🄳🅄🄻🄲🄴

Narra Laura:

El sábado se había transformado en una aventura inesperada, cortesía de Estefanía. A pesar de que el recuerdo de nuestras mentiras aún dolía, la curiosidad y el viejo cariño me habían llevado de vuelta a ella, a esa cafetería donde tantas veces habíamos compartido carcajadas.

Esta vez fue Estefy quien pidió que saliéramos a horarios distintos de nuestras casas. Admito que me sorprendió recibir su mensaje proponiendo una salida tan temprano en la mañana, sobretodo después de haberla oído discutir con sus padres. Pero eso sería algo que le preguntaría después.

Al llegar, la encontré ya sentada, tal y como me decía en su mensaje. Esperaba con nada más que un servilletero delante de ella.

-¿No pediste nada? -hablé para asustarla. Ella se dio vuelta, y vi el brillo en sus ojos, estaba contenta de verme.

-Hola, mi am... -se interrumpió a sí misma. - Laura -corrigió con esa voz que siempre parecía esconder secretos-. Me alegra verte.

-¿Cómo podría faltar? -respondí, dejando que mi corazón hablara por mí, con esa mezcla de emociones que solo esta chica podía provocar.

Me senté frente a ella, e inmediatamente llegó la mesera. Vi como Estefanía no se contuvo al momento de pedir, noté dos cosas: la primera fue que no le importaba cuánto iba a gastar y la segunda fue su rostro más rosado y redondo, ha estado comiendo mejor y eso me encantó de ella.

Charlamos de cosas sin importancia, como si estuviéramos tejiendo una red para atrapar nuestras verdaderas palabras. Pero a medida que el café nos calentaba por dentro, las risas volvieron, llenando el espacio entre nosotras con la música de nuestra complicidad.

Hubo un momento en el que mi corazón dio un salto. Fue cuando Estefy se me quedó viendo embobada mientras yo decía cuánto amaba la música y las letras de determinado cantante, y entonces aparecieron unas compañeras de nuestro colegio. Ellas nos saludaron con la intención de sentarse con nosotras, hasta lo preguntaron pero Estefanía se los negó con una hermosa sonrisa que no pude evitar sonreír de ternura. No sé si nuestras compañeras de fueron ofendidas, pero no me importaba en realidad.

-¿Querías que se quedaran? -me preguntó con cara de perrito regañado.

-No. Pero no sabía como echarlas, tienes que enseñarme eso.

-Sólo pienso en cuanto quiero estar contigo y que nadie no deseado nos moleste.

Sentí mi corazón saltarse un latido. Luego aparté la mirada de su rostro. Ser lo primordial para otra persona que no fuera mi familia ni mis amigas se sentía... extraño. Estefanía me hacía sentir especial.

-Eres dulce -susurré para que no me escuchara.

-Sabes, hay un lugar que me gustaría visitar -anunció mi cita, sus ojos chispeando con una luz traviesa-. ¿Vamos después del café?

Confié en ella porque, por primera vez, sentía que no había ni un rastro de engaño en sus palabras. Sólo esperaba que no fuera un motel. Me sonrojé de pensar en eso.

Caminamos por las calles adoquinadas hasta llegar a un museo pequeño y escondido, un lugar que nunca había notado antes.

El museo era un cofre de tesoros, cada sala un nuevo mundo por descubrir. Estefanía me llevó de la mano a través de las exposiciones, su entusiasmo por el arte y la historia haciendo que cada pieza cobrara vida ante mis ojos.

-Esto es increíble -le dije, mi voz llena de asombro-. No tenía idea de que conocieras lugares como este.

-Me alegro que te guste, pensé que traerte a este lugar te parecería aburrido, pero era algo muy personal que quería compartir... contigo -me miró de reojo, pude verla avergonzada de sus palabras.

-Bueno, no es un lugar al que vendría por cuenta propia. Pero contigo todo es más interesante -dije, sabiendo que mis halagos la hacen ruborizar.

-Quiero mostrarte todo -respondió, su voz un susurro cargado de promesas-. Quiero que sepas quién soy, la verdadera yo, detrás de todas las máscaras que he usado.

Asentí, siendo yo la ruborizada. Después de tantas citas. Eso se sentía más que una simple conversación amistosa. No podía negar que extrañaba a esa chica en mi vida. Ella era muy dulce.

Mientras caminábamos entre las obras de arte, sentí cómo mi admiración por ella crecía, desplegándose como una flor bajo el sol de verano. Estefanía, la chica que una vez fue mi rival, luego mi novia, y ahora... ¿qué éramos? No lo sabía, pero algo en mí ardía con el deseo de averiguarlo.

La tarde se deslizó hacia la noche mientras paseábamos por las calles, mirando las vidrieras y construyendo castillos en el aire con nuestras palabras. Cada risa, cada mirada compartida, era un hilo más en el tejido de nuestra nueva relación.

Durante nuestro paseo, había un vendedor ambulante ofreciendo tiernos peluches con su respectiva pareja. Me gustó uno rosa con brillitos y, como toda niña rica, Estefy se ofreció a pagar por ello. Ella era muy dulce.

Revisó su cartera poniendo una expresión de haber comido algo en mal estado. Me miró apenada, yo no entendía nada. "¿Aceptas que te pague con x app?" La escuché susurrarle al vendedor.

-Solo efectivo -respondió el hombre con un tono un poco alto, logrando avergonzar a Estefanía.

Me reí por la situación. Yo tenía dinero así que los pagué.

-No puedo dejarte que hagas eso. Se supone que yo te invité -me dijo, Estefy sosteniendo mi mano. - Espera que voy a un ATM y...

-No exageres. No es tanto. Además -me acerqué para susurrarle al oido mientras tomaba los peluches -, puedes pagarme más tarde. Con lo que quieras.

Me alejé con una sonrisa traviesa para dejar atrás a una muy sonrojada Estefanía. No me importaba el dinero. Esa salida había estado muy bien. Mi corazón latía con fuerza además de sentir que me temblaban las piernas cada vez que mi piel estaba en contacto con la de ella.

No voy a mentir. Si esa cita iba a terminar con una noche de sexo, estaba dispuesta a arrepentirme a la mañana siguiente si era necesario. Pero de que disfrutaría de la noche, lo haría.

Al final del día, nos encontramos frente a nuestras casas. Estefanía me miró con una intensidad que me robó el aliento, y supe que este momento sería decisivo.

-Laura, hoy fue... -empezó a decir, pero sus palabras se perdieron en el viento.

No necesitaba palabras. Me acerqué a ella, impulsada por un deseo que no quería contener. Estefy respondió al instante, y nos encontramos en un abrazo que prometía más que amistad.

Pero justo cuando nuestros labios estaban a punto de sellar el pacto de nuestro reencuentro, la voz de mi tía nos sobresaltó.

-¡Laura! ¿Eres tú, querida? -La voz de la mujer que me había criado resonó desde la ventana abierta, llena de cariño y preocupación.

Nos separamos de golpe, el momento roto, pero la promesa de lo que estaba por venir colgaba en el aire entre nosotras.

-Sí, tía. Solo estaba despidiéndome de Estefanía -dije, mi voz temblorosa por la emoción contenida.

Estefanía me regaló una sonrisa cómplice, una promesa silenciosa de que esto no era el final, sino el comienzo de algo nuevo y emocionante.

-Nos vemos mañana -dijo dándome un beso en la mejilla, y con un último vistazo lleno de promesas, se giró para entrar en su casa.

Me quedé allí, en la penumbra del crepúsculo, tocando mi mejilla y sonriendo ante la posibilidad de un mañana lleno de pasión y descubrimientos. Porque a pesar de todo, sabía que lo que Estefanía y yo teníamos era algo que valía la pena explorar.

Entré a mi casa, mi tía aseguraba que tenía la cara toda roja.

-¿Ya se arreglaron? -me preguntó.

Suspiré con confusión. -Tal vez. Es que no sé si lo que estoy haciendo está bien...para mí.

-Laurita, el amor es prueba y error. Y si esta vez Estefanía está diciendo la verdad, entonces no tienes de que preocuparte, ella te cuidará, amará y respetará para siempre. Puedo verlo -dijo Tía, dándome un abrazo en el que pude sentir confort. -¿Qué es eso?

-Son unos muñecos que compré, son para compartir...

Reaccioné. Saqué el móvil llamando a Estefanía. Mi tía reía por la situación. Me atendió esa voz que hasta hace unos minutos estaba conversando conmigo, provocando el mismo efecto, el que me temblaran las piernas. Estoy tan enamorada, Dios.

Advertí que se había olvidado su peluche. Pues lo compré con la intención de compartirlo con ella.

Un momento, ¿Entonces eso significa que estoy dispuesta a perdonarla y a volver?

"Tiralo por la ventana de tu cuarto a la mía." Me pidió, obedecí, emocionada por como eso terminaría.

Siguiendo las instrucciones de Estefanía, me asomé por la ventana de mi cuarto. La noche estaba tranquila, y la luna brillaba como un faro en la oscuridad. El peluche en mis manos parecía contener todas las emociones que había guardado durante tanto tiempo. Mi vecina esperaba con su ventana abierta y los brazos extendidos.

—Va. —dijo.

Con un suspiro, lo arrojé hacia su ventana. Vi cómo volaba en el aire, como si llevara consigo mis dudas y miedos. ¿Era esto un símbolo de reconciliación? ¿O simplemente un gesto de amistad?

El peluche aterrizó en sus manos con agilidad. Sus ojos brillaban con una mezcla de sorpresa y alegría. Sin decir una palabra, me lanzó un dulce. Lo atrapé al vuelo, y supe que estábamos sellando un pacto silencioso.

"Mañana", susurró. "Nos vemos mañana."

Cerré la ventana, sintiendo que el futuro estaba lleno de posibilidades. El peluche y el dulce eran más que simples objetos; eran símbolos de una conexión que no podía ignorar.

— Dulce de almendras. —sonreí. —La dulce eres tú, Estefanía.

Moví mi cabeza para enfriarla. Tomé mi peluche y lo acaricié de los nervios que estos sentimientos provocaban. El amor, como los peluches, podía ser suave y valioso. Y yo estaba dispuesta a cuidarlo y explorarlo, sin importar las dudas que pudieran surgir en el camino.

En eso, recibí una llamada de un número desconocido. Atendí con cautela. Saludé con curiosidad.

"¿Laura? Soy la mamá de Estefy" sentí como se formaban nudos en mi estómago y garganta. "Tenemos que hablar." sentenció con un tono que no expresaba felicidad.

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