Capítulo 45
—¿Qué? —fue lo único que logré articular mientras retrocedía lentamente, alejándome algunos pasos de ella debido a la impresión.
Mi cerebro no procesaba absolutamente nada, solo esas dos últimas palabras que habían salido de su boca. Estaba atónito, pasmado, en shock.
Las lágrimas continuaban surcando su rostro inconteniblemente.
—Pe-pero… tú… —balbuceé—. Tú me dijiste que…
—Era virgen —completó por mí con voz neutra. Luego se dirigió a la cama para tomar asiento subiendo las piernas y abrazando sus rodillas como si quisiera aislarse del mundo, como si deseara hacerse pequeñita hasta desaparecer.
Se veía perdida, desamparada, sola, vulnerable.
—No iba a ir por ahí divulgando eso… —masculló a modo de explicación.
—Claro —musité como idiota.
Ella me había acabado de revelar su mayor secreto y yo no sabía ni qué decir.
Tomé asiento a una distancia prudencial de ella porque dudaba que en estos momentos deseara mi cercanía, probablemente quería estar sola y en silencio, pero, como no tenía certeza de ello, me limité a esperar sin emitir palabra mientras ella observaba el suelo con fijeza.
Me mantuve callado porque no sabía qué decir y por respeto a su dolor, pero estaba realmente perturbado y lleno de dudas. Simplemente no podía creerlo. ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Cómo? ¿Quién?
El espeso silencio continuó reinando entre nosotros hasta que de pronto:
—Yo tenía 8 años… —dijo con un hilo de voz, ya más calmada.
8 años…
Era solo una niña…
—Mia, no tienes que contarme nada… —aclaré en voz baja. Una parte de mí ansiaba saber la verdad, pero estaba convencido de que era demasiado doloroso para ella rememorar todo eso.
—Quiero contártelo… —confesó—. Quiero desahogarme. Lo necesito… —admitió, enjugando una pequeña y solitaria lágrima.
Me quedé en silencio. Si era eso lo que ella necesitaba, entonces la escucharía.
Había dejado de llorar, pero sus ojos seguían vidriosos.
Exhaló profundamente en busca de fuerzas.
—Aún vivíamos en Canadá —comenzó a hablar con voz débil—. Nuestra casa estaba en una zona apartada. Había un bosque. Yo jugaba allí todo el tiempo. —Sonrió ligeramente, como si evocara un buen recuerdo—. Hubo un fin de semana en el que mi madre se fue de viaje y me dejó sola con mi padre, pero surgió un imprevisto y él tuvo que salir también. Él tenía un amigo que siempre iba a cuidarme, pero ese día estaba ocupado y dijo que no podía ir. Yo dije que no necesitaba niñera, que estaba grande y podía cuidarme sola. Era un tanto precoz por ese entonces. Mi padre estuvo de acuerdo, así que no llamó a nadie, pero me prohibió salir, dijo que se enojaría mucho si lo hacía… Él sabía de mi fascinación por aquel bosque.
Ella sorbió por la nariz mientras apretaba sus manos en su regazo, clavando su mirada en este.
—Mia, no tienes que continuar… —murmuré al notar que estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano por hacer salir aquellas palabras de su garganta.
—Yo… —prosiguió, ignorándome—. No le hice caso a mi padre. Estaba muy aburrida… y salí… —Su voz se quebró.
No sabía si debía tocarla para darle consuelo. No quería que se pusiera peor. Evidentemente tenía un trauma fuerte. Ella odiaba que la tocaran... y yo no me di cuenta…
—Estaba jugando en el interior del bosque cuando escuché pasos. Al inicio pensé que era solo mi imaginación, pero después se escucharon más claramente…
Hizo una pausa.
—Miré alrededor y vi a alguien detrás de un árbol, me estaba observando y... era un hombre. —Su voz tembló mientras las lágrimas amenazaban con volver a desbordarse—. Comencé a correr... Corrí y corrí lo más rápido que pude. Escuché cómo me perseguía, pero no miré atrás. Solo seguí corriendo como si mi vida dependiera de ello. No sabía qué quería hacerme aquel hombre, pero estaba segura de que no era nada bueno —relató entre dientes mientras las lágrimas escapan en contra de su voluntad. Eran lágrimas de rabia.
—Entonces... tropecé… —Miró el techo, intentando contener las lágrimas y luego cubrió su rostro con ambas manos.
—Cuando tropecé —continuó, masajeando su sien con los ojos cerrados y apretando sus labios para que dejasen de temblar—, él tuvo tiempo de alcanzarme… Intenté ponerme en pie para seguir, pero no pude… Sentí cómo agarraba mi tobillo y me arrastraba hasta ponerme boca arriba. Después tapó mi boca para evitar que gritara… —Sus lágrimas descendieron y su labio inferior volvió a temblar—. Y luego él… —Su voz se quebró completamente—. Él…
La rodeé con mis brazos en un abrazo firme y protector, acariciando su nuca mientras se refugiaba en mi cuello. Quería que se sintiera segura, que supiera que ese hombre no volvería a tocarla.
—Shhh —siseé—. Yo estoy aquí…
—Intenté defenderme… —lloriqueó—. De verdad que lo intenté... pero no pude…
—Tranquila, yo estoy contigo —intenté consolarla.
Ella lloró inconsolablemente por no sé cuánto tiempo. Solo escuchaba gimoteos, llanto, sollozos...
Me destrozaba el alma verla así.
Finalmente se calmó, apartándose un poco de mí.
—No pude ver su cara —emitió de pronto—. Traía un pasamontañas que malamente dejaba al descubierto su boca y… y sus ojos. Tenía los ojos verdes… Esos malditos ojos me han perseguido desde ese día… —masculló.
—Tus pesadillas… —musité, asociando.
—Él me sujetó la barbilla, me obligó a mirarlo directo a los ojos mientras… —se calló de repente.
—Ese hijo de puta —gruñí.
—Desde entonces tengo pesadillas. Todas las malditas noches… Siempre sueño con esos ojos. Sueño que él me persigue, que me atrapa y…
Mia frotaba su cuerpo como si estuviera intentando limpiarse. Su expresión era una mezcla de tristeza y repudio. Su rostro estaba empapado. Parecía que ya no podía llorar más.
—Él me llamó "pequeña" —evocó con repugnancia.
—¿Pequeña? —recordé el apodo cuya simple mención la había hecho tensarse aquella noche en que le hice esa broma de pésimo gusto—. Fue así como te llamé aquella noche en la casa en la playa… ¿Te estabas refiriendo... a aquel hombre?
Yo que pensé que era alguien de quien estuvo enamorada…
Alguien especial…
Y todo el tiempo recordó a ese malnacido…
—Desde ese día no tengo paz. Vivo con miedo. Le tengo terror a los hombres, me dan tanto asco —habló entre dientes, cerrando los ojos con fuerza—. No quiero que me toquen, no me gusta, no lo aguanto…
Me puse en pie para caminar lentamente por la habitación, analizando sus palabras.
Por eso ella siempre me detenía, esa era la explicación.
—Es por eso que yo… no puedo —explicó a mis espaldas, sentada en la cama—. Aiden, yo quiero, te juro que quiero… pero no puedo, no logro soportarlo. Intento aguantar hasta el final, pero los recuerdos invaden mi cabeza… Todas las malditas sensaciones, el miedo, el asco… y… no puedo… no lo consigo...
Toda la rabia que corría por mis venas se manifestó en mi mandíbula tensa y en mi fulminante mirada.
Ese cabrón hijo de puta destruyó su vida. Era tan solo una niña, una pequeña de 8 años y a ese hijo de perra no le importó nada. La forzó sin importarle el trauma de por vida que le dejaría a aquella niña inocente.
Los pensamientos me hicieron apretar los puños. Casi podía percibir la ira emanando de mis poros. Sentía tanta, pero tanta rabia… Quería matar a golpes a ese hijo de la gran puta.
Cogí un florero que estaba sobre la mesa y lo estampé contra la pared, haciendo un sonoro estruendo.
Necesitaba descargar la furia que me estaba consumiendo.
Mia se mantuvo impasible y quieta ante mi acción. Parecía que estaba en su mundo de dolorosos recuerdos.
—¿Dónde está? —pregunté, volteándome de repente para verla.
—¿Qué? —murmuró ella.
—Ese hombre... ¿dónde está? —gruñí entre dientes.
—Yo… no lo sé…
—¿No lo denunciaste? —pregunté, más fuerte de lo que pretendía, como si le estuviera reprochando.
Ella simplemente bajó la cabeza.
—No… —musitó, avergonzada.
—Después de lo que te hizo, ¿dejaste que anduviese libre? —le reclamé.
—¡Tenía miedo! —chilló.
—Él... ¿te amenazó?
—Tenía miedo de mi padre… —confesó.
—¿De tu padre? —pregunté, confundido. ¿Qué tenía que ver su padre? Sabía que ella no lo quería mucho, pero…— Acaso... ¿fue él quien…? —pregunté, asqueado y sorprendido.
Ella apretó sus manos en su regazo.
—Mia, ¿él…?
La idea era tan perturbadora y retorcida. ¿Un padre era capaz de hacerle algo así a su propia hija?
—Yo… no lo sé —respondió con un hilo de voz—. Desde ese día ya no estoy segura de nada. Todos los hombres me producen una sensación terrible, pero los que tienen ojos verdes…
—Te lo recuerdan —completé por ella.
—Me hacen sospechar —me corrigió—. Desde que me mudé aquí he encontrado a muchos que me han hecho creer que tal vez estoy respirando el mismo oxígeno que él, que me está persiguiendo, que sigue cerca de mí y que en cualquier momento...
Si su miedo tiene fundamento, eso quiere decir que tal vez conozco al maldito degenerado y, si es así, se va a arrepentir hasta de haber nacido.
—Dime de quiénes sospechas —le pedí.
—Aiden, solo es una mala sensación que tengo. Probablemente sea una simple paranoia mía. Yo... no tengo pruebas de nada…
—Dime sus nombres —dije con mayor firmeza.
Ella estaba traumatizada y la posibilidad de que su fobia afectara su percepción y raciocinio era alta, pero, por mínima que fuera, la posibilidad de que ese cabrón no la hubiese dejado en paz también existía y, si era así, no podía permitir que le hiciera más daño. Yo debía, necesitaba y quería protegerla.
—Yo… sospechaba de mi padre. Él siempre fue muy bueno conmigo, pero semanas antes de... ese día... los escuché a él y a mi madre discutir desde las escaleras. Mi padre estaba metido en el tráfico de personas.
Mis ojos se salieron de las órbitas al escuchar aquello. Ese hombre era capaz de traficar niños, pero… ¿hacerle daño a su propia hija?
—Cuando mi madre se enteró fue a exigirle que dejara eso o si no lo dejaría, me llevaría con ella y nunca más volvería a vernos. Mi padre estaba ebrio esa noche y tuvieron una discusión horrorosa... hasta el punto que… mi padre la golpeó.
Aquel hombre no servía.
—Así que bajé las escaleras y fui a defender a mi madre, pero él acabó golpeándome también.
Maldito. Espero que lo hayan asesinado de una forma lenta y dolorosa.
—Él amenazó a mi madre. Le dijo que si intentaba huir conmigo, nos encontraría y nos vendería a las dos y que nunca más me vería.
Apreté mis puños, intentando contener el enojo.
¿Cómo pudo? Con razón Mia lo odiaba.
—Ese día se desmoronó la imagen que tenía de mi padre. Él era mi héroe, lo admiraba tanto, pero después de eso comencé a odiarlo aun siendo una niña. Un hombre que es capaz de amenazar con vender a su propia hija me parece capaz de todo. Al día siguiente, pidió perdón y se excusó con el alcohol. Dijo que no volvería a pasar y mi madre le creyó como una tonta porque, a fin de cuentas, ella lo amaba. Por desgracia, no cumplió con su promesa porque, obviamente, alguien sin escrúpulos como él no tiene palabra. Al parecer, tenía deudas con alguien. Eso lo hacía ahogarse en el alcohol y descargar su frustración con nosotras.
» Después de tanto calvario mi madre halló el valor y, finalmente, lo denunció. Él dijo que lo había traicionado y que cuando saliera la haría pagar muy caro. No llegó a un mes en la cárcel. Lo asesinaron. Al parecer, los que abusan de niños inocentes no son muy queridos allí dentro. Un día tocaron a nuestra puerta. Eran los tipos con los que mi padre tenía la deuda y, desde entonces, hemos tenido que pagar por sus errores, pero al menos ya saldamos la deuda y nos libramos de ese mundo asqueroso y del fantasma de mi padre. Ahora solo espero que se esté quemando en el infierno —gruñó.
—Yo también lo espero —dije genuinamente, cruzado de brazos.
Entonces, Mia tomaba en consideración la posibilidad de que hubiese sido su padre, eso quería decir que el hombre que abusó de ella podría estar muerto ya, pero... ¿y si no había sido él? ¿Y si, como ella temía, era alguien de nuestro entorno?
—¿Quién más? —insistí ante su silencio.
—Pues... por otra parte, está el señor que me cuidaba, Max. Él también era muy bueno conmigo, pero un día lo escuché hablando por teléfono. Estoy segura de que estaba metido en ese negocio al igual que mi padre porque en esa llamada lo escuché decir: "tengo una niña muy bonita que podría interesarte". Juraría que se refería a mí. Se suponía que él debía ir a cuidarme ese día... pero no apareció. De hecho, no volvió a dar la cara desde entonces. Eso me hizo sospechar de él también. El delincuente no regresa a la escena del crimen. Pero reapareció hace unos meses. De hecho, está saliendo con mi madre.
—¿No le advertiste?
—Lo intenté, pero sin pruebas ella no me creerá. Mi madre le tiene mucha estima, incluso desde la época en la que estaba casada con mi padre. Ella es pésima para elegir a los hombres. También he sospechado del director de la preparatoria.
—¿Del señor Wylde?
Ella asintió.
—Intentó propasarse conmigo.
—¿Qué? ¿Por qué no me lo dijiste? —salté.
—No quería problemas. No quería que te pasara nada… —respondió, afligida.
—Él... no llegó a hacerte nada, ¿verdad? —pregunté con miedo a escuchar la respuesta. Si habían vuelto a lastimarla y una vez más no me había percatado, no me lo perdonaría.
—No... —musitó—. Por otra parte, está ese hombre del restaurante, el de la cena de negocios.
—Dominic Coleman.
—Cuando fui al baño... él también trató de…
Me pasé las manos por el cabello con frustración. Y pensar que uno de ellos podría ser…
—Además, está… —musitó, mirando hacia abajo—. Tu padre —completó.
—¿Qué? —logré articular, totalmente descolocado.
—Descubrí que él tenía una foto mía de cuando era pequeña y que contrató a mi madre después de ver esa foto. Además, está esa actitud que tiene respecto a nosotros. Esa forma posesiva y celosa…
Ahora todo tenía sentido.
Por eso no quería que me acercara a ella desde un inicio. Por eso se mostraba obsesivo y controlador.
—Mi propio padre… —musité, sentándome en la cama nuevamente y tapando mi boca mientras apoyaba los codos en mis rodillas. Era increíble.
Él nunca fue un buen padre, pero, ¿un violador?
Mia se puso en pie, dándome la espalda.
—Lo siento mucho —dijo ella.
—¿Por qué?
—Por traerte la preocupación de que tal vez tu padre podría ser… —No tuvo el valor suficiente para completar la frase.
Me quedé en silencio unos segundos, reflexionando.
—Mia, tú… ¿nunca le contaste esto a nadie? —pregunté.
—No... —murmuró después de varios segundos de silencio.
—¿Ni siquiera a tu madre?
—Ella estaba ciega y continúa así. Nunca se dio cuenta del trauma de su hija. Atribuyó mis pesadillas a la pérdida de mi padre porque, a pesar de todo lo que nos hizo, ella lo amaba y pensaba que yo también, pero no era así. Cuando era pequeña me quedaba en shock cada vez que intentaba decirlo, las palabras se quedaban atoradas en mi garganta. A medida que fui creciendo, me acostumbré al dolor, pero perdí la voluntad de vivir. Todo me daba lo mismo. ¿Por qué querría sentir algo cuando solo podía sentir dolor? Pensé en suicidarme muchas veces, ¿sabes? —admitió con pesar—. No me importaba nada, ¿para qué seguir viviendo? ¿Por qué prolongar el sufrimiento? Morir sería mejor, así, al menos, ya no sentiría nada, ya no recordaría nada y estaría en paz.
» Luego pensaba en mi madre, aunque no tuvo la visión para percatarse de lo que me pasaba. Todas mis compañeras y vecinas tenían novios mientras que yo huía de los chicos. Mi madre decía que era timidez, que con el tiempo se me pasaría, pero nunca pasó... A pesar de todo, yo la quiero y no sería capaz de hacerle eso. No sería tan egoísta como para abandonarla solo para acabar con el suplicio que constituye para mí respirar, vivir, ser mujer… Solo nos tenemos una a la otra en este mundo. ¿Qué sería de ella si yo no estuviese más? Ella no soportaría perderme... No podía hacerle eso, debía aguantar...
» Cuando era pequeña no entendía nada de los hombres. La forma en que veían a las mujeres... Ese brillo animal en sus ojos... Pero me tocó entender a las malas... Cuando fui creciendo mi desprecio hacia ellos aumentó porque la forma asquerosa en que me miraban también lo hizo y yo no quería eso... No quería que me vieran como lo hizo él aquel día... Comencé a vestirme lo más cubierta posible. No me maquillaba ni me arreglaba porque no quería que me miraran... y mucho menos que me tocaran… Era mi forma de intentar protegerme...
Ella pensaba que dejándose de arreglar pasaría desapercibida para los hombres, pero no fue así, por lo menos, no para mí. Ella me pareció preciosa desde la primera vez que la vi. Despertaría los deseos de cualquier hombre a pesar de no ir maquillada, es más, el hecho de que fuese sencilla la hacía aun más hermosa. Para bien o para mal, su escudo protector no funcionaba...
Mia está rota, completamente quebrada. Ella vivió tantos años atormentada… Sufriendo en silencio mientras el dolor la consumía. Ella prefería morir... Verla llorar así mientras hablaba con la voz entrecortada me estrujó el alma. Me hizo sentir dolor, impotencia, frustración, tristeza, odio, rabia... Quería detener su sufrimiento. Ella no merecía eso. No merecía que sus hermosos ojos derramaran una lágrima más.
Mi muñequita de ojos tristes...
Percibí la rabia emanando de mí mientras mi mandíbula se tensaba. Ese maldito hijo de puta destruyó su niñez, acabó con su vida, la condenó a ser infeliz, a vivir con miedo.
Lo odio.
No he visto su rostro, pero le deseo la más lenta y tortuosa de las muertes.
Y, de pronto, cierto pensamiento llegó a mi mente.
Lo odio a él... y también a mí…
Todo este tiempo ella me envió señales y yo... no las vi... No fui capaz de verlas... porque todo este tiempo estuve cegado por mi propio deseo... Hoy, por fin, lo entiendo...
Me puse en pie y me paré detrás de Mia. Ella se volteó para mirarme y yo me arrodillé lentamente ante ella, colocando mis manos detrás de sus rodillas mientras depositaba mi frente sobre sus muslos.
—Perdón —murmuré, cerrando mis ojos.
—Aiden, ¿qué estás…? —balbuceó, confundida.
—Perdóname... —Las lágrimas rodaron por mis mejillas. No pude contenerlas, pero no me molestaba que me viera llorar. Lo último que me importaba en estos momentos era mi orgullo masculino.
—No entiendo…
—Perdóname por no haberme dado cuenta… —sollocé.
—No tenías forma de saberlo… —replicó ella con un hilo de voz.
—Yo abrí esa cicatriz, Mia. Te lastimé… El mismo día que te conocí… yo... intenté obligarte… y si tú no hubieras huido… te habría hecho lo mismo que aquel… Soy igual a él… —proseguí entre lágrimas.
—No… —musitó.
—No merezco que estés a mi lado. Por favor, perdóname por haber intentado forzarte tantas veces, por comportarme como lo hice, por herirte, por creer que tenía algún derecho sobre ti por el simple hecho de que te deseaba… por pensar como... —hice una pausa, tragando grueso— un violador… Perdóname por ser el vivo reflejo de todo lo que odias, por haberte recordado una y otra vez el dolor y el sufrimiento que pasaste… Perdóname... por ser como él…
—¡No, Aiden! —exclamó, arrodillándose también mientras colocaba sus manos en mis mejillas. Tenía los ojos vidriosos otra vez—. Tú no eres como él.
—Sí lo soy —reconocí, avergonzado—. Me siento como una basura…
—No digas eso. —Ella lucía afligida.
—Yo quise obligarte, Mia… varias veces —confesé—. Y lo peor de todo es que no me daba cuenta. Pensaba que si yo quería, tú querrías también. Pensaba que debía ser cómo, cuándo, dónde y con quien yo quisiera y no me importaba lo que tuviera que hacer para conseguirlo… Solo me importaba saciar mi propio deseo... Esa es la forma de pensar... de los violadores… —musité y ella bajó la mirada sin replicar—. Sabes que tengo razón...
—No. Tú eres diferente… —rebatió con voz débil y lágrimas rodando por sus mejillas. Las mías también corrían imparablemente.
—Dime una diferencia. Dime algo que no nos haga iguales —le pedí con voz débil y entrecortada.
—Tú…
—Soy igual a él —concluí con un hilo de voz.
—¡No! Aiden, tú… tú no eres como ese hombre —me contradijo y bufé, incrédulo—. Tú ya no eres así. Has cambiado… he sido testigo de eso.
—Pero…
—Pero nada —sentenció, un poco más firme—. No habría accedido a estar contigo si no me hubieses probado que cambiaste, que eres una mejor persona. Tú me hiciste volver a sentir deseos de vivir, Aiden… —Puso su frente sobre la mía, aun sosteniendo mi rostro. Yo hice lo mismo con el suyo—. Nunca vuelvas a decir eso. No vuelvas a compararte con ese hombre. Nunca.
Asentí débilmente y luego ella me rodeó con sus brazos, hundiendo su rostro en mi cuello mientras ambos sollozábamos. Cada uno intentando sanar al otro.
Nos quedamos en esa posición varios segundos, puede que minutos.
—Aiden —habló de repente.
—Dime —murmuré y ella se separó para verme a los ojos.
—No quiero que a partir de ahora me trates como un cristalito, como si fuera frágil e intocable —me pidió—. No quiero un recordatorio constante de lo que pasó… —murmuró, bajando la mirada.
Asentí.
Entendía su petición.
Sería incapaz de lastimarla más de lo que ya lo he hecho.
No iba a apartarla de mí.
No pensaba que estuviera sucia o algo por el estilo.
Mis sentimientos hacia ella estaban intactos. De hecho, creo que habían crecido.
No encontraba las palabras adecuadas, así que le di un breve y casto beso para demostrarle que mi deseo hacia ella estaba tan vivo como el primer día. Luego volví a abrazarla.
—Cuando lo encuentre lo haré pagar. Te lo juro —le prometí en voz baja.
N/A: Hola. Cómo están?
Hoy no ando muy animada :c
Ya conocen el pasado de Mia, ya saben su historia.
Tal vez lo sospecharan, pero aquí está la confirmación.
Cuando comencé a escribir la historia muchas personas me decían cosas en plan: "Mia llora mucho", "Mia solo sabe llorar", "Qué llorona es Mia". Esta es la explicación :'(
Aunque con el tiempo ella se ha vuelto un poco más fuerte, como ella misma dice "no quiero llorar más".
Este capítulo fue difícil de escribir. Me pareció doloroso hacerlo. Tener que revivir todo lo que ella vivió y lo que aún la atormenta, el hecho de que tal vez podría estar cerca del hombre que abusó de ella :"(
El momento en el que Aiden se arrodilló frente a ella y le pidió perdón me llegó al corazón y eso que no tengo :')
En serio, soy más fría que el hielo ._. Muchos dicen que no tengo corazón :')
"Esa cosa ni sentimientos tiene" xd.
Volviendo a Mia... Espero que ahora entiendan mejor al personaje. Sé que muchos pensarán que la forma en la que enfrentó todo esto no fue la mejor, pero fue la que ella pudo hallar, pero nunca debemos ahogarnos en nuestro propio dolor, siempre debemos buscar ayuda, recurrir a las personas que queremos. No podemos suprimir el sufrimiento porque acabará consumiéndonos.
Espero que hayan disfrutado el capítulo.
Nos vemos en el próximo.
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