(11)
Nunca como posibles esposas. Así la había tratado Lapis, al principio se había sentido atraído por su éxito académico, pero en cuanto supo de dónde procedía, salió huyendo.
—Todo lo que tú quieres de una mujer como yo es sexo -concluyó Milk.
—Todo lo que he querido de cualquier mujer es sexo, fueran cuales fueran
sus orígenes familiares —precisó.
Antes de continuar con su discurso, Milk se paró a pensar en lo que Goku acababa de decir y acabó riéndose.
—De verdad —comentó él, guiñando un ojo—¿no crees que te estás tomando esto demasiado en serio? Estamos en el siglo XXI.
La pelinegra sacudió la cabeza.
—El sistema de clases sigue funcionando hay una subclase de la que tú no sabes nada.
—No seas tan condescendiente -expresó él —. Soy consciente del mundo en el que vivo. No tienes ni idea de la cantidad de problemas que veo a diario en todos los estratos socioeconómicos a veces los peores son los que más tienen.
—Sí, pero nunca has experimentado la angustia que puede provocar tener
dificultades económicas.
—Eso es verdad, pero no significa que no pueda imaginarlo.
—O de que el salario y el esfuerzo no siempre van parejos -gruñó ella. Era el caso de su madre, que trabajaba largas horas por una miseria. Por eso había insistido en que su hija estudiara, por eso Milk quería trabajar para ayudar a sus padres.
—Milk, sé que esto puede sorprenderte, pero no soy ni tan ignorante ni tan insensible como crees.
Ella apoyó la cabeza en las manos. Claro que no lo era.
—Discúlpame.
Escuchó reír a Goku y sintió su mano frotándole el hombro brevemente.
—Te perdono porque sé que estás muy cansada.
Pero ella no consiguió relajarse, y él tenía razón: le daba vergüenza que él viera su casa y le daba rabia no haber conseguido haber sacado ya a sus padres de allí.
—Basta con que me dejes en la puerta.
—Claro —acordó con calma— Deben estar muy impresionados con todo lo que trabajas.
La pelinegra se mordisqueó el labio— No lo saben.
—¿Que trabajas en el bar y en el café o que no estás en la universidad a
tiempo completo?
Ella sacudió la cabeza.—Que he perdido la beca. Y no deben saberlo nunca —sintiendo que se le humedecían los ojos.
Él la miró largamente. —¿Tanto te angustia que se enteren?
—Sí, mira hacia adelante, por favor.
— Deberías decírselo —sugirió, volviendo la vista a la carretera.
—No puedo, están tan orgullosos de mí...
—Lo comprenderían.
La pelinegra no podía soportar la idea de decepcionarlos. — No quiero que se preocupen ya tienen bastantes problemas.
Y tampoco quería que la humillaran los familiares y vecinos que se habían reído de ella cuando quiso seguir sus estudios y la acusaron de ser una presumida de creerse mejor que los demás. Por eso ya no encajaba en aquel barrio pero tampoco en la universidad. Había tenido más oportunidades que otros y las había desperdiciado por un hombre que no pertenecía a su mundo y en la misma medida en que no permitiría que sus padres supieran que se había comportado como una estúpida, estaba decidida a que nada ni nadie se interfiriera entre ella y su futuro profesional.
—¿Cómo vas a volver a casa después de comer? -preguntó él cuando estaban a punto de llegar.
—Como siempre.
Milk sabía que Goku estaba viendo los grafitis de las bandas del barrio; los jardines desatendidos, los viejos columpios del parque, la basura que desbordaba las papeleras y estaba segura de que pensaba lo mismo que ella: que era un vecindario pobre e inseguro; razón de más para que su determinación para sacar a sus padres de allí se fortalecieran.
Cuando Goku tomó el sendero de acceso a la casa, vio a sus padres sentados en el porche. En cuanto el coche se detuvo, su madre se apresuró a acercarse y él la saludó con amabilidad, la azabache la vio parpadear y caer al instante bajo el influjo de su encanto y desolada, Milk escuchó al rubio aceptar la invitación que le hizo para quedarse a comer.
Cuando Goku entró en la casa se quedó atónito pero no porque fuera modesta puesto que había visto muchas casas en peor estado que aquella, sino por la pared del vestíbulo en la que colgaban todos los diplomas y fotografías que certificaban los éxitos de Milk, desde su primera competición de ortografía a los seis años. Comprobar que no había ninguna fotografía de ella jugando o con sus amigos le dio una idea de la presión a la que la pelinegra estaba sometida aun así, le costaba creer que sus padres no fueran capaces de perdonar que, por una vez,
hubiera fallado. Después de todo, era su única hija.
—Goku es abogado y da clases en la universidad — aclaró Milk entrando con su padre, que caminaba apoyándose en su brazo— Me ha ayudado con los estudios este año —añadió, y miró a Goku para asegurarse de que no cometía el error de mencionar los cursos de verano, ya que se suponía que estaba de vacaciones.
—En realidad no necesita mi ayuda —contestó él, sonriendo—Solo quiere que me sienta útil. Es un genio, pero además, trabaja muchísimo.
Se esforzó en mantener una conversación fluida durante el almuerzo, dado que Milk estaba extrañamente callada y nerviosa, y se preguntó si confiaba tan poco en su comportamiento como para temer que dijera algo que la perjudicara.
—Espero que no te haya molestado que me quedara —se disculpó cuando ya volvían en el coche—La pasé muy bien.
—No creo que haya estado al nivel de los restaurantes a los que sueles ir —
Riñó ella con brusquedad.
—Nunca había tomado una lechuga tan fresca —apuntó él y arrancó una sonrisa a Milk.
—¿Tu padre sufrió un accidente?
—Sí, hace años, en la fábrica, tiene una pensión por enfermedad, mamá trabaja el turno de noche en el supermercado local — Milk suspiró —Ahora comprenderás por qué quiero conseguir un trabajo en una gran empresa. Quiero mudarlos a un sitio mejor.
Goku asintió. —Lo comprendo —tras una pausa, dijo—Te importa mucho la opinión de tus padres, ¿verdad?
—¿A ti no?
Él rio amargamente— Hace tiempo que me da lo mismo. De pequeño quería la aprobación de mi padre — respondió y volvió a soltar una de las sarcásticas risitas que usaba para ocultar sus sentimientos.
Pero Milk quería saber la verdad.
—¿Y ya no?
—Me gusta mi trabajo y lo hago bien, lo que piense mi padre es irrelevante.
—¿Qué hizo?
—Nada.
—Goku, no soy idiota —insistió ella girándose hacia él.
—Ya lo conoces —riñó él con expresión sombría—cree que el dinero lo resuelve todo.
—¿Qué te hizo tanto daño?
Su ausencia, la nula atención que les dedicó a él y a Lazuli, nunca tenía tiempo para ellos.
—Lo descubrí — aclaró sorprendido de contarlo.
—¿Haciendo el qué?
—Traicionándonos — Goku miró a Milk de reojo —. Le pedí que viniera a un debate cuando tenía quince años, pero dijo que tenía una reunión de trabajo muy importante, cuando gané, fui corriendo a enseñarle la medalla—había acudido al despacho pero al llegar descubrió que la reunión era con una de las jóvenes abogadas del bufete— Cuando llegué, encontré a una de sus colaboradoras arrodillada delante de él.
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