefanía —dice su voz, suave como una caricia—. ¿Por qué me mentiste?

Respiré hondo. —Porque tenía miedo. Miedo de perderte. Miedo de que descubrieras mis secretos y te alejaras.

—¿Y ahora? —Laura entrelazó sus dedos con los míos—. ¿Sigues teniendo miedo?

Sí. Tengo miedo de perderla. Pero también tengo miedo de lastimarla de nuevo. —Ahora tengo miedo de no ser suficiente para ti. De no merecer tu amor.

Mi rubia apartó la vista, avergonzada. Sabía que palabras decirle para ponerla nerviosa. Pero esas palabras, y todas las que dije después, siempre han sido ciertas.

Laura se acercó. Su aliento rozaba mi mejilla. —Estefanía quiero conocerte de nuevo. Quiero saber quién eres detrás de las mentiras.

Quiero abrazarla, decirle cuanto la amo y que quiero sanarme con ella a mi lado.
Me pierdo en sus ojos, sus labios me llaman. Quiero besarla. Pero no puedo. Sólo me queda esperar.

Asentí. Amigas. Pero también algo más. Algo que se esconde en los espacios entre nuestras palabras. Algo que podría crecer, florecer, si nos damos una oportunidad. Y vaya que lo hicimos.

Salimos en citas como amigas. Visitamos museos, cafeterías, parques, cines. Salimos con nuestro grupo de amigas. Hablamos de libros, de música, de nuestros sueños. Y en cada encuentro, sentía que Laura se acercaba un poco más. Que su corazón se ablandaba, que sus ojos brillaban con una luz nueva.

No había besos. No había abrazos. Pero había risas, complicidad, confianza. Y yo estaba dispuesta a esperar. A luchar. A merecer su amor.

Porque si hay algo que he aprendido, es que el tiempo puede sanar incluso las heridas más profundas. Y yo estoy dispuesta a esperar, a amar a Laura incluso cuando todo parece incierto.

No voy a desaprovechar esta última oportunidad. Laura, te amo. Y haré todo lo que pueda para demostrarlo.

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