Capítulo treinta y dos | All I want
—Estoy casi segura de que encajarías muy bien.
—No lo sé...
—Pero...
—No iba ningún pero después—el rubio rio.
—Fred, debes buscar tu fama de alguna forma; ella no vendrá sola.
—No lo hago necesariamente por la fama—enarcó una ceja, fingiendo que aquello le había insultado pero Beth simplemente lo miró con desgano, tratando de adivinar.
—¿Dinero?
—No—hizo una mueca—, aunque sería bueno.
—¿Entonces?
—Me va bien vendiendo por internet, no creo que necesite hacer una exhibición ni nada con otros artistas locales—se metió a la boca un puñado de maníes que acababa de sacar de la bolsa que tenía guardada en su casillero desde hace días.
Los días habían estado para congelarse como una paleta olvidada en el refrigerador por semanas, pero ese día al parecer la temperatura decidió subir por encima de los cero grados haciendo más amena las caminatas por las calles de la ciudad. Fred aun así había tenido que ir a trabajar pues el pretexto de su transición a padre ya no le iba a servir más para ausentarse de sus deberes.
Beth había aparecido en la cafetería poco antes de su hora de salida con una idea que al parecer le emocionaba más a ella que a él. No lo pensó mucho cuando se negó. Sabía que Beth tenía muchos conocidos que lo harían subir con popularidad, trabajaba entre arte, eso era obvio; pero por alguna razón eso le intimidaba. Le intimidaba la idea de llegar a ser juzgado por personas que se dicen especialistas y que llegaran a calificar sus trabajos como abominación.
—¿Y que tu firma quede para siempre con la vista a una sala de espera o de la casa de una familia racista que pelea cada cinco minutos?
Fred suspiró, pero a la vez comenzó a reír tras imaginar aquello que ella planteó de una forma graciosa y mejor decidió ver el cielo y lo nublado que estaba ese día, tanto el brillante color grisáceo de este casi lo cegaba.
—No creo llegar a estar en un museo—se encogió de hombros—. Hago retratos, paisajes y caricaturas—metió otro par de maníes a su boca—: No es algo para admirar por horas y buscar códigos extraños que evidencien al nuevo orden mundial.
—¿Tú qué sabes? —miró sus pies, un poco sorprendida de no haber caído aún por culpa de sus zapatos de piso y el suelo mojado.
—¿Te soy sincero?
Ella asintió.
—Me agrada más que me paguen por algo que no pueden hacer; además de hacer lo mío sin ninguna presión por ser el mejor. No necesito una exhibición. Prefiero ser un secreto—dijo con un poco de duda, como si no creyera que él dijo eso.
Meses atrás, quizá años, estaría rogando porque alguien reconociera que él tenía algo de talento en sus manos.
Beth frunció sus labios, aun pensando.
—¿Y qué hay con todas esas pinturas que tienes arrumbadas en la esquina de la sala? —se detuvo al llegar a los escalones del edificio donde él vivía.
Fred se adelantó, subiendo a ellos con rápidos movimientos. Metió la bolsa de maníes a su boca y con sus manos intentó abrir la puerta principal al mismo tiempo que negaba con la cabeza como si siguiera pareciéndole divertido la insistencia de la chica.
—Las seguiré posteando en internet hasta que alguien las quiera, fácil—dijo al quitar la bolsa de plástico de su boca y manteniendo la puerta abierta para ella; Beth subió de mala gana y entró.
—¡Es lo mismo! —su voz hizo eco en el estacionamiento—. Las estás exhibiendo por internet—se sumaron a la oscuridad del lugar después de que él dejara que la puerta se cerrara.
—Sí, pero no veo los gestos de las personas al verlas.
—Te sorprendería a todas las exhibiciones de arte a las que he ido donde se exponen cosas que te cuestan creer que son arte pero, ¿adivina? —comenzaron a subir las escaleras—: Va a existir alguien que lo va a creer así y le vas a gustar. Así como todas esas personas que te compran por internet o te hacen pedidos específicos. No importa si haces réplicas, o retratos, también haces cosas originales y son excelentes. Mi baño lo aprueba.
—Si te digo que lo pensaré, ¿te calmarás?
—¡Sí! —levantó sus manos al cielo—. Imagina—las bajó, colocándolas sobre los hombros del rubio, subiendo detrás de él—: Eleanor corriendo entra las personas, gritando: ¡Mi papi lo hizo! ¡Mi papi lo hizo!
—No es muy justo que uses a mi hija contra mí.
—Es tu punto débil, admitámoslo—rápidamente se colocó a su lado.
—Eso me recuerda, vendrá hoy—buscó su teléfono en el bolsillo del pantalón para verificar la hora—. Sue dijo que quería traerla, no sé por qué.
—Hace menos frío—quiso adivinar—. ¿Crees que me deje verla? —preguntó con algo de pena, pues aquello era algo que no habían establecido aún y no se sentía con la confianza de tener que ver algo con ella.
—Dejó que Oliver la cargara, no creo que haya problema.
—Sí, pero soy yo—hizo énfasis, señalándose a sí misma.
—¿Y? Yo no le prohíbo a Park que se la acerque, ni que la toque.
—¿Quién es Park?
—No sé, su amigo, quizá.
—¿Amigo? ¿Amigo como yo y mi vecino de enfrente o amigos como tú y yo?
—Solo amigos—quiso darle punto final a esa charla cuando llegaron a la puerta, tomó el picaporte y se dio cuenta de que estaba abierta así que la abrió.
Lo primero que vio fue a Wesley en una mesa de la cocina con una toalla blanca alrededor de su cuello como si fuera una capa, sosteniendo su teléfono en alto para que Claire pudiese ver en él, quien estaba detrás del chico sosteniendo unas tijeras plateadas y un mechón castaño dudando sobre lo que estaba a punto de hacer.
—Lo siento, creo que me equivoqué, ¿tengo que hacer una cita? —entró, quitándose el abrigo y colgándolo donde siempre.
—¡Hey! —Claire sonó aliviada, dejando las tijeras sobre la mesa y soltando el cabello de Wesley—. ¡Hola chicos! ¿Cómo están? —abrazó la cabeza de su novio y recargó la suya en ella.
—Sigues después de mí—el castaño habló con dificultad bajos los brazos de la rubia—. Hola Beth—saludó a la chica que entraba imitando las acciones de Fred.
—Hola chicos—dijo ella, un tanto confundida, parándose justo al lado de Fred.
—¿El corte del año? —preguntó él.
—Sí, más o menos. Como regresaré a la oficina, tengo que verme como alguien—levantó su mano libre e hizo comillas con sus dedos—: profesional.
—Yo no quiero—insistió Claire—. A mí me gusta su cabello así, se hacen rizos en las puntas y es tan suave que me dan ganas de matarme porque yo no lo puedo tener así. ¿Por qué es así? —se separó, mirándolo bien como si ahora se adueñara una rabia de ella—. Es hermoso y no lo aprovechas, no es justo. ¿Cómo lo haces?
—Secreto de estado.
Fred comenzó a reír.
—¿Lo vas a cortar o no?
—¿Y si lo corto mal?
—Por eso busqué éste tutorial—dijo obvio levantando su teléfono—. Dime si lo harás, sino le pido a Fred que lo digas, una vez lo hizo.
—Los peores diez minutos de mi vida—murmuró—. Nos gritamos tanto que creo que dejamos de ser amigos por unos días. Lo bueno es que podías usar gorros, dudo que en una oficina te dejan hacerlo.
—¿Beth? —preguntó Wes, tomando las tijeras de la mesa y señalándola con ellas.
—No, solo uso tijeras con puntas redondas, lo siento.
—¿Recuerdas cuando de afeité una pequeña parte de la cabeza mientras dormías pero tenías el cabello tan largo que la capa de arriba tapaba el agujero? —Fred comenzó a reír, mientras iba a la cocina y seguía comiendo su maní—. No te enteraste hasta que fuiste a darte un baño y te tocaste el cabello para el shampoo—carcajeó.
—¿Fuiste tú? —se puso de pie; ofendido y ya muy irritado.
—Ah—el rubio se detuvo—, no creo que hablo de otro Wesley.
—¿Qué? ¿Por qué? —ignoró lo que dijo—. Odié a Arjen todo el verano porque creí que él lo hizo.
—Wesley, decidí que si lo cortaré, siéntate de nuevo—la rubia se apresuró a tomarlo de la muñeca.
—¡Porque depilaste mis piernas con cera caliente! —se paró en el marco de la puerta de la cocina, mostrándose molesto de inmediato.
—¡Pero era un reto! ¡Había como otros cinco chicos y tú estuviste de acuerdo!
—Sí, pero tú fuiste el encargado de tirar de la cera y como un buen amigo debiste apiadarte de mí. Vi como lo disfrutaste.
—Tú disfrutaste ver cómo me lanzaban huevos a la cara, y después fueron rocas. Estaba vendado pero escuché como te reías.
—¿Qué clase de retos jugaban? ¿El último que muera gana? —Claire bufó.
—No, así se llamaba ese donde entrábamos a la casa de los perros con cinturones de carne pero no se llevó a cabo porque nos atraparon robando la carne de un supermercado—Fred aclaró.
—Oh, lamentamos confundir—Beth dijo.
—¿En qué estabas pensando? —Wesley prosiguió.
—En que... ¿Y mis cosas? —vio por encima de su mejor amigo como sus cosas no estaban donde siempre; ahora había un par de maletas ahí, nada más.
—Oliver—Wes dijo.
—¿Qué? ¿Dónde están mis cosas? —salió por completo de la cocina, molesto de verdad y yendo hacia la puerta de su antigua habitación—. ¡Oliver! —la golpeó.
—¿Qué? —se abrió la puerta que quedaba detrás de él, volteó y vio al chico que buscaba con tan solo una toalla alrededor de su cintura, el cabello húmedo y con su boca repleta de pasta dental mientras sostenía su cepillo con su mano derecha.
—¿Mis cosas? —solo atinó a decir.
—En la habitación—señaló detrás de Fred. El rubio la miró y después a él devuelta.
—¿Por qué?
—Te devuelvo tu habitación—dijo obvio.
—¿Por qué? —repitió.
—Si sigues preguntando por qué, me voy a arrepentir.
—¿Por...?—calló de inmediato cuando Oliver enarcó una ceja haciendo énfasis a lo que acababa de decir—. Gracias—dijo después no muy seguro de cómo tomar eso—. ¿Qué quieres a cambio?
Oliver dejó caer sus brazos con resignación, entró de nuevo al baño para poder limpiar su boca con agua rápidamente y secó la humedad con una toalla pequeña.
—Después de que Claire hablara conmigo y Wesley me diera un... matum.
—Ultimátum—corrigió éste desde el comedor.
—Eso, decidí que estaba bien regresarte la habitación—se encogió de hombros—. Se supone que yo estaba de pasada por aquí y creo que la necesitas más porque, ya sabes, no sería bonito que Eleanor viniera y la obliguemos a tomar la siesta en el sofá.
Fred miró de reojo al trío de personas que miraban la escena, y después regresó a Oliver quien seguía mostrando una inexplicable seriedad.
—¿Seguro?
—He dormido en más sofás de lo que crees, estoy acostumbrado—bostezó, rascando un poco su pecho y se fue, directamente a la cocina—. Hey, Beth—saludó.
—Es el departamento de los hombres semi desnudos—aclaró Claire al notar la expresión incómoda de la chica quien de inmediato desvió su mirada al techo.
—Tenemos que trabajar en eso—Wes complementó.
—¿Al menos ordenaste mis cosas? —se apresuró a llegar hasta Beth, donde pudo ver como Oliver sacaba una caja de cereal de la alacena y metía su mano en ella.
—Yo no sé de esas cosas—dijo, atiborrándose la boca—. Solo hice el cambio.
*
—Podemos ser civilizados—estableció Oliver ante la rotunda negación que Silver le dio tras tomar el último dedo de queso del plato—. Estás en mi habitación, son mis reglas, no seas mal educada—realmente no sabía como hablarle después de lo que pasó entre ambos; pero al parecer funcionaba dirigirle la palabra frente a los demás y fingir que nada había sucedido pues ella respondía de esa manera.
—Es la sala de estar, yo gané—lo movió de un lado a otro, queriendo tentarlo.
—¿Esto se va a poner feo? —murmuró Beth hacia Claire quien seguía bebiendo de su vaso de agua, imaginando que eso no estaba pasando frente a ellas.
—No tanto—respondió después.
Llevaban poco más de cinco minutos debatiendo sobre quién merecía más la última pieza, después de todo, no era muy normal que alguien realmente preparara algo digno para pelear por él y Beth no lo sabía cuándo entró a la cocina.
—Es la primera vez que alguien cocina algo de verdad para nosotros y que además sabe bien—insistió él.
—Que tú no quieras cocinar tu comida es tú problema.
—Hey, yo cocino a veces, y lo comes—la rubia sintió la ofensa.
—Sí, pero cuando se tiene hambre no lo cuestionas tanto—se relajó un poco, miró a Claire con algo de pena e hizo una mueca—, pero tus galletas son excelentes. Será que las tienes tan ensayadas que ya no te pueden salir mal.
—Ay, ya cállate—dejó el vaso en la mesa de café y se puso de pie para ir a su habitación.
Respiró hondo, parándose fuera de la puerta y tomó la perilla. La giró y abrió, pero no entró, solo asomó su cabeza pudiendo ver como Wesley estaba frente a su escritorio: Con su computadora encendida y decenas de papeles rodeándolo de una forma específica que quizá solo él podía entender.
—¿Cómo te va? —pronunció, alzando la voz. Pero él no se inmutó, siguió leyendo algo que tenía en sus manos y negó con su cabeza.
—Tengo que responder una improcedente instaurada a un cliente de la firma de manera magistral y el último día de plazo que la ley otorga es mañana. ¿Sabes lo que significa eso? He estado casi todo el día leyéndola y lo único que puedo decir es que es algo idiota; es infundada—contó con sus dedos—, es soez, infernal y casi estoy seguro de que algunas cosas son ilegales—enarcó su ceja—: Creo que buscaré más sinónimos en el diccionario de la palabra imbécil para referirme al que hizo esto—lo tomó rápidamente.
—¿Eso significa bien?
—¿Qué pensarías si tu pariente de séptimo grado en línea recta descendente por consanguinidad te demanda por un condominio que vale menos de cien mil dólares que por ley te pertenece? —por primera vez le miró, enseñándole una hoja de papel, esperando a que ella comprendiera aquello.
—¿Qué es malo? —intentó.
—Yo debería hacer cosas mejores, no esto—regresó a sus papeles—. Me voy a graduar, tengo que seguir haciendo esto con la esperanza de que esta firma me deje permanecer ahí para el programa de admisión de la sociedad de leyes—suspiró—. Sí, heme aquí, respondiendo demandas ridículas un día antes de la fecha límite. Bueno, ¿qué se va a hacer?
—Claro.
—Me va bien—se tranquilizó un poco y respondió la primera pregunta que ella hizo—. Dile a Beth que gracias por la comida—dijo un tanto cohibido y bostezó.
—Muy bien, solo venía a ver que no estés muerto. Suerte, cariño—se despidió, él solo hizo un gesto con su mano y la chica salió de nuevo y cerró la puerta—. ¿Es en serio? —fue de nuevo a la sala, escuchando de nuevo la riña de Oliver y Silver.
—Ya no es el dedo de queso, ahora es el control de la televisión—Beth salió de la cocina.
—¿Por qué de repente todo está tan tenso aquí?
—¡Se durmió! —Sue salió del pasillo de donde ella venía, sosteniendo un pañal sucio con su mano derecha.
—No tardó mucho—Claire dijo.
—No, pero tampoco durará mucho dormida si estos dos no se callan—señaló a Oliver y Silver quienes estaban intercambiando palabras hirientes, sentados en los sillones e ignorándolas por completos. Fue al baño donde desechó en el cesto lo que llevaba en sus manos y regresó.
Estaban así desde que Sue había ido a alimentar a Eleanor en la habitación de Silver ya que Fred tenía casi toda la tarde tratando de limpiar la suya.
—No es mi culpa—se defendió Sil.
—No me interesa—Sue colocó sus manos en su cintura como si la regañara y a la vez eso le causó gracia.
—¿Cómo le haces para poder verte así a dos semanas de haber dado a luz? —preguntó Beth tratando de meterse en la conversación. Sue se miró a su misma ya acostumbrada a poder ver sus pies normalmente.
—Dietas y una enorme faja debajo de todo eso—respondió.
Golpearon la puerta un par de veces; Claire frunció el ceño contando las personas que había en el lugar y quien podría hacer falta.
—¿Quién podrá ser? —cuestionó la morena.
—La madre de Fred—respondió Beth, tomando asiento de nuevo en el sofá, queriendo secar sus manos con su pantalón.
Todos callaron de inmediato, mirándola con una sorpresa que le recordó a esa mirada que le dieron sus amigos cuando confesó en la secundaria que habían fumado en el estacionamiento.
—Ella llamó desde abajo, dijo que era su madre y yo le abrí—explicó, señalando el teléfono que estaba en la cocina y con el que se comunicaban con las entrada del edificio; con mucha pena y con la esperanza de no haber metido la pata aunque sabía que eso había pasado.
—Eso no se hace—canturreó Oliver, arrebatándole el control remoto a Silver quien se había distraído.
—No entiendo...
—Si hablamos bajo tal vez crea que no estamos—susurró Claire.
—Yo iré—dijo Sue, tomando camino a la puerta bastante decidida a inventar algo para que se fuera.
Quiso peinarse un poco y abrió la puerta encontrándose con un par de verdosos ojos que, por alguna razón, seguían con la esperanza de que la persona que abriera fuese Fred.
—¿Sí? —quiso fingir demencia, tratando de no mostrar mucho lo que había dentro y sonrió.
Era la primera vez que Michelle se presentaba con ella sin ser más que un simple recuerdo que Fred mencionaba de forma vaga. Mentiría si no la imaginó fea y con los años encima como si estos se encargaran de su inminente karma. Eso era fácil de deducir, tu mente crea a partir de lo que una persona te da; no tenía una perspectiva muy buena de ella gracias a Fred y su mente se encargó en no brindarle nada bello.
Pero si estaba equivocada.
Era una mujer bonita, comparada con la mayoría de su edad; lucía reservada, gentil y ciertamente, agraciada, como si la vida le hubiese dado otra oportunidad. Con una melena rubia, ligeramente platinada y decentemente peinada; ojos verdes limón debajo de unos gruesos anteojos y ropa informal como si se hubiese esforzado en ello.
—¿Está Fred? —preguntó, acomodando su bufanda morada alrededor de su cuello y le miró deseosa de que le dijera que estaba ahí.
—Mmh...—Sue miró detrás de sus hombros, donde Claire seguía rehusándose a la idea de aceptarla ahí, mientras que Beth aún tenía cara de no entender qué pasaba. La moren salió con un movimiento rápido y cerró la puerta detrás de ella
—¿Qué pasa?
—¿Qué le pasa a usted? —replicó de inmediato.
—Quiero ver a mi hijo.
—No, no es su hijo—corrigió, con un tono claro.
—¿Me vas a prohibir hablar con él?
—No, no puedo hacer eso. Solo puedo decir algo: No se vale decirle a alguien que lo amas, esperar a que lo crea y después irse lejos y pretender que nada pasa.
—Mi avión sale en cinco horas, quiero verlo, es todo; no estoy pretendiendo eso.
—Solo lo decía por si acaso.
—¿Y tú quién eres? A todo esto...
—Sue—extendió su mano, como un saludo cordial—: Soy la madre de Eleanor.
—¿En serio? —relajó su expresión, sorprendida por ello—. Yo... En verdad quisiera verla, pero...
—No depende de mí, Fred decidirá; porque si dependiera de mí, sería un no.
Michelle simplemente relamió sus labios e intentó mirar a otra parte que no fuese Sue pues su paciencia ya se estaba yendo. Iba a responderle algo, quizá con el mismo tono fuerte que la chica estaba utilizando pero la puerta se abrió con un rápido movimiento sin darles tiempo de analizar lo que estaba pasando.
Fred se quedó ahí, con la puerta en su mano viendo como ambas estaban en el corredor, frente a frente como si estuviese discutiendo algo. Cerró sus ojos, algo esperanzado de que se tratara de un sueño y suspiró.
—Sue, ¿podrías entrar? —dijo, con un tono algo neutral como si nada pasara por su mente.
—Bien...—dijo no muy convencida, pues Fred no solía hablarle de tal manera y temía que en cualquier momento él se quebrara frente a Michelle.
Sue intentó sonreír pretendiendo que no había pasado nada y entró al departamento al mismo tiempo que él salió; la puerta se cerró y Fred quedó frente a frente con la mujer que no había visto en los últimos dieciséis años.
—Hola—saludó, como un gesto amable pero casi tan inhumano.
Mentiría si dijera que nunca imagino esa situación, también mentiría si dijera que nunca planeó qué decir en un momento como ese; pero nada pasaba. Sus palabras se fueron y ante los ojos llorosos de la mujer frente a él, que lo miraba desde abajo con un gesto de adoración, lo único que formuló su mente fue: ¿Por qué?
—Hola, Fred— pronunció, después de incómodos segundos de silencio.
—¿Y?
—¿Y?
—¿Qué te trae aquí?
—Tú—se apresuró a decir.
—¿Puedo creer eso?
—Tu padre me dijo que querías verme y aquí estoy.
—¿Entonces no es porque tú lo querías?
—No me atrevía.
—No tienes idea de cuántas veces deseé que fueras tú quien tocaba la puerta de casa. Pero dejé de creer en los deseos cuando cumplí nueve.
—No estaba lista, y creo que nunca lo estaré—pronunció en voz baja, temiendo que alguien más la escuchara—. No soy buena madre... Bueno—rio con un poco de ironía y negó con su cabeza—, creo que ni siquiera merezco llamarme así.
—No necesité si eso piensas. Solo creo que es injusto que prometas amor a alguien y después te vayas. Solo así; pasé años pensando que fue mi culpa. Hubiera preferido que me despreciaras desde el primer momento que me viste, así no hubiese sentido nada.
—¿No te pasa que... quieres algo y necesitas lograrlo a como dé lugar? Necesitaba irme porque me di cuenta de que no podía vivir mi felicidad a través de ti; por más egoísta que suene es así, soy sincera contigo ahora.
—No sirve de mucho ahora, ¿no?
—En verdad quiero que me perdones...
—Te perdono, ¿y luego qué?
—No creas que pretendo entrar a tu vida así nada más.
—No creas que querré en mi vida a alguien que no me quiso en la suya.
—Ya no me quieres ver, ¿cierto? —intentó hablar con claridad, pero falló cuando sus palabras se toparon con su llanto.
—Te estoy viendo—frunció el ceño, rehusándose a hacer lo que ella—; No es tan difícil después de todo.
—Lo siento, Fred—las lágrimas comenzaron a salir rápidamente y él sintió como aquello dolía de cierta manera; quizá no podía ser tan ajeno al dolor como siempre había creído—. En verdad lo siento tanto...
Estaba frente a él, la primera persona que rompió su corazón. Y no era una chica cualquiera, era su propia madre.
—No necesito esto—talló su rostro, suspirando fuertemente rehusándose más a ver como ella seguía llorando implorando un perdón que si bien no merecía, pero él ya le había otorgado—. Gracias—añadió—, de alguna manera, no sería lo que soy por ti, por nadie realmente. Creí que hablándote encontraría algo que me faltaba pero lo encontré de nuevo cuando ella nació... Esto es una pérdida de tiempo.
Michelle limpió sus lágrimas aunque eso causara que salieran más y asintió dándole la razón, aunque no lo entendía del todo.
—¿Quieres que me vaya? —masculló.
—No—espetó; la mujer frunció el ceño sin entender y él solo suspiró como si le costara decir aquello—: Puedes verla, si aún lo quieres. No voy a ser el malo ahora.
All I want - Kodaline
Mi cerebro funciona solo a media noche.
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