(17)
Cansada de tanta charla y de esperar, la pelinegra pasó a la acción y lo besó apasionadamente, enredando los dedos en su cabello. Desconcertado, Goku le devolvió el beso con el hambre que llevaba acumulada desde hacía semanas. Penetró con su lengua en la cueva de su boca y la estrechó contra sí hasta que Milk tembló en sus brazos. Entonces aflojó el abrazo y, tomándole el rostro entre las manos, se separó de ella justo para que sus labios permanecieran en contacto.
–No quiero hacerte daño.
La incómoda sensación de que Milk ocultaba algo no lo abandonaba. ¿Qué se reservaba? Tanto con los clientes como con sus amigos había un espacio en el que no dejaba entrar a nadie y quería ser él quien lo atravesara. Por eso, aunque había ocasiones para el sexo rápido y violento, aquella no lo era. Sabía que eso era lo que ella quería, que ansiaba que terminara cuanto antes porque una parte de ella estaba furiosa consigo misma por desearlo tanto, porque no quería ser otra de sus conquistas. Ni siquiera sabía que no lo era también él tenía que llegar a comprender la naturaleza de lo que sentía por ella; nunca había pensado que pudiera llegar a desear tanto a una mujer. En el pasado, había ansiado tener sexo, pero eso solo tenía que ver con el placer físico y con liberar tensión. Lo que sentía en aquel momento era algo específico y solo
Milk lo despertaba. Anhelaba verla temblar, perder el control, gemir al alcanzar el éxtasis. Quería derribar sus barreras y que perdiera el control con él, que no pudiera levantarse de la cama y le suplicara que volviera a su lado y en aquel momento, teniéndola delante, con aquel vestido levantado que le dejaba contemplar su más íntimo secreto, envuelto en encaje, todo su cuerpo se tensó con el violento deseo de estar dentro de ella.
Se desnudó precipitadamente y se tumbó sobre ella al tiempo que le desataba los lazos y le bajaba la parte alta del vestido para liberar sus preciosos senos. Milk se estremeció antes de que la tocara. Él deslizó los dedos cerca de sus pezones lenta y delicadamente para ver cómo reaccionaba, se inclinó y dibujó un círculo con la lengua a su alrededor, soplándolo con su cálido aliento.
–¿Puedo? –preguntó al sentir que ella volvía a estremecerse.
Ella asintió con la cabeza, jadeante. Entonces él le abarcó los senos con la mano, dejando que la palma tocara sus pezones. Ella se arqueó contra sus manos y él las acercó entre sí, dejando que los pezones, redondos y llenos, sobresalieran, puntiagudos, perfectos, luego volvió a soplar sobre ellos y los rozó con sus labios.
–¡No! –gimió ella.
–¿Y así? –susurró él, manteniendo apenas un leve contacto.
Ella asintió y él prolongó la húmeda caricia. Cuando Milk comenzó a mecer sus caderas, él sonrió, preguntándose esperanzado si querría que le hiciera lo mismo allí abajo. Terminó de desvestirla y fue descendiendo por su torso, dejando un rastro de besos, mientras su excitación iba aumentando a medida que se acercaba a sus íntimas curvas.
Había soñado con aquella escena tantas veces que le costaba creer que por fin estuviera sucediendo. Pero ella estaba caliente y ansiosa, y su cuerpo reaccionaba instintivamente, retorciéndose, pidiendo más. El placer de verla tan entregada fue mayor de lo que jamás hubiera imaginado. Le separó las piernas y saboreó su húmeda intimidad, sujetándola por los muslos cuando ella inicialmente se tensó, antes de relajarse y gemir. Primero le succionó la sensible parte exterior y luego la penetró con la lengua, a la vez que alzaba las manos para cubrirle los senos y apretar los pezones, endurecidos, entre los dedos. Aplicó una mayor presión y gozó de la recompensa de la explosión de Milk, violenta y sonora, con gemidos entre los que pronunciaba su nombre. Goku, jadeante, usó la lengua para acompañarla en las últimas sacudidas y luego actuó con rapidez. Con dedos temblorosos, intentó ponerse un preservativo.
–Maldita sea –masculló, desesperado por perderse en su interior. Le ardían los pulmones, le zumbaban los oídos y ni siquiera había empezado. Temió sufrir una humillación.
–¿Te ayudo? –preguntó ella, provocativamente.
–No –respondió él con una aspereza de la que se arrepintió al instante.
Pero ella dejó escapar una risa profunda y sexy, como si supiera perfectamente lo que sentía. Finalmente, con el preservativo puesto, se arrodilló y la miró detenidamente. Primero sus rosas y puntiagudos pezones, luego su sexo y, finalmente, sus ojos. Y el corazón se le paró.
–¿Goku? –preguntó ella, dejando de reír.
Él se inclinó sobre ella, usando su envergadura para atraparla pero ella no pareció intimidarse, sus labios se abrieron en una sonrisa, dejando a la vista el hueco entre los dientes. Tan pequeña, tan frágil, tan fuerte. Ofreciéndose a él...
Y Goku la tomó. Abriéndole los muslos, presionó su sexo en erección contra su resbaladiza y húmeda entrada. Ella le mantuvo la mirada, sus senos moviéndose al compás de su agitada respiración, mientras esperaba a que él finalmente la poseyera.
Él se adentró en ella de un solo movimiento y estuvo a punto de estallar en cuanto sintió a Milk cerrarse en torno a su sexo. Apretó los dientes, resistiéndose a tener un orgasmo inmediato; cerró los ojos. Tenía que aguantar. Ni siquiera había empezado a moverse, respiró profundamente, intentando dominar el delirio, negándose a perder el control hasta conseguir que ella se quedara ronca de gritar de placer y poco a poco, comenzó a moverse, hacia adelante y hacia atrás, y en pequeños círculos, a la vez que iba besándole y mordisqueándole el cuello, los labios, los senos, cada milímetro de su cuerpo al que tenía acceso. Y era maravilloso.
–Deja que estalle, déjame ir –suplicó ella, retorciéndose, acalorada, húmeda.
Sintiéndose victorioso, Goku se echó hacia atrás lentamente antes de volver a reclamar su lugar en ella con un fuerte empuje. Su interior, caliente y acariciador, lo acogió en un dulce tormento y él se sentía tan extático que no podía parar y preocuparse de la voz que le martillaba en el cerebro: "Mía, mía, mía".
Agitada, aplastada por su maravilloso peso, Milk no comprendía cómo podía ir tan despacio, cómo no ansiaba dejarse arrastrar cuando ella anhelaba que cabalgara sobre ella con furia, deprisa, sin contemplaciones.¿Sería su culpa? ¿Quizá no le gustaba lo suficiente? Ella no sabía ningún truco, se había comportado como una amante pasiva, y llevaba media hora dejándose hacer.
Goku deslizó la mano bajo su trasero, atrayéndola hacia sí para profundizar la penetración, y ella dejó de pensar mientras la deliciosa tensión iba aumentando en su interior y ya no pudo suplicar, ni gemir, porque de su boca solo escapada una agitada respiración, bocanadas de aire con las que asirse a la realidad. Y luego gritó, sacudida por un espasmo seguido de otro, y se aferró a él como si fuera tanto su salvavidas como que el causante del violento embate.
Tras el último estremecimiento que la recorrió, solo tuvo fuerzas para acariciarle la espalda. Su piel estaba húmeda y tensa. Giró el rostro hacia su cuello para ocultar la fuerza de la emoción que sentía, lo cerca que se sentía de él en aquel instante. Con un primitivo gemido, él le hizo volverse para atrapar su boca y darle un beso voraz, frenético, acompasando el ritmo de su lengua al de sus caderas.
Ella le succionó la lengua tal y como sentía que sus músculos se contraían en su interior, envolviendo su sexo, intensificando la fricción y sus sentidos volvieron a arder. Él separó sus labios de los de ella y con un grito prolongado estalló con una violenta sacudida que Milk sintió dentro y que volvió a arrastrarla a un placer que casi le resultó intolerable. Él tardó unos segundos en recuperar la conciencia y darse cuenta de que ya estaba tumbado y extenuado, sobre Milk. Sus cuerpos permanecían unidos, entrelazados. Se incorporó sobre el codo, temiendo ahogarla, y la miró.
–Vaya, ahora empiezo a entender –dijo ella.
No era el comentario que él esperaba. El sexo para él solía ser rápido y divertido. No practicaba aquella variante, lenta, intensa y apasionada, que lo había dejado noqueado. De hecho, ni siquiera estaba seguro de que aquello fuera solo sexo, y mientras una parte de él tenía la tentación de salir huyendo, otra quería volver a empezar.
–Siento haber sido tan inútil –musitó ella.
–¿Qué? –preguntó él, atónito. Y vio que Milk se había ruborizado violentamente.
–No he hecho nada más que permanecer inmóvil.
Él sonrio. –Te equivocas.
Ella había gemido y se había movido sutilmente hasta hacerle perder la cabeza y se había agarrado a él de una forma que le había llegado extrañamente al corazón. La atrajo hacia sí, pero no consiguió dormirse tan rápido como ella. Era la primera vez que se desvelaba después del sexo, pero tampoco había experimentado antes un sexo como aquel. Intentó procesarlo mientras su mente invocaba fragmentos que hacían que la sangre volviera a fluir hacia sus partes erógenas.
Casi una hora más tarde, se deslizó silenciosamente fuera de la cama y en la cocina, iluminada por la luz de la luna, se sirvió un vaso de agua. Bebió como si con ello pudiera librarse de la fiebre y recuperar su habitual actitud desapegada y distante pero el agua no consiguió diluir una creciente sensación de incomodidad y confusión.
Quizá el mejor momento de su vida había sido en realidad su mayor error.
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