Capítulo 3
Pervertida, ¿yo?
¡¿Cómo se atreve?!
—No era yo la que estaba intercambiando saliva en el baño de la preparatoria con la estúpida de Daphne, así que no me llames "pervertida" ––le espeté. Me lanzó una media sonrisa adornada con una lascivia que no me gustó ni un poquito.
—Pero bien que te quedaste observándonos. Si lo hubieras pedido, te habríamos invitado a la fiesta.
—Porque soy una dama no te voy a decir por dónde te puedes meter tu fiesta. ––Soltó una carcajada. Él muy imbécil cree que estoy bromeando.
Finalmente terminó de reírse, pero una pizca de diversión se mantuvo en sus labios mientras yo lo observaba con el ceño ligeramente fruncido.
Comenzó a acercarse a mí.
—Una respuesta interesante ––dijo con voz grave mientras yo retrocedía al ver que se estaba acercando demasiado para mi gusto—. ¿Cómo te llamas?
—Mia —respondí con cautela.
—Mia… ––pronunció, como si quisiera conocer el sabor de mi nombre en su boca–– …un nombre sugerente ––añadió con una sonrisa traviesa y, finalmente, se terminó mi espacio para retroceder porque toqué con la parte de atrás de mis rodillas su enorme cama.
—Yo soy Aiden ––se presentó, diciendo su nombre no solicitado. Su mirada me incomodaba, me miraba como si me quisiera atravesar, como si me quisiera comer.
Estaba de pie frente a mí y con su mano me colocó un mechón de cabello detrás de la oreja.
Su cercanía comenzaba a intimidarme y mi cuerpo reaccionó como tal: mi mano derecha comenzó a temblar, pero la apreté fuertemente en un puño, me niego a que este… ser me vea en mi faceta más vulnerable.
—Tienes razón. ––¿Y ahora de qué habla?–– Eres demasiado hermosa para compartir la atención con alguien como Daphne. ––Bajé la cabeza y él me tomó de la barbilla, obligándome a sostenerle la mirada—. ¿Qué? ¿Nunca te habían dicho lo hermosa que eres? Lo eres, Mia. Pareces una muñeca de porcelana. ––Me acarició delicadamente el rostro.
—No me toques ––dije entre dientes.
—Tienes una piel tan bella y suave. ––Ignorándome completamente, continuó con su toque.
—No estoy bromeando ––le advertí––. Suéltame.
Él agarró fuertemente mi rostro entre sus manos mientras contemplaba mi boca. Luego acarició con su pulgar mi labio inferior, mirándolo fijamente.
—Esos labios… ––Tragué en seco al mismo tiempo que mis ojos se tornaban vidriosos.
Estaba asustada.
—Suéltame ––emití de forma casi inaudible. Una vez más me ignoró y comenzó a aproximar sus labios a mi rostro, el cual seguía retenido entre sus manos.
Miedo...
Era eso lo que corría por mis venas y, como víctima de este, reuní todas mis fuerzas para patear a Aiden justo ahí donde la luz del sol no le da.
Automáticamente se llevó las manos al lugar dañado con un gesto de evidente dolor en sus facciones.
No me iba a quedar más tiempo observando su suplicio, así que intenté irme rápidamente, pero él tiene buenos reflejos. Sacó fuerzas de no sé dónde y agarró mi muñeca. Luego me tiró en su cama para colocarse encima de mí.
—Mala jugada, niña linda —gruñó con una sonrisa torcida.
—¡Suéltame! ––Forcejeé para intentar liberarme, pero él retuvo con fuerza mis manos a ambos lados de mi cara.
—No debiste hacer eso ––susurró justo en mi oído.
—Suéltame ––mascullé a la par que intentaba liberarme de su intenso agarre.
Era inútil. Él era mucho más fuerte que yo.
—No te resistas, preciosa ––canturreó mientras la trayectoria de sus húmedos besos descendía por mi cuello.
El pánico se apoderó de mí.
Volví a retorcerme para intentar escapar, pero nuevamente fracasé.
—Suéltame, por favor ––supliqué con las lágrimas a punto de salir de mis ojos y pisoteando completamente mi orgullo, pero prefería implorar antes que lo que él quería hacerme.
—Te va a gustar… ––aseguró en un susurro cerca de mi boca y con intenciones de besarme, pero giré mi rostro para evitarlo, lo cual tomó como una invitación a continuar explorando y olfateando mi cuello.
—Qué bien hueles. ––En un ágil movimiento atrapó mis muñecas con una sola mano y con la otra comenzó a acariciarme por encima del uniforme.
—Detente, por favor ––imploré con la voz completamente quebrada.
Su mano libre descendió por mi tronco hasta llegar a mis caderas para luego estacionarse en mi falda. Acarició mi muslo y después continuó explorando bajo mi ropa. Entre tanto, yo mantenía mi cabeza girada para evitar que me besara y, por tanto, él se mantenía depositando su asqueroso ADN en mi cuello.
Me quería morir.
Él prosiguió con su ataque descaradamente. Intenté cerrar las piernas, pero él me lo impidió. Después acercó sus caderas a las mías y pude sentir cómo estaba…
—Por favor ––musité, derramando una lágrima que no pude contener más ante tanto sufrimiento.
—Sabes que lo estás disfrutando tanto como yo, muñequita ––me susurró con voz melosa.
Al detener su toque, direccionó su mano a la toalla que tenía amarrada a la cintura.
¡No!
—No, por favor ––supliqué con la cara empapada de lágrimas.
—Te gustará, créeme ––dijo en un canturreo mientras rozaba mi cuello con su nariz.
Sentí que aflojó ligeramente su agarre y, presa del pánico, aproveché esa oportunidad.
Tan fuerte como pude lo mordí en la zona que se encuentra cerca de su cuello y, por el gruñido que emitió, puedo afirmar que, lejos de ser erótico, mi acto fue doloroso para él. Lo empujé con fuerza, me levanté y corrí rápidamente fuera de la habitación. Mi respiración era un desastre y mi cara estaba empapada. Una vez en el pasillo, lo escuché gritar con el mismo canturreo:
—No te vas a escapar, muñequita.
Me apoyé en la pared del pasillo de la segunda planta para tranquilizarme.
Pasados unos minutos logré estabilizar mi respiración y serenar los latidos de mi corazón.
Justo cuando iba a marcharme apareció él.
—Hola, Mia.
—Señor Thunder.
—¿Está Aiden en su habitación?
—Sí, señor.
—Gracias, puedes retirarte. ––Él avanzó hasta el cuarto de su hijo y yo me marché de allí para ir a mi habitación.
Bajé las escaleras y justo cuando estaba a punto de llegar a mi destino escuché una voz:
—Hey, muchachita. ––La madame de la casa.
—¿Sí, señora?
—Conmigo no tienes que hacerte la buena e inocente niña. Vi cómo miraste a mi marido y te demoraste demasiado tiempo arriba.
—Yo no…
—Eres astuta. Juegas en ambos bandos, pero no voy a permitir que toques a mi esposo. Además, protegeré a mi hijo. Él es un adolescente con las hormonas revueltas y no se percata de que el mundo está lleno de muchachitas oportunistas.
—Se equivoca, señora. Yo…
—No te les acerques, en especial a Aiden. Quedas advertida. ––Y como mismo vino, se marchó.
Si ella supiera que lo que más quiero es estar lejos de su familia, especialmente de Aiden.
Al llegar a mi habitación, mi madre estaba dormida.
Busqué alguna prenda cómoda para dormir y luego fui a tomar un baño.
Restregué muy fuerte cada centímetro de mi piel.
Me sentía tan sucia.
Mis ojos se llenaron de lágrimas por enésima vez en el día. Salí del pequeño baño para finalmente ir a la cama y acabar con una de las peores noches de mi vida.
—¿Hija?
—Lo siento, mamá. No quería despertarte.
—No te preocupes. Te estaba esperando, pero el sueño logró vencerme. Cuéntame, ¿cómo te fue? ¿Te agradaron los patrones? ¿Te trataron bien?
No llores, Mia. Contén las lágrimas. Tu madre tiene demasiados problemas.
—Sí, mamá. Todo perfecto. Creo que me adaptaré.
—Pero cuéntame con todos los detalles. ––Forcé una sonrisa y añadí:
—Mañana, ¿sí? Ahora estoy agotada.
—Buenas noches, mi tesoro.
—Buenas noches, mamá.
Apoyé la cabeza en la almohada en busca de sosiego, pero solo lograba recordar el terror que había sentido.
Me sentí tan vulnerable.
Pensé que debía cuidarme del padre, pero no. El hijo es el cazador de ojos esmeralda.
Con el llanto como compañía logré finalmente dormir.
Abrí mis ojos y observé el despertador.
Eran las 3:24 a.m.
Mi madre no estaba en su cama.
Fui a buscarla en el baño. Nada.
No estaba en la habitación. Ella estaba frágil de salud, ¿por qué deambulaba sola por los pasillos a estas horas de la madrugada?
Fui a ver en la sala. Nada.
En el comedor. Nada.
Solo me restaba la cocina. Tal vez fue a tomar agua. Me dirigí hacia allí y sentí que una mano me tapó la boca desde atrás.
—Te dije que caerías, muñequita ––susurró en mi oído. Su voz me dio escalofríos.
Me empujó hacia la habitación más cercana mientras sujetaba mis manos con una de las suyas y con la otra me seguía cubriendo la boca para evitar que gritara. Una vez dentro de lo que parecía ser un estudio me puso contra la pared de forma tal que mi torso y mi estómago se pegaban ––demasiado fuerte–– a ella mientras que él se encontraba a mi espalda. Cuando acercó sus caderas pude sentir que estaba más duro que la pared frente a mí.
—Nadie me deja con las ganas, muñequita ––canturreó en mi oído. De mis ojos brotaba un raudal de lágrimas.
—Te voy a destapar la boca porque quiero oírte mientras te doy la follada de tu vida. No se te ocurra gritar. Si lo haces, tú y tu madre se van a la calle. ––Después de su amenaza usó la mano que estaba en mi boca para sujetar las mías. Con la otra me tocó por todas partes, aprovechando que traía solamente una camisa enorme que me llegaba casi hasta las rodillas.
—Por favor, suéltame. No le diré a nadie ––supliqué en un mar de lágrimas.
—Créeme, sé que no lo harás ––afirmó al mismo tiempo que amasaba mi trasero como si fuera pan. Luego escuché el sonido de una cremallera bajar.
––No, por favor, no.
—Ya te dije que te va a gustar —aseguró al dejarme completamente expuesta de la cintura para abajo.
—Sé buena, mi muñequita.
¡¡¡NO!!!
Desperté de un salto en mi cama.
Una fina capa de sudor me cubría el cuerpo mientras respiraba de forma irregular.
Mi madre descansaba plácidamente en la comodidad de su cama.
Fue un mal sueño.
—Cálmate, Mia, fue solo una pesadilla. Inspira, espira ––dije en voz baja las palabras que me ayudaban a calmarme.
Cada noche tenía pesadillas, esta no sería la excepción. Lo único que cambió hoy fue la persona que las protagonizaba.
***
—¡Mia! Tienes una pinta horrible. ¿Dormiste mal anoche? ––preguntó Sam con su habitual curiosidad.
––La verdad es que sí. ––Después de la pesadilla no me pude dormir.
Cuando estaba conciliando el sueño sonó la alarma de mi celular. Me dieron ganas de arrojarlo contra la pared, entonces recordé que soy pobre y se me pasó.
—Oye, ayer no me había fijado. Tus ojos son preciosos. Alrededor de la pupila tienes una especie de anillo de color verde y el resto de tu iris es azul. Es hermoso.
—Se llama heterocromía central —expliqué.
—Por cierto, ¿por qué te cambiaste de preparatoria? ––Es demasiado curiosa esta chica. Nos conocimos ayer y ya quiere saber hasta el número de mi DNI.
—Nací en Canadá y tiempo después mi madre y yo nos mudamos aquí.
—Y, ¿por qué vinieron a Estados Unidos? ––Es exasperante su curiosidad.
—Porque sí.
—Eso no es una respuesta.
—Nunca te han dicho que preguntas demasiado.
—Todo el tiempo, pero no evadas mi pregunta.
—No hay un motivo en especial. ––Ya estaba harta de este tema.
—Dijiste que habías venido con tu madre, ¿qué le pasó a tu padre?
—Murió.
—Lo siento mucho —murmuró.
No lo sientas. En realidad, me alegro de que esté muerto. Ese señor no merecía vivir.
—No te preocupes, Sam.
Al parecer, tocar ese tema la afectó porque finalmente se calló y dejó de hacerme sus impertinentes preguntas. Al menos tenía un poco de sensibilidad. Lo que ella no sabía era que la muerte del hombre que me engendró no podía importarme menos.
Se hizo un silencio incómodo y como sabía que a ella le encantaba hablar decidí buscar algún tema de conversación más banal.
—Cuéntame de ti, Sam.
—Bueno, mis padres son dueños de una gran cadena de restaurantes y cafeterías. Yo trabajo en una de ellas como camarera. Ellos dicen que debo conocer el valor de las cosas y empezar desde abajo al igual que ellos. Quieren que sea humilde y me gane el sustento con el sudor de mi frente.
Ya me arrepentí de haber roto el silencio.
—También he hecho algunos trabajos como modelo de bikinis. ¡Podrías venir conmigo! Seguro que te dan una oportunidad. Das la talla. Eres delgada, pero con curvas y tienes un rostro hermoso.
—No me gusta usar bikinis ––tercié. Ya estaba completamente hastiada de este asunto.
—¿Por qué no? No hay nada que haga que una mujer se sienta más sexy y deseada, excepto la lencería claro. Todos los hombres se derriten cuando te ven pasar.
Eso es justo lo que no quiero: que los hombres me miren.
—Tal vez a ti te guste, pero yo paso.
De momento puso una sonrisa en su rostro al estilo del Joker.
Ya sabía lo que significaba.
A mis espaldas se venía acercando…
—¡Carter!
—Hola, chicas. ––Me giré para saludarlo y vi a su acompañante.
—Hola, Aiden ––lo saludó Sam con la mitad de la mitad del entusiasmo que había saludado a su Chico Dorado.
—Sam ––pronunció su nombre a modo de saludo. Luego dirigió sus ojos verdes hacia mí y se dibujó esa pervertida media sonrisa que lo caracterizaba––. Hola, muñequita.
—¿Muñequita? ––preguntaron Sam y Carter al unísono. Mi compañera me lanzó una mirada inquisitiva.
—Es algo nuestro, ¿verdad, Mia? ––Me guiñó el ojo en un gesto cómplice y yo desvié la mirada en respuesta. Esto era demasiado incómodo.
—Nosotros veníamos a preguntarles si finalmente vendrán a la fiesta ––explicó Carter.
—No me la pienso perder ––respondió Sam.
—¿Qué hay de ti, Mia? ––preguntó Carter, mirándome con interés al igual que Aiden.
—Ya te dije que no me gustan las fiestas. Con permiso ––me excusé y me fui.
Sentía abandonar a Sam, pero ella se las arreglaría bien con esos dos. Yo no. No soportaba que los hombres me miraran y mucho menos que me tocaran.
Desde un inicio no quería ir a la dichosa fiesta, pero ahora que sabía que era de ese Aiden, mucho menos.
Me dirigí hacia el baño y entré para lavar mi rostro y estar sola un rato.
La soledad y el silencio me daban paz.
Por suerte, no había nadie. Me estaba secando las manos cuando escuché la puerta abrirse.
—Te encanta escaparte, muñequita. Y yo adoro perseguirte.
—Sal de aquí. Es el baño de chicas.
—Tú mejor que nadie deberías saber que eso no me importa ––replicó, avanzando hacia mí.
—Si te sigues acercando, voy a gritar, Aiden.
—Qué sexy suena mi nombre saliendo de tu boca ––sus ojos se desviaron hacia mis labios––, pero sé de sonidos que se escucharían aun más sexys saliendo de ella. Anoche me dejaste tieso, linda. Eso no se hace.
—¿Anoche? ––Las lágrimas comenzaron a invadir mis ojos, pero me niego a llorar frente a él––. Anoche tú… tú intentaste… ––Mi voz se quebró, decir aquello era demasiado doloroso––. Intentaste violarme.
—¡¿Qué?! ¿Violarte? No seas exagerada. Nos estábamos divirtiendo.
—Yo no me divertía ––rebatí entre dientes. Los hombres siempre intentan simplificar sus intentos de abuso llamándolos juegos o diversión.
—Está bien. ––Levantó las manos en señal de rendición––. Tal vez me pasé un poco.
—¿Un poco? ––bufé, incrédula.
—Bueno, mucho. El punto es que estoy arrepentido. Empecemos de nuevo, muñequita.
—No me llames así —gruñí.
—Perdón, Mia. ––Me extendió la mano como muestra de paz. No quería estrechársela. Su tacto me daba escalofríos. Me comenzó a mirar de forma impaciente.
—Si fuera tú, no dejaría con la mano extendida a tu jefe. ––Tenía una sonrisa forzada en su rostro. La amenaza era evidente.
Le estreché la mano de una forma exageradamente rápida.
—Mi jefe es tu padre, no tú ––solté, desafiante.
—Mi padre se irá por un viaje de negocios hasta la próxima semana. ––Se acercó y, haciéndome erizar, susurró en mi oído––: Estarás a mi merced, muñequita.
Después se separó como si nada.
Estaba sonriendo como si lo hubiera dicho en broma.
Se dirigió a la puerta, dispuesto a marcharse, pero antes se volteó para decirme:
—Me encanta como te queda el uniforme... y no veo la hora de arrancártelo. ––Tenía ese brillo escalofriante en sus perturbadores ojos verdes.
Una mirada como la suya me atormentó durante mucho tiempo.
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