03 | Cartas del pasado
Me dejo caer sobre el sofá, sintiendo el peso del día en cada rincón de mi cuerpo. Las maletas junto a la puerta del comedor me recuerdan que aún debo deshacer el equipaje. Mi mente sigue dando vueltas a la conversación con el notario sobre la floristería de mi abuela, y a la vez no puedo dejar de pensar en el repentino reencuentro con Caleb.
―¿Por qué todo tiene que ser tan difícil? ―murmuro para mí misma, agotada.
Sabía que aparecer en su vida de nuevo iba a complicarlo todo. Y encima, ahora, tengo la mitad de un negocio a mi cargo justo cuando iba a comenzar mi búsqueda de trabajo en Londres. Es como si cada decisión que tomo me arrastrara en una dirección totalmente distinta.
El timbre de la puerta suena de repente, sacándome de mis pensamientos. Me incorporo, sintiendo una mezcla de curiosidad e inquietud. Me acerco a la puerta y, antes de abrirla lentamente, decido observar por la mirilla. A través de ella, veo una figura pequeña y encorvada. Se trata de mi vecina, la señora Grace, con su eterno pañuelo de flores en la cabeza y una bolsa de supermercado en la mano. Respiro hondo y suelto un suspiro antes de abrir la puerta lentamente.
―Hola, Grace ―la saludo―. ¿Pasa algo?
La mujer me devuelve la sonrisa, aunque parece un poco preocupada.
―Hola, querida. Lamento molestarte ―dice, su voz suave pero clara―. He visto luces en la casa, y por un segundo me he asustado. Ha estado vacía desde... Bueno. Siento lo de tu abuela, muchacha. Era una mujer maravillosa.
El tono de su voz es amable, pero la mención de mi abuela hace que mi pecho se apriete un poco. Por su mirada triste, veo que mi abuela era una persona muy importante para ella. Cuando aún vivía en Oakville, las veía juntas con frecuencia, ya fuera en el jardín o tomando el té en la terraza. Parecían compartir algo más que simples conversaciones de vecinas; había una complicidad tranquila entre ellas que siempre admiré.
―Gracias, Grace. Es... ha sido difícil ―respondo, tratando de mantener la compostura―. También sé cuánto significaba mi abuela para ti ―añado, sintiendo que las palabras se me quedan cortas.
Ella asiente despacio, su mirada perdida por un segundo, como si estuviera recordando esos momentos.
―Sí, lo era ―dice con una sonrisa que no llega del todo a sus ojos―. Tu abuela y yo... bueno, pasamos por muchas cosas juntas. Fue una amiga maravillosa. La extraño.
Después de un intercambio de sonrisas y una última mirada comprensiva, Grace se despide con un leve gesto de la mano, dirigiéndose de vuelta a su casa. Cierro la puerta suavemente, quedándome un momento en silencio. Me apoyo en la madera, sintiendo que el peso de la conversación con el notario, el reencuentro con Caleb y ahora las palabras de Grace caen sobre mí de golpe.
Mi vida acaba de tomar un rumbo totalmente distinto al que esperaba.
Me giro hacia las maletas que siguen junto a la puerta, recordándome que todavía tengo muchas cosas por organizar, tanto dentro como fuera de mí.
Arrastro las maletas hasta el que fue mi cuarto durante varios años, cuando me vine a vivir con mi abuela. La puerta de la habitación emite un leve chirrido al abrirse, y una sensación de nostalgia me invade el cuerpo cuando mis ojos recorren el espacio en el que me encuentro. Todo sigue casi igual, como si el tiempo se hubiera detenido desde la última vez que estuve aquí.
Avanzo lentamente, y dejo caer las maletas junto a la cama. Todo en esta habitación me recuerda a esa época: las largas charlas nocturnas con mi abuela, su risa suave llenando el aire, los días en los que me sentía tan perdida, pero ella siempre encontraba la forma de hacerme sentir en casa. Por un momento, cierro los ojos, tratando de aferrarme a esa sensación de paz.
Cuando los abro de nuevo, estos se desvían casi automáticamente hacia el pequeño marco de fotos que hay sobre el escritorio de madera. No lo había notado al entrar. Se me encoge el corazón cuando veo de qué trata. Es un dibujo que hice cuando apenas tenía ocho años. En él, aparezco yo entregándole un diente de león a mi madre. La imagen está llena de colores brillantes y trazos infantiles, capturando el momento en el que ella me decía: «Cierra los ojos, piensa un deseo y sopla».
En ese entonces, el deseo era simple para mí: que ella estuviera feliz, que todo en nuestra vida fuera perfecto y que yo fuera suficiente para ella. Pocos años después comprendí cuál era el suyo. Desaparecer de mi vida.
Ni siquiera sé por qué conservo ese maldito dibujo. Debí de tirarlo a la basura en el momento en el que mi madre se largó de mi vida.
Aparto la vista de él y la poso en la ventana. Y entonces recuerdo que aún no le he mandado ningún mensaje a Gwen para avisarla de que ya estoy por Canadá. Saco el móvil del bolsillo y, con un suspiro, empiezo a escribir.
Hazel. 16.55p.m.
Las cosas no han salido como esperaba.
Por cierto, ya estoy en Canadá.
PD: He visto a Caleb.
Su respuesta no tarda mucho en llegar.
Gwen. 16.57p.m.
Estaba a punto de irme a dormir, idiota.
Recuerda la diferencia horaria.
Mañana me cuentas con todo lujo de detalles, eh.
Cuídate, amiga. Trata de descansar.
Dejo caer el móvil sobre la mesilla de noche, sintiendo una mezcla de alivio y cansancio. Todavía quedan unas cuantas horas antes de irme a dormir, pero noto como poco a poco el jet lag se está apoderando de mí. Por otro lado, las maletas me observan desde la distancia, esperando ser deshechas.
Caleb... Su nombre resuena en mi mente, como un eco que no logro apartar. No esperaba verlo tan pronto, o quizás no esperaba verlo en absoluto. Aunque no sé a quién quiero engañar, iba a terminar topándome con él de una forma u otra. El problema es que ahora nos tocará trabajar codo con codo en la floristería.
Suelto un suspiro de resignación y decido que es momento de deshacer el equipaje antes de que se me haga demasiado tarde.
Deslizo el cierre de la primera maleta y empiezo a sacar ropa, doblándola de manera casi automática. Cada prenda me recuerda que estoy aquí para un nuevo comienzo, pero ese comienzo viene cargado de complicaciones, la primera de ellas con nombre propio. Caleb siempre ha sido ese tipo de persona que deja huella, para bien o para mal, y lo que más me inquieta es no saber de qué forma afectará su presencia esta vez.
Al colocar la última camiseta en el estante, algo en el fondo del armario llama mi atención. Es una pequeña caja, de madera oscura, vieja, con un acabado desgastado que sugiere que ha pasado tiempo oculta ahí. Mi corazón da un pequeño vuelco, y un nudo se forma en mi estómago porque sé exactamente lo que contiene en su interior. No debería estar aquí, no ahora.
Me quedo mirándola durante unos segundos, dudando si abrirla o no. Finalmente, decido no resistir la curiosidad. Me siento en el borde de la cama con la caja entre las manos, su superficie áspera bajo mis dedos. Siento un leve escalofrío mientras levanto la tapa, y el nudo en el estómago se intensifica cuando mis ojos se topan con un montón de cartas. Las cartas están perfectamente apiladas, atadas con una cinta de tela descolorida. Mi respiración se acelera mientras paso los dedos sobre el borde de la primera carta. Mis ojos recorren las primeras palabras, escritas con una tinta que ha comenzado a desvanecerse.
Querido diario,
Hoy me he puesto el vestido de flores que la abuela me regaló por mi cumpleaños. A mí me parece muy bonito, pero mamá dice que es feo y que debería regalárselo a otra niña. Pero yo no quiero. A mí me gusta. También fui a una pastelería con la abuela y comimos esas galletas de chocolate que tanto me gustan.
Hago una pequeña pausa y cierro los ojos por un momento, intentando contener las emociones que se agolpan en mi pecho. Me obligo a seguir leyendo, aunque cada palabra me transporta de vuelta a recuerdos que pensé que ya no podían herirme.
Cuando regresamos a casa, mamá no parecía muy feliz. Siempre me dice que si como galletas de chocolate engordaré mucho y nadie me querrá. Que me pondré muy fea. A veces, me siento mal cuando escucho esas cosas. Parece que no le gusta nada de lo que hago. Creo que, si pudiera irse de mi vida, lo haría sin dudarlo. La abuela dice que lo importante es sentirse bien con uno mismo, y eso es lo que trato de recordar.
Al leer estas palabras, siento una punzada en el pecho, porque todos los recuerdos que creí olvidados vuelven a mí como una ráfaga de viento. Es como si la niña que solía ser estuviera hablando directamente a mi corazón, recordándome todo el dolor y las inseguridades que alguna vez sentí.
A veces, me pregunto si mamá alguna vez podrá ver lo que realmente soy. No solo el vestido que llevo o las galletas que como, sino lo que hay dentro de mí. Ojalá me quisiera tanto como la abuela.
Con amor,
Hazel
Guardo la carta con cuidado y la coloco junto a las demás. Mientras lo hago, siento que una parte de mí, la parte que aún lleva las cicatrices de esos tiempos difíciles, vuelve a sentirse como esa niña vulnerable que tan solo deseaba ser vista y aceptada por su madre.
🐚
¡Hola!
He tardado un poco más en publicar porque le he estado dando mil vueltas a cómo enfocar el capítulo. Al final, ayer se me ocurrió la idea de las cartas. Espero que os haya gustado.
Como siempre, no olvidéis darle mucho amor a la novela.
Nos leemos pronto,
Grenade 🤍
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