Capítulo Nueve

LIAM

Mi vida no es muy interesante que digamos.

Es ir de cursos a casa, de casa al trabajo, del trabajo a donde mi mejor amigo y fin.

Mi hermana Renata yacía en un sillón, leyendo su típico libro de todas las mañanas, yo en cambio, estaba pensando en el idiota que había abusado de Alanna.

Alanna, Dios, esa chica se merece ser feliz, a pesar de no saber su historia está reprimiendo demasiada tristeza.

Observé de reojo como Renata levantaba la vista de su libro para mirarme fijamente.

—¿Qué tanto piensas?. —Preguntó con un tono de preocupación, suspiré antes de contestar.

—No es nada. —Mentí.

—¿En la chica?.

—Así es. —Afirmé.

—¿Estas enamorado?. —Indagó con cierto tono de gracia.

¿Lo estaba?.

Si. —Fue mi única respuesta.

—¿Hay algún problema?. —Bajó el libro dejándolo en su abdomen y poniendo su vista sólo en la mía.

—No quisiera contar cosas de las que se pueda enojar.

—No lo sabrá, no soy una bocazas para andar contando.

—El domingo, un tipo abusó de ella. —Hablé sin impedir que un nudo se formara en mi garganta.

—¿Cómo? ¿Solo la tocó?.

—La violó... —Susurré.

—Dios... Liam, yo... Lo siento tanto.

—Ella es demasiado increíble para que le pasen éste tipo de cosas. —Murmuré, las lágrimas que amenazaban con salir me nublaron la vista.

—Todos tenemos una vida difícil, mírame a mi. —Sonrió con melancolía, yo por mi lado observé el ematoma que yacía en su brazo izquierdo.

—Es cierto, pero tú me tienes a mi.

—Pero dime, ¿por qué no ha denunciado? La mejor manera de prevenir mas ocasiones de este tipo, sería denunciar al hombre.

—No quiere porque su mamá no la apoya, piensa que nadie va a creerle y al final solo se resigna.

—Trata de hablar con ella.

—Ya lo intenté, dijo que va a pensar mejor lo de la denuncia.

—Apoyala, acompañala a todo el proceso.

—Gracias por tus consejos de amor, no sabía que los dabas.

—Que no los utilice para mí misma no significa que no sea buena dándolos.

—¿Te ha vuelto a llamar?.

—¿M-Miller?. —Tartamudeo.

—Si.

—En realidad no, y ya te lo he dicho Liam, malinterpretas las cosas.

—Ajá, que tengas moretones en distintas partes de tu cuerpo gracias a el es un malentendido.

—Ya te he dicho la razón.

—Nada puede justificarlo.

—Ya que tú y mamá no quieran entender...

—Siempre que hablamos del tema terminamos peleando, y no te conviene porque sabes que te ganaré.

—Soy inteligente. —Se encogió de hombros.

—Solo en la manera escolar.

—Yo diría que en todas las formas.

—Yo no, no sabes que es lo mejor para ti.

—¿Y tú si? Te pusiste a retarlo y por eso tienes dos costillas rotas.

—Querida hermana, antes era un niño, ya he madurado lo suficiente...

—Ajá.

—Dejame hablar, como te decía...

—Ajá. —Me interrumpió de nuevo.

—¿Sabes? Mejor iré a la casa de Luis.

—Eso, dejame leer. —Tomó el libro entre sus manos, yo negué con la cabeza divertido levantándome del sofá.

Salí antes de que llegara mi madre de las citas médicas que le habían asignado. Si no, no pararía con las malditas preguntas.

Me dirigí a mi auto, un descapotable negro con asientos de cuero, que por cierto le había costado bastante a mi queridisimo padre.

Mi padre y yo no teníamos una mala relación, muchas veces solía ser un poco mierda, ¿la razón? Piensa que las mujeres no tienen derechos, mi madre antes de vivir con él era una modelo muy famosa, aun lo sigue siendo, pero cuando se casó con mi padre, aquel solo le prohibía hacer de todo.

Solía decir.

El trabajo es para los hombres, las mujeres tienen que cocinar y estar en la casa cuidando los hijos.

Las mujeres no se visten como prostitutas.

Las mujeres no pueden decir malas palabras.

Las mujeres no pueden versen con otro hombre si tienen esposo.

Las mujeres no pueden hacer esto, no pueden hacer lo otro.

Si hubiera crecido con ese pensamiento probablemente Alanna no me atrayera tanto, pero mi mamá se encargó de que en vez de ver a las mujeres como unas incapaces, las viera como el pilar de este mundo.

Y aunque a pesar de que durante mi vida me he topado con mujeres un tanto malignas, puedo decir que no todas son iguales.

Cada una tiene su forma de ser y de vestir, a mi hermana le gustan los pantalones holgados, prefiere eso porque la ropa corta y apretada la hace sentir incomoda, y claro, mi padre gustoso de que su hija no se vista como una "puta".

Cada día la sociedad está peor.

Entré en mi auto empezando a conducir, puse cualquier música en la radio emprendiendo camino hasta la casa de Luis.

Al llegar dejé el carro frente a su casa, una muy humilde por cierto, pequeña pero con dos pisos, toqué la puerta de madera gruesa, mirando mi reloj de vez en cuando al ver que no habría.

Cuando abrió, lo noté con el cabello despeinado y su camisa entreabierta, por lo que predije lo que estaba haciendo.

—Ahora a quien te estas tirando... Hueles horrible... —Susurré intentando mirar por encima de su hombro, a su espalda tenía una rubia, que se estaba terminando de poner los zapatos.

—Estaba... —Dijo pasando las manos por su cabello con reflejos rubios. —Estaba...

—Cállate Luis, no quiero escuchar nada. —Me tapé los oídos bromeando, él me golpeó el hombro haciéndose a un lado para que yo pudiera pasar.

—Bonito broche. —Murmuré teniendole la pinza a la rubia que había tomado del suelo antes de sentarme en el sillón.

—G-Gracias. —Susurró antes de darle un beso a Luis y decirle algo en el oído antes de irse.

Mi mejor amigo desde la infancia, cerró la puerta, we sentó en el sillón frente a mi.

Había cambiado demasiado desde que teníamos cinco años, ahora su cabello era un poco más oscuro, antes solíamos decirle ricitos de oro, ya que era demasiado rubio y ondulado.

Recordar como nos conocimos siempre fue un poco gracioso para mí, claro, ahora, porque en ese entonces pensé que íbamos a morir.

Resulta que, cuando tenía cinco años nos mudamos a la casa enorme que tienen mis padres, allí solía jugar con mis amigos de los que ya casi no me acuerdo.

Luis tiene una hermana dos años menor que él, al tener ambos la misma edad también la hace dos años menor que yo.

En realidad nos conocemos porque a su hermana la catalogaban como la princesa, ya que era la niña mas linda, con su cabello ondulado y rubio, sus ojos verdes que gritaban inocencia.

A mi me gustaba aquella princesa, a pesar de ser tan chiquita, sabía hablar bastante bien, y yo era demasiado pequeño.

Un día la noté llorando en una de las aceras de las casas, allí fui donde reuní el coraje para preguntarle...

—¿por qué lloras?.

—El niño que está allá. —Señaló a mi derecha a un grupo de chicos. —Me ha quitado mi muñeca.

—¿Le haz dicho a tu hermano?.

—No. —Negó con la cabeza. —Son muy grande y si lo hago le van a pegar.

—¿Y a tus padres?.

—Están de vacaciones y la niñera solo come cosas de la nevera y no nos cuida.

—Oh. —Musité.

Yo nunca tuve que experimentar algo así, que mis padres fueran ausentes nunca fue algo que tuviera presente en mi infancia, ellos siempre estaban para mi en todo momento.

Te ayudo.

En ese momento me fui de valiente contra los cinco niños que claramente eran mayores que yo.

—Ustedes feos, delen el juguete a la princesa.

—Awwww, viene a rescatar el juguete de su amada bebé.

—No somos bebés. —Inquirió la bebé a mi lado, vale tenía que admitir que era una bebé.

—Vamos enano, no me digas que viniste a pedirnos un juguete.

—Es de ella, no tienen porqué robarlo.

—Solo lo pedimos prestado, ¿verdad que si, Luisa?.

—Y-Yo no se los...

—¿Verdad que si... Luisa?. —Repitió en un tono amenazante.

—S-Si. —Tartamudeo la princesa a mi lado.

—Llama a Luis, que venga por el muñeco. —Me Susurró para luego echar a reír con el juguete en su mano.

No se iban a salir con la suya.

Me agaché tomando tierra del suelo rápidamente y virtiendola en sus ojos, aquel murmuró algo a lo que no le presté atención, salté un poco alcanzando el peluche de conejo rosa de su mano y empezando a correr tomando la mano de la princesa.

Corrimos por nuestras vidas, literalmente.

Los cinco no tardaron en seguirnos y como en toda película llegar a un lugar del que no teníamos salida.

Pensé que ya estábamos muertos, escondí a la princesa detrás de mi para que no le sucediera nada hasta que...

—Voy a comerlos a todos. —Ellos giraron mirando hacia atrás, mientras yo fruncia el ceño observando al gorila gigante que había a sus espaldas.

Los chicos no tardaron en poner cara de pánico y empezar a correr lejos de nosotros llamando a sus mamás.

Cuando salieron del lugar, el gorila se dirigió hacia nosotros, yo aún sostenía a Lou detrás de mi, con cuidado de que no se lastimara.

—Por favor señor Gorila, no nos coma.

—Los niños de ahora están pendejos. —Susurró quitándose la cabeza de lo que parecía ser un disfraz, dejando a la vista a un señor de unos cuarenta años.

—¡Luisa!. —Gritó su hermano detrás de el señor.

—¡Luis!. —Ella corrió a sus brazos y se fueron un tierno abrazo de hermanos.

—Muchas gracias por ayudarme señor. —Le agradeció el niño, el tipo se encogió de hombros y desapareció.

—¿Viste sus caras?. —Me burlé de los chicos que ya se habían ido.

—Fue como Rrrr, Rrrr. —Dijo la princesa poniendo manos hacia adelante, rugiendo como un dinosaurio.

—¿Él te ayudo?. —Preguntó su hermano hacia ella, la princesa asintió con la cabeza.

—Éste noble caballero merece un beso. —Susurró haciendome sonrojar.

Finalizó tomándome las mejillas dándome un tierno beso en la frente, yo sonreí, ya demasiado tiempo llevaba desde lejos mirándola jugar.

—Como muestra de tu valentía, te propongo ser mi mejor aliado, por toda la eternidad.

—Acepto su propuesta, su majestad. —Bromee y luego todos reímos.

Sonreí con melancolía recordando esos tiempos donde todo era color rosa, no habían preocupaciones, no habían problemas.

Luis se quedó mirándome expectante, yo simplemente le saqué el dedo del medio haciéndolo reír.

—¿Necesitas un consejo, hijo de puta?.

—Si estúpido, ¿como me limpio el culo?. —Bromee.

—Depende, porque si es a lo Tarzán tienes que arrancar hojas grandes de las plantas para que no...

—Que asco Luis.

—Así es la vida amigo mío. —Bromeó de vuelta.

—Luis... Me está gustando alguien. —Le solté.

—Si no es Sophie todo bien.

—Se llama Alanna...

—Eh, eh, alto ahí, ¿Alanna Juliens?.

—Si...

—Amigo, esa está peor que...

—Si, ya se que vas a decir, pero no vine a pedirte consejos sobre si me debe gustar o no, ya me gusta y eso lo tengo bastante claro.

—Tú padre no lo aprobará.

—Me tiene que gustar a mi, no a él. —Rodé los ojos.

—Pero sabes que también dependes de su aprobación.

—Tampoco es que me vaya a casar con ella, solo digo que me gusta y ya.

—Vaya amigo, con ese culo que tiene... —No tardé en fulminarlo con la mirada. —Digo, con el enorme corazón que tiene y sus dos pulmones, pues cualquiera se enamora.

—Que gran forma de envidiar a mi chica.

—¿Tu chica? Te digo, que no estudio en el día, pero a la que dices "tu chica" es chica de todos, porque se ha acostado con mas personas en un mes de las que yo pudiera tener sexo en toda mi vida, debe tener ese pan mas abierto que...

—Luis, no estoy bromeando, así que no te expreses así de ella... —Amenacé.

—Oh, ¿no es broma?.

—No.

—Ok, entonces, que te rompa el corazón, porque al parecer te gustan las putas.

—Disfrutar de su adolescencia no la hace una puta, además ¿qué sabes tú de Alanna?.

—No voy a pelear contigo por una...

—Contigo no se puede. —Me levanté del sofá. —Dices ser mi mejor amigo y no me escuchas en nada.

—Hey, solo digo la verdad.

—¡La maldita verdad es que está rota por dentro!.

—Eso ya lo sabemos... —Susurró elevandome la rabia.

—No me hagas golpearte. —Advertí.

—Lo único que te puedo decir es que te va a joder. —Y eso ya lo tenia claro. —Te va a joder porque esa cosa, no debe tener ni sentimientos.

—No sabes nada de ella, mejor me voy. —Me dirigí a la puerta.

—Te da rabia que te digan la verdad.

—Vete a la mierda.

—La única chica decente que tuviste por diez años fue mi hermana Luisa.

—¡Pues Luisa se largó!. —Exploté antes de cerrar la puerta y dirigirme a mi auto.

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