Bebé habla con papi

Es lunes por la tarde y Daniel no fue a trabajar. Le había enviado un mensaje a Ali, diciendo en el que se sentía mal. No mentía. Desde el domingo por la mañana, estaba teniendo dolores de cabeza y una leve temperatura alta. Debía ser porque el sábado se mojó en la lluvia cuando fue por unas donas para su madre.

En la Universidad no le fue muy bien. Llegó tarde a su primera hora y casi no lo dejan pasar. Al entrar a su salón, había pateado la puerta sin querer, y después pegándose en el ojo con ella. Su ojo quedó terriblemente morado oscuro, además dolía. Todo el día sus compañeros -los que no sabían que pasó- estuvieron llamándolo como Princesa Ruda. Porque según, se había agarrado a golpes con alguien. En un momento, se hartó de Tom Cole, un chico que siempre se está burlando de él. Ese mismo fue quien empezó lo del apodo. Bueno, lo enfadó tanto que terminó caminando hasta su mesa, para soltarle una fuerte bofetada. Él mismo se había asustado por su actitud, pero se sentía demasiado humillado como para seguir con eso.

Su celular vibra justo cuando va a empezar su tarea de psicología. No quiere hablar con nadie, incluso pegó una hoja en la puerta de su habitación para que nadie molestara.

Johnny: ¿Por qué no viniste, bebé? Te extraño.

No va a rodar los ojos. No lo hará.

Lo hizo.

Rueda los ojos, leyendo el mensaje de Johnny. Lo quiere, pero está harto de todos los seres humanos ahora.

"Estoy enfermo" contesta. Dejando su celular cerca por cualquier cosa. Y por cualquier cosa se refiere a otro mensaje de Johnny.

Johnny: Estoy yendo a tu casa. Espérame.

Se reacomoda en su lugar. Tiene suerte de que su madre esté en el trabajo. Louie está abajo pero ya sabía.

Suspira, leyendo la instrucción de su tarea. Necesita escribir una experiencia pasada que sea vergonzosa y tonta a la vez. Y Daniel recuerda una. Así que comienza a escribir, con una mini sonrisa en el rostro. Estaba tan perdido en su tonta historia, que no se fijó que su puerta estaba siendo abierta.

—¿Se puede? Ahí dice que no te molesten.

La cabeza rubia y despeinada de Johnny se asoma por la puerta entre abierta. Tiene una ceja para arriba y media sonrisa.

—Pasa.

Su voz suena cansada y grave. Llevaba horas sin hablar con alguien.

—Tu primo me abrió la puerta. Creo que me amenazó o algo, no entendí muy bien. Tenía media hamburguesa en la boca.

—Si, ese es Louie.

Quiere reírse, pero sus ánimos se lo impiden.

—¿Qué tienes, bebé? Luces triste.

—Me duele la cabeza y me golpeé el ojo hoy.

—Aw. Pobrecita princesa.

El corazón de Daniel se remueve alegre al oír eso. Sonríe bobamente, mientras Johnny se sienta a su lado, acercando sus rostros para darle un beso en los labios. Lo toma de la nuca, tratando se hacerlo más profundo y duro. Pero el pelinegro de aleja.

—Estoy haciendo tarea, Papi.

—Y... ¿qué tienes que hacer?

—Escribir una experiencia que se me haga tonta y vergonzosa a la vez.

—¿Cuál es?

—Mi primera última clase de fútbol.

El rubio lo mira con sus ojos azules sorprendidos.

—Fue cuando papá quería que haga cosas de chicos —contrae sus hombros—. Pero bueno. El caso es que yo fui, y siempre el entrenador daba por obviedad en entrenamiento primero, y después jugaban un pequeño partido. Para no tener a los niños aburridos.

—¿Te divertiste?

Daniel asiente.

—Un poco. Bueno, cuando era el partido ese, yo tenía la pelota y me dijeron a donde tenía que ir. Así que corrí con el balón a la portería. Ahí estaba un niño y me molesté con él. Le dije algo como "¿podrías quitarte? trato de hacer un gol" y el muy grosero me dijo "no puedo, soy el portero". No sé, creo que después le tiré la pelota en la cabeza, chocó con un poste de la portería y sufrió una contusión.

Johnny se ríe de su bebé abiertamente. Muy pocas veces lo ha hecho. A Daniel siempre le gusta escuchar su risa, no es grave ni aguda -como su voz suele serlo- tiene un tono bonito. Como de esos que quieres escuchar siempre.

—¡No te rías! ¿sabes qué fue lo peor?

El mayor niega, parando de reír.

—Cuándo entre a la secundaria ese chico fue mi compañero de banco por tres años. Todos los días le pedía perdón.

—Esa si es mala suerte, bebé.

Johnny acerca su mano a la de Daniel, quiere tomarla, pero él se aleja.

—Johnny... tienes tu anillo.

Le recuerda con voz triste. Johnny suspira, tomando su rostro entre sus manos.

—Sabes que si me lo quito se me va a olvidar ponérmelo y Ali se va a molestar.

Daniel muerde su labio inferior, jugando con su lapicero verde pastel. Golpea la palma de su mano con la punta de éste.

—Entonces ¿lo harás? Digo ¿te vas a casar, en serio?

—Daniel, ya hemos hablado de esto. No es que yo quiera. Mi familia depende de mí y esa boda.

Lo sabe. Él le ha hablado sobre su familia y sus hermanos. Johnny no viene de una buena familia. Su madre tiene un trabajo, el mismo que Daniel. Solo que él no tiene que mantener a 6 niños.

Daniel no critica a la mamá de Johnny, pero... sí sabe que no tiene suficiente dinero ¿para qué tener tantos hijos? O sea, no había caso. El pelinegro piensa que es más barato comprar condones que pagar 7 matrículas de Universidades.

Todo lo que Johnny tiene es gracias a Ali. El dinero, la casa, su puesto en la empresa. Johnny sin ella era literalmente nada. La mujer lo sabía, pero al parecer estaba muy enamorada como para hacer caso a eso.

—Johnny yo... creo que es mejor terminar esto que tenemos.

El rubio lo ve, incrédulo.

—¿Perdón?

—Hablo en serio. Mañana iré a trabajar y le diré a Ali que renuncio. He vuelto a la escuela y necesito concentrarme en eso.

—Daniel, tú no puedes terminar conmigo.

—Si puedo. Y lo estoy haciendo.

Sus ojos marrones lucen apagados y húmedos. No va a llorar, no al menos hasta que Johnny esté fuera de su habitación... y su vida.

—Pero yo-yo no puedo hacer nada sin ti. Te necesito, Daniel. Mucho.

Nunca ha visto a Johnny así. Se veía muy vulnerable y pequeño. Quiere retirar todo lo que ha dicho y tirarse a abrazarlo. Decirle que él también lo necesita.

—Tus chistes son malos, pero en éste te pasaste.

Trata de reír, pero no puede, un sollozo dolido sale de sus delgados y pálidos labios. Es la primera vez que lo ve llorar.

—No es broma, Johnny. Ahora, te pido amablemente que te retires, tengo tarea por hacer.

Johnny limpia sus lágrimas, aclarando su garganta. Su cara vuelve a ser dura como usualmente.

—Está bien. Si necesitas algo, llámame. Adiós.

Sale de la habitación, cerrando la puerta muy suave. Se queda ahí, mirándola. Oye los pasos fuertes de Johnny bajar los escalones. Se encoge cuando la puerta es aporreada y Louie grita molesto.

Se recuesta en su cama. No llora, porque aún no le entra la idea de que ha dejado a Johnny.

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