Capítulo 6

Mia West.

Finalmente era viernes.

Supongo que el hecho de ser nueva haga que el tiempo parezca ir más lento.

Después de una interminable y aburrida clase de Historia llegó mi asignatura favorita: Matemática.

Sé lo que estás pensando: ¡esta chica está loca!

Las matemáticas me encantan porque son útiles y desarrollan el razonamiento lógico (cosa que mucha gente necesita).

Tiempo después, llegó la materia favorita de Sam: el recreo.

—¡¡Mia, necesito tu ayuda!! Es urgente. Es de vida o muerte —gritó Sam con un drama inmenso.

—Cálmate, Sam —intenté tranquilizarla.

—Es terrible. —Su cara reflejaba una gran aflicción.

—¿Qué pasó? —pregunté. Tal vez desahogarse la ayudara.

—Una tragedia. —Estaba comenzando a preocuparme.

—¿Qué? Cuéntame —le pedí, prestándole mi total atención.

—Es una desgracia. Es que… yo… no tengo qué ponerme para la fiesta de Aiden.

¿Es en serio?

—Samantha May McGarvey, dime, por favor, que no hiciste todo este alboroto por un pedazo de tela.

—No es un alboroto. ¡Es una emergencia! —exclamó, exaltada.

—Eres tan dramática. —Puse los ojos en blanco.

—Deja de juzgarme y ayúdame.

—¿Y qué puedo hacer yo? —Al preguntar eso, ella puso una sonrisa malévola.

—Ahora que lo preguntas…

***

Siempre me arrepentiré de haber preguntado.

Centro comercial.

¿Qué hago yo aquí?

Dato curioso sobre mí: yo DETESTO el centro comercial.

Odio ir de compras. ¿Para qué sirve? ¿Qué aporta?

Creo que moriré con la duda.

Sam me obligó a ver todos los conjuntos que se había probado.

—¿Qué te parece este? —me preguntó al salir del probador.

—Está genial —respondí desde mi asiento. Yo me encontraba con las piernas cruzadas y mi codo apoyado en mi rodilla para que mi mano sostuviera mi cara. Si no fuera por esta posición, me habría quedado dormida hace mucho debido al aburrimiento.

Esto es tan tonto y superficial.

—¡Has dicho lo mismo de todos! —emitió con exasperación ante mi desinterés.

—Es que todos son iguales. —La mirada que me lanzó dio la impresión de que en cualquier momento me iba a matar.

Rápido, Mia, retira lo dicho si quieres seguir viviendo.

—Quiero decir... que todos te quedan igual de bien —me corregí rápidamente. Ella relajó su expresión.

Bien. Veré otro amanecer.

—Mia, necesito que te concentres y le prestes al asunto la atención que requiere —me pidió con seriedad.

—Ok, ok. ––Levanté las manos en señal de rendición.

Ella es lo más cercano a una amiga que he tenido en los últimos tiempos, así que intentaré ayudarla con esta tontería que para ella es un asunto de vida o muerte.

—¿Y este? —preguntó al salir del probador nuevamente. Me miraba atentamente a la espera de mi opinión.

—Pues… —Elige tus palabras sabiamente, tal vez de ello dependa que sigas viviendo—…Es un atuendo interesante.

—¿Es en serio, Mia? ¿Ese es tu mejor comentario? ––Ni siquiera se molestó en disimular su decepción.

—¿Qué? Hice mi mejor esfuerzo.

—No sé para que lo intento siquiera ––dijo, dándose por vencida ante mis… peculiaridades—. No entiendo cómo no te gusta ir de compras. A todas las mujeres les gusta —me regañó, colocándose las manos en la cintura. Yo simplemente me encogí de hombros. No tenía respuesta para eso.

—Yo no entiendo tu esfuerzo.

—¿Es broma? Carter va a estar allí. Tengo que ir deslumbrante para que se fije en mí de una vez por todas. —En ese momento recordé lo que Aiden había dicho: Carter tiene novia. O tal vez lo dijo para que no me acercara a él, aunque esa no era mi intención.

Pregunté por causa de Sam, aunque no me esperaba la forma en que Aiden reaccionó.

No le diré nada por ahora, ya que no estoy segura de la veracidad de la información.

—Tampoco entiendo la relación de ustedes. Hablan seguido. Se hacen ojitos. Tienen química, así que no entiendo por qué no están juntos.

—Esas son exageraciones tuyas, Mia —le restó importancia a mis observaciones—. Simplemente somos amigos o, al menos, así me ve él. —Había un aire de tristeza en sus palabras—. Ya lo entenderás cuando te enamores.

Eso quiere decir que nunca lo entenderé.

—Cambiando un poco el tema, ¿qué pasa entre Aiden y tú?

Oh, no. Ese tema, no.

—Nada.

—Dime la verdad, muñequita —usó el apodo con el que Aiden me nombraba.

-—No estoy interesada en él —me limité a responder.

—Pero él sí en ti —replicó.

—No lo creo, solo lo hace para molestar. En cuanto se aburra me dejará en paz.

—Por tu actitud, tardará bastante en aburrirse.

—¿A qué te refieres?

—Conozco a Aiden hace mucho tiempo. Es un chico lleno de encantos, demasiado atractivo para el corazón de las mozas inocentes. Creo que nunca ha tenido una relación seria. Siempre se divierte con las mujeres hasta que se aburre de ellas y las abandona. No es un chico del que convenga enamorarse.

—No me has dicho nada nuevo.

—El punto es que no está acostumbrado a que le digan que no. En su egocéntrica mente es él quien dictamina las reglas. Él decide con quién está y hasta cuándo. Es un chico un poco obsesivo. Ha tenido a la que ha querido y seguirá siendo así. Es una cuestión de orgullo para él. Lo sé porque lo conozco desde el jardín de niños. De hecho, fuimos amigos por un largo tiempo. Hasta que crecimos y él se convirtió en un idiota que piensa que todas las mujeres son vaginas ambulantes. Si te lo estás preguntando, él nunca ha intentado nada conmigo. Supongo que por respeto a nuestra vieja amistad. Quizás me recuerda aún como Sam, su colega.

Nos quedamos en silencio. Las revelaciones de Sam me dejaron pensativa.

—Mia —habló con seriedad—, ten cuidado. Aiden puede ser muy persistente y obsesivo. No quiero que caigas y te involucres emocionalmente. Lo último que necesitas es que tu primer amor sea un imbécil de ese calibre, aunque él no fue así siempre. Supongo que la vida lo ha transformado.

—No te preocupes, Sam, no lo haré —finalicé la conversación. Este tema era demasiado pesado e intenso.

—¡Es este! —chilló Sam desde el probador con un entusiasmo exagerado. Al salir, la vi con un ajustado vestido negro que hacía un bello contraste con su pálida piel.

—Te queda increíble. Es el menos igual que te has probado hasta ahora. —Ella me sonrió, confirmando así que sabía que ese era el mejor elogio que podía hacer.

—Este será entonces, aunque ahora me faltan los zapatos.

—¡¡¡Qué!!! —Sam estalló en una sonora carcajada debido a mi reacción.

Este sería un largo día.

***

Después del largo suplicio que constituyó para mí elegir zapatos fuimos a comer algo.

Estaba muy hambrienta.

No sabía que seleccionar calzado fuera tan extenuante y agotador.

Estábamos en nuestra mesa esperando nuestro pedido cuando apareció de repente Miss Insoportable y su pandilla.

—Miren nada más a quienes tenemos aquí: a la monjita y a su amiguita.

—Hola, Daphne. Siempre es un gusto recibirte —emitió Sam con sarcasmo.

—¿De qué hablaban las niñas si se puede saber?

—De una posible cura para la idiotez. ¿No quieres hablar con nosotras? —Sam podía ser muy venenosa cuando se lo proponía.

—No, gracias. Tengo cosas más importantes que hacer. Solo pregunté por curiosidad. —Era una guerra para ver quién escupía más veneno.

—En ese caso, tú y tus secuaces se pueden ir por donde mismo vinieron —dijo Sam, haciendo referencia a dos chicas que acompañaban a Daphne.

Recuerdo haberlas visto en clase.

Una de ellas era rubia y tenía los ojos de color miel. La otra tenía el cabello de color castaño y unos profundos ojos azules.

—No te refieras así a nosotras —masculló la de los ojos azules.

—Ah, Olivia, ¿aún sabes hablar? Pensé que el ratón te había comido la lengua o, mejor dicho, que Daphne te la había cortado.

—No me provoques, Sam —gruñó la tal Olivia.

—No dije nada falso. Te has vuelto una más del séquito de esta zorra.

—Te exijo respeto, Samantha —masculló Daphne, haciéndose la ofendida.

—No eres quien para exigirme nada. Además, nuevamente no dije nada que no sea verdad. Por cierto, Aiden ha contado más de una historia acerca de tus artes amatorias. Felicidades. Tienes talento. Ya sabes a qué puedes dedicarte en el futuro —comentó, fresca como una lechuga.

—Eres una perra, Sam —soltó Daphne, furiosa.

—Poco me importan tus insultos, Daphne. —La chica del cabello morado se mostró completamente indiferente e impasible ante las palabras de la rubia.

—Es por eso que Carter no se fija en chicas como tú. —Sam se tensó ante la mención del chico que tanto le gusta.

—No eres su tipo, Sam. Asúmelo. —La susodicha apretó los puños, intentando contenerse.

—Eres una friki y una ridícula que va de segura, pero en realidad eres una chica sin autoestima que acosa al chico popular que nunca se fijará en ella. —Los ojos de Sam fueron invadidos por lágrimas, pero no parecían de tristeza, sino de rabia.

—Cállate —dijo Sam entre dientes. A diferencia de Daphne, Carter le importaba mucho.

—Él nunca te va a mirar. Jamás será tuyo porque a él le gustan las chicas como yo —se regodeó.

—Ya cállate —repitió Sam, abusando de su capacidad de contención.

—¿Sabes algo? Yo ya lo besé y estuve con él. Me hizo gemir de una forma que pocos han logrado. Es muy bueno en la cama, pero eso tú nunca lo sabrás.

Con ese comentario se agotó la paciencia de Sam. Si Daphne tuviera un poquito de cerebro, se habría callado antes.

Por el aire viajó con rapidez el puño de Sam, el cual colapsó sonoramente en la nariz de Daphne y esta cayó al suelo debido al fuerte impacto.

Muy merecido.

Es increíble la fuerza que tiene Sam a pesar de ser mujer.

Ojo.

No quiero decir que las mujeres seamos débiles, pero, por lo general, cuando entre ellas hay una pelea lo que hacen es agarrarse por el cabello y arañarse.

El golpe de Sam dejó la nariz de Daphne para portada de revista.

Ella gemía mientras las lágrimas de dolor resbalaban por sus mejillas.

Bien hecho, Sam.

Sus amigas la ayudaron a ponerse en pie y la rubia sacó de su bolso un pequeño kit de primeros auxilios para curarla.

—Te has pasado, Sam ––opinó Olivia.

—Tu apreciada amiga comenzó.

—¿Hasta cuándo vas a tener esa fijación por Carter?

—¿Quieres que te rompa la nariz a ti también? ––Sam se acercó a la otra chica de forma desafiante. Le coloqué una mano en el hombro para que se tranquilizara.

—Que me pegues no cambiará el hecho de que no le gustas. ¡Supéralo ya! —bramó la chica de ojos azules. Tenía una sonrisa malévola mientras lo decía.

Quería hacerle daño a Sam y lo estaba consiguiendo porque la chica del cabello morado estaba reaccionando como lo hizo hace unos instantes.

—Bueno, creo que mejor nos calmamos ––comenté, colocándome en medio de ambas. De lo contrario correría sangre.

—Ah. Hola, monjita. Había olvidado que estabas ahí. —Olivia me mostró su perversa sonrisa.

Definitivamente es tan despreciable como su líder.

—Olivia —pronuncié su nombre como si ella tuviera cinco años para calmar mi incipiente ira. Odiaba que me dijeran "monjita"—, estamos todos muy nerviosos, así que no caeré en tus provocaciones.

—Escucha, niña. Yo no necesito que una monja venga a calmarme. ¿Por qué no te metes en tus propios asuntos? Ve a buscar una vida.

—Cállate de una vez. —Sam le dio un empujón que lamentablemente no llegó a tirarla al suelo.

—¿Saben qué? Me harté de ustedes. Me voy de aquí. —Olivia dio media vuelta, haciendo un fallido intento de disimular su cobardía.

Ella si valoraba su cara a diferencia de Daphne, la cual quedó bastante decente después de la curación que le hizo su amiga.

Con un poco de maquillaje no se notaría mucho, creo.

Con todo este espectáculo en la cafetería del centro comercial habíamos olvidado la comida.

Fuimos a la mesa y allí estaba.

Supongo que la camarera no quiso meterse y salir con la nariz rota también.

Mientras comía me di cuenta que los nudillos de Sam estaban ligeramente lastimados, así que le sugerí ir al baño para lavar las heridas.

Ella aceptó.

Nos dirigimos hacia allí después de terminar de comer.

Al abrir la puerta del baño de mujeres, contemplé una imagen bastante familiar: había una pareja besándose.

La chica estaba sentada en el lavabo y lo rodeaba con las piernas por la cintura.

Ella traía solo el sujetador y una falda roja mientras que él estaba solo con los vaqueros.

Por las prendas en el suelo me percaté de que las bragas de ella habían volado hace ya mucho tiempo.

Se acariciaban de una forma intensa.

En cuanto al beso, pues… juraría que vi el alma de cada uno pasar hacia el otro junto con la saliva que intercambiaban sus desesperadas lenguas.

Toda la escena en sí era traumatizante, pero lo realmente perturbador fue la identidad de quienes la estaban protagonizando.

Olivia y Carter.

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