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N/A: ¡Clasificamos a la siguiente ronda!

La fiesta tiene lugar en el patio de la Rallis, un lugar amplio en el exterior y decorado con guirnaldas de colores y mesas blancas con comidas y bebidas. Nada de alcohol a la vista.

—¿Ves a los chicos? —pregunta Shane a mi lado. Yo niego con la cabeza.

—No deben de haber llegado todavía.

—¿Bromeas? —me dedica una mirada incrédula— Si hemos llegado los últimos. Has tardado siglos en arreglarte, me sentía como si fueras una mujer.

Aprieto los dientes con fuerza y me obligo a soltar una risa amarga entre dientes. Si tú supieras, pequeño Shane...

—No seas sexista, hay mujeres muy rápidas.

—Ojalá hubieran caído en mi familia.

Bufo, pero opto por cambiar el tema de manera estratégica. Eso es, Savannah Anderson es toda una máster en planes magistrales.

—He tardado porque he estado discutiendo con mi compañero de habitación.

Shane para en una mesa y toma un puñado de nachos de un plato. Me ofrece en un gesto silencioso, pero yo hago un gesto de negación con la cabeza.

—¿Tan pronto has decidido pelear con la persona con la que vas a pasar meses viviendo? No te tenía por un fiera, Savan.

—No bromees. —protesto con tono seco.

—¿Tan malo ha sido? —eleva sus cejas con sorpresa.

—Mi maldito compañero de cuarto es Chase y... —en ese momento, el resto de chicos llegan, cortando mi intervención con sus risas secas.

—¡Joder! —chilla Marvin— Ya creía que no ibais a aparecer por aquí.

—Eso, tíos, ¿qué ha pasado? —le sigue su amigo Matheo.

Y, aunque me miren como si fuera una más, no puedo evitar sentirme incómoda con ellos. Quizás, es por las miradas disgustadas que me dedican cada vez que gano una carrera con las que ellos sólo pueden soñar.

Shane espera pacientemente a que sea yo quien responda. Al final, opto por mentir un poco, pero sólo porque no tengo ganas de que estén cuchicheando sobre mí.

—Problemas ligeros con la ducha —intento sonar casual—, eso es todo.

No tardo mucho en arrepentirme de mis palabras cuando veo las miradas sonrientes que me dedican los tres. Oh, no, aquí van.

—¿Es ese el nuevo término que utilizamos para decir que nos la estamos cascando?

Shane y Matheo estallan en carcajadas. Trato de no ponerme colorada porque creo que un chico no reaccionaría así, pero no puedo evitarlo.

Por mucho tiempo que pase con ellos, no me acostumbro a que sean tan abiertos con estos temas, aunque no sea algo malo.

—Sí, tío, el Cambridge English Corpus lo va a incluir entre sus acepciones.

Mi respuesta funciona con ellos porque todos vuelven a reír con ganas. Sudando de nervios, decido tomar un vaso y rellenarlo con la primera bebida que encuentro a mano.

—¿Vas a por lo fuerte, no? —cuestiona Matheo.

No comprendo a qué se refiere, así que arqueo una ceja a modo de pregunta silenciosa.

—La bebida que acabas de tomar es alcohol.

Relamo mis labios con el ceño fruncido y me acerco para olisquear el vaso.

—Creía que no servían bebidas alcohólicas a menores en las fiestas de instituto.

—Nosotros no somos menores.

—Lo sé, pero también hay menores. —replico mientras me encojo de hombros, sorbiendo de mi vaso.

—Es que el director Fitzpatrick no sabe nada —susurra Marvin—, pero Chase ha colado la botella cuando no veía.

—Os lo habéis perdido por llegar tarde.

—Culpa de Savan —me molesta Shane—, que ha decidido que era un buen día para jalars...

—Oye, ¿habéis visto eso? —lo interrumpo y señalo un punto detrás de mí.

No había nada, pero la suerte me sonríe cuando un hombre se sube a una mesa y comienza a poner música. Objetivo neutralizado.

Estoy a punto de agradecerle mentalmente al hombre que me ha sacado de un apuro cuando comienza a cantar y su horrible voz hace que varios nos tapemos los oídos con una mueca de dolor.

—Una vez más la academia Rallis nos sorprende. —masculla Shane por lo bajo.

—Y no precisamente para bien. —lo secundo.

Las terribles notas desafinadas del supuesto cantante provocan dolor en mi cabeza, así que opto por terminar mi vaso de alcohol de un trago.

—Guau, calma, fiera —me recomienda Matheo—. Si sigues a ese ritmo, acabarás la noche metido en una fuente.

—Pero si aquí no hay fuentes. —lo contradice Marvin.

Mi atención hacia ellos se desvía por completo cuando Chase entra en mi panorama de visión, seguido de sus amigos: Ashton y Pete. Los tres igual de guapos a la par que descerebrados.

Aparto mi mirada de ellos cuando Chase hace contacto visual conmigo, provocando que mi corazón salte de furia. Lo odio.

—Vas a romper el vaso como sigas apretándolo así. —me informa Shane.

Ni siquiera me había dado de la fuerza que estoy ejerciendo sobre el pobre plástico. Inhalo y exhalo un par de veces para calmarme y decido no volver a mirar en la dirección de Chase por mi propia salud mental.

Sin embargo, la paz dura poco.

—¿Hasta cuándo durará tu rivalidad con Jackson, Savan? —cuestiona Matheo.

Contengo las ganas de decirle que se calle y, en su puesto, relleno de nuevo mi vaso de como se llame el alcohol este. Lo voy a necesitar si no quiero terminar golpeando algo esta noche.

—Son rivales en la pista —contesta Shane por mí cuando interpreta mi silencio—, no puedes pretender otra cosa.

—Todos somos rivales, en realidad.

Si no fuese porque soy una mujer pacífica, ahora mismo perforaría las gafas de pasta que lleva Matheo en su (para nada) dulce cara. Pero como soy una chica buena, le dedico una sonrisa amable y respondo:

—Él empezó cuando trató de sabotear los frenos en mi moto.

Aún así, no me quejo. Así fue como me hice amiga de Shane.

—Le tiene envidia —me sigue mi amigo—, y yo le tengo envidia a sus camisetas.

—¿Qué? —los tres lo observamos con una mueca extrañada.

—Porque pueden tocar sus abdominales, es obvio, chicos.

Doy otro trago largo a la bebida. Esta noche no va a ser buena.

—Eso es lo más gay que has dicho nunca.

—Y lo más horrible —me quejo como una cría—, me duelen los oídos.

Pero Shane se encoge de hombros y mete más nachos en su boca, sin sentirse ni una pizca de ofendido. Así es Shane, un alma libre de opiniones por el mundo.

—Vosotros todavía no habéis desarrollado vuestro instinto gay, pero el mío funciona de maravilla y pita cada vez que ve a Jackson.

—Está bien, esto es suficiente para mí.

Termino mi vaso de un trago y desaparezco de su lado antes de que puedan retenerme con alguna excusa absurda.

Quiero culpar a Shane de mi malhumor, porque no hace más que hablar del capullo al que odio, pero lo cierto es que no es así. Me encuentro mal porque estoy asustada, porque he creído que sería buena idea asistir a Rallis siendo una mujer, en contra de las reglas.

Agarro un bocadillo de queso antes de abandonar el patio. La fiesta está siendo horrible y no me encuentro de humor para charlar con nadie, a no ser que sea mi padre y como no está aquí...

Un momento. Una idea malévola se desliza por mi mente. ¿Y si...? Ah, no, Savannah, el uso del teléfono está terminantemente prohibido en esta academia.

Peeeero... también estaban prohibidas las mujeres, ¿no es así? Y yo soy bastante mujer, mis tetas ocultas debajo de mi faja están queriendo chillar en confirmación.

Bah, a la mierda. Voy a llamar a mi padre, necesito hablar con él un rato para poder relajarme o me dará un ataque de nervios en mi primer día.

Subo hasta el piso de las habitaciones (y llego con la lengua fuera del esfuerzo) para buscar mi teléfono, que debe de estar en algún cajón oculto. Tuve suerte de que el director Fitzpatrick no me lo requisara, pero no dudará en hacerlo si me pilla, por eso, nadie debe verme aquí arriba.

Abro la puerta de mi cuarto, a sabiendas de que no hay nadie, y cierro con delicadeza. Si mal no recuerdo, mi móvil debe de estar en el cajón de mi mesilla. Una enorme sonrisa de victoria se instala en mi rostro cuando lo veo justo donde yo recordaba.

Lo enciendo con rapidez y tecleo el número de mi padre. A penas va por el tercer toque cuando descuelga.

—¿Cariño?

—Sí, soy yo, papá.

—¿Cómo estás? —suena preocupado— Creí que estaba prohibido el uso del teléfono allí.

—Lo está, pero es una emergencia.

—Cuéntame.

Suelto un suspiro sonoro antes de empezar.

—Tengo miedo, papá. No sé si voy a ser capaz.

—Recuerdo que decías lo mismo antes de tu primera carrera y las ganaste todas. Si alguien puede, esa eres tú.

—No es lo mismo —contengo las lágrimas—, las carreras son unas horas, esto son meses.

—Y, ¿qué es lo peor que te puede pasar?

—¿Bromeas? —dejo salir una risa irónica— Mi compañero de cuarto es Chase Jackson.

—De ninguna manera.

—Te lo juro.

—Lo tuyo es la mala suerte, ¿eh?

—Vaya, gracias por la ayuda, papá.

Él suelta una risa corta antes de volver a concentrarse.

—Cielo, ese chico te tiene envidia porque sabe que eres la mejor de toda la maldita Speed 1. No dejes que sus malas vibras arruinen tu carrera.

—Pero tú no aprobabas que yo me hiciera pasar por un chico.

—Sigo sin aprobarlo —gruñe entre dientes—, pero he visto que eres capaz de grandes cosas. Algún día, quiero que le digas al mundo que la persona que ha ganado una y otra vez es una mujer. Quizás, tú puedas acabar con esta diferencia de género.

Froto mis ojos para disipar las lágrimas que amenazan con formarse bajo mis lagrimales.

—Sí me descubren, todo habrá sido para nada.

—Entonces, no dejes que te descubran.

Suelto un gruñido de irritación que le saca una risa.

—Realmente te crees Mister Wonderful con esas frases, ¿no es así?

—Para nada. Fue Mister Wonderful quien se inspiró en mí, Savannah.

Finjo irritación por un rato, pero en realidad estoy sonriendo. Mi padre es la única persona en este mundo que tiene ese superpoder en mí, el de cambiar mi día gris por un cielo bonito y azul.

Charlamos por unos minutos más antes de que mire la hora. Casi las doce.

—Papá, otro día sigues contándome lo de tus herramientas —bostezo sonoramente—, creo que iré ya a dormir.

—Está bien, cariño —me gruñe—, hablaré yo solo.

—¡Papá! —protesto— Estoy muy cansada. Ha sido un día muy largo y con demasiada presencia de Chase, ¿tú sabes lo agotador que es eso?

—Oh, créeme, lo sé de primera mano —añade dramatismo—. He tenido que competir con su padre y aguantar a su madre. Los tres juntos deben de ser la peor muerte en el mundo.

Tapo mi boca para que mi risa no se escuche en todos los pisos de la academia.

—Espero no conocerlos jamás.

—Con un poco de suerte, sólo te los cruzarás en carreras.

—Cruzaré los dedos —continuo con su broma—. Te llamaré en cuanto pueda. Los fines de semana nos devuelven los teléfonos.

—Pero si tú tienes el tuyo.

—Ya, pero porque he llegado tarde y el director no se ha enterado.

—Ah, tan Fitzpatrick. Duerme bien, Savannah.

—Hasta pronto, papá. Te quiero.

Cuelgo el teléfono y lo guardo en el cajón donde lo mantenía escondido antes.

Mi humor se ha aligerado notablemente, aunque siga en la misma situación precaria. Me permito sonreír por unos segundos, mi padre cree en mí y en mis habilidades, ¿no debería de hacer yo lo mismo?

O quizás es el alcohol que ya me ha subido.

Decida y armada de valor, saco mi pijama de mi armario y me dispongo a darme una ducha. Sí, ya sé que ya me había bañado antes, pero ahora que el cuarto está solo, puedo permitirme el lujo de usar agua en condiciones, no de la que usan los climatólogos para volver a congelar el hielo de la Antártida.

Me saco la ropa en el cuarto de baño y hago un baile, radiante de felicidad al ritmo de Rihanna. Sin embargo, toda mi felicidad se ve truncada cuando escucho un grito a mis espaldas y cuando me doy la vuelta...

—¿¡Eso que veo son tetas?!

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