Capítulo 10
Ya no me quedaban lágrimas para derramar.
Cuando comenzaba a hacerme a la idea de que lo que venía era inevitable mi agresor se alejó bruscamente de mí.
Rápidamente me puse en pie para resguardarme y pude observar cómo Aiden estaba a horcajadas sobre él, golpeándolo con furia una y otra y otra vez.
Sus puños eran muy veloces y tenían un efecto devastador en el rostro de su víctima. La nariz del chico sangraba sin parar. Su rostro iba a quedar irreconocible.
Sé que debí detener a Aiden hace mucho tiempo, pero no quería hacerlo. Mi deseo era que lo matara a golpes, pero, finalmente, la voz de la razón habló más alto.
—Aiden, detente.
—¡No! —rugió él mientras sus puños continuaban con su impacto.
—Lo vas a matar —le advertí.
—Es la idea —terció con una sonrisa torcida.
—No puedes ir a prisión por alguien que no merece la pena —repliqué.
—¡¡¡Te tocó, maldita sea!!!
—¡Para, por favor! —supliqué—. No quiero que te pase nada... —Eso último lo dije con un hilo de voz, pero Aiden alcanzó a escucharlo porque detuvo su puño automáticamente y luego giró lentamente su rostro para mirarme.
—Por favor… —murmuré. Aiden agarró al chico golpeado por el cuello de la camisa.
—Si te vuelvo a ver cerca de mi chica, te mataré —lo amenazó—. Ahora, ¡lárgate! —El chico se puso en pie con dificultad y luego se marchó lo más rápido que su condición le permitió.
—¿Mia? —murmuró. Lucía afligido y preocupado. Me observaba como si fuera lo más frágil del mundo y en cualquier momento me fuera a quebrar.
—¿Tu chica? —pregunté, intentando sonar divertida. Él se llevó la mano a la nuca y desvió la vista en un gesto avergonzado.
Un momento, ¿Aiden, avergonzado?
—Era parte de la amenaza, aunque, en mi opinión, eres mi chica.
—Mejor lo olvidamos. Este tema me da flojera —dije, poniendo los ojos en blanco. Él comenzó a reír ante mi comentario. Al terminar, me observó atentamente.
—Sé que es una pregunta idiota, pero, ¿estás bien?
—Tienes razón. Es una pregunta idiota —respondí con pesar. Tomé asiento en mi cama y Aiden me siguió.
—Lo siento —musitó, provocando que lo mirara con sorpresa y escepticismo—. No quiero que nadie te lastime. —Con sus nudillos acarició dulcemente mi mejilla—. Solo yo tengo ese derecho —añadió con una sonrisa torcida.
Ante sus estúpidas palabras, volví a rodar los ojos y de un manotazo aparté su mano.
—¿Es en serio, Aiden? —pregunté, poniéndome en pie como un resorte—. ¡¿Quién te has creído que eres?! ¡Ni tú ni nadie tienen derecho a herirme en ningún sentido! —grité, furiosa—. Justo cuando pensé que no eras idiota del todo, que había un ápice de bondad en ti, que podías ser gentil. Qué ilusa soy.
Él simplemente contemplaba mi ataque desde su asiento sin emitir sonido.
—¿Qué? —gruñí ante su silencio.
—¿Nunca te han dicho que te ves hermosa cuando te enojas?
—Idiota —mascullé, torciendo los ojos por enésima vez. Luego intenté contener una pequeña sonrisa al pensar en el hecho de que me puse histérica y a Aiden solo se le ocurre soltarme semejante estupidez. Cuando alcé la mirada él estaba de pie frente a mí.
—Pero te ves aun más hermosa cuando sonríes —agregó con una sonrisa coqueta y yo desvié la vista—. Y mucho más cuando te sonrojas.
—Para con eso —le pedí. Me sentía avergonzada. No estaba acostumbrada a los elogios.
—Me gusta verte feliz, Mia —emitió con tono serio. No podía sostener su mirada, era demasiado intensa.
—Ok. ¿Quién eres y qué le hiciste a Aiden? —bromeé para disminuir la tensión.
—Lo digo en serio —aclaró.
Incómodo.
Gritó una vocecita en mi cabeza.
Debía encontrar ya mismo algo para desviar la conversación.
—Tus manos… —murmuré.
—Ah, ¿esto? No es nada —le restó importancia a sus nudillos destrozados.
—Voy a buscar algo con que curarte.
Me escabullí hasta el cuarto de baño y conseguí el material necesario para limpiar sus heridas. Regresé y me senté junto a él en mi cama para curarlo. Al observar con cuidado y atención el objetivo de mi trabajo, recordé sus causas y mis ojos se llenaron de lágrimas.
—Lo haría de nuevo —habló Aiden repentinamente. Levanté la vista para asegurarme de que aquello era real. Una lágrima solitaria y rebelde descendió por mi rostro y Aiden la capturó con suma delicadeza.
—Por favor, no llores —me pidió con voz dulce mientras su mano se mantenía en mi mejilla.
Por primera vez sus ojos esmeraldas no me produjeron temor. En ellos no había rastro de su maldad habitual. Eran tan profundos e hipnóticos. Al percatarme de que su mirada se había posado en mis labios, tragué en seco. Él comenzó a acercarse muy lentamente y lo más raro fue que no sentí deseos de apartarme.
Por primera vez no quise huir.
De repente la puerta se abrió y Aiden se puso en pie a la velocidad de la luz.
—¿Mia?
—Hola, Sam —saludé.
—Hola, Aiden. Adiós, Aiden —dijo ella al verlo allí parado como un árbol.
—¿Me estás echando de una habitación en mi propia casa? —preguntó el rubio, entre divertido e incrédulo.
—Sí. Adiós, Aiden —respondió ella con tono seco.
—Cuida a Mia —pidió, retomando la seriedad.
—Para eso vine —dejó en claro, sujetando la puerta para que el chico saliera y después la cerró. De inmediato se sentó junto a mí y colocó sus manos sobre las mías.
—Escuché lo de la piscina. Lo siento muchísimo —emitió, afligida.
—No es culpa tuya.
—Sí lo es. Debí quedarme junto a ti. Perdóname, Mia. Fui una amiga terrible.
—Te perdono.
—Muchas gracias. —Me dio un reconfortante abrazo durante varios segundos—. Puedo quedarme hasta que te duermas —sugirió.
—Te lo agradecería mucho —dije genuinamente.
Puse la cabeza en la almohada y me cubrí con una cálida manta. Sam se mantuvo justo a mi lado.
—No pienses en nada —murmuró—. Que tengas dulces sueños.
Cerré los ojos y, poco a poco, el cansancio me venció.
*
Al abrir los ojos, mi amiga ya no estaba. Observé mi celular: 1:53 a.m.
De repente, escuché cómo la puerta se abría lentamente. Alguien entró.
—¿Aiden? —murmuré, insegura, mientras me sentaba en la cama y encendía la lámpara de mi mesita de noche.
—Quería asegurarme de que estabas bien —habló, confirmando así que era él. Cerró la puerta y luego se sentó en el borde de mi cama—. No podía dormir. La imagen de Paul sobre ti me atormentaba. Ese chico no merece el oxígeno que respira. Debí matarlo de una vez y hacerle un favor al mundo.
Qué ironía que, justo tú, digas eso, Aiden Thunder.
—Sí, claro. Y luego pasarías el resto de tus días en una celda y tu padre me obligaría a llevarte la cena. No, gracias —bromeé.
—Paul es peligroso. Es un acosador y un enfermo —ignoró mi broma, hablando con seriedad.
—Sí, lo sé. Carter me lo había dicho.
—¡¿Lo sabías?! Y aun así confiaste en él y le permitiste entrar a tu dormitorio —me sermoneó un poquito subido de tono.
—Es que… me ayudó. Pensé que tal vez Carter exageraba y Paul no era esa mala persona que todos decían.
—Si todos lo dicen, es por algo, Mia. No quiero que te vuelvas a acercar a él —dictaminó, provocando que torciera los ojos.
—Aiden, ya te dije que tú no eres quien para decirme a quién puedo acercarme y a quién no.
—Y yo ya te dije que si permites que alguien que no sea yo se te acerque las cosas acabarán mal. Al próximo sí lo mataré y pasarás el resto de tus días llevándome comida a la cárcel.
Sonreí ante su respuesta. Era tan infantil.
—¿Mia? —emitió con tono serio otra vez.
—¿Sí?
—¿Puedo acostarme contigo?
Mis ojos se abrieron por la sorpresa.
—Quiero decir, que si puedo pasar la noche junto a ti —aclaró con rapidez—. Solo durmiendo. No intentaré nada. Lo prometo. —Levantó su mano como si hiciera un juramento—. No estaré tranquilo si no estás conmigo —añadió.
—De acuerdo —cedí finalmente.
Nunca me he sentido segura, pero con los sucesos recientes, menos y, por alguna extraña razón, su presencia me hacía sentir protegida. Después de darle permiso se acostó a mi lado.
—¿Mia?
—¿Sí?
—¿Puedo abrazarte?
—Está bien, pero no intentes nada —acepté después de vacilar un millón de veces mentalmente.
—Qué poca fe en mi persona —se hizo el ofendido.
—Me has dado motivos para ello —respondí, cortante.
Él me rodeó con su brazo y nos posicionamos de forma tal que su torso desnudo quedaba pegado a mi espalda. Pasaron varios minutos.
—Lo siento —musitó, casi inaudible.
—¿Qué?
—Todo lo que te he hecho. Lo siento. Es que yo… nunca he sido bueno expresando mis sentimientos. —Al escuchar eso, me giré para observarlo a los ojos.
Estaba estupefacta.
Esto era un sueño. Tenía que serlo.
Me pellizqué con fuerza.
Era real.
Extraño, pero real.
Aiden colocó su mano en mi mejilla y acarició mi pómulo. Luego su pulgar viajó a mi labio inferior. Comenzó a acercarse con lentitud a mi rostro y mi corazón empezó a acelerarse. Cuando estuvo a tan solo milímetros depositó un suave y cálido beso en mi frente. Mis ojos se cerraron ante su delicado e inesperado gesto.
—Buenas noches, Mia. —Al salir esas palabras de su boca, sus ojos se cerraron. Al instante, su respiración se volvió regular.
No lo puedo creer. Nadie se duerme tan rápido.
—¿Aiden? —No respondió, el muy cabrón. Si estaba fingiendo, lo hacía muy bien. Finalmente me resigné a su silencio y a mis dudas.
—Buenas noches, Aiden —susurré y me entregué al sueño también.
***
Al despertar, Aiden no estaba a mi lado.
Fui al baño, tomé una ducha, cepillé mis dientes y mi cabello.
Por alguna razón me sentía… feliz.
Creo que el cambio de actitud de Aiden me motivó y me hizo tener esperanzas de que el sexo masculino no merece extinguirse.
O acaso… será que Aiden está… ¿comenzando a gustarme?
Nah.
Por supuesto que no.
Solo me pareció amable.
Eso es todo, Mia. No te compliques la existencia.
Después de mi debate interno fui a la cocina y tomé un jugo. Sue y mi madre no estaban por ninguna parte y eran las 9:21. ¿Dónde andarían metidas esas dos? La indeseable de Vanessa tampoco había asomado su nariz operada. La mansión estaba demasiado silenciosa. Decidí ir en busca de señales de vida. Cuando estaba acercándome a la sala de estar escuché voces.
Desde el pasillo observé que en el sofá había una chica de cabello rojo y rizado con un holgado vestido negro realizando rítmicos y lentos movimientos, los cuales eran guiados por un par de manos masculinas que se encontraban en sus caderas. Sus frentes estaban unidas y sus rostros reflejaban puro placer. De pronto, ella echó su cabeza hacia atrás, dejando expuesto su pálido cuello. Ella se movía hacia arriba y abajo, acelerando cada vez más el proceso mientras emitía sonoros gemidos.
Como era habitual en mí sentí asco, pero me invadió una nueva sensación: decepción.
El chico que estaba teniendo sexo como un animal en celo en el sofá con la pelirroja desconocida y escandalosa era Aiden.
Una lágrima se abrió paso y cayó sin prisa.
¿Por qué lloraba?
Era tan estúpida por haber pensado que él podía cambiar.
En el instante que desvió su atención de la chica del pelo rizado me vio.
Su rostro reflejó sorpresa y espanto.
Hui.
Corrí rápidamente y me refugié en la soledad de mi dormitorio.
Mi mente se debatía entre dejar salir las lágrimas o no.
Al final, me negué a darle el gusto.
La acción más estúpida que he cometido fue pensar que Aiden sería una mejor persona, que él o cualquiera podrían interesarse en mí para algo que no fuera sexo.
Los hombres son incapaces de amar. Solo piensan en satisfacer su libido. Engañan y abusan a su antojo.
Son inmundos y deplorables.
No merecen vivir.
Pero todo eso yo ya lo sabía.
Mi gran error fue olvidarlo.
—Mia. —Aiden entró, desbocado.
—¿Qué haces aquí? ¿No tienes cosas más importantes que hacer? —dije con sarcasmo.
—Quería explicarte...
—No tienes nada que explicarme. —Mi voz era neutra.
—Pero yo quiero…
—¡No quiero que me expliques nada! —perdí la paciencia.
—Mia, yo…
—¡Lárgate! ¡Fuera de mi habitación! ¡Y nunca más te me acerques! —rugí.
—Mia, cálmate —me habló como si tuviera 5 años.
—¡No quiero calmarme! ¡Quiero que te largues! —Él apretó sus puños y su mandíbula. Con rápidos pasos se me acercó y colocó sus manos en mis hombros, haciéndome retroceder hasta que mi espalda chocó con la pared.
—¡Suéltame! —bramé mientras lo golpeaba en el pecho para que se alejara de mí.
—¡Tranquilízate! —exigió.
Con un veloz movimiento me sujetó fuertemente las muñecas a ambos lados de la cara. Me retorcí y acercó su torso al mío hasta que estuvieron unidos.
—¡Suéltame, maldita sea! —grité como una fiera en una jaula.
De pronto, me quedé en silencio y completamente inmóvil debido a lo que hizo.
Me besó.
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