Capítulo 28
Wave
Ha pasado una hora desde el encuentro con Arnold en mi porche, y aún sigue ahí, recostado a la barandilla. Miro por la ventana hacia la casa del vecino. No veo rastro de Gerald, pero escucho los ruidos raros de Rodak y los maúllos de Neow, parecen estar divirtiéndose.
El cielo se está nublando, es probable que esta noche caiga un buen chubasco. Arnold se mojará. Es mejor que vaya a la estación. Busco mi teléfono móvil en mi bolso. Miro la última llamada. El nombre de Dorak se cuela en mi mente. Él sabe, sabe todo sobre Ryan, sabe todo lo que he sufrido por su culpa y si hay alguien que puede ayudarme es él...
Yo: ¿Estás despierto?
Me animo a escribirle.
Dorak: Sí, ¿estás bien?
Tarda unos minutos en responder.
Yo: Creía estarlo, ¿recuerdas que un día te dije que tenía un hermano pequeño? Pues está afuera de mi casa ahora mismo.
Dorak: ¿En serio?
Dorak: ¿Hablaste con él?
Dorak: ¿Y qué quiere?
Dorak: ¿Conocerte?
Yo: Sí, increíblemente hablé sin problemas con él. No creo que esté muy interesado en conocerme muy a fondo, ha venido a buscarme porque su padre está enfermo. Necesita un donante de médula. ¿Puedes creerlo? Quieren que sea yo.
Dorak: Wave
Dorak: No creo que en tu condición puedas ser esa persona que ellos esperan.
Yo: Incluso si no estuviera embarazada, no lo haría, Dorak, no lo merece.
Dorak: Sé que estás molesta.
Dorak: Pero no digas cosas de las que luego te puedes arrepentir.
Dorak: Lo digo por experiencia.
Dorak: No vale la pena que le guardes rencor, y menos ahora que está enfermo.
Yo: Todos recibimos lo que merecemos. Nunca me dio amor, no puede esperar que yo corra para salvarle la vida.
Dorak: ¿Ya le dijiste todo esto al chico? ¿Y aún sigue en tu casa?
Yo: No, no he querido discutir con él este tema. Después de todo él no tiene la culpa de las cosas que ha hecho su padre.
Yo: Creo que va a llover y por lo visto tiene pensado quedarse en mi porche.
Dorak: Invítalo a entrar.
Yo: No.
Dorak: ¿Por qué?
Dorak: Es tu hermano.
Yo: Es un extraño.
Dorak: Has hablando con él...
Dorak: Aún estoy sorprendido por eso.
Yo: No es lo mismo que dejarlo entrar en mi casa.
Dorak: Nadie merece dormir en la calle, Wave.
Yo: Mi porche no es la calle.
Dorak: Eres mejor que eso, y lo sabes.
«Y lo sé... ¿Qué tipo de persona sería si lo dejara dormir fuera? Vamos, después de todo yo soy su hermana mayor, y no puedo mentirme a mí misma, tengo curiosidad por él, por conocerle.»
Dorak: Wave, muchas gracias por escribirme y contarme esto, me alegra que confíes en mí para algo tan importante.
Yo: Eres el único que puede llegar a entenderme.
Dorak: Hablamos mañana. Buenas noches, un beso.
Yo: Vale, hasta mañana. Buenos días ya para ti.
Me llevo el móvil al pecho. Esa charla se sintió bien, y quiero volver a repetirla. Le hecho un vistazo nuevamente a sus mensajes, me ha enviado un beso al final. Un beso que desearía que me diera en persona. Fantaseo un segundo en cómo sería, y no puedo evitar que mi corazón revolotee de emoción. Es duro que esté tan lejos. Escucho las gotas de lluvia caer, y recuerdo el objetivo de mis mensajes con Dorak. No puedo dejar a Arnold en mi porche. Abro la puerta, y él se sobresalta, ha dejado la pelota a un lado y ahora se esconde las manos en los bolsillos de su bermuda.
—¿Cambiaste de opinión? —El brillo de sus ojos me hace sentir mal, no quiero ser yo la que rompa todas sus ilusiones.
—Puedes pasar, Arnold. Tenemos cosas de las que hablar. —Odio las malas noticias y ser la portadora de ellas me hacen sentir un verdugo.
No lo piensa dos veces, entra en el salón pero antes y con un movimiento rápido se quita los zapatos frente a la puerta.
—¿Qué haces?
—Mamá no deja que entremos los gérmenes a casa. —Se encoge de hombros como si se disculpara por su comportamiento.
—Bueno... no sé qué decir a eso. Puedes sentarte en el sofá. Traeré algo de comer. —Camino hasta la cocina en busca de algún bocadillo. Terminó haciendo dos sándwiches de atún, para acompañarlo con una Coca-Cola. —¿Eres alérgico al pescado? —Le pregunto antes de ofrecerle su plato.
Niega con la cabeza. Le ofrezco su sándwich y lo devora en tres mordiscos. Me quedo mirándolo, es un adolescente en crecimiento, la primera y única vez que lo vi era solo un bebé, han pasado muchos años de eso.
—¿Qué edad tienes ya? —Nunca me imaginé tener este tipo de conversaciones con mi hermano, de hecho, aprendí a no pensar en él, a olvidar su existencia como nuestro padre había querido.
—Dieciséis años, los cumplí el mes pasado. —Me mira todo el tiempo a los ojos, y eso me gusta.
—¿Estás en el equipo de baloncesto de tu colegio? —Me fijo en su camiseta. Le doy el primer mordisco a mi bocadillo, está delicioso, me quedó muy bueno.
—Soy en capitán del equipo. —Me confiesa con orgullo.
—Que bien. —Le respondo aún con la boca llena. Nos quedamos en silencio por unos segundos.
—Sobre la enfermedad de mi padre... —Aquí vamos, Ryan no deja de estar entre nosotros y eso me molesta.
—Arnold, dile a tu padre que lo siento, que te ha hecho dar este viaje en vano pero no puedo ayudarlo. —Intento ser lo más sensible posible ante su situación.
—Él no sabe que estoy aquí. He venido por mi cuenta. —Se muerde las uñas.
—¡¿QUÉ?! —Grito.
—Él no quería que supieras nada, ni que te molestáramos con el tema. Se está muriendo, Wave ¿No lo quieres hacer porque te abandonó? Él se arrepiente de eso, te lo juro. —Sus ojos amenazan con mostrarme algo más que sufrimiento, una brecha de agua se debate por caer, escucho sus últimas palabras como súplicas, y las ganas de entender el amor que siente Arnold por su padre me domina. ¿Tan bueno ha sido con él como para que se presente ante mí para rogarme salvarlo? Lo peor de todo es que tengo las manos atadas, no puedo hacer nada por él, por eliminar esa mirada triste de sus ojos, de los ojos cafés de mi hermano pequeño. Dejo el sándwich a un lado e intento explicarle.
—No lo puedo hacer porque estoy embarazada y recién me han descubierto diabetes gestacional. Es difícil lo que me pides, Arnold, Ryan no ha sido el mejor padre del mundo para mí. No puedo pretender que me importa una persona, cuando años atrás dejó claro que no quería que yo fuera parte de su vida. Lo siento mucho. Lamento que tengas que sufrir esto.
—Entonces... no hay nada que hacer. Solo esperar a que... —susurra para sí mismo, y la pena me recorre el cuerpo.
—¿Es verdad eso que dices? ¿De que se arrepiente? —No puedo negar que la curiosidad está acabando conmigo.
—Siempre habla de eso. No entendía el valor de la familia, era un egoísta inmaduro, y además de eso tenía una gran adicción al juego. He escuchado esta historia miles de veces, ganó 500 mil dólares en un casino la noche en que las abandonó, se dijo a sí mismo que merecía algo mucho mejor que una casucha de clase media y un jardín artificial. En sus planes no encajaban ustedes. Por eso se fue.
»Conoció a mi madre esa noche en un restaurante, era una viuda que había heredado una buena fortuna y vivía en la zona residencial de Nashville, ella se enamoró a primera vista, y mi padre era muy ambicioso. En el primer año de relación nací yo y él se gastó todo su dinero en apuestas. Comenzó a acumular deudas por lo que volvía muchas veces golpeando a casa, eso terminó el día que mi madre le plantó cara temiendo por su vida y le rogó que fuera con un especialista, que estaba enfermo y así lo hizo.
»Lleva diez años sin hacer una apuesta. Quería volver a verlas, a tu madre y a ti para pedirles perdón, pero no tiene el valor de hacerlo. Ha sido un buen padre para mis hermanas y para mí después de todo, aprendió de sus errores. Hace solo seis meses le detectaron Leucemia.
Sabía que mi padre jugaba, mamá me lo había dicho pero nunca supimos de que hubiera ganado y no habíamos entendido el porqué se había marchado, no dijo nada. Ahora con más detalles comprendo que jamás fue mi culpa. Siempre creí que no había sido una buena hija, pero resulta que él no sería nunca el padre que yo merecía. Era su culpa, no mía. Jamás hice nada que lo hiciera tomar esa decisión, simplemente él no supo valorar a una familia.
—Me alegro que haya aprendido de sus errores. Y me reconforta saber que por lo menos se arrepiente. No puedo perdonarlo de la noche a la mañana, pero agradezco saber lo que sucedió. —Siento un alivio en mi pecho enloquecedor, como si me hubieran quitado un gran peso de encima, una culpa que cargaba hace años.
—¿Quieres ir a verlo? —pregunta dudoso Arnold.
—No. Estoy bien así. Puedes decirle que está en paz conmigo. —Nunca creí que diría estas palabras.
—Se lo diré. Eso ayudará. —Nos quedamos por largos minutos en silencio, pensado, solo pensando. —¿Vives sola aquí?
—No, tengo un perro y un gato.
—¿Y el padre de tu bebé? —Es curioso.
—Es el vecino de al lado.
—¡Wao, hermanita, tu si que disfrutas de la vida! —Suelta de la nada, y no puedo evitar reírme a carcajadas. Mi corazón comienza a revolotear cuando escucha la palabra hermanita, es la primera vez que siento que soy la hermana de alguien, que no estoy tan sola.
—¿Hermanita? ¡Si soy mucho mayor que tú! —Le reclamo.
—Pero me gusta como suena, hermanita. —Sonríe.
—Gracias. Muchas gracias.
—¿Por qué? —Frunce el ceño.
—Por venir sin avisar, por contarme todo y por luchar con todas tus fuerzas por tu padre. Eres un gran chico. —Sus mejillas están más rosadas que nunca.
—Tenía curiosidad por conocerte. Fui a casa de tu tía Karen, le rogué por semanas para que me diera tu dirección. Imaginé el encuentro de miles de formas, incluso tu tía me dijo que era probable de que no pudieras hablar conmigo. Estoy feliz por haberte encontrado. —La tía Karen, claro que tenía algo que ver en esto, pero le agradezco que haya guiado a Arnold hasta aquí.
Terminamos la noche en casa de Dorak junto a Gerald y los demás una vez qué pasó la lluvia. Nos conocimos más mi hermano y yo. Me contó que tenía una novia que también era su vecina y que estaba muy feliz con ella, que espera ganar una beca con el básquetbol y que sueña con ser algún día jugador de la NBA, sus hermanas están bien, una de ellas es económica y la otra es asesora de inmuebles, ya tienen hijos y están casadas. Descubrimos que teníamos muchas cosas en común, y que nos gustan las mismas series de misterio.
Arnold se marchó al día siguiente en la mañana, yo misma lo llevé hasta la estación de autobuses. Prometió llamarme todas las semanas y visitarme como mínimo una vez al mes. Estaba tan feliz que no dudé en llamar a Dorak para contarle todo lo sucedido, pero no atendió al teléfono.
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