Capítulo 7

No soy una persona que se conmueve fácilmente, pero la solitaria lágrima que descendió por la mejilla de Sam me llegó al corazón.

A pesar de conocernos hace muy poco tiempo, esa loca, risueña y extrovertida chica se había ganado mi estima y admiración, puesto que es muy difícil luchar cada día y mostrar una sonrisa que esconda nuestra tristeza interna.

Ella es una guerrera, es un rayo de luz. Es por ello que sentí una inmensa decepción. Incluso estaba enojada con Carter. Pensé que era un buen chico, que estaba interesado en Sam, pero no.

Mientras le sonreía como imbécil a Sam, le metía la lengua hasta el codo a la idiota de Olivia.

Sam tenía los puños y la mandíbula apretados, intentando contener el océano de lágrimas que estaba en sus ojos.

Esa reacción duró un breve instante, ya que ella dio media vuelta y corrió.

Huyó de su peor pesadilla tan rápido como pudo.

Yo cerré la puerta y fui a buscarla.

Los palomitos enamorados estaban tan abstraídos a su… situación que ni siquiera se percataron de que estuvimos allí.

Después de varios minutos buscándola finalmente logré hallarla.

Ella se encontraba sentada en un rincón con sus ojos apoyados en las rodillas, intentando ocultar su raudal de lágrimas. 

—Al fin te encuentro. Estaba preocupada —dije mientras me sentaba a su lado en el suelo.

Ella levantó su rostro para verme.

Sus ojos estaban rojos.

—No lo puedo creer. ¿Eres capaz de preocuparte? ¿Quién eres y qué hiciste con Mia?

—Me alegra ver que aún te quedan fuerzas para bromear. —Le mostré una leve sonrisa. Ella desvió la mirada y sonrió también.

—No es el fin del mundo —emitió con tristeza y pesar—. Lo superaré.

—Sam, lo siento mucho, pero, si quieres, podemos ir a quemarle la casa —intenté animarla. Soy de la opinión de que las desgracias hay que enfrentarlas con humor.

Al parecer, funcionó porque ella sonrió.

—No hace falta exagerar, aunque me gustaría. Estoy muy dolida y decepcionada.

—Yo también. Pensé que el chico tendría mejor gusto y sería un poquito menos idiota que el resto. —Nuevamente me mostró una ligera sonrisa.

—No es culpa suya que le atraigan las arpías descerebradas. —Después de eso se abrió paso el silencio. No era incómodo en absoluto. Creo que la estaba ayudando a relajarse y a ordenar sus ideas.

—Él me gustó durante mucho tiempo —finalmente Sam habló—. Desde que tenía 11 años. Él me defendió de un grupo de niñas que me molestaban por el color de mi pelo. Yo lloraba tanto ese día, pero, de pronto, él llegó y las ahuyentó. Yo estaba sentada contra la cerca de un parque y mis brazos rodeaban mis rodillas contra mi pecho. Esa posición me hace sentir segura y calmada. Las lágrimas surcaban mi rostro de forma imparable. Él se agachó frente a mí y colocó un mechón de cabello detrás de mi oreja. Después de ese gesto que me pareció infinitamente tierno me dijo: "oye, no llores por lo que digan esas tontas. Yo creo que tu cabello es hermoso... y tú también lo eres". Luego me iluminó con esa sonrisa que me desarma. Qué cliché, ¿eh? La chica que se enamora del caballero de brillante armadura que la protegió. —Sam recostó su cabeza contra la pared, centrando su mirada en el vacío.

Entonces ese era el motivo por el cual estaba tan interesada en Carter.

Yo pensaba que era una típica obsesión de instituto.

La chica rara enamorada del chico popular, pero todo era mucho más profundo e intenso que eso.

Ahora odio aun más a Carter.

—Bueno, ¿nos vamos o qué? —Sam se puso en pie con su habitual energía y me extendió la mano para ayudarme. Yo la acepté.

—Vámonos.

***

Ahora nos encontrábamos en la habitación de Sam.

Ella guardaba sus compras en el armario más grande que había visto en mi vida.

—¿Para qué quieres tanta ropa?

—Para ponérmela —respondió con obviedad.

—Ja ja ja. Qué graciosa —fingí diversión ante su respuesta. Ella me mostró una radiante sonrisa.

Si no hubiese estado allí, pensaría que está perfectamente.

—Sam.

—Dime.

—¿Irás a la fiesta de Aiden?

—No lo sé. La verdad es que no tengo ganas. Creo que mejor me quedo en casa.

—¡Qué! Yo no puedo permitir eso. —La exageración en mi voz era demasiado obvia.

—No lo sé, Mia —murmuró.

—Tú vas a ir a esa fiesta con ese vestido que te queda espectacular, vas a darlo todo en la pista de baile y le demostrarás al grandísimo idiota de Carter de lo que se perdió. —Estaba haciendo el teatro que seguramente ella habría hecho si la situación fuera al revés.

No lo puedo creer. Yo dando ánimos para ir a una fiesta. ¿Qué me está pasando?

—En ese caso… —Oh, no. Me mostró la misma sonrisa de antes de arrastrarme al centro comercial—. Tú irás conmigo, ¿verdad, Mia?

—No. Yo no iré. La que está deprimida y necesita una noche loca de alcohol eres tú, no yo, así que conmigo no cuentes. —Ella me rodeó un brazo, colocó su cabeza en mi hombro y me miró como el gato de Shrek.

—Mia, por favooor.

—No, Sam. —Ella intensificó su mirada de cachorrito callejero—. Y no me mires así. No me vas a convencer.

—Necesito tu ayuda para enfrentar a la bruja de Olivia. Por favor, acompáñame —hablaba como si fuera una niña pequeña y asustada, pero no lograría engatusarme.

—Ya te dije que no —gruñí.

—Mia, ¿serás capaz de hacerme esto justo cuando más te necesito? ¿A mí? Que he estado contigo en las malas y en las peores.

—Nos conocemos hace una semana.

—Déjame hacerme la víctima tranquilamente. —Le lancé una mirada asesina.

—Vamos, Mia. Yo sé que tú eres una excelente amiga. Eres muy atenta y considerada y serías incapaz de abandonarme en el momento que se me hace más necesario tu apoyo.

—Eso es chantaje emocional.

—Sí, la verdad es que sí.

—No quiero ir. —Me liberé de su agarre, alejándome un poco de ella.

—Mia, por favor, ve conmigo —me rogó—. Mia. Mia, Mia, Mia, Mia, Mia…

Si no cedía, no se iba a callar nunca.

—Está bien, iré. Eres tan infantil.

—¡Gracias! Te quiero mucho. —Me dio un fuerte abrazo y un sonoro beso en la mejilla.

—Ya, es suficiente. No hay que exagerar. —La aparté y ella me mostró la sonrisa más amplia que había visto en su cara.

—¿Qué te vas a poner?

—Ay, no.

**

Después de una agotadora tarde de sufrimiento y tortura por fin llegué a casa.

De inmediato me dirigí a mi habitación para ducharme.

Mi madre no estaba allí.

¿Qué parte de reposo es la que no entiende?

—Mia, querida —la escuché llamar mientras me duchaba.

—Estoy en el baño.

—Cuando termines ven a la sala de estar, por favor.

—De acuerdo.

Oh, oh.

El jefe me va a matar.

Estuve todo el día por ahí y me olvidé completamente del trabajo.

Cuando acabé me vestí con el uniforme y fui hacia el regaño del siglo.

—Gracias por todo, señor. —Esa era mi mamá con el mismo discurso de siempre. ¿No se aburría?

—No hay de qué, señora West. —Él la observaba, sonriente.

Yo me encontraba en el pasillo contemplando la escena, escondida.

En cuanto a su esposa… si tuviera que describir su expresión con una palabra, sería… homicidio.

Aiden, por el contrario, se mantenía indiferente.

En el suelo había un par de maletas. Al verlas, recordé que Sue me había dicho que el señor Thunder se iría de viaje una semana por cuestiones de trabajo.

—Hola, Mia. ¿Espiando? —Aiden me atrapó mirando desde las sombras y el resto de los presentes dirigió la vista hacia mí.

Qué vergüenza.

Tierra, por favor, trágame.

—¡Mia! —El patrón no parecía molesto en absoluto por mi ausencia durante el día o por mis hábitos espías. Se veía… ¿feliz?

—Disculpe mi ausencia, señor. Por favor, no me despida —le pedí cuando estuve frente a él.

—No seas tonta. Por supuesto que no te despediré. Eres una adolescente y necesitas divertirte. Te llamé porque quería verte antes de irme para despedirme.

—¿A mí? —Estaba sumamente extrañada. ¿Desde cuándo el jefe se despide del servicio? Qué señor tan raro.

—Sí, claro. Tú y tu madre son importantes para mí. No las considero simples empleadas. —La cara que puse al escuchar su explicación fue en plan: WTF?!!

Después me quedé estupefacta debido a lo que hizo.

Me rodeó con sus brazos, dándome un apretado abrazo que no venía a cuento.

—Cuídate mucho, Mia. Y, por favor, cuida a mi familia hasta que regrese —pidió, sujetándome por los hombros luego de terminar su insólito abrazo.

—De acuerdo, señor. Así lo haré. —Al decir eso, se separó completamente, lo cual agradecí infinitamente.

Su hijo nos miraba de forma rara.

Con rabia, creo.

No es necesario que mencione cómo estaba la expresión de la bruja.

Mi madre, por su parte, tenía una sonrisa que dolía el hecho de mirarla.

El señor Thunder abrazó a su familia. Vanessa lo besó intensamente.

Desvía la mirada, Mia.

No estás obligada a contemplar esa visión del inframundo. Ya tienes suficiente con tus pesadillas.

Al contrario de su madrastra, Aiden ni siquiera le devolvió el abrazo al señor Thunder.

Lucía como si estuviera enojado.

El show de despedida acabó y finalmente pude marcharme a mi dormitorio.

Esta noche no tuve que trabajar por cortesía de Sue. Me acosté en mi cama, pues estaba completamente exhausta.

—Mamá.

—¿Sí, Mia? —me respondió desde su cama al otro lado de la habitación.

—¿No crees que el señor Thunder es muy raro?

—No. ¿Por qué preguntas?

—Ese… afecto que nos tiene, ¿no te parece extraño?

—Para nada. Él es así con todos. Adora a Sue también.

—Pero Sue lleva más de 20 años trabajando aquí. Sin embargo, tú solo has estado aquí 5 años y yo, una semana.

—Creo que exageras, hija.

—No. Exagerado fue el abrazo que me dio.

—Él te tiene estima, Mia.

—¿Por qué? No he hecho nada para ganármela.

—Pues tampoco lo entiendo. Simplemente es así.

—A veces pienso que él quiere… pues… eso.

—¡Mia! —me reprendió—. Si insinúas lo que creo, exageras nuevamente.

—Él… me presta una atención innecesaria…

—¿Se propasó contigo? —preguntó con un tono escéptico.

—No, pero…

—Entonces no comprendo tu preocupación y desconfianza.

—¿En serio no te pareció desubicado que me abrazara?

—En absoluto. Tal vez para ti, que eres inocente e inexperta, fue un poco chocante su repentino contacto, pero fue algo completamente inofensivo. En serio, mi niña. Yo lo vi desde fuera y puedo asegurarte que sus intenciones no eran lujuriosas. Fue simple cariño paternal. Quizás sienta nostalgia de su hija y la refleja en ti.

No, madre. No te ciegues por favor.

—Si tú lo dices…

—No tienes de qué preocuparte. Él es un hombre ejemplar. Es más, hace 5 años cuando llegué a pedir empleo pensé que no me lo daría, pero le mostré una foto de mi niñita de 12 años a la cual debía alimentar y, al instante, me contrató. Un hombre así de generoso es una joya.

No, no lo es.

Su revelación me puso los pelos de punta. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo.

—¿Por qué tiemblas, hija?

—Tengo frío —mentí. En realidad tenía miedo y mucho. Estaba totalmente aterrada.

Ese hombre no era el santo que mi madre pensaba.

No la habría contratado nunca de no ser por mí.

Su acción no fue un acto de caridad, fue un plan maquiavélico.

No la despidió cuando se enfermó para que yo viniera y tenerme cerca.

Desde un inicio supo que algún día estaría nuevamente a su merced.

Y ese día llegó.

Estoy en la boca del lobo, bajo el techo de ese monstruo.

Y lo peor es que mi mamá está completamente ciega.

Estoy vulnerable, desamparada, desprotegida.

La comprensión de los hechos hizo que gruesas lágrimas rodaran por mis mejillas.

—Buenas noches, hija.

—Buenas noches, mamá —dije con un hilo de voz.

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