Capítulo 52

Comencé a abrir los ojos con un poco de dificultad.

Estaba desorientada.

¿Tuve una pesadilla?

Miré alrededor para saber dónde me encontraba.

Estaba sentada en una silla en la sala de estar de la mansión Thunder y… un momento.

Abrí mucho los ojos al percatarme de algo.

Estaba atada.

No podía mover las manos. Las tenía fuertemente amarradas detrás del espaldar de la silla. Mi boca también estaba cubierta con una tela muy apretada. Me habían amordazado.

Había un olor desagradable… ¿gasolina?

El cuello me dolía un poco por haberlo tenido flexionado.

Estaba un poco perturbada.

¿Hace cuánto me quedé inconsciente?

Recuerdo que vine hacia aquí y luego comencé a sentirme mal… entonces vi…

—Al fin despiertas, pequeña —susurró alguien en mi oído desde atrás de mí.

Me tensé automáticamente. Todo mi cuerpo se erizó. Sentí una punzada en el pecho y una inmensa dificultad para respirar. El terror me invadió.

Era él.

Quien estaba a mis espaldas en este preciso instante era él.

Mis ojos se llenaron de lágrimas mientras mi corazón latía a toda prisa. Intenté gritar, pedir ayuda, pero estaba fuertemente amordazada. La tela ahogaría cualquier sonido.

Sentía su aliento cerca de mi oído.

No podía girar el cuello para ver su cara.

El miedo me tenía totalmente paralizada.

Por favor, que esto sea una pesadilla.

Escuché sus pasos al rodear la silla para ponerse frente a mí.

Mi vista estaba clavada en el piso.

Recordaba tan bien sus ojos… pero no quería ver su cara.

Una lágrima solitaria se escapó de mis ojos y descendió lentamente por mi mejilla.

Estaba frente a mí.

Él estaba frente a mí…

—¿No vas a mirarme? —preguntó.

Esa voz…

Yo conozco esa voz.

Lentamente alcé la mirada.

Eras tú…

Estaba cruzado de brazos, observándome y en su rostro se dibujó una media sonrisa, como si fuéramos cómplices, viejos conocidos, como si estuviera feliz de verme…

Puso sus manos sobre sus rodillas y se inclinó hacia delante para que su rostro quedara a la misma altura que el mío.

—Te extrañé, pequeña… —admitió, sonriendo.

Mis ojos fueron invadidos por más lágrimas. Sentía que me estaba asfixiando. Él me hablaba con tanta familiaridad, como si fuéramos amigos…

Maldito enfermo desgraciado.

Yo no te extrañé ni un poco.

¡¿Por qué no te moriste?!

Extendió su mano hacia mi rostro.

—Extrañé esta carita… —Acarició mi mejilla.

Me miraba de una forma lasciva y asquerosa con aquellos ojos verdes mientras su mano viajaba a mi labio inferior, el cual sobresalía de la tela, para acariciarlo con su pulgar. Luego comenzó a descender por mi cuello, pasó por mi torso, bajó por mi abdomen, sujetó mi cintura y finalmente se estacionó en mi rodilla.

Sentí escalofríos, asco, miedo, terror…

Mis pies no estaban atados. Quería patearlo, pero eso solo lo enfurecería.

El hombre frente a mí era definitivamente aquel que destruyó mi vida cuando era pequeña.

Y también era…

—Este cuerpo… —emitió, recorriéndome con la mirada. Yo traía un vestido y él comenzó a deslizar su mano. Di un fuerte respingo mientras apretaba las piernas.

Eso lo enfureció.

Una de sus manos agarró mi rostro con fuerza, apretando mi mandíbula mientras clavaba sus dedos en mis mejillas. Me miró severamente, pero después su expresión se suavizó y una sonrisa se extendió en su cara.

—También extrañé este mal carácter… —dijo muy cerca de mis labios.

Más sollozos, más lágrimas, más lamentos silenciosos…

—¿Por qué lloras, mi pequeñita? —preguntó, "preocupado", acunando mi rostro con ambas manos—. ¿Acaso alguien te hizo daño? —se mostró confundido.

Lo fulminé con la mirada, aún con ojos vidriosos.

¿Cómo se atrevía a preguntarme eso?

—¿Quieres que te quite la mordaza?

Asentí y él bajó la tela, dejando mi boca libre para hablar.

—Entonces cuéntame, mi pequeña. ¿Qué te pasa? —pidió con voz dulce.

—Un demente me tiene secuestrada. Eso me pasa —respondí entre dientes.

—¿Perdón? —emitió, confundido. Parecía que no hablábamos el mismo idioma, que él no entendía en absoluto de qué estaba hablando.

—Tú… arruinaste mi vida… —le espeté en un gruñido, llena de rabia.

—¿De qué hablas, pequeñita? Nosotros siempre fuimos uno. —Acarició mi rostro.

—¡¡¡No me toques, asqueroso!!! —le grité, apartando mi rostro bruscamente.

Él se separó un poco y me miró de arriba abajo, como si buscara lo que andaba mal.

—Ah, ya sé. ¿Quieres que te libere?

Me quedé quieta sin emitir palabra alguna. Mi silencio fue interpretado como una invitación a soltarme.

Él se arrodilló detrás de mí y desamarró mis manos.

En el preciso instante en que no sentí la soga me puse en pie y corrí hacia la puerta.

Giré el pomo varias veces, pero…

—Yo creo que buscas esto —canturreó, agitando un juego de llaves.

Estaba allí encerrada con él.

Comencé a golpear la puerta como una loca.

—¡¡¡Ayuda!!! ¡¡¡Socorro!!! ¡¡¡Alguien sáqueme de aquí, por favor!!!

A este paso mi garganta iba a quedar destrozada.

—Nadie va a venir a buscarte, pequeña. Todos están por ahí, ¿recuerdas?

—Abre la puerta. Quiero irme —exigí, aunque sabía que era inútil.

—Yo creo que eso no será posible.

En medio de la desesperación saqué mi teléfono. La sala era bastante grande y estábamos en extremos opuestos. Tal vez tendría tiempo de avisar a alguien antes de que llegara a mí.

—Si yo fuera tú, guardaría eso —canturreó.

Levanté la vista del dispositivo y lo vi apuntándome con un arma.

Tragué en seco.

—Tráemelo —ordenó, serio.

Yo continuaba como un pollito mojado en medio de la puerta.

Mi inseguridad lo hizo enojar, así que apuntó al techo y disparó. El fuerte estruendo del disparo me hizo dar un respingo.

El gran candelabro que colgaba del techo se tambaleó un poco porque la bala había impactado contra él.

Volvió a apuntarme.

—Dame el teléfono.

Caminé lentamente hacia él.

—Tíralo al suelo.

Hice lo que me mandó. Él le dio fuertes pisotones, quebrándolo completamente y después pateó las piezas. Luego guardó el arma en el borde trasero de su pantalón.

—Ahora ya estamos solos. ¿Sabes algo? —Se puso la mano en el pecho en un gesto afligido—. Me duele que quieras abandonarme después de tanto tiempo sin estar juntos —habló dramáticamente, haciendo pucheros y gestos teatrales.

—¿Por qué me haces esto? —mascullé.

—¿Hacerte qué? Solo quiero pasar tiempo a solas contigo, mi pequeña.

Dio varios pasos hacia mí y yo retrocedí, rodeando el gran sofá.

—Tú acabaste con mi vida. Por tu culpa he tenido pesadillas durante años. —Él se mostraba relajado, como si no se enterara—. Tú me destrozaste cuando era solo una niña… ¡Tú abusaste de mí!

—No exageres, pequeña —le restó importancia, encogiéndose de hombros.

—¡¡¡Deja de llamarme pequeña!!! —grité, tapándome los oídos—. ¡¡No vuelvas a decirme así!! ¡¡Me da asco esa palabra!! ¡¡¡Tú me das asco!!! —bramé, perturbada, mientras temblaba.

Mi momento de crisis fue aprovechado por él, ya que me agarró de las muñecas y me tiró al sofá, aprisionándome contra este mientras me sujetaba con firmeza por las muñecas. Él estaba horcajadas sobre mí. Uno de sus pies se mantenía en el piso y la rodilla de su otra pierna estaba  sobre el sofá.

—Será mejor que te calmes —me advirtió, severo, clavando sus ojos verdes en los míos.

Aproveché la posición en la que estábamos y lo pateé en la entrepierna. Estaba desesperada. Si no hacía algo, él… él… quién sabe lo que haría conmigo.

Cayó en el sofá, doblado de dolor, y yo tomé el arma de su pantalón al ponerme de pie.

Retrocedí un poco y apunté hacia él con mano temblorosa. Me sentía insegura. Nunca había sostenido un arma, pero haría lo que hiciera falta. He vivido mucho tiempo atormentada, no dejaría que arruinara lo poco que quedaba de mi existencia.

—Dame las llaves —le ordené, aunque mi voz quebrada no sonó muy amenazante.

Él ya se había recuperado de la patada y estaba sentado en el sofá, mirándome. No parecía asustado de que lo apuntaran con un arma.

—Deberías bajar eso —me aconsejó—. Créeme, no querrás verme realmente enojado. —Sonó relajado, pero era una amenaza.

—Deberías fijarte en quién está a cada lado del arma —gruñí.

Él se puso en pie, sonriendo mientras avanzaba hacia mí.

—Dispara entonces. Quiero ver el tamaño de tus agallas —me retó, despreocupado, deteniendo el paso.

—Dame las llaves —repetí.

—Cuando esté muerto podrás tomar lo que quieras.

Dudé.

—La verdad es que no tienes valor para hacerme daño —se regodeó.

—Por tu culpa he vivido durante años aterrada, teniendo pesadillas todas las noches. Dormir se volvió una tortura porque incluso con los ojos cerrados veía tus malditos ojos. Por tu culpa le tengo miedo a los hombres. Me dan asco todos y cada uno de ellos. No he podido disfrutar mi adolescencia como cualquier otra chica de mi edad. Tú destruiste mi infancia. Desde aquel día he estado atormentada. No siento deseos de vivir. He perdido la cuenta de las veces que he querido matarme —confesé con rabia mientras las lágrimas corrían por mis mejillas. Todo eso era una espina que tuve clavada en mi garganta durante 9 años—. ¿De verdad piensas que después de todo eso no tengo deseos de pegarte un tiro?

—Entonces hazlo, mátame —me incitó.

Apreté los dientes. Esto me hacía sentir tensa.

Matar a una persona… otra vez…

Pero era por justicia.

El hombre frente a mí destruyó la vida de una pequeña de 8 años y quién sabe cuántas más.

Pensé en todo el sufrimiento, en todo el dolor que acumulé en estos años, en el odio.

Recordé aquel día…

Recordé sus ojos mientras…

Y todo eso me dio las fuerzas y el valor…

Apreté el gatillo y…

—¿En serio pensaste que iba a dejar un arma cargada cerca de una persona inexperta como tú? —comentó, sonriendo.

Fue chocante.

Él disparó hace un momento… Seguramente el arma solo tenía una bala y esa era para intimidarme.

Él se acercó a mí y me arrebató el arma de las manos.

—Siempre fuiste fuerte, pequeña. No peques de ingenua ahora.

Él hablaba como si me conociera de toda la vida.

Era extraño.

—Te odio —gruñí, liberando una lágrima.

Guardó el arma en su pantalón nuevamente.

—En serio, pequeñita, tus palabras me hieren tanto. Yo solo te he dado mi amor.

—¿Lo que me hiciste es tu forma asquerosa de demostrar amor? Me das tanto asco. ¡Eres un maldito enfermo!

Él se abalanzó sobre mí, agarrando mis brazos y estampándome con fuerza contra la pared. Escuché mi espalda crujir. El impacto de mi cabeza me dejó un poco aturdida.

En sus manos yo era como una muñeca de trapo.

Rodeó mi cuello con una de sus manos y comenzó a hacer presión. Llevé mis manos a su muñeca para intentar liberarme, pero fue inútil. Él comenzó a elevarme en el aire. Ya mis pies no sentían el suelo. Su agarre en mi garganta se volvió más intenso. No podía respirar.

—Así que soy un enfermo, ¿eh? —canturreó.

Parecía un demente, un maniático, un psicópata, un enfermo mental capaz de cualquier cosa.

Yo intentaba que el oxígeno llegara a mi sistema, pero no lo estaba logrando. Estaba a punto de morir estrangulada.

—Te voy a mostrar lo enfermo que estoy —anunció, liberándome.

Impacté sonoramente contra el suelo, débil y completamente sin aire. Comencé a inhalar con fuerza en busca del oxígeno que me había faltado durante los últimos segundos, pero él no dio tiempo a que me recuperara.

Agarró mis tobillos y me haló con brusquedad, desplegando mi cuerpo por el suelo y colocándose sobre mí.

—Ahora verás al enfermo, pequeña.

—¡¡No!!

Lancé manotazos para intentar liberarme, pero él sujetó mis muñecas con una de sus manos. Era mucho más fuerte que yo. Estaba en total desventaja... justo como aquel día...

—No vuelvas a decir que mi amor es una enfermedad —susurró en mi oído mientras su mano profanaba mi cuerpo.

—Suéltame, por favor —lloriqueé.

Era un océano de lágrimas.

Después de tantos años estaba en el mismo lugar…

Él agarró mi barbilla y me obligó a mirarlo.

—Si yo quiero, tú quieres —dictaminó, pasando lentamente la punta de su lengua desde mi mentón hasta mi labio superior mientras yo hacía una mueca de asco.

Más lágrimas.

—Ahora vamos a recordar los viejos tiempos, pequeñita... —canturreó, besando mi rostro empapado.

—No, por favor, no… —imploré entre lágrimas y sollozos—. Por favor, no vuelvas a hacer eso conmigo. Te lo suplico.

—Ya verás que cuando empiece dejarás de llorar. Te gustará tanto como aquella vez. Somos uno, ¿recuerdas? —canturreó, mordiendo su labio inferior.

—No, por favor… —supliqué en vano por enésima vez.

Llevó su mano a su cremallera y…

Escuché un fuerte estruendo. Al parecer, habían abierto la puerta haciéndola impactar con fuerza contra la pared.

—Michael, ¿qué cojones haces? —preguntó el señor Thunder, completamente impactado por lo que había acabado de ver mientras que su hermano se ponía en pie. Yo aproveché la oportunidad para escabullirme lejos de él, totalmente desaliñada.

—¿Qué mierda haces aquí, James? —espetó el hermano menor, enojado por haber sido interrumpido.

—¡¿Ibas a violarla?! —preguntó el mayor, escandalizado, mientras se acercaba a pocos pasos de él—. Sé lo que parece, pero ella no…

—¡¡¡Cállate!!! —rugió el menor, sacando el arma y cargándola para luego apuntarle al mayor. Este último levantó las manos—. ¡¡Siempre llegas en el momento más inoportuno!!

—Michael, cálmate —le pidió, haciendo un ademán con las manos en un intento por persuadirlo.

—¡¡¡No me calmo!!! —bramó, alterado, completamente trastornado—. ¡¡Siempre estás de entrometido!! ¡¡Ya estoy harto de ti!! ¡¡De que te metas donde no te llaman!!

—Michael…

Un disparo.

El señor Thunder se dobló un poco hacia delante, emitiendo un quejido de dolor mientras llevaba la mano a su muslo recién baleado.

—Michael, por favor… —jadeó con el dolor plasmado en sus facciones.

—Siempre quise hacer esto… —confesó el menor con una sonrisa torcida, pasándose la lengua por sus dientes superiores.

Luego le disparó en la otra pierna y el mayor soltó otro quejido.

Esta vez no pudo seguir aguantando el dolor y cayó arrodillado en el suelo.

En ese instante se escuchó un auto llegar.

Michael lo percibió.

Retrocedió, sacando un encendedor y arrojándolo al suelo, el cual prendió en llamas rápidamente. Este debía tener alguna sustancia inflamable.

El fuego se extendió con violencia ante él, haciendo función de cerco entre nosotros. Iba a escaparse por la salida trasera, pero antes de hacerlo disparó a la enorme lámpara que había disparado hace un rato. Esta, casualmente, estaba sobre el señor Thunder y, al recibir el impacto de la bala, cayó sobre él, haciendo un sonoro estruendo.

Miré en dirección al fuego y él ya se había esfumado.

En ese preciso instante entró Aiden.

—¿Papá? —murmuró al ver el cuerpo inerte bajo el gran candelabro que solo dejaba a la vista su busto y la zona de sus rodillas para abajo. El resto estaba atrapado bajo el peso de la enorme lámpara.

—¡Papá! —exclamó, corriendo apresuradamente para caer arrodillado junto a él mientras lo observaba con pánico.

—¡Necesito una ambulancia! —dijo al teléfono, desesperado, mientras se pasaba la mano por el cabello frenéticamente. Luego llamó a los bomberos, informando la dirección de la casa—. ¡Apúrense!

—¿Aiden? —musitó el padre.

Se notaba que estaba sufriendo bajo el peso de la gigantesca luminaria. Aquella cosa era metálica y enorme. El suelo estaba lleno de pequeños fragmentos de vidrio debido al impacto. Algunos de ellos le habían hecho heridas leves y algunos rasguños, pero un adorno en particular lo que hizo fue clavarse en la zona lateral de su garganta, dificultándole la respiración.

—Estoy aquí —musitó Aiden apresuradamente con los ojos a punto de liberar las lágrimas.

A pesar de todo, él siempre amó a su padre. Todo lo que hizo fue anhelar su cariño.

—Escúchame... —emitió con la voz muy débil. Era evidente que no respiraba bien. A eso debemos sumarle los cortes, los balazos y que su cuerpo estaba siendo aplastado. Si la ambulancia no llegaba pronto…

Por otra parte estaban las llamas que, aunque no estaban cerca de nosotros, no eran demasiado violentas y no se estaban propagando con demasiada rapidez, lo hacían toser y le impedían respirar mejor.

—No hables, papá. Ellos están a punto de llegar, ¿sí? Ten calma —intentó consolarlo. Ya sus lágrimas habían hecho acto de presencia, pero él se las limpiaba a cada segundo, intentando contenerse.

—Aiden, escucha… sé que no he sido el mejor de los padres…

—¡Eso no importa ahora!

—Déjame terminar… —le pidió débilmente—. Sé que no fui atento, ni cariñoso, ni presente, pero quiero que sepas que te amo, hijo…

Mientras apretaba las manos en puños a ambos lados de su cuerpo Aiden miró hacia abajo y las lágrimas mojaron el suelo.

—Quiero que sepas que lamento no haber jugado contigo… no haber estado presente en tu cumpleaños… no haber ido a cuidarte cuando te enfermabas... no haber pasado más tiempo juntos… no haberte dejado ver a tu madre… —dijo con muchísima dificultad.

Aiden negaba ligeramente con la vista en el suelo, como si las disculpas fueran innecesarias.

—Fui un padre terrible para ti. Tú merecías algo mejor… ¿me perdonas? —El señor Thunder había comenzado a llorar también.

—Yo tampoco fui el mejor hijo… —terció Aiden entre sollozos.

—Todo es mi culpa… Si hubiera estado ahí para ti cuando me necesitaste… todo habría sido diferente… Quiero escuchar que me perdonas antes de irme…

—No digas eso…

—Por favor, hijo… Necesito oírlo...

—Yo... te perdono, papá… Te perdono...

—Gracias, hijo… —dijo con una leve sonrisa—. Mia —emitió de pronto.

—Aquí estoy, señor. —Me arrodillé justo al lado de Aiden.

—También quiero pedirte disculpas… por todo…

—Yo le pido disculpas por haber dudado de usted —repliqué con suavidad y con los ojos vidriosos.

Él sonrió ligeramente.

Aquella imagen me dolía. Su sonrisa triste y resignada, acompañada de ojos cristalizados que veían el llanto de su hijo con impotencia mientras las llamas nos acompañaban, amenazando con alcanzarnos en cualquier momento. Y también me dolía el hecho de que lo juzgué mal. Después de todo, él no era un mal hombre.

—También quiero pedirte otra cosa… cuida a mi hijo… Cuiden ese sentimiento tan profundo que tienen… porque no volverán a encontrar algo así en la vida…

Tosió un poco debido a que el humo del fuego aumentaba su dificultad para respirar.

—Creo que ya es mi hora…

Aiden le dio un fuerte puñetazo de frustración al suelo.

—Al fin estaré con ella otra vez…

Ella…

La señora Clarissa. La madre de Aiden.

—Aiden, quiero que sepas… que pase lo que pase… tú siempre serás mi hijo…

—Papá… —emitió Aiden con voz entrecortada.

—Te amo, hijo mío… Nunca lo olvides...

Y ese fue su último aliento.

—¡¡¡NO!!! —gritó Aiden, arrojándose sobre el cuerpo sin vida—. ¡Por favor, papá! ¡Tienes que aguantar! ¡No me dejes solo, papá! ¡Por favor!

—Aiden… —musité, poniendo mi mano en su espalda.

—¡Yo también te amo, papá! ¡Discúlpame por todo lo que te hice! —emitió entre lágrimas sobre el pecho del cadáver.

—Aiden, Aiden —tomé su rostro, obligándolo a mirarme—, se ha ido…

Vi como lentamente la aceptación arribaba a sus ojos. Luego esbozó una mueca triste y hundió su rostro en mi pecho, llorando hasta que llegó la ambulancia.







Nota de la autora: Hola, lectorxs.
Qué les pareció el cap?
Ya descubrimos quién fue.
Y el final fue intenso :"(
Ya falta muy poco para concluir :')
Espero que hayan disfrutado el cap.
Hasta el siguiente!
Chau, chau.

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