Capítulo 1. ¿Buscabas esto?
Mamá me deja temprano en la entrada principal de la escuela, por los pasillos, los estudiantes murmuran sobre la gran fiesta que William Henderson dará por la noche, justo después del partido de fútbol americano, continúo ignorando a todos mientras abro mi casillero y saco los libros que ocupo para las primeras dos clases.
—Rebecca dijo que iremos por unas hamburguesas saliendo de la escuela —habla Jade, una de mis mejores amigas, en cuanto cierro mi casillero. No puedo evitar sobresaltarme, pues no vi de dónde salió—. ¿Te apuntas?
—Seguro —digo cuando consigo recuperarme del pequeño susto—. Escuché que el profesor Haynes no vendrá hoy, así que tengo su última hora libre.
—¡Perfecto! —exclama—. Te veré más tarde cariño, no quiero llegar tarde a mi primera clase del día.
Me guiña un ojo antes de desaparecer por los pasillos. Niego, es impresionante la manera en que ella puede estar contenta alrededor de las ocho de la mañana, sabiendo que sus primeras horas de clases son trigonometría y álgebra analítica, si yo fuera ella, estaría lamentándome ahora mismo.
El timbre suena sacándome de mis pensamientos, me dirijo hacia mi primera clase como el resto de los estudiantes, por lo general, las clases de la profesora Patty no suelen ser las peores, salvo cuando decide hablar como tema principal sobre su trágica vida amorosa, es una lástima, pues es la exesposa del odioso profesor Shepard, quien también aprovecha sus clases para echarle.
Parece que el odio entre ambos es mutuo.
—El amor es una mierda —dice sin filtro y mis cejas se alzan con asombro, ¿qué no estaba prohibido maldecir en las escuelas? ¿Y más cuando esto provenía de un profesor? Claro, a la profesora Patty no parece importarle eso.
Sabiendo que ella no va a salir de aquel tema, decido ignorarla por completo, mientras que el resto de la clase finge entusiasmo al escucharla criticar el amor como si fuese lo peor del mundo. Comienzo por garabatear en una hoja en blanco de mi cuaderno.
—Los hombres nunca saben lo que quieren, solo piensan en sexo, sexo y más sexo —se queja la profesora—. Así que mi consejo para todas las mujeres es que no se enamoren, utilícenlos como ellos suelen utilizarnos, aprovéchense...
Es casi gracioso escucharla hablar, sus palabras salen con desprecio y odio, sin embargo, no puedo culparla, ella considera estar haciéndonos un gran favor al darnos consejos amorosos y en teoría, creo que no está del todo equivocada, la mayoría de los jóvenes solo piensan en sexo y al parecer los adultos también. Observo a los chicos de mi clase, desde mi pupitre, tengo oportunidad de analizar a casi todos, algunos garabatean en sus cuadernos, otros muerden sus lápices y algunos simplemente duermen, demostrando su enfado hacia la profesora Patty quien luce más entusiasmada que hace unos segundos, rio al mismo tiempo que niego, es ridículo, pero me veo preguntándome si yo seré como ella en un futuro, ¿me estaré quejando de una mala experiencia con algún chico?
Si tomamos en cuenta, lo malas que habían sido mis primeras citas, las palabras de la profesora Patty tienen mucho sentido. Entre el cuaderno, busco la hoja en la que había estado escribiendo días atrás, es una idea absurda, quizás demasiado ridícula, pero después de experimentar las peores citas de mi vida, aún tengo esperanzas de tener una buena cita, ¿la razón de ello? Quizás me gusta que se me caiga la cara de vergüenza ante la patética e inexistente vida romántica que tengo.
O simplemente tengo un poco de fe en los chicos.
Si la profesora Patty pudiera leer mentes, me estrangularía por pensar que tengo fe en los hombres.
Suspiro mientras observo la lista escrita por mi puño y letra en aquel trozo arrugado de papel, es una idea vaga que ha cruzado por mi cabeza escribir todas esas cosas que no me gustan en un chico, ¿por qué escribir eso cuando podía escribir lo que me gustaba en uno?
Simple, estoy segura de que la mayoría de las chicas saben muy bien que es lo que les atrae en un chico, no negaré que también me he puesto a pensar en todas esas cosas que me atraen de los chicos, sin embargo, encontrar a uno que cumpla con todas esas cualidades que me gustan de los hombres, es muy difícil, es más, creo que es más difícil saber qué es lo que realmente te gusta y es mucho más fácil saber las cosas que te disgustan, al menos, para mí así es. Por esa razón, me encuentro releyendo una vez más los diez puntos de mi lista.
Rudo. Los chicos malos suelen ser atractivos, de eso no hay duda, ¿quién no se ha sentido atraída por el chico malo alguna vez en su vida? Sin embargo, detesto cuando los chicos se comportan como unos completos idiotas con sus novias y son rudos con ellas o con cualquier chica en general, no me gustan los chicos rudos. Que se burle de mi segundo nombre. Incluso aunque yo lo odie. Además, es horrible, ruego el día en que pueda cambiarme el segundo nombre por uno más dulce si es posible. Sexo. Odio cuando los chicos solo piensan en sexo, cuando salí con Parker James, juro que este punto lo llegué a detestar, el chico solo pensaba en sexo y déjenme decir que ni siquiera fue discreto, fue demasiado directo, hubiese preferido una especie de insinuación y no que lo dijera de aquella manera abrupta.
"¿A qué hora nos acostaremos? ¿Quieres hacerlo en el auto, tu casa o en la mía?" Dios, fue demasiado descortés de su parte, incluso cuando Noah Daniels se comportó algo rudo y no estaba para nada interesado en mí, salir con Parker fue una pésima experiencia. Besos suaves. Jamás he besado a un chico en mi vida, pero he visto a un montón de chicos meter una gran cantidad de saliva en la boca de otras chicas cuando suelen besarlas y se ve tan asqueroso que dudo mucho estar lista para mi primer beso, aunque, ¿se está preparada para dar tu primer beso?
Que eructe. Honestamente, este no sería un inconveniente si no tuviera un hermano mayor que disfruta de eructar frente a mí, cada que puede solo para molestarme. Me da asco. Demasiado asco. Que maldiga. Sé que muchos chicos maldicen cuando están con sus amigos, pero no es como mi cosa favorita, a decir verdad, no me gusta del todo, siento que es vulgar.
Abrazos cuando está sudado. El sudor es algo común entre los seres humanos, sin embargo, no es común en alguien como Michael Potter, él suda bastante, en exceso y me temo que ni la cantidad de desodorante que usa suele ayudarle con ese ligero problema de sudor, porque, aun así, huele mal, incluso cuando hice mis esfuerzos por no tener una cara de disgusto en nuestra primera cita, fue imposible cuando me rodeó con su brazo, Michael era muy alto, por lo que quedé a la altura de sus axilas sudorosas cuando me abrazó, les juro que vomité al llegar a casa. Borracho. No tengo nada en contra del alcohol, lo he probado un par de veces, lo único que no me gusta de este son los efectos que pueden producir en las personas, sobre todo en los chicos después de que discuten con chicas y deciden llamarlas por la madrugada para disculparse u ofenderlas, porque no siempre se obtiene un buen resultado gracias a los efectos del alcohol.
Diría que a veces se toman las peores decisiones estando en un alto estado de ebriedad, al menos, lo he comprobado gracias a esos programas de televisión sobre policías.
Que me engañe. No entiendo el punto de salir con alguien cuando estás interesado en otra persona, ¿acaso es divertido? Preferiría quedarme sola a engañar a alguien con otra persona, mi última cita, resultó tener novia, no fue una buena experiencia. Además, no creo que sientas la necesidad de querer estar con otra persona cuando ya has encontrado a la correcta.
Que se vaya sin decir adiós. No hay mucho que decir con esta última, las despedidas no son cosa mía. Así de simple, odio las despedidas.
El timbre suena y me apresuro a guardar mis cosas, aguardo a que el resto de mis compañeros salgan del aula y justo cuando voy a salir, alguien choca bruscamente su hombro con el mío.
—¡Oye! —me quejo, el chico pasa de largo, ignorándome por completo, ruedo los ojos ante el mal gesto y la falta de modales.
Salgo del aula en dirección a la cafetería, como el resto de los estudiantes. Personalmente, no me gusta del todo la comida de la cafetería, así que mamá acostumbra a prepararme un sándwich antes de irse a trabajar.
Diviso a lo lejos a mis amigas, quienes me hacen una seña para que me acerque a ellas.
Como es de costumbre, almuerzo con mis dos mejores amigas, Rebecca y Jade, quienes también suelen sentarse con un par de chicos del equipo de fútbol americano, gracias a que el novio de Rebecca es el capitán del equipo, mantengo una sonrisa en la boca, no tengo ningún inconveniente en sentarme con el equipo deportivo de la escuela, algunos chicos son agradables, pero disfruto más cuando mis amigas y yo estamos solas, así que aprovecho que hoy las chicas no se han sentado con el equipo, ya que todos parecen estar continuando con los planes sobre la fiesta que ofrecerá Will por la noche.
Es cuestión de segundos para que la cafetería se vea infestada por el resto de los estudiantes, me gustaría decir que la mayoría se enfoca en sus propios asuntos, pero cuando se trata del equipo de fútbol, sobre todo en el chico que siempre suele acompañarlos, pero no forma parte del equipo, de alguna forma, las miradas siempre se ponen sobre ellos cuando Oliver Adams camina a su lado, cualquiera diría que no es afecto a llamar la atención de los demás, siempre se le ve con el mismo semblante serio, aunque puedes observar que a veces se ríe entre sus amigos, su vibra es despreocupada y ruda, como ese típico chico malo, incluso esa chaqueta de cuero que viste de vez en cuando, ayuda con esa onda mala.
—¿Acaso siempre tiene que llamar la atención? —me quejo, sacando de la bolsa el sándwich de pavo que mamá ha preparado para mí. Me gano una mirada curiosa por parte de ambas chicas—. Siempre parece ser el centro de atención de todos.
—Bueno, el chico es atractivo —dice Rebecca defendiéndolo, mientras se encoge de hombros—. Tiene algo especial que suele llamar la atención de las chicas, además, se junta con el equipo completo de fútbol sin formar parte de este.
—Miren, aquí viene —dice Jade, callándonos y haciéndome voltear a mis espaldas para ver a Oliver caminar hacia nosotras.
—Ugh, es ridículo.
—¡Oh, vamos! —se queja Jade, en mi dirección—. ¡Es supercaliente y no puedes negarlo!
Me acusa con su tenedor.
No voy a negar que Oliver es atractivo, sus ojos marrones son grandes y su gran abundancia de pestañas los hacen lucir llamativos, la habitual y escasa barba corta que posee le ayuda con ese toque rudo y coqueto al mismo tiempo, agregándole su perfecta estatura de un metro ochenta que parece enloquecer a todas las chicas.
—Si tuviera oportunidad saldría con él —dice Rebecca.
—Sales con Will —digo ganándome una mirada seria de su parte.
—¿Por qué siempre tienes que arruinar las cosas Emilie? —finge estar molesta.
—Ella tiene razón —me defiende Jade—. Tú tienes un hombre, así que no te metas con el mío.
Suelto una carcajada.
—Ustedes están locas.
—Como si tú no lo estuvieras —comenta Rebecca.
Oliver pasa cerca de mi lugar, su mirada está fija en mí y le sostengo la mirada, antes de desaparecer de mi vista, me guiña un ojo.
—¡Oh, Dios! —chilla Rebecca—. ¿Viste eso? ¡Te guiñó el ojo!
Dice con gran entusiasmo.
—Eso creo, o quizás fue a Jade —me excuso.
—Aja, como si yo estuviera en frente de él —se queja Jade, dándome una mirada seria.
Me despido de las chicas después del receso y voy a mis siguientes clases, agradezco una y otra vez que el profesor Haynes no haya venido, porque no tengo muchos ánimos de asistir a todas mis clases, además, las clases del profesor Haynes son de las más aburridas. A la hora de la salida, tal y como había quedado, espero a mis amigas en el estacionamiento. Esperar no es lo mío, no soy paciente, así que para matar el rato decido en checar la lista que había escrito, saco el cuaderno de mi mochila y comienzo a hojear las hojas mientras busco la lista, mi pánico aparece en el momento en que no encuentro nada, pienso en que probablemente la he guardado en uno de los bolsillos de mis pantalones, me llevo las manos hacia los bolsillos traseros, para comprobar si está allí.
—Oh, no...
Susurro, la lista tampoco está en mis pantalones.
—¿Buscabas esto? —pregunta una voz masculina a mis espaldas y me volteo para verlo.
Oliver se encuentra parado frente a mí, con una hoja doblada en dos partes sobre sus manos.
—¿Qué es eso? —frunzo el ceño.
No responde, en su lugar, comienza a desdoblar la hoja, dejando a relucir que tiene mi lista.
Esto tiene que ser una broma, pienso.
Oliver sostiene la hoja en el aire para que pueda verla y enarca una ceja, esperando por una respuesta de mi parte.
—¿Dónde la encontraste?
Pregunto con pánico.
—En clase —responde. Niego, había jurado que la he guardado bien dentro del bolsillo de mi pantalón, jamás imaginé que se había caído, ni mucho menos que alguien la encontraría.
Dios Emilie, qué despistada, me regaño. Mis ojos se encuentran con los de Oliver, quien aún sostiene la hoja en alto en espera de una respuesta, doy un paso al frente, dispuesta a arrebatársela, pero antes de que yo pueda hacerlo, alza su mano y gracias a su perfecta estatura, me es imposible alcanzarlo.
—Uh, uh —niega—. No voy a devolvértela.
—¿Bromeas? —suelto en pánico.
—No del todo —vuelve a negar—. Honestamente es muy interesante.
Claro, a estas alturas ya ha leído la lista. Trago con fuerza el nudo que se ha formado en mi garganta por culpa de los nervios.
—Por favor, devuélvela —suplico en un susurro—. Es personal.
Se queda allí parado frente a mí observándome por unos largos segundos y después comienza a caminar en dirección contraria, dejándome parada como si no hubiéramos tenido una conversación, me toma un par de segundos reaccionar y correr hacia él.
—¡Oye! ¡Detente! —ni siquiera se inmuta ante mis gritos desesperados, continúa avanzando—. ¡Detente! ¡Oliver! ¡Eres un...!
Antes de que pueda encontrar el perfecto insulto para él, detiene su paso y se gira a verme.
—¿Qué preciosa? ¿Tratas de maldecir, pero no puedes? —pregunta, haciendo pucheros. Aprieto los labios porque hay una pizca de verdad en sus palabras, no es que no pueda maldecir, más bien, no soy buena insultando y buscar las palabras correctas que puedan ofenderle es difícil.
—Puedo maldecir —me quejo luego de un tiempo—. Y no me llames preciosa.
—Okay, hermosa —cruza los brazos sobre su pecho—. Vamos, insúltame, quiero que maldigas en mi cara.
Aquello me confirma que ha leído mi lista, porque... ¿de qué otra manera sabría que no me gusta maldecir?
Nuevamente, busco un insulto en mi cabeza, pero no consigo tener uno.
—¡Ugh, te odio! —grito con desespero y le causa gracia.
—¿Eso es todo lo que tienes? —pregunta elevando una ceja—. Vamos, hermo...
—Que no me llames hermosa —vuelvo a quejarme.
—Como digas, nena —me guiña un ojo antes de volver a caminar. Corro hacia él y grito, pero ni siquiera se inmuta y logra subir a su auto ignorándome por completo y llevándose la lista consigo.
****
No sé qué es peor, que Oliver tenga mi lista o que yo la haya perdido, por supuesto, tuvo que ser mucho más rápido que yo y largarse antes de que pudiera reclamarla. Nos encontramos comiendo hamburguesas tal como Jade había dicho cuando me asustó en los pasillos de la escuela, sin embargo, no estoy atenta a la conversación que mi amiga mantiene con nosotras, pues mi cabeza se niega a dejar de pensar en la lista y en Oliver.
—Voy a asesinarlo si me es posible —habla Jade, antes de darle un gran mordisco a su hamburguesa—. Se los juro, es el peor entrenador de toda la escuela.
Jade había sido capitana del equipo de voleibol por alrededor de un año y medio, pero cuando Lindsay Rogers decidió anotarse al equipo, no duró más de una semana cuando ya era capitana, por supuesto, Jade estaba molesta y no la culpaba, el entrenador Diaz era un bueno para nada, no le gustaba dar clases, lo sabía porque también era el profesor de educación física y claro, lo más seguro es que Lindsay haya usado una de esas estrategias suyas que siempre usa para conseguir lo que quiere, es una experta en sabotear a los demás.
—Eres la mejor capitana —la anima Rebecca—. Créeme, él lo sabrá.
—Ya no estaré en el equipo —contesta Jade con seguridad.
—Okay, chica, deja de ser negativa por esta noche. —Rebecca nos da una mirada rápida a ambas—. Es la fiesta de Will y bailaremos hasta que no podamos más.
—Eso no ayuda a mis sentimientos, Becca —dice Jade provocando que me ría.
—Bien, yo estoy dentro —hablo. No suelo ir a muchas fiestas, sin embargo, cuando asisto a una, me gusta disfrutar del ambiente, además, siento la necesidad de buscar una distracción tan grande para sacar de mi cabeza que he perdido mi lista, tema que evito hablar con mis amigas, pues no es algo que desee compartir. Si ellas se enteran de que he escrito una lista sobre cosas que me disgustan en un chico, seguramente lo considerarán ridículo, justo como yo estoy haciéndolo.
¿En qué estaba pensando cuando decidí escribirla? Sin duda no estaba pensando con claridad cuando se me ocurrió escribirla, quién sabe en qué tenía la cabeza realmente.
De nuevo, me encuentro enfadándome más conmigo misma ante lo patética que me resulta haberla perdido y le doy una mordida furiosa a mi hamburguesa, agradezco que ninguna de las chicas le tome importancia al gesto.
—¡Perfecto! —aplaude Rebecca, dándome una mirada divertida—. Y tú también vas Jade.
La castaña rueda los ojos antes de pegarle una mordida a su hamburguesa, de la misma forma en que yo lo he hecho. Las horas se nos van como nada mientras conversamos, lo cual hace que por un pequeño momento me olvide del tema de la lista, sin embargo, en cuanto cruzo la puerta de mi casa y voy a mi habitación, el tema me golpea trayéndome a la realidad.
Necesito idear un plan para recuperarla de vuelta.
***
Cuando se trata de fiestas, a mis amigas les encanta perderse entre la multitud como arte de magia, la mayor parte del tiempo no suele molestarme, pero por alguna razón, no estoy sintiéndome para nada cómoda en esta fiesta, alrededor, las personas están borrachas y hay uno que otro chico que me parece que está vendiendo droga, no estoy sorprendida del todo porque esto es algo normal en las fiestas, sin embargo, hay una vibra en el ambiente que me hace querer irme a casa.
—Hola, guapa —habla un chico frente a mí, el aroma impregnado a alcohol en su ropa me hace sentir mareada.
—Lo siento —digo con disgusto.
Me abro camino hacia la cocina para tomar una soda, ya que no quiero beber alcohol. Cinco minutos después, el mismo chico entra a la cocina.
—Ey chica, ¿quieres pasar un rato conmigo? —dice arrastrando sus palabras. Se acerca a mí y coloca sus manos sobre mi cintura, pongo mis manos sobre su pecho intentando empujarlo.
Besa mi mejilla.
—Aléjate —lo empujo con fuerza—. Por favor.
—Sé que te va a gustar —esta vez, trata de besar mis labios, muevo mi rostro y besa mi mejilla nuevamente.
—Déjame ir —protesto de nuevo—. Detente.
—Oh, vamos —lleva una de sus manos a mi trasero y un pequeño grito se me escapa.
—¡Oye! —una voz masculina grita a la distancia—. ¡Suéltala!
Oliver se acerca a nosotros, toma al chico por su camisa y lo empuja lejos de mí.
—Está bien, hombre —habla el chico alzando las manos al aire—. Ya me iba.
No es hasta que el chico se aleja lo suficiente de mí para darme cuenta de que mis manos tiemblan y mi corazón late con fuerza, me he asustado.
—Gracias —susurro más para mí misma, Oliver asiente.
—¿Estás bien? —pregunta.
—Sí —respondo en voz alta para que pueda escucharme, un silencio incómodo se forma entre nosotros, sus ojos me miran preocupados y estoy segura de que no es la primera vez que mira de esa forma.
—¿Segura?
Asiento y decido abandonar la fiesta, ignorándolo, comienzo a caminar hacia la puerta principal, no noto que Oliver me está siguiendo hasta que ambos estamos afuera.
—Oye, Emilie, si necesitas que te lleve... —antes de que pueda terminar sus palabras, niego. Aún estoy asustada y aunque mis manos ya no tiemblan, quiero irme de aquí lo más pronto que me es posible.
—Está bien, puedo llamar a un taxi —por momentos como este, odié no traer el auto conmigo y dejar que Rebecca me recogiera de casa.
—Escucha, mi abuela estaría muy molesta si sabe que dejé a una chica irse sola a casa después de un mal momento.
Sus palabras me toman por sorpresa, si no conociera a la señora Morris, diría que está mintiendo.
Hay un breve silencio entre los dos y una chica castaña aparece a nuestro alrededor, se acerca a Oliver y le susurra algo al oído que no puedo escuchar, pero logra cambiar el semblante de su rostro y hace que se vaya con ella, dejándome sola, sin decir nada. Suelto una risa amarga mientras niego, no estoy sorprendida, ¿qué chico en su sano juicio desperdiciaría la oportunidad de irse con una chica guapa y encantadora para llevar a otra a casa? Porque hay que resaltar que la chica que apareció era guapa.
Soy consciente de que puedo pedirles a mis amigas que me lleven a casa, pero están disfrutando de la fiesta que prefiero no arruinarles el momento y termino pidiendo un taxi, el cual llega después de cinco minutos. Lo primero que hago en cuanto llego a mi habitación es tomar una ducha de nuevo dispuesta a olvidar el mal rato, para luego irme a dormir.
***
Estar en casa al día siguiente no es una opción y la idea de ir a la escuela no me pone contenta, estoy cansada y mi cuerpo duele gracias a Milo, mi hermano menor de cuatro años, quien suele acaparar la cama para él solo cada que se viene a dormir a mi habitación por la madrugada en busca de compañía. Sé que podría echarlo de mi habitación, pero a veces cuando tengo miedo por la noche, me cae bien saber que tengo compañía.
—Buenos días —me saluda mamá, cuando me ve entrar a la cocina, le doy una sonrisa.
—Hola, ¿cómo estás? —le pregunto, el aroma a pan francés hace rugir mi estómago.
—Estoy bien, cariño —responde, al tiempo en que tomo un plato de la alacena y se lo entrego—. ¿Cómo estuvo la fiesta?
—No estuvo tan buena —la imagen del chico de anoche viene a mi mente y una mueca se dibuja en mis labios—. Un chico trató de aprovecharse de mí, ¿y puedes adivinar quién me ayudó?
Mamá mira preocupada.
—¿Estás bien? ¿Dime qué sucedió? ¿Te hizo daño? —cuestiona tan rápido como puede.
Asiento antes de que me asalte con más preguntas.
—Estoy bien, mamá.
Mamá deja soltar un pequeño suspiro de alivio cuando le doy un poco de contexto sobre lo que sucedió.
—Entonces, ¿quién te ayudo?
—Oliver.
Su cara se llena de asombro.
—¿Olly?
Frunzo los labios.
—No lo llames Olly, mamá.
Me quejo.
—Oh vamos, solías llamarle así Em —mis padres solían ser amigos de los de Oliver antes de que nosotros naciéramos y Oliver y yo solíamos pasar tiempo juntos la mayor parte de nuestra niñez, hasta que cumplimos doce y él decidió ser amigo de esa chica a la que yo detestaba en la escuela y yo decidí no ser su amiga de vuelta, aquello distanció nuestra amistad y aunque eso suena como algo bastante inmaduro que definitivamente lo fue, Oliver cambió cuando cumplimos quince, se volvió gruñón y dejó de ser el niño dulce que conocía. Creo que desde aquel año los dos perdimos cualquier tipo de amistad que pudo existir entre nosotros.
—Estoy segura de que no le gusta que le llamen así de nuevo.
Digo antes de irme a la escuela.
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