Capítulo 5

Aiden Thunder.

A pesar de sus 45 años, mi padre pegaba fuerte.

Dejó mi nariz sangrando, pero, lejos de enojarme, sonreí.

Había cumplido mi propósito: sacarlo de sus casillas.

Odiaba ese sosiego que siempre tenía, que fingiera que todo era perfecto, que me ignorara.

Se jactaba de ser un buen padre y se preocupaba más por la empleada que por su propio hijo.

—Te exijo respeto, Aiden —gruñó él—. Para mí y para mi esposa.

—No tenías que tomártelo tan en serio —tercié con una sonrisa, llevándome la mano a la mandíbula. Esto me dolería por un tiempo.

Vanessa se posicionó junto a mi padre, colocando su mano con uñas pintadas de un perfecto rojo sangre en su hombro para que se tranquilizara.

Qué bien finge su papel de buena esposa.

—Cálmate, amor. No dejes que te provoque.

—Auch. —Llevé la mano a mi corazón, fingiendo dolor—. Defiendo tu lugar y, ¿así me pagas, Vanessa? No quiero que mi madre suplente tenga un año menos que yo. —Mi padre apretó sus puños, haciendo uso de toda su fuerza de voluntad para no volver a golpearme.

Preferiría un millón de veces que me golpeara.

Al menos su rabia era más auténtica que ese cariño fingido que me transmitía.

—Lo siento, hijo. No debí golpearte. Ha sido un día largo —se justificó, surcando su cabello con sus dedos mientras regresaba a su pose sosegada.

—Claro, papito. Lo entiendo perfectamente. —Vanessa y mi padre me fulminaron con la mirada al escuchar mis palabras. ¿Acaso nadie tiene sentido del humor en esta casa?

—¡Mia! —gritó mi padre.

—¿Desea algo, señor? —Mia hizo una entrada muy rápida. ¿Estabas escuchando, muñequita?

—Necesito que cures las heridas de mi hijo. —Ella me miró con una expresión rara, como si estuviera asustada.

—Sí, señor.

—Vamos a mi cuarto —le dije. Su cara fue un poema. Pasaron todo tipo de emociones por ella, pero en especial la que me pareció miedo.

Muchas chicas se ponían nerviosas cerca de mí, pero ella rozaba el extremo.

Me miraba con terror.

—En el baño tengo un kit de primeros auxilios —le expliqué para que se tranquilizara.

—De acuerdo —habló en voz baja, depositando su mirada en el suelo.

—Después de ti —emití, extendiendo una mano para indicarle que fuera primero. Quería ver sus generosas caderas mientras subía las escaleras. Era lo menos que merecía después de que mi padre me rompiera la nariz y no devolverle el golpe.

Ella subió rápidamente mientras colocaba sus manos en su falda de forma tal que yo no pudiera observar lo que había debajo de esta.

Su timidez me excitaba tanto.

Dicen que las calladas son las peores.

Ella no era el caso.

Por lo que me contó Daphne ni un beso ha dado, así que sobreentiendo que es virgen.

—Ponte cómoda —dije cuando entramos a mi habitación. Fui hasta el baño para tomar el botiquín de primeros auxilios.

Al volver, aproveché para observarla mientras ella se distraía mirando mis premios de fútbol, sentada en la cama.

Estaba deliciosa.

Me daban ganas de cogerla y... No, Aiden. Céntrate. No pienses en esas cosas. No queremos que tengas una erección y asustar a la chica.

—Son del equipo escolar de fútbol —hablé para llamar su atención.

Ella se puso de pie inmediatamente.

—¿Juegas en el equipo al igual que Carter?

¿A qué vino la mención de Carter?

—Sí —respondí con cautela.

—¿Te puedo preguntar algo? —murmuró.

—Lo que quieras.

—¿Carter tiene novia? —dijo con mayor firmeza.

Pero, ¿qué mierda?

—¿Por qué la pregunta? —tercié.

—No te interesa —escupió.

Así que sacamos la artillería pesada. Es por eso que me encanta esta chica.

—Acaso... ¿te gusta? —Arqueé una ceja.

—Ya te dije que no te importa —replicó.

—Soy su mejor amigo. Podría conseguirte una cita con él, pero no lo haré. —Su entrecejo se hundió—. En primer lugar... porque sí tiene novia. Y en segundo... porque eres mía —sentencié con una media sonrisa.

—¡¿Qué?!

—Lo que oíste —dije, acercándome a ella—. No me da la gana de que salgas con alguien más. Tú eres mía, muñequita.

Ella retrocedía a cada paso que yo daba, pero, finalmente, chocó contra la pared. Luego puse mis manos a ambos lados de su cara para arrinconarla.

—Dijiste que querías empezar de nuevo. Esto me parece continuar donde lo dejaste —terció con un hilo de voz, mirando hacia abajo. Parecía incapaz de sostenerme la mirada esta chica. La escuché tragar en seco.

—Mírame —le ordené—. Mia, mírame —repetí con mayor firmeza. Finalmente obedeció. Su mirada era desconcertante.

Nunca una mujer me miró como un corderito indefenso.

Todas me han mirado con lascivia, ansiosas por lo que les voy a hacer.

Pero Mia no.

Supongo que las primeras veces asustan y solo por eso decidí apartarme y no atormentarla más. Al menos, no por hoy.

—Era broma —dije con una sonrisa inocente. Ella me miró con alivio cuando me alejé, pero continuaba desconfiada.

—Carter sale con una chica de tu clase. Ahora no recuerdo su nombre —intenté establecer una conversación para que se relajara mientras tomaba asiento en la cama—. Cúrame de una vez. Me duele todo.

—Eso te pasa por faltarle el respeto a tu padre —rebatió.

—Así que estabas escuchando, traviesilla —canturreé, sonriéndole una vez que estuvo de pie frente a mí.

—Me quedé cerca por si me necesitaban —se defendió, repitiendo las palabras de mi padre.

Mia sacó todo lo necesario del botiquín y comenzó a tratar mi herida. Lo hacía con suma delicadeza. Yo me distraje mirando sus pechos. ¿Había alguna parte de ella que no fuera condenadamente apetecible?

—Mi padre se preocupa mucho por ti —comenté para distraer mis pensamientos del rumbo que estaban tomando.

—Eso parece —dijo de forma despreocupada e indiferente.

—¿Tienes alguna idea del motivo?

—No.

—¿Lo habías visto antes?

—No.

—¿Te suena de alguna parte?

—No.

—¿Podrías dejar de contestar con monosílabos?

—No.

Apreté su cintura con ambas manos para que entendiera que no estaba jugando. Al parecer, surtió el efecto deseado.

—No entiendo tu curiosidad. Jamás vi a tu padre y si está obsesionado conmigo, no es mi culpa —respondió con una irritación sospechosa—. Ya está —me indicó que había terminado con la cura de las heridas en mi rostro.

—Yo nunca dije que él estuviera obsesionado contigo —refuté.

—Preocupado, obsesionado. ¡Qué más da!

—¿Él te ha dicho algo? ¿Te ha obligado a hacer algo que tú no quieras? —le pregunté, aún con las manos sujetando fuertemente su cintura.

—Es curioso que justo tú preguntes eso. Intentaste abusar de mí el mismo día que me conociste —masculló.

—No exageres. Yo no tengo la necesidad de abusar de nadie —le resté importancia a sus palabras.

—Ok, pero ya suéltame —me espetó.

—Contesta mi pregunta. —Me puse de pie y la acerqué aun más.

—Ya te dije que mi vida no es tu problema.

Sus evasivas me molestaban, así que la agarré con una mano por el pelo, obligándola a mirarme.

Ahí estaba esa mirada otra vez: triste y temerosa.

—Y yo ya te dije que me perteneces. De aquí en adelante me meteré siempre en tu vida, muñequita —le informé.

—Suéltame.

—No lo haré —me negué con una sonrisa de suficiencia mientras observaba sus apetitosos labios.

No quería follármela hoy, pero ella me lo estaba poniendo tan difícil.

—No estoy jugando. —Colocó las palmas de sus manos en mi pecho en un débil intento por alejarme.

—Yo tampoco, muñeca —le aclaré.

Estaba muy ocupado mirando su cuerpo, así que nunca me había fijado en sus ojos. En ellos había una mezcla de verde y azul que jamás había visto. Eran muy bonitos, pero su extraña mirada era lo que me descoloca.

—Cuando me miras así me dan ganas de follarte, muñeca linda.

Sus ojos se llenaron de lágrimas. Reacciona muy raro, pero aun así logra excitarme.

—Si no supiera que es imposible, pensaría que me tienes miedo —comenté a milímetros de su boca mientras la sujetaba por la parte de atrás del cuello con una mano y le tocaba el trasero con la otra.

—Si no me sueltas, gritaré. —Su voz fue un murmullo casi inaudible. Si lo que quería era amenazarme, le salió bastante mal.

—Yo te haré gritar, preciosa. —Dicho eso, le di un fuerte empujón hacia la cama. Ella rápidamente rodó, escurriéndose hacia el otro lado para evitar que cumpliera mi propósito.

Era buena huyendo.

—¿Quieres jugar, muñequita? Juguemos.

Ella corrió hacia la puerta en un fallido intento de fuga, puesto que la atrapé a medio camino, agarrándola desde atrás por la cintura.

Ella forcejeaba y se retorcía.

—Muy lenta —me burlé.

—¡Suéltame!

—No entiendo por qué te resistes.

—¡¡Suéltame!! —Tapé su boca con una mano mientras la retenía por la cintura con la otra.

Ella continuaba retorciéndose y pataleando para escapar.

Intentaba aflojar mi agarre con sus dos manitos. Sus gritos y quejas eran ahogados por mi mano. Caminé lentamente para arrastrarla hasta la cama.

—Nos vamos a divertir mucho esta noche, muñeca —susurré en su oído.

Sin previo aviso, sentí un fuerte dolor en mi nariz justo donde mi padre me había golpeado.

La muñequita de porcelana no era tan frágil y delicada porque lanzó un fuerte manotazo hacia mi cara, sabiendo que aún estaba herido.

Llevé mis manos hacia la zona dolorida y ella aprovechó ese instante para correr rápidamente hacia la puerta y escapar.

—Mientras más huyes, más ganas me dan de cazarte —pensé en voz alta.

Fui al baño a curarme el sangrado que Mia me había provocado.

Cuando terminé tomé una ducha y me fui a la cama solo con un bóxer.

Escuché música en mi celular.

Ya eran las 11:37 p.m. cuando me dispuse a dormir.

Estaba a punto de apagar la luz de la lámpara de mi mesita de noche cuando se abrió la puerta de mi habitación.

Una hermosa figura femenina que traía mis deseos y pensamientos revueltos entró.

—¿Aiden? —musitó.

—Finalmente, muñeca.

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