Capítulo 13

Mia.

—¡Hola, Mia! ––saludó animadamente Millie cuando atravesé la puerta del salón de clases. ¿Cómo alguien podía tener esa energía un lunes por la mañana?

—Hola, Mia ––dijo Sam, abrazándome.

—Hola, chicas ––les devolví el saludo con la poca emoción que siempre traigo.

Daphne y sus secuaces estaban dirigiéndose hacia nosotras. Hace tanto que no perturbaban mi paz que ya me había acostumbrado. Al pasar a mi lado, Olivia chocó mi hombro intencionalmente.

—Oh, perdón. Eres tan insignificante que no te había visto ––se disculpó con toda la falsedad que la caracterizaba.

—No te preocupes, Olivia. De hecho, ya te extrañaba a ti y a tu estupidez. ––Sonreí de una forma tan falsa como la suya.

—¿Perdón? ––emitió, ofendida.

—¿Además de estúpida, eres sorda? Es demasiado para una sola persona ––le solté. Ella se acercó de forma amenazante para atacarme, pero Daphne la detuvo, colocándole una mano en el hombro.

—No te ensucies las manos con esta, Olivia —masculló, mirándome de arriba abajo como si fuera una rata.

—Hola, Daphne. No te pongas celosa. A tu estupidez también la extrañé —repliqué.

—Escucha, monjita. ––Se paró frente a mí y su rostro estaba cerca del mío––. Me das tanta lástima. Intentas hacerte la fuerte con todo ese sarcasmo, pero en el fondo eres una infeliz. ––Apreté mis puños. Sin darme cuenta, también extrañé los deseos de matarla––. Estás triste y amargada porque nadie nota tu existencia. ––No la estrangules, Mia––. Vas por ahí intentando arrebatar los novios ajenos porque ningún chico se fijaría en ti de otra manera. ––Cuenta: 1, 2, 3…–– Tu actitud es tan patética. Te arrastras por un chico que no te hace caso, pero, en el fondo, te entiendo, eso es provocado por la falta de sexo. Tantos años de virginidad causan esas cosas. ––Cálmate, Mia––. Lo que necesitas es un hombre que te folle como se debe.

Y esa, damas y caballeros, fue la gota que desbordó el vaso.

No pude controlar la velocidad de mi puño al impactar contra la mejilla de Daphne. Ella cayó al suelo y yo me coloqué a horcajadas sobre ella. Comencé a golpear su rostro una y otra y otra vez. El raudal de sangre no se detenía. En el fondo se escuchaba el ruido de los demás estudiantes, pero yo estaba demasiado furiosa como para que me importara ser el centro de atención. La sensación de adrenalina era increíble. Debería golpear a Daphne más a menudo.

Sentí un par de manos agarrarme por la cintura para separarme de la chica desfigurada que se encontraba en el suelo.

—¡Suélteme! ––grité.

—Cálmate, Mia. Estás muy alterada. ––Era la voz de mi profesor de Física.

—¡Maldita! Mira cómo me dejaste ––chilló entre lágrimas Daphne, palpando su rostro ensangrentado.

—¡Ahora mismo van las dos para el despacho del director! ––sentenció el profesor de Física.

El profesor nos agarró a ambas por el brazo y nos llevó hasta allí como si fuéramos niñas pequeñas. Normalmente me molestaría que me condujeran, ya que sé caminar sola, pero hoy está más que justificado. Creo que si me sueltan mato a Daphne. No suelo ser violenta, de hecho, esta es la primera vez que llego a semejante punto, pero es que Daphne es tan… no encuentro una palabra para describir la agresividad que despierta en mí.

El profesor nos sentó en dos sillas que había frente al escritorio del director. Él se quedó cerca para evitar situaciones, ya que el despacho estaba vacío.

—El señor Wylde viene enseguida ––informó la secretaria del director y luego salió del despacho para volver a su mesa.

Pasaron unos minutos y llegó el señor Wylde (¡al fin!).

Esta era la primera vez que lo veía de cerca, puesto que nunca estuve metida en problemas. Suelo ser una blanca y pacífica palomita, pero Daphne… bueno, ya les expliqué.

—Me dijo mi secretaria que teníamos un conflicto aquí. ––Tomó asiento frente a nosotras y sus ojos se abrieron al ver la cara de Daphne. Qué exagerados son, tampoco la dejé tan mal y, por suerte, su amiga rubia, la cual descubrí se llama Rebecca, le hizo una breve curación antes de venir y, además, me regaló unas vendas para envolver mis nudillos. Al observar con detenimiento a ese señor, mis ojos se salieron de las órbitas.

Verdes.

Tenía intensos ojos verdes.

—Bien, señoritas. Este tipo de conductas son inaceptables en mi institución. Ambas serán severamente castigadas…

—Pero, yo… ––lo interrumpió Daphne y comenzó a quejarse.

Hacía mucho que había dejado de prestar atención a todo esto. Aceptaría el castigo que me fuera impuesto, ya que la violencia no está nada bien, pero las reprimendas del director y los lloriqueos de Daphne habían sido relegados en mis pensamientos.

Los ojos del director de mi instituto eran idénticos a los de él.

Otro sospechoso.

*

El señor Ken Wylde tuvo la hospitalidad de dejarnos ir a la enfermería antes de enviarnos a nuestro castigo, puesto que, aunque Rebecca había hecho una leve curación, debíamos ser atendidas por un profesional (sobre todo Daphne).

—Buen día, señoritas ––saludó una voz dulce y educada, cuyo timbre me sonaba familiar, pero su tono no.

—¡Aiden! ––Daphne agarró el cuello del chico como si fuera un koala.

¿Y este qué hace aquí?

—Daphne, apártate. ––Él retiró los brazos de ella con una expresión en el rostro que reflejaba que, para él, ella era el mayor de los incordios. Luego la miró atentamente––. Por Dios, estás horrible. Mia te dio una buena paliza ––comentó con un ápice de diversión.

Por todo lo más sagrado, Mia, no te vayas a reír.

—¡Aiden! ––lo reprendió con lágrimas en los ojos––. Estoy sensible. Justo en el momento que más te necesito me sales con eso.

—Es la verdad ––dijo, encogiéndose de hombros.

—¿Qué haces aquí, Aiden? ––pregunté con cierta suspicacia.

—Soy ayudante de la enfermera.

—Sí, claro. ¿Desde cuándo? ––La desconfianza en mi voz se hacía cada vez más evidente.

—Desde hoy ––puntualizó.

Yo como que no me lo creía todavía.

—Ya entendí. Te acostaste con la enfermera para poder colarte aquí. ––Él estalló en carcajadas ante mi teoría.

—No. No es así ––aclaró entre risas––. Me alegra que pienses que mis artes amatorias tienen tanto poder, pero este no fue el caso. ––Rodé los ojos ante su comentario.

Imbécil.

Atendió a Daphne antes porque su caso era prioritario. Su rostro estaba un poco… llamativo, aunque, siendo sincera, me gusta más así.

Me pregunto dónde estará la enfermera y por qué dejó a alguien tan irresponsable como Aiden de guardia en la enfermería.

Finalmente terminó con la rubia insoportable.

—Gracias, Aiden. ––Se acercó para besar sus labios, pero él giró el rostro.

Uf.

Eso debió doler.

—Debes tomar estas medicinas. Todas las indicaciones están aquí. ––Le ofreció un papel––. Ya te puedes ir. ––Ella se retiró con los ojos al borde del llanto.

—Ven, Mia. ––Me senté en una camilla para que Aiden curara mis nudillos. Su concentración era absoluta, al igual que su delicadeza en los toques con el algodón.

Al parecer, sabía lo que hacía.

—Es increíble que hayamos intercambiado las posiciones. Ahora soy yo quien te cura ––comentó con cierta diversión y luego sonrió––. Mia, tú no eres agresiva. ¿Qué fue lo que te dijo Daphne para que la dejaras así de golpeada? ––inquirió con seriedad.

—No es asunto tuyo ––dije, cortante. Prefería no rememorar sus palabras.

—Todo lo que respecta a ti es asunto mío. ––Su voz sonaba delicada, casi gentil.

—¿Y eso por qué? ¿Porque, según tú, soy tuya? ––pregunté con tono burlesco.

—Si quieres decirlo así... Pero me preocupo de verdad por ti, Mia. Tú eres muy importante para mí —habló con voz dulce. Parecía... genuino.

No podía creer lo que escuchaba.

Estaba pasmada y mi rostro así lo reflejaba.

Nah. Debe ser un truco. Sí, eso debe ser. Él es incapaz de sentir con algo que no sea el pene.

Él bajó la mirada para proseguir con la cura de mis manos.

—Si no quieres contarme, está bien. No voy a presionarte. Ya me di cuenta de que esa no es la forma de llegar a ti, pero quiero que sepas que puedes contar conmigo siempre. ––Sus verdes ojos me miraban intensamente. Hasta parecía sincero, pero me negaba a creerlo. No volvería a confiar en él.

**

Había caído la tarde y la preparatoria estaba prácticamente desierta. Todos se habían ido ya. Yo continuaba allí porque estaba cumpliendo con mi castigo ordenando y desempolvando todos los libros de la biblioteca y ahora fue que acabé. Pasé frente a mi salón y la puerta estaba ligeramente abierta. Desde fuera podía ver la clara imagen de Olivia besando a un chico. Ella estaba sentada en una mesa y lo rodeaba por la cintura con las piernas. La pareja estaba muy concentrada en lo que hacía. Su beso era vehemente, efusivo y apasionado. Ya sabes, de esos en los que ves la lengua a siete metros de distancia.

De repente, me percaté de algo que hizo que mis ojos se salieran de las órbitas. El chico al que Olivia besaba con tanta pasión no era Carter, sino Paul, el chico que me atacó en la fiesta de Aiden.

Me marché de allí. Observar a la gente en su intimidad era cuanto mínimo de mala educación.

Por un segundo, sentí pena por Carter. En el fondo no era un mal chico, solo tenía el peor de los gustos para las mujeres y era un lento que no se daba cuenta de que Sam echaba la baba por él, pero bueno, eso no es culpa suya, ¿verdad?

Al recorrer el pasillo, escuché ruidos provenientes del salón de arte.

Al asomarme, pude contemplar el origen del bullicio.

Carter.

Estaba sentado sobre una mesa y sus nudillos estaban completamente destrozados, aun más que los míos. La pared estaba ensangrentada, aunque lo que me dejó pasmada fue otra cosa: estaba llorando.

No sabía si entrar a intentar consolarlo o abandonarlo con su miseria.

Después de un largo debate mental decidí entrar.

Al verme, comenzó a secar su rostro.

—Los viste, ¿verdad? Y por eso te dejaste los nudillos en carne viva golpeando la pobre pared que no tiene culpa de nada ––dije. Hasta para consolar tengo que ser sarcástica.

—No estás ayudándome, Mia ––me reprochó.

—Lo siento, consolar no es mi fuerte ––admití con total sinceridad. Finalmente estuve de pie frente a él.

—Estás consciente de que es tu culpa y de que te advertí desde un inicio que Olivia era una pésima chica, ¿verdad?

—¿En serio estás haciendo tu mayor esfuerzo para hacerme sentir mejor? ––preguntó, escéptico.

—Créeme, lo hago ––aseguré con voz neutra. Una lágrima se deslizó por su mejilla y con un brusco y rápido gesto la secó. Con mis manos agarré la suya.

—No hagas eso. ––Me miró con ojos tristes y confundidos––. No sientas vergüenza de tus sentimientos. No contengas tus lágrimas solo porque yo estoy presente —le pedí con voz suave.

—Debes pensar que soy un blando.

—En absoluto. Creo que el hecho de que muestres tus verdaderas emociones te hace más valiente y más hombre. Pienso que ustedes tienen tanto derecho a llorar como nosotras. Si las chicas podemos romper narices, los chicos también pueden llorar ––opiné, mostrándole mi mano vendada junto a una sonrisa, la cual me devolvió. Luego me miró de una forma que no pude descifrar, como si le hubiera mostrado el camino correcto o algo así.

Pasaron unos segundos de silencio, aunque no fueron nada incómodos.

—Gracias, Mia ––emitió, poniéndose en pie.

—Sigo pensando que es tu culpa y que eres un tonto —repliqué y él sonrió––. Me alegra que mi sinceridad te divierta —añadí. 

—Tu sinceridad, más que divertida, me resulta interesante. Casi nadie dice lo que realmente piensa, solo dicen lo que el resto quiere oír para agradarles ––puntualizó.

—A mí no me interesa agradar al mundo ––aclaré con un ligero gesto de negación de la cabeza.

—Lo sé.

—Pero, hablando en serio, debes elegir mejor a tus novias. ¿De qué te sirve ser tan atractivo si tienes un gusto terrible para las mujeres?

—¿Te parezco atractivo? ––preguntó con una ceja arqueada y una expresión pícara en el rostro.

—No, solo lo dije para consolarte ––mentí, cruzándome de brazos y poniendo mi mejor cara de indiferencia. Él volvió a sonreír. Estaba mejorando en esto de hacer sentir mejor a los demás.

—Por supuesto.

—Pues sí. Retomando lo que decía, sufrirás menos si eliges mejor. Eres muy despistado. Tienes que observar con atención a tu alrededor ––le aconsejé––. Siempre hay alguien que nos mira, aunque sea invisible ante nuestros ojos.

—Está bien, lo haré. ––Al escuchar eso, di media vuelta y me dirigí hacia la puerta.

Mi misión allí estaba terminada.

—Mia ––me giré––, gracias. Por todo. ––Su mirada y expresiones parecían muy genuinas.

—De nada ––me limité a responder.








Nota de la autora: Hello, hello, people!! Bueno, sé que no suelo dejar notas al final de los capítulos, pero creo que debería hacerlo para estar más en contacto con ustedes y eso. La verdad es que no tenía mucha idea de qué poner, pero supongo que debo preguntarles, ¿qué les pareció el capítulo?

Lancen pa' acá que YO QUIERO CHISME, YO QUIERO COMENTARIO!!!

   Fin de la nota.

Nah, es broma.

Hasta el próximo capítulo.

Chao, chao.

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