Capítulo Veintiséis
LIAM
El creer que lo de nosotros sería algo fácil fue un error, Alanna tiene problemas para controlarse y yo tampoco ayudé demasiado ocultandole cosas.
Una parte de mí temía que quizás ella no lo tomara bien, pero otra sabia que estaba mal ocultarle que Sophie había vuelto, pensé que podía manejar la situación, pero estaba más que claro que me equivoqué.
Ella estaba preparando el desayuno, moviéndose de aquí para allá, haciendo que su culo se viera de una manera exasperante por no poder tocarlo como quisiera. Mientras, yo me ponía mi camiseta, decidí no hablar del tema, sabía que ella estaba súper furiosa, si sacaba tema ahora, mi novia no dudaría en darme una patada en las pelotas...
Y no quiero quedarme sin hijos.
Dejó mi desayuno en la mesa bruscamente, mientras, tomó el suyo, apagó el horno y se dirigió a la habitación.
Cada día me gusta más y cuando se enoja y camina rápido... Joder.
—¿No vamos a desayunar juntos? —pregunté cuando empujé la puerta.
—¿Tú qué crees? —respondió de una manera tan tosca que por poco y rompe mi corazón de pollo. La observé sentarse en el borde de la cama, mirando de vez en cuando la ventana a la derecha.
—Te lo diré todo, con detalles si quieres, te tengo confianza. Lo puedo jurar —me puse la mano en el pecho. —Deberías saberlo, Alanna. Carajo. ¿Qué debo hacer para que entiendas que estoy enamorado de ti?.
—No mentirme, por ejemplo.
—No te mentí, solo evité hablar del tema.
—Eso es peor, me lo ocultaste... —levantó la mirada hacia mí, que me había apoyado en el marco de la puerta.
¡Joder, tiene los malditos ojos mas hermosos del universo entero!.
—Ya no sé si podría confiar en ti...
—Vamos enana, no digas eso... —no se cuando empezó, pero tenía un enorme nudo en la garganta.
Bufé cansado dirigiéndome a la cama, ella no se movió, simplemente metió una cucharada de su desayuno a su boca, me mordí el labio inferior.
Estaba hecha un desastre, recién levantada, con ojeras notables, su piel un poco pálida, sin un gramo de maquillaje, su cabello en un moño desordenado.
Y aún así era jodidamnete perfecta.
—Déjalo así, Liam —dijo molesta.
—¿Pero por qué tengo que dejarlo así? —pregunté cansado. —Te he dejado toda la noche tranquila, quiero que me escuches y...
—Tengo que ir a trabajar y tú tienes que ir a ver a tu novia, no me jodas —finalizó antes de levantarse de la cama e intentar irse.
Ah, esa enana consiguió trabajo...
—Vamos a hablar... —Insistí tomándole la muñeca.
—Ahora no —me miró por unos segundos en los que sentí la rabia en todo su ser, le solté la mano con delicadeza dejando que saliera de la habitación.
Maldita mierda.
Me pasé las manos por el cabello, frustrado.
Al final empaqué las cosas que necesitaba, crucé la puerta de la habitación y tomé las llaves que estaban encima de la mesa.
—¿Tienes tus llaves? —pregunté, ella asintió metiéndose al baño. —Bueno, pues me voy.
—Me parece bien —respondió.
—¿Puedes darme mi beso de buena suerte? —bromee empujando la puerta de la ducha, ella se tapó el cuerpo haciéndome reír.
—¡IDIOTA! —gritó antes de lanzarme el jabón, lo esquivé aún riendo. —¡Te lo daré cuando te lo ganes!.
Se acercó a pasos rápidos para luego cerrarme la puerta en la cara.
Bueno, estaba más enojada de lo que pensaba.
Salí del apartamento, sonriendo. Cuando volviera del trabajo arreglaría todo con ella.
Lo mejor es que ya no tendría que verle la cara a Sophie Anderson, me había desecho de ella...
Eso sonó un poco macabro...
Me despedí de la recepcionista al salir, subí a mi auto y empecé a conducir hasta mi destino.
Al llegar estacioné y bajé del auto, me adentré en el local.
—¡Liam! —exclamó el señor Antonio, mi jefe.
—Hola —respondí con una sonrisa.
—Hoy es día de solo niños, asegúrate que no se vayan a meter los adultos. No estaré, pues mi hija me insistió para que pase un día con ella, no enciendas la piscina para mayores.
—Entiendo —aseguré llendo a los cambiadores a ponerme mi uniforme.
...
ALANNA
—Y este es para usted señor, con poca azúcar y amargo —dejé el café en la mesa número tres y volví al mostrador. —No sabía que trabajar en una cafetería fuera tan gotador.
—Tranquila, luego te acostumbraras —explicó limpiando una de las tazas de cerámica.
—Eso espero.
Que floja, Yisel.
Cállate que soy yo la que está sufriendo.
—Y eso que hoy casi no han venido clientes, los fines de semana se llenan todas las mesas.
—Oh, ¿tu también trabajabas de mesera?. —Pregunté sirviendo un café.
—Yo hago de todo aquí, si estás ocupada en algo, yo hago lo que se necesite. Solía trabajar sola, pero es muy pesado para una sola persona.
La reparé un momento, era negrita, pero muy bonita, su sonrisa blanca y perfecta, su cabello trenzado con extensiones también y la forma en la que sus hoyuelos se formaban a los lados de su cara era deslumbrante.
—Socialicemos mientras llega mas personal. ¿Tienes algún novio? —preguntó, yo sacudí la cabeza para ponerle atención.
—Oh, si si, bueno, vivimos juntos, pero no estamos casados —expliqué.
—Son marido y mujer —finalizó. —Cuando se casen serán esposo y esposa, por ahora solo viven juntos como una pareja, pero sin ningún tipo de lazo de matrimonio, a eso se le llama unión libre.
—Eso —reí.
—Te noté un poco desanimada cuando entraste por tu delantal —murmuró, recordé unas horas antes, todo este tiempo me había estado esforzando por sonreír y dar una buena primera impresión.
—Si, es que tuvimos una discusión, o bueno, yo tuve una discusión —cerré los ojos respirando hondo.
—Sé que apenas nos distinguimos, pero ten por seguro que pasaras un tiempo conmigo, quiero que confíes en mí para todo, soy alguien de confianza y tus problemas me los puedes contar cuando quieras. —definitivamente me convencí de que era la compañera de trabajo que siempre quise tener.
—Gracias, he estado esperando a que llegue el miércoles para hablar con mi mejor amiga, pero pues supongo que contarte mis cosas también me desahogaría un poco —dijo, Martina me miró atentamente tomando del café que había dejado en la mesa.
—Te escucho —susurró.
—Ayer en la noche no fue a dormir a la casa, lo esperé por horas y luego me quedé dormida, esta madrugada me levanté por un ruido en la sala y estaba tirado en el sofá con su camisa desarreglada y el labio roto, pensé que se había metido en una pelea o algo por el estilo, pero me dijo que se había encontrado con su ex, ella y él estuvieron muchos años juntos en el pasado y no sé si tal vez él pueda volver a sentir algo por ella, dicen que las cenizas pueden encender fuego...
—No pueden encenderlo si tienes una escoba y las echas a la basura —bromeó.
—Pues bueno, no sé si él abrá tomado esa escoba.
—Primero que todo dime... ¿Te quiere?.
—Me lo ha dicho muchas veces, me ha dado muchos detalles y demostrado que quiere estar conmigo, es dulce y tierno, pero no sé, algunas veces me siento insegura.
—Alanna, créeme que eres hermosa, mi consejo es que tengas un poco mas de confianza en él y en ti, por que tal vez no haya pasado nada, si él te ama de verdad así como te lo dice no va a dejar que pase nada con la otra chica.
—¿Y si estaba borracho? —pregunté.
—Nisiquiera borracho podría ser capaz de engañarte si el amor es de verdad —resumió.
—Creo que eso me hace sentir mejor, esperemos que si me quiera de verdad —rodé los ojos, ella asintió con la cabeza.
Sonó la campanita de la entrada indicando que había llegado un nuevo cliente, miramos ambas hacia la entrada, Martina a mi lado formó una sonrisa hermosa en sus labios, se acercó a mí oreja y susurró.
—Ella es nuestra cliente estrella, viene todos los días, se llama Luz, viene al café desde que lo abrieron, tratala mejor que a todos, tenemos preferencia con ella —dicho esto me dio un pequeño empujón empujón.
Caminé hacía la mesa donde se ubicó la joven anciana.
Traté de no tropezar con mis pies, estaba tan nerviosa que me sudaban las manos, me sitúe frente a ella, la cual no levantó la mirada.
—¿Eres nueva? —preguntó aún sin observarme. Yo asentí pero luego caí en cuenta que no me estaba viendo.
—Si, bienvenida de nuevo señora Luz. ¿Qué desea ordenar hoy? —pregunté.
—¿Así que Martina te habló de mí? —indagó levantando su cara...
Sus ojos azules me miraron de arriba a abajo, curiosa. Sus canas se perdían en su cabello rubio, su tez blanca le daba más juventud de la que tenía, sus labios rojos y con color a pesar de estar secos.
—Un poco... —susurré.
—Eres muy bonita —me sonrió, sentí el leve color carmesí que aparecía en mis mejillas. —Si, como pensé, te sonrojas fácilmente. Dile a Martina que lo de siempre por favor —asentí con mi cabeza un poco nerviosa.
—Si señora —me apresuré a llegar donde Martina, abrí la boca para hablar pero ella se adelantó.
—Si, ya lo sé, es alguien increíble —dijo, yo asentí con la cabeza.
—Dijo que quiere lo de siempre. ¿Qué es lo de siempre?.
—Bueno, ella suele pedir un Macchiato de vainilla un poco mas dulce de lo normal, así que vierte una cucharada más de azúcar —explicó.
Rodee la mesa del mostrador llegando a la máquina.
Agregué la cápsula en el expresso como me había enseñado mi padre, calenté la leche y saqué su espuma de encima, serví el café y agregué el azúcar extra, también agregué la leche, supongo que había quedado bien. Me dirigí hacia la mesa para entregarle su encargo a la señora y esperé a que lo probará.
—Creo que le falta mas azúcar —murmuró.
Uh, está bien ser aficionada, pero eso ya es avaricia.
Le he echado dos cucharadas de las grandes...
—¿Qué? —exclamó ella al ver que yo no reaccionaba.
—No es muy bueno para usted tomar tanta azúcar —hablé al final, ella sonrió antes de hablar :
—Ya lo sé, todos me lo han dicho, pero verás; toda mi vida he sido diabetica, pero ahora que estoy vieja igual me voy a morir, así que quiero disfrutar el poco tiempo que me queda disfrutando de lo que no pude disfrutar nunca —explicó y tomó otro sorbo. —Algún día cuando muera, lo haré feliz por probar mi gusto culposo.
—Entiendo, bueno tengo que ir por allá —señalé a mis espaldas la puerta de entrada, por el que había ingresado una mujer.
Ella asintió con la cabeza y caminé hacía la mesa número seis, divisé a una mujer, de mas o menos treinta años, dejó el bolso y se peinó el cabello con las manos.
—¿Qué desea ordenar?.
—Solo un café de vainilla.
Me retiré de su mesa a preparar su pedido, luego me dirigí a Martina, que estaba haciendo cuentas en la caja registradora.
—La señora Luz es algo...
—Si, ella es asombrosa —habló sin despegar los ojos del dinero que estaba contando.
—Es muy especial.
Sonó la alarma de su celular, ella metió las manos en el bolsillo del delantal y lo sacó para luego apagarla.
—Ya es tu hora de salida —anunció, yo miré el reloj en la pared.
—Oh es cierto. Gracias por todo, amé trabajar aquí.
—No hay de que, eres perfecta para esto —dijo levantando ambos de sus pulgares hacia arriba.
Reí.
—Nos vemos —me quité el delantal dejándolo en el perchero y rodee la mesa para lavarme las manos, las sequé con un trapo y tomé mi bolso de la encimera. Me acerqué para darle un beso en la mejilla.
—Ojalá que te vaya bien con tu novio —formé una sonrisa triste en mis labios.
Rodee la mesa de nuevo y giré la manija de la oficina de Leonardo, aquel estaba jugando Tetris pop en su celular. Lo sabía porque reconocía ese sonido.
—Ya me voy señor —anuncié.
—¿Qué te pareció el primer día, Alanna? —preguntó.
—Un poco ajetreado, es que soy nueva en esto de trabajar, pero dice Martina que luego me acostumbraré.
—Si, es cierto, luego harás todo con mas facilidad —Murmuró pausando su juego.
—Gracias por el empleo, de verdad lo necesitaba.
—No hay de que, siempre podemos ayudar.
—Mañana nos vemos jefe, hasta pronto.
—Adiós Alanna —asentí con la cabeza y cerré la puerta de la oficina.
Me despedí por última vez de Martina con un movimiento de cabeza y salí del café.
Ya en la acera de la carretera miré hacia atrás, se podía ver el gran cartel de luces led que decía, "Cafetería St. Inie's Coffee".
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